En las últimas semanas llegaron alarmantes noticias de movimientos militares en la región fronteriza entre China e India, los dos países más poblados del mundo (juntos suman más de un tercio de la población mundial), potencias nucleares que ostentan el primer y tercer PIB mundial respectivamente (tomados a nivel de Paridad de Poderes de Compra). Son dos naciones separadas históricamente por diferencias étnicas y religiosas, pero unidas –al menos en una proyección de deseos– en la factibilidad de un destino común que pareció consolidarse en la creación del grupo Brics. Como saben los lectores de Caras y Caretas, Goldman Sachs (el buque insignia del sistema financiero globalizado, uno de cuyos hombres, Steve Mnuchin, es hoy el secretario del Tesoro de Estados Unidos (EEUU) y se apresta a avanzar sobre la Reserva Federal, dominada desde hace años por los economistas keynesianos que han mantenido funcionando la economía global) publicó en 2003 un célebre informe, titulado Soñando con los BRIC: rumbo a 2050 (Dreaming with BRICs: the path to 2050). El documento afirmaba que el potencial de Brasil, Rusia, India y China (a los que en 2011 iba a sumarse Sudáfrica, convirtiendo la sigla en “Brics”) los llevaría a convertirse en las economías dominantes hacia el año 2050. Señalaba que los cuatro países se habían insertado exitosamente en el capitalismo globalizado, creando condiciones para la radicación de empresas de gran porte, y preveía que China e India serían los proveedores principales de alta tecnología y servicios, en tanto que Brasil y Rusia se destacarían como proveedores de materias primas, aunque sin descuidar sus respectivos desarrollos industriales. Los países referidos (que alentaron siempre fuertes tendencias independentistas, cuando no imperialistas) vieron la oportunidad de crear un acontecimiento mundial celebrando su unión, precisamente en momentos en que las corporaciones multinacionales radicaban sus producciones en algunos de ellos en razón de las condiciones laborales y de inversión que ofrecían, restando ese potencial a potencias desarrolladas como EEUU y la Unión Europea (UE). Después de numerosas tratativas que mostraron la desconfianza mutua (a pesar de que iban fogoneadas por otras organizaciones, como el Foro de Shanghái y APEC), la primera Cumbre de Jefes de Estado del Grupo BRIC se realizó el 16 de junio de 2009, en Ekaterimburgo, Rusia. Allí comparecieron Luis Inácio Lula da Silva, Dmitri Medvédev y Hu Jintao, entonces presidentes de Brasil, Rusia y China, respectivamente, y Manmohan Sigh, primer ministro de India. Se celebró estratégicamente antes de la cumbre del G20 realizada en Pittsburgh, EEUU, en setiembre de ese año. Pese a los rimbombantes anuncios previos, los resultados fueron apenas la exigencia de lugares preferentes en los organismos multilaterales, del retorno a la Ronda de Doha, y una declaración anexa sobre seguridad alimentaria, en la que impulsaban los mecanismos de transferencia tecnológica en materia de producción de biocombustibles, y sobre el desarrollo técnico de la producción agrícola, sin referencias mayores al desarrollo industrial e informático. Sí enfatizaron en la reforma del sistema financiero mundial (se estaba en el punto más agudo de la Gran Recesión 2007-2010), pero el documento final no se refirió, por ejemplo, a la creación de una moneda de intercambio y reserva supranacional que redujese la preeminencia del dólar estadounidense, lo cual demuestra la división interna existente, ya que la idea fue enfáticamente promovida por la Federación Rusa. Las palabras y los hechos El grupo nació, pues, enfrentado al G7, integrado por Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, que ocupan los principales puestos de poder en los organismos multilaterales como el FMI, el Banco Mundial, la ONU y demás instituciones de importancia. Aumentar la presencia de los países del grupo pasó a ser una de las principales reivindicaciones. Tuvieron varias reuniones cumbres más, crearon un gran banco supranacional, pero nunca concretaron una superestructura de acuerdos de producción e intercambio de flujos comerciales y financieros que los hiciera más fuertes. Por otra parte, el Nuevo Banco de Desarrollo del Brics –propuesto en 2014 pero creado realmente en 2016, con sede central en Shanghái, China, con un capital autorizado inicial de US$ 100.000 millones como “una alternativa al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional”– fue pronto opacado por el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infrastructure Investment Bank o AIIB), constituido por China Popular en diciembre de 2014 con el objetivo de proporcionar financiación a proyectos de infraestructura en Asia, pero con amplísimos cometidos colaterales que llevaron a que a enero de 2016 tuviese 57 fundadores potenciales y solicitudes de ingreso de otros 18 países, entre ellos Alemania, Japón, Francia, Italia y Reino Unido. Esto determina que el AIIB esté efectivamente considerado por los observadores como potencial rival del FMI y del Banco Mundial. La prescindencia del presidente Donald Trump de las realidades multilaterales (su primera medida fue suprimir, el 27 de enero de 2017, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (Trans-Pacific Partnership, TPP), el tratado de libre comercio entre EEUU y varios países de la cuenca del Pacífico, y olvidar la complementaria Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión,TTIP, acuerdo similar entre EEUU y la UE) dejó a China el camino libre para controlar el comercio mundial. De estos fenómenos ha estado relativamente alejado el Brics, acaso por las actitudes de la Rusia de Vladimir Putin, las señaladas reticencias con India y la crisis que Brasil padece hace ya varios años. La Gran Recesión 2007-2010 encontró al Brics dando respuestas distintas y desconectadas. Las rivalidades étnicas, históricas y políticas pudieron más. Hoy India, que parece haber implementado un superpolo tecnológico (con gran estímulo a la investigación, establecimiento de call centers, ingeniería y software)con gran fortuna, crece porcentualmente más que China, tanto en actividad económica como en población, teniendo como gran factor en contra las terribles disparidades sociales que la caracterizan. De hecho, la actualización de los informes de Goldman Sachs vaticinan que en 2030 superará en PIB y número de almas a China, pero, pese a todo seguirán siendo las dos naciones más afines, distanciadas de una Federación Rusa que no puede desprenderse del destino imperial de la Unión Soviética. Debe recordarse también que India es la mayor democracia del planeta, en tanto que China es un régimen autoritario, lo cual no ha implicado, sin embargo, ninguna condena en el Consejo de Seguridad de la ONU ni valoraciones negativas en el World Economic Forum. China e India sumarán cerca de 40% de la población mundial hacia 2050 y serán las mayores economías del planeta. Entretanto, el milenario “Imperio del centro”, superada la etapa del crecimiento basado en la exportación, busca incluir 800 millones de campesinos que estaban bajo la línea de pobreza y convertirse en un país de clases medias (mientras trata de recuperar su medioambiente devastado y luchar contra la “banca en las sombras” que amenaza a toda su economía), a la vez que ha colonizado virtualmente vastas regiones de África y sus inversiones se derraman sobre América Latina, también abandonada por EEUU. El proyecto Nueva Ruta de la Seda, que ahora no tiene competidores por la prescindencia suicida de Donald Trump, apunta a crear el mayor corredor comercial de la historia. Dicho proyecto, si bien constituye una sombra geoestratégica sobre India (China siempre ha sostenido a Pakistán), tiene un impacto positivo de incalculables dimensiones en la economía india. Ahora bien, se debe ser muy cuidadoso con las expectativas. Noam Chomsky, que acaba de estar en nuestro país haciendo afirmaciones inesperadas y duras, recordó que “China e India están muy lejos aún de poder opacar el poderío estadounidense porque siguen siendo básicamente países pobres, con problemas internos muy marcados”. Hace poco un informe de la BBC señalaba que “la lucha contra la pobreza extrema se centra en los países emergentes China, India y Brasil, donde vive más de 50% del total de afectados”, que sobreviven con menos de US$ 1,25 por día. El gran pensador judío-norteamericano, profesor emérito de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), señalado por The New York Times como “el más importante de los pensadores contemporáneos”, recordó hace poco en La Jornada que las dos potencias siguen siendo técnicamente países subdesarrollados y están muy lejos de poder cambiar el esquema de poder mundial. Recordando la manida frase, todo indica que India y China tienen todo para ganar, si lo hacen en conjunto, y nada para perder, excepto las restricciones que les impone el resto del mundo desarrollado. La historia –sería interesante escuchar lo que al respecto piensa Henry Kissinger, el mayor sinólogo viviente– dirá, sobre el futuro de China e India, si pesarán más los enfrentamientos del pasado o los desafíos del porvenir.
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Los enfrentamientos militares
No existe mayor causa de conflicto entre dos naciones que una frontera común, y China e India padecen ese factor, que ha estado presente a lo largo de sus milenarias historias. En tiempos recientes, la tensión parece haberse agravado, al punto de que se informa que “India moderniza su arsenal atómico con los ojos puestos en China”, teniendo en cuenta la alianza estratégica de esta última con Pakistán. China e India tuvieron innumerables disputas territoriales, de las cuales las más recientes provocaron tres conflictos militares en 1962, 1967 y 1987. Las relaciones se restauraron y tuvieron su punto más alto en la cumbre BRIC de 2012 en Nueva Delhi, cuando el entonces presidente chino Hu Jintao le dijo al primer ministro indio Manmohan Singh que “la política inquebrantable de China es desarrollar la amistad sinoindia, profundizar la cooperación estratégica y buscar el desarrollo común”. Pero China e India están separados por la cordillera del Himalaya y comparten territorios en disputa. El más reciente estallido de los conflictos territoriales es la llamada “disputa de Doklam Standoff”. India y China se acusan en estos días mutuamente por supuestas intrusiones territoriales por la construcción de una carretera en el Himalaya. Se trata de un conflicto que involucra a tres estados, ya que Bután acusa a China de construir un camino dentro de su territorio. En junio pasado, el ejército indio impidió la construcción de la carretera por parte del Ejército Popular de Liberación y esto provocó el renacimiento de la tensión binacional en todos los terrenos. La marina de guerra india envió su flota a maniobras navales conjuntas con Estados Unidos y Japón, lo que se interpreta como una inequívoca amenaza. Un artículo de The New York Times se refirió a dichas maniobras navales en la bahía de Bengala como un “claro mensaje para China”. En esta edición de las maniobras navales que se vienen realizando desde 1992, llamadas Malabar 2017, participan, unos 15 grandes buques militares, dos submarinos y decenas de cazas y helicópteros, algunos de los cuales pueden estar equipados con armamento nuclear. En estas maniobras participa el buque insignia de la flota india, el portaaviones Vikramaditya, que perteneció anteriormente a la URSS bajo el nombre de Almirante Gorshkov, y está equipado con aviones cazas de producción rusa Mig-29. Como dijo Eurípides, “los dioses ciegan a los que quieren perder”. Años más tarde, Einstein observó que “hay dos conjuntos infinitos: el universo y la estupidez humana, pero del universo no estoy seguro”. Eso se ve muy claramente en estos días de la “nueva edad oscura”.