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Imágenes y representaciones en tiempos de redes sociales

Por Celsa Puente.

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Una fotografía es siempre una evidencia de vida. Ha sido uno de los modos más eficaces que la humanidad ha descubierto para hacerle una zancadilla al tiempo y capturar, en la inevitable circulación de Cronos, un instante que desea recordarse y que merece quedar plasmado para el futuro. Sin embargo, en tiempos de redes sociales, la fotografía tiene un aditivo especial, no solo porque ha dejado de ser una pieza impresa en papel, sino porque el nuevo soporte le ha permitido adquirir cierta resignificación: sigue siendo el momento que se capta para conservar la instantaneidad, pero genera también una ruptura con el espacio, porque en ese nuevo juego de tiempo y espacio al que nos habilitan las redes, la imagen recorre rutas nuevas, en otros espacios pertenecientes a la esfera del espacio virtual. Así que podríamos asegurar que cuando una foto se hace circular por las redes sociales, hay una voluntad de romper la barrera espacio temporal tradicional, es un acto que  está cargado de intencionalidad. El mensaje  deliberado de quien comparte esa imagen puede variar y constituirse simplemente en la alegría de dar a conocer a algunas personas de nuestro entorno ese momento vivido o puede tener un trasfondo más potente y totalizante. “Una imagen vale más que mil palabras”, dice la sabiduría popular que recibimos de nuestros ancestros. Premisa válida, máxime en tiempos de redes sociales en que la imagen circula “provocando”, generando ideas, representaciones, sensaciones.

Les invito entonces, a concentrarnos en una fotografía que circuló el pasado sábado 15 de febrero, una fecha emblemática en Uruguay porque cada cinco años se produce el inicio de una nueva legislatura. Así que no llamará la atención la aparición de fotografías en las redes sociales que tengan como telón de fondo al Palacio Legislativo porque es el escenario natural que representa materialmente la democracia de la que nos sentimos orgullosos la mayoría de los uruguayos, en especial, los más veteranos que supimos no tenerla y sabemos de su importancia vital.

En ese encuadre esperable para la fecha y bajo un cielo celeste claro y uniforme, irrumpe una gran pancarta amarilla que luce con letras negras la leyenda: “Se acabó el recreo”. Unas quince personas están adelante, con una gestualidad gozosa, entre las que se destaca, en la parte central, con cierta distancia del resto del grupo -lo que permite distinguirlo claramente del conjunto-, el escribano Guillermo Domenech, investido senador de la República en el día de la fecha. Por si fuera poco, su pose reivindicativa se agiganta con su brazo derecho y su mano extendida hacia arriba, seguramente para que no queden dudas de su adhesión hacia la leyenda que luce en la pancarta.

Antes del balotaje, hice algunas reflexiones  sobre esta expresión tristemente “famosa” en el Uruguay de estos tiempos, donde se confunden eslóganes publicitarios y consignas políticas y se banalizan así los mensajes, muchos de ellos muy graves en sus contenidos, los cuales, no obstante, son teñidos de risa, disfrazando la crudeza de su esencia. Mis reflexiones se concentraban en ese momento, en el significado del vocablo “recreo”. Para los que trabajamos en educación, “recreo” es una linda palabra porque representa un tiempo de libertad con el aditivo de que no elimina las condiciones reglamentarias de la organización básica del centro educativo al que se concurre. Se presenta como un paréntesis para gestar otros modos creativos de estar, teñido por la libertad de quienes lo disfrutan. Es también, aunque no lo parezca, un espacio de aprendizaje, una oportunidad de vivir la experiencia del encuentro con los otros en un encuadre diferente. Sin embargo, en forma obstinada, el exjefe de las Fuerzas Armadas y todo su nuevo partido político insisten en la culminación de este tiempo de libertad, con un inevitable dejo de amenaza. Y lo hacen con desenfado, ante nuestros ojos, como una provocación a la democracia.

Si a la imagen de la que estamos hablando, le sumamos la expresión verbal, no hay dudas posibles. El deseo de infligir temor, la voluntad de exponerse y dar a conocer públicamente esa vocación de constituirse en un grupo amenazante de la libertad, quedan claros. Los que integran la foto saben del pasado no develado, saben del presente de derechos por ellos y ellas rechazado, sienten la libertad como amenaza porque quieren un mundo monolítico y uniforme donde todo esté controlado. Los que vimos la foto, también lo sabemos.

La poeta mexicana Rosario Castellanos plasmó en unos versos maravillosos el sentir de muchos. Vale recordarla en esta etapa de la historia de nuestro país, en la que algunos banalizan el valor de la vida, o desestiman el dolor de las desapariciones, simulando números que debilitarían la gravedad de lo sucedido, como si una pérdida, una sola, no fuera lo suficientemente grave para movilizarnos. A eso respondemos con la indignación, recordando que la desaparición y muerte de nuestros compatriotas nos ocurrió a todos nosotros, no solo a las familias implicadas.

Por todo esto: “Recuerdo, recordamos. / Esta es nuestra manera de ayudar que amanezca / sobre tantas conciencias mancilladas, / sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta / sobre el rostro amparado tras la máscara / Recuerdo, recordemos / hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

Recuerdo y recordamos y no hay ritual religioso, ni amenaza reinante ni fórmula mágica que pueda hacernos olvidar.

No claudicaremos.

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