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Sociedad

Juan Ceretta: La voz de los que no tienen voz

Dice que hay pequeños gestos que pueden cambiar vidas. Sostiene que la gratitud de los humildes «es incomparable» y «no hay honorario que la sustituya». Defiende la esperanza y está convencido de que se debe militar por un paradigma de justicia «humana y sensible». No comparte la filosofía en la que se fundamenta la LUC y asegura que «borraría desde el primero hasta el último de los artículos».

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Textos: Alfredo Percovich
Producción: Viviana Rumbo

Sin pólvora ni mechas, las palabras pueden disparar munición gruesa. Con la esperanza agazapada y nulo margen de error, las madrugadas nacen heridas. Entre acotados paréntesis de cierta humanidad, la realidad exhibe -impúdica y obscena- la forma en la que la voracidad despiadada de unos pocos acapara el presente e intenta apropiarse -para los menos de todos- el futuro del resto. Un puñado esconde en bóvedas celosamente custodiadas por políticas de austeridad y discursos de la eficacia meritocrática del esfuerzo privado, todo lo que puede: las riquezas, el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, el derecho a vivir, a respirar. Así las cosas, los días transcurren en territorio globalizado donde lógicas hegemónicas se jactan del desprecio por todo aquel que no cumpla con las expectativas del mercado.

Sin embargo, la eficacia letal del discurso aporofóbico se diluye cuando se encuentra en territorio con la realidad del barrio, de tantos barrios, cuando surge el tejido solidario del latido de vereda de sueños y vida al sol. Por un lado las noticias del presente sostienen que los descartados no tienen derecho a soñar. Los reportes dicen que así está el mundo y que no busquemos más explicaciones porque las encuestas aseguran que así como estamos, casi todos somos felices. Pero cada tanto, las noticias también hablan de pequeñas enormes batallas ganadas por familias que buscaron y encontraron quién les escuchara -nada menos- y luego les acompañara en el casi siempre inhóspito, ancho y ajeno mundo de las leyes.

En espacio de ideas y reflexión, es tiempo de conocer un poco más al abogado que rompe estereotipos, derriba prejuicios y construye confianza en la justicia. Juan Ceretta nació en Montevideo, es doctor en Derecho y Ciencias Sociales, egresado de la Universidad de la República; docente del Consultorio Jurídico y de la Clínica de Litigio Estratégico en la Carrera de Abogacía; coordinador del Laboratorio de Casos Complejos en DDHH y representante por el Orden Docente en el Consejo de Facultad de Derecho.

 

¿Qué aspectos de tu infancia crees que te marcaron para ser quien sos?

Como en la mayoría de los casos creo que nuestras trayectorias de vida determinan lo que en definitiva somos. En mi caso, mis padres me marcaron por ser dos trabajadores con historias de vida sacrificadas y en el caso de mi madre, además condicionada por trastornos de salud graves desde la niñez, en tanto fue víctima de la última epidemia de poliomielitis. Mis padres siempre destacaron la importancia de valores como la humildad, la solidaridad y la honestidad, siempre fueron  cosas muy presentes. Nunca nos inculcaron una idea de éxito vinculada a lo económico. A tal punto que en nuestro dormitorio nos habían puesto un cuadrito que decía: “Que las cosas sencillas de la vida, hagan tu felicidad”. En ese sentido, mi madre siempre intentó -con poco éxito- (risas) introducirnos en su fe cristiana. Aunque hoy con otra perspectiva, creo que muchas de aquellas cosas nos fueron quedando como enseñanza. También influyó mucho el hecho de haber empezado a trabajar con mi padre de manera simultánea al liceo, como pintor de casas, y el anhelo de mis padres de que fuéramos universitarios. Recuerdo que la idea de pensar en que el resto de mi vida transcurriera en esa rutina laboral, también era un aliciente para estudiar en la universidad. A la facultad llegué un poco por descarte, pero varios años después, en el consultorio jurídico, encontré mi definitiva vocación porque aunaba el conocimiento jurídico con la posibilidad de darle una utilidad social. Luego, la madre de mis hijos, con quien compartí 23 años de mi vida, también fue una influencia determinante en el camino universitario y en la búsqueda de una utilidad social a los conocimientos adquiridos.

 

Tal vez, para muchos, la imagen tradicional de un abogado es la de un tipo serio, duro, frío, calculador, sin demasiados escrúpulos y hasta de dudosa ética. ¿Estás de acuerdo con que hay una cierta construcción social que estereotipa y ubica a los abogados en ese lugar?

Es un tema desafiante. Ese estereotipo de profesional formado en la facultad refiere a un modelo, en que el abogado debe ser un profesional aséptico, alguien que aboga por los derechos de quien lo contrate, sin importar la causa que lleve adelante. Sin embargo, en mi caso, me propongo enseñar desde otro paradigma, que permita a quienes lo deseen dejar de ser asépticos, duros, calculadores, para justamente ser abogados exclusivamente de las causas en las que creemos. Abogados contaminados -en el buen sentido- por los juicios que llevan adelante, porque los militan igual o más que sus patrocinados. En ese sentido, se engancha también con poder ser un poquito la voz de los que no tienen voz, en donde la universidad es un hermoso lugar para trabajar haciendo eso e intentando genera espacios para que se replique ese modelo de universitario, comprometido con las demandas de otros, que no vea en esta carrera solamente una buena oportunidad laboral, que piense en el enriquecimiento que podemos obtener pero que no se mide en monedas.

 

¿Hay lugar para la sensibilidad en el sistema judicial?

Me gusta pensar que hay lugar para la sensibilidad en todo lo que sea humano. En nuestro caso, lo vemos a diario en las causas que llevamos, seguramente por las cuestiones que están en juego, pero sentimos la sensibilidad de jueces, funcionarios, colegas, cada uno en su medida y a su manera. Yo creo que tenemos la obligación de militar por un paradigma de justicia humana y sensible.

 

Más allá de lo que diga la letra impresa de la Constitución y los códigos, ¿hay una justicia para ricos y otra para pobres?

Luchamos todos los días contra eso. Nuestro anhelo constante es poder poner en manos de los más desfavorecidos las mejores herramientas, tal como seguro tienen a su alcance los que se encuentran en mejor posición económica o social. Este 2021 cumplimos uno de los sueños de la Clínica de Litigio Estratégico cuando la fundamos con el malogrado Profesor Gonzalo Uriarte y que era llevar a la gente de un asentamiento de Montevideo a litigar contra el Estado uruguayo a Ginebra. Algo impensado en otros tiempos. De todos modos, en algunas áreas, como la de la Justicia Penal, sigo creyendo que muchas veces sí existe una justicia para pobres, en tanto el sistema penal es por definición selectivo y elige siempre a los mismos.

 

¿Cuánto incide en las lógicas de la justicia que estemos atravesando en la región y el mundo un escenario de cierta naturalización de discursos de odio, aporofóbicos, xenófobos y discriminadores? En mayor o menor medida, de manera evidente o sutil, ¿la justicia es permeable a los vientos políticos dominantes?

Afortunadamente tengo la percepción de que esos discursos no han permeado en la Justicia o en el Poder Judicial, pero hay que estar atentos y no creerse indemnes. Sobre todo en momentos donde actores protagónicos de la política reniegan de organismos de derechos humanos y resisten cumplir sus resoluciones, apelando a un peligroso nacionalismo.

 

¿Cuál es la gravedad y qué riesgos supone esa actitud?

Hay algunos eventos que marcan lo que te digo: en 2017 cuando Uruguay fue sometido al examen periódico que cada 5 años se le realiza a todos los Estados por el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de ONU, se le reconocieron varios avances, pero también se le reiteraron observaciones. La que viene al caso ahora decía textualmente: “El Comité recomienda al Estado que tome las medidas necesarias para garantizar la aplicabilidad directa del Pacto en todos los niveles del Sistema Judicial, reiterando la observación Nº 9 de 1998. Lo alienta a realizar capacitaciones a jueces, abogados, agentes del orden, miembros de la Asamblea General y otros actores institucionales, sobre la posibilidad de invocar los derechos emergentes del pacto ante los tribunales”. Algo similar había ocurrido con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en la sentencia Gelman. Entonces, cuando vos ves que se presenta un proyecto de ley interpretativo de la Constitución (art. 45) con el fin de recortar derechos allí reconocidos; evitar el alcance del Poder Judicial y desconocer la competencia de organismos de derechos humanos; y además te das cuenta de que el Parlamento Nacional lo va a tratar, podés sentir el peligroso camino que tomamos.

 

¿La Ley de Urgente Consideración ha hecho retroceder derechos?

Definitivamente. Y si me preguntás qué modificación le haría, te diría que borraría desde el primer artículo al último. No comparto la filosofía en que se funda.

 

¿Cómo ves los escenarios posibles en caso que haya o no referéndum y eventualmente se deroguen los 135 artículos cuestionados?

Soy por definición defensor de todas las instancias de democracia directa, pero no solo las formales como el referéndum y el plebiscito, sino también las otras, las que implican un ejercicio de democracia participativa, no meramente representativa, donde el voto cada 5 años es una especie de cheque en blanco. Por tanto reivindico que la ciudadanía utilice todos los mecanismos que la institucionalidad pone a su alcance, entre ellos, los que nosotros usamos cotidianamente llevando a los tribunales al Estado cuestionando las políticas del gobierno de turno. Si finalmente hay referéndum, militaré por la derogación, y en el caso de que no lo haya, seguiremos invocando la aplicación directa de la Constitución y los tratados de derechos humanos, en tanto garantizan derechos cuya derogación se encuentra incluso fuera del alcance del Parlamento.

 

¿Qué lugar o espacio de nuestra sociedad crees que ocupan la Clínica del Litigio Estratégico y el Laboratorio de Casos Complejos en Derechos Humanos?

Creo que para los que tienen contacto con el mundo jurídico, se vienen ganando un lugarcito, una voz que se alza. Teniendo en cuenta que en total hablamos de 4 docentes y unos 50 alumnos, estimo que vamos bien.

 

Recién hablabas de contaminarse con las causas y no ser profesionales asépticos. Más allá de los resultados de cada caso, ¿cómo reacciona tu equipo con los resultados de las causas? ¿Y la gente, los defendidos?

Es un tarea que suele ser muy gratificante cuando los resultados son los queridos y también muy dura cuando las cosas no se consiguen. Nosotros intentamos aprender de ambas cosas y transmitir eso a los estudiantes. Hay que olvidar tan rápido las victorias como las derrotas y seguir la lucha que nunca se detiene. Hay muchos casos que nos marcan mucho, a veces no son los más trascendentes para la prensa, pero son los que cambian en algo la vida de las personas, muchas veces con muy poca cosa. En cuanto a la gente, bueno, la gratitud de los humildes es algo que no tiene precio, es incomparable, no hay honorario que las sustituya.

 

¿Cómo hay que visualizar la causa de las familias desalojadas del asentamiento Nuevo Comienzo de Santa Catalina? 

Como una lucha constante en la medida en que las autoridades no buscan una solución global  al problema y tampoco cumplen con las resoluciones de la Justicia en los casos individuales. Por tanto, estamos en constante tensión.

 

¿Te sorprendió la repercusión pública que tuvo y tiene este caso?

Por supuesto que me sorprendió, pero creo que tiene una explicación: generalmente es difícil mostrar la tarea de la clínica, pero en este caso eso fue posible por la maravillosa tarea del Pata Eizmendi, que nos enseñó a abogar con una máquina de fotos, con una calidad y sensibilidad que pocos tienen.

 

¿Los casos en los que hay involucrados niños, niñas, mujeres jefas de hogar en situación de vulnerabilidad, impactan y trascienden más allá del litigio puntual de un expediente?

Los casos referidos a niños son siempre especiales. En el resto creo que siempre trabajamos con vulnerables, pero lo que es seguro es que siempre trascienden al expediente, y eso pasa de las maneras más increíbles.

 

¿Por ejemplo?

Cuando un niño te regala un dibujo donde aparecés abrazado a él. Cuando un jueves de noche luego de la clase te volvés a tu casa con un kilo de manzanas que te trajo el feriante que atendiste la semana anterior. O cuando te invitan a compartir un plato de comida en la humildad del asentamiento.

 

Hace unos días vimos el llanto y el abrazo de dos personas en Ceuta: un migrante senegalés rescatado del mar, con una voluntaria de la Cruz Roja que lo contuvo por un instante de su vida. ¿Cuántos abrazos como el de Luna y Abdou has vivido y vivirás en este camino que elegiste transitar en tu vida?

Y sí, los abrazos son la más valiosa moneda de esos honorarios de los que te hablaba recién. Y en ese sentido me siento millonario. A mí me gustaría invitarlos a pensar que esos gestos pequeños, al alcance de todos, como dar un abrazo, escuchar a alguien que está sufriendo o compartir tu tiempo con un desconocido que la está pasando mal, generan poderosos cambios, aunque en el momento pasen inadvertidos.

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