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Intríngulis contable

Por Eduardo Platero.

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Caras y Caretas Diario

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Entre la pintoresca variedad de tareas que desempeñé para redondear el miserable sueldito de la intendencia, estuvo uno que me aproximaba a la contabilidad: ayudaba a juntar los papeles y ordenarlos por fecha, hacía mandados, pasaba a máquina y cosas así. Nunca hice asientos y puedo declarar que no sé un pomo de todo ese oficio. También tuve que hacerme responsable de los balances anuales y los balancetes mensuales de mi sindicato, pero los hacía la contadora. Con los primeros le costó un poco convencerme de que el local, por ejemplo, debía ir perdiendo valor en virtud del paso del tiempo. Me rechinaba que hubiese que asentarlo así cuando la inflación estaba valorizando todo. En pesos enflaquecidos, cierto. Terminé por aceptar la cosa por no discutir una norma contable que lo imponía y porque nadie estaba pensando en vender el local aunque los precios hubiesen subido. A esta fecha, con los años que tiene de pago y dichos decrecimientos, su valor debe ser cero. No tengo idea de cómo se las arreglan los contadores con los cambios de moneda. Le han sacado tantos ceros al peso que yo conocí de niño que ya ni me acuerdo. Marrone tenía un divertido y entreverado monólogo acerca del mismo proceso en Argentina: al final venía a quedar debiendo.

Pero mi preocupación hoy se refiere a la contabilidad de los yanquis. En pocos días Trump decidió tirar 59 (no sé por qué no redondeó) proyectiles balísticos en Siria y a la “madre de todas las bombas” en Afganistán. La primera de las decisiones la tomó comiendo una torta de chocolate, lo que demuestra que pone beligerante a la gente el comer postres sabrosos. No tuvo la gentileza de comunicarnos qué estaba comiendo en la segunda ocasión.

El balance militar ya lo conocemos: con los cohetes destruyó los aviones sirios que estaban en reparación y no pudieron rajarse y mató entre cuatro y 15 militares y algunas decenas de civiles que vivían cerca. La noticia de las bajas siempre difiere según las informe un bando u otro. En el segundo caso (ese durante el cual no sabemos qué estaba comiendo), con la mamá de todas las bombas no nucleares parece que mató como a 30 y destruyó unos cuantos túneles y tres escondrijos. Por ahora no sabemos si las bajas eran combatientes o habitantes. De cualquier manera, “mal momento, mal lugar”. Tampoco sabemos si fueron kilómetros, metros o centímetros los que destruyó de túneles, de dónde a dónde iban y qué importancia y dimensiones tenían los escondites destruidos. Debe ser “información clasificada”, por lo que habrá que esperar que algún hacker se cuele y filtre la información. Es decir, no mucho, porque da la impresión de que la protección del material secreto tiene más agujeros que un queso.

Ahora, yo digo: ¿cómo se contabiliza eso? Porque todo gasto tiene que contabilizarse. ¿Cuándo se asentó el precio de la bomba? Y ya expreso mis dudas acerca de si precio o costo, pese a lo cual, como es el reino de la libre empresa y del complejo militar-industrial, supongo que la diseñó y construyó una empresa privada que la entregó pronta a cambio de recibir el precio facturado. Por eso digo: precio.

Bueno, ¿cuánto le costó al gobierno de Estados Unidos de América la adquisición de la “madre de todas las bombas” y en qué fecha se contabilizó? Supongo que las normas de contabilidad son universales y que también los yanquis amortizan anualmente el precio. A lo mejor ya estaba en “costo cero” y por eso decidió tirarla, en un sitio aparentemente no muy poblado y “aparentemente” lleno de túneles que usan los “enemigos” para desplazarse.

Se podría concluir que, pese al número escaso de bajas y las dimensiones desconocidas de los túneles, la operación fue barata porque la bomba ya estaba amortizada y siempre es bueno desprenderse de explosivos viejos en terreno ajeno. Pero, de cualquier manera, está el costo del vuelo. Combustible, personal de tierra y de aire, desgaste del avión, que era de los grandes porque “mamá bomba” pesaba 9.500 kg.

Todo esto para concluir que fue una operación muy cara en relación a los resultados obtenidos. Se imaginan: todo ese costo dividido entre unas pocas bajas. ¡Salen carísimos los muertos!

Sigo recomendando el sicariato.

Se puede argumentar que está el efecto psicológico. Que los posibles enemigos ahora saben que la tal “mamá bomba” existe. Cuestión un tanto relativa. Rusia de inmediato recordó que tiene en su arsenal al “padre de todos los proyectiles” y que es más poderoso que “mamá bomba”.

Por lo demás, está el asunto del transporte. Casi diez toneladas únicamente pueden ser transportadas por un grande y lento avión que podría ser derribado por cualquier avión caza. ¡Lástima que desafectamos los Pucará de la escuadrilla Nº 1! Hasta con esos se la podés dar a un elefante volador como este.

Así que no temblemos conciudadanos. No temblemos, seres humanos, no será con eso con lo que nos exterminarán.

Está listo para ello todo un arsenal atómico y enormes reservas de armas químicas y bacteriológicas que nadie más que los que las tienen puede llegar a tenerlas. No son tantos aquellos con poderío atómico: oficialmente, EEUU, Rusia, (posiblemente Ucrania, que heredó tecnología), China, Reino Unido, Francia, India y Pakistán. ¡Y Corea del Norte! Extraoficialmente, seguro Israel (de origen americano) y varios más que se hacen los tontos. No es para tanto, con únicamente dos que se trencen puede alcanzar para exterminar a todas las especies superiores. Empezando por nosotros y dejando fuera a las cucarachas, lo topos y las hormigas. ¿Quién te dice? A lo mejor, a partir de las cucarachas se podría llegar a formas superiores y menos estúpidas. No hay que perder las esperanzas.

Ciudadanos de a pie del mundo: en este, precisamente en este mundo vivimos y no hay nada que podamos hacer para que los que se han enloquecido en esta guerra fría, que en cualquier momento se caldea, entren en razón.

No recuerdo y no me importa recordar al que dijo que únicamente hay dos tipos de problemas: los insolubles, de los cuales no debemos ocuparnos por su propia naturaleza, y aquellos que tienen solución, y dado que la tienen, no son problema.

Este es el mundo y, por tanto, “el mejor de los mundos posibles”. Pangloss tenía razón, y el optimismo, pese a todo, es la única forma de vivir.

Me reservé un pequeño espacio para recordar que hemos vivido otro 14 de abril. Con el acostumbrado, vacío, empecinado y desesperado discurso del representante de las Fuerzas Armadas (en situación de retiro, por supuesto) negando las torturas, pero aceptando los “apremios”. ¿Qué se puede esperar de un anciano señor que contempla el paso de los años, desesperadamente lentos para el olvido y acelerados para su fin personal, y tiene que asumir una responsabilidad manchada y deslucida.

También fue 14 de abril para quienes iniciaron una guerra que pensaban ganar embarcándonos a todos en una especie de calesita indetenible; a lo sumo, han hecho autocrítica militar, pero no política. Cierto, no les ha ido del todo mal con la leyenda del heroísmo y la lucha por la democracia que han construido. Ha funcionado muy bien. Serían débiles “con los fierros”, pero han sido maestros en el camuflaje.

Fue 14 de abril para todos los opinólogos que bien se acuerdan del posterior 9 de febrero, pero colaboran en descentrar los ejes olvidando la responsabilidad del pachecato, su salida de la Constitución y su responsabilidad en la JUP y el escuadrón de la muerte.

Fue 14 de abril para el Parlamento, que, medroso o cómplice, votó con la unanimidad de blancos y colorados la Ley de Estado de Guerra Interna y la mantuvo luego del plazo inicial de 60 días. No sé si formalmente se derogó alguna vez. También para el Poder Judicial, que siendo todavía un poder independiente, calló y convalidó con su silencio la detención masiva, los “apremios”, las torturas y el asesinato de los compañeros de la 20ª Seccional del Partido Comunista.

Fue, es cierto, también 14 de abril para mí, y todos mis compañeros del movimiento sindical. Asumo lo que quieran cargarme, pero estábamos preparando la huelga general del 27 de junio de 1973. Y la hicimos, a cara descubierta y con todos los trabajadores.

No creo que muchos puedan sentirse tan orgullosos de haber enfrentado lo peor con mayor convicción y entrega. En la madrugada del 15 de junio de 1977, cuatro años después, me estaba muriendo colgado en La Tablada. En ese momento pensé que si me moría, ya había hecho lo que mi tiempo me había exigido. Se murió el de al lado y yo viví para seguir en lo que la Patria y el Pueblo (palabras que no uso a menudo, y menos con mayúscula) me exigían.

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