En setiembre de 1973, el juez militar Federico Silva Ledesma –quien más tarde sería presidente del Supremo Tribunal Militar durante la dictadura– se constituyó en el Batallón de Paso de los Toros. Su objetivo era avanzar en la indagatoria contra el general Liber Seregni por el presunto Plan Contragolpe, supuestamente ideado por un grupo de militares constitucionalistas, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y el Partido Comunista para resistir un eventual golpe de Estado en 1971. Para esto, el coronel Silva Ledesma interrogó, en calidad de testigo, a algunos de los “rehenes” de la dictadura: Adolfo Wasem Alaniz y Henry Engler. Estos, como se desprende de las actas, ratificaron la versión aportada a la Justicia Militar, en la que no brindaron detalles sustanciales para confirmar la existencia de ese plan, por el cual la dictadura pretendía condenar a Seregni. Así se desprende de las actas de esos interrogatorios publicadas en el libro El juicio contra el general Liber Seregni. Otro capítulo de la dictadura militar del doctor Gonzalo Fernández, que está próximo a publicarse. En esa segunda declaración, por ejemplo, Engler ratifica sus dichos anterior, pero aclara –respecto de las reuniones tripartitas mantenidas– que no conocía que militares concurrieron a las mismas “ya que en ningún momento se mencionó el nombre de ellos”. Incluso dice no tener posibilidades de reconocerlos en virtud del tiempo transcurrido y la brevedad que tenían ese tipo de reuniones. Y agrega que ni siquiera tiene la certeza de si concurrió a las mismas solo o con Wasem Alaniz, ya que por esos años “se hacían tantas reuniones”. Asimismo Engler dice no conocer personalmente ni a Rodney Arismendi ni a Jaime Pérez, quienes supuestamente participaron de esas reuniones. Pero las evasivas se intensificaron cuando el coronel Silva Ledesma le pregunta directamente por el general Seregni y su vínculo con esas reuniones. Engler dice que junto a Mauricio Ronsecof tenían que mantener un contacto con una alta autoridad del Frente Amplio y que la reunión se concretó poco antes del golpe de Estado. Pero dijo no poder individualizar quién era esa persona: “a la autoridad del Frente Amplio no le vi la cara”. Meses después, en enero de 1974, Silva Ledesma constituyó su despacho en la sede del Regimiento de Caballería Nº 8, en Melo, para recibir la declaración de Mauricio Rosencof, quien admite haberse reunido con Seregni a mediados de 1971. En esa reunión, Ronsecof afirma que Seregni “manifestó su preocupación de que el accionar de las organizaciones clandestinas pudiera perturbar el proceso electoral”. Y que sería una contribución que el MLN-T liberara al embajador inglés, Geoffrey Jackson. “Los rehenes han jugado al gato y al ratón, pero a diferencia de los cuentos infantiles, esta vez el torneo lo ganaron los ratones y no el felino. Desde el punto de vista jurídico estas declaraciones no poseen ninguna eficacia probatoria, ni contra Seregni ni contra nadie”, afirma Fernández al finalizar el capítulo. Caras y Caretas reproduce en esta edición otro de los capítulos del libro, esta vez el Capítulo IV: La indagatoria, sobre los interrogatorios del coronel Silva Ledesma a los rehenes de la dictadura sobre el Plan Contragolpe. CAPÍTULO IV: LA INDAGATORIA Ratificaciones sin careos Con la orden ministerial pertinente, la Orden de Intervención ya concedida, el juez militar de Instrucción tiene que recoger personalmente la declaración de los rehenes. Se constituye el 27 de diciembre de 1973 en Paso de los Toros para interrogar a Wasem en calidad de “testigo” y en el marco del art. 180 del Código Penal, cuyo contenido se le hace saber expresamente al deponente. Es una nueva ilegalidad, porque se trata de un detenido, que debió haber prestado declaración en presencia de su abogado defensor. Sin abogado presente ningún preso puede ser indagado. Por si fuera poco, el art. 341 CPPM prohíbe que sean testigos, salvo para simples indicaciones y al solo objeto de la indagación sumaria, a los procesados o perseguidos por razón de algún delito. Por tanto, se violenta también en este relato una prohibición probatoria específica de la propia ley militar. Wasem ratifica sus dichos, pero aclara que él no estuvo presente en el contacto que tuvo el MLN con el Gral. Seregni, sino que lo conoce por información de terceros, ya fuere de Rosencof, Marrero o Engler. No sabe dónde tuvo lugar la entrevista ni tampoco puede precisar la fecha, aunque indica que se realizó antes de las elecciones. En suma: sólo es un “testigo de oídas”, que mal puede aportar prueba alguna. También admite haber concurrido a una reunión poco antes de las elecciones, en la cual “me dijeron que iba a haber representantes de militares; yo no sé si esas personas eran militares o representantes de ellos”. El Cnel. Silva Ledesma le pregunta si los reconocería, ante lo cual responde: “Tengo mis dudas debido al tiempo transcurrido”. Tampoco recuerda ninguna característica especial que permita la individualización de ellos porque “la reunión se realizó en una habitación muy grande, una biblioteca, de noche, y la iluminación no era muy buena, además tuvimos un rato nada más”. Ostensiblemente, Wasem va licuando de sustancia su relato. Sobre el contenido de la reunión, el rehén reitera la misma versión: “El hecho circunstancial que motivara la reunión era consultarnos sobre la concertación de un acuerdo acerca de la participación de la organización en un posible contragolpe en caso de que se intentara desconocer el resultado electoral o la realización de las elecciones mismas. El fin de este contragolpe sería restituir la legalidad, ya sea que se realizaran las elecciones o, en caso de que se realizaran, garantizar el resultado de las mismas. Fuera de estos fines no era posible ningún tipo de acuerdo y la condición final que se ponía era que el MLN aceptara que la conducción de las operaciones estuviera en manos del sector de militares. De no aceptarse alguna de las condiciones puestas, no habría posibilidad de acuerdo. Nosotros, después de escuchar, nos retiramos para consultar con la Organización y yo no recuerdo bien si concurrí a una segunda reunión en la que la Organización comunicara su resolución”. Engler también ratifica su anterior “ampliación de acta” el 27 de setiembre de 1973, pero aclara –respecto de las reuniones tripartitas mantenidas– que “yo no sé el nombre de los militares que concurrieron, ya que en ningún momento se mencionó el nombre de ellos”. El juez quiere saber si podría reconocerlos, pero el rehén se acoge a la sempiterna fragilidad de la memoria: “Debido al tiempo transcurrido –fue antes de las elecciones– y a la brevedad de las reuniones, me parece difícil reconocerlo”. En la misma línea evasiva, no menciona ninguna biblioteca y refiere que la reunión se celebró en un comedor. Por añadidura, manifiesta que no puede individualizar el lugar donde la misma se llevó a cabo “por haber interés de las personas que me llevaron de que no conociera el sitio”. Es evidente que la declaración procura proteger a terceros todo lo más que se pueda, a tal grado que Engler dice no tener certeza si fue solo o con Wasem a la entrevista,“ya que en esa época se hacían tantas reuniones”. De todas formas, el Cnel. Silva Ledesma no se conforma con la debilidad mnémica de Engler y continúa interrogándolo para saber quién sugirió esa reunión. El preso le responde que “tengo entendido que el Partido Comunista hizo llegar a través del secretariado de la organización la posibilidad de esa reunión”. No muestra reticencia, en cambio, cuando se le pregunta quiénes integraban la Dirección del MLN en aquel momento, pues el declarante ya sabe que están todos presos y harto identificados: “Estábamos Rosencof, Wasem, Marrero y yo. Tratamos el tema y resolvimos que debíamos ir yo y no recuerdo exactamente si también me acompañó Wasem”. Parece ser un especialista en entreverar la baraja, porque sólo admite que él conocía a un militar cuyo seudónimo era Claudio, pero no sabía el nombre verdadero y, además, este no estaba entre los participantes de la referida reunión. Como sí sabe lo que está en juego en el interrogatorio e intuye que el instructor lo lleva a terreno resbaladizo, Engler puntualiza que “en realidad, lo específicamente militar, referente a división de zonas y de coordinación lo planteábamos nosotros y los militares adoptaban una posición muy recelosa, sin comprometer opinión, más bien escuchaban”. El juez parece desconcertado. El preso aprovecha la ocasión y se despacha. No puede precisar el lugar de la reunión y “en cuanto al nombre de Arismendi y Jaime Pérez, yo no los conozco personalmente, sí sabía que eran autoridades del Partido Comunista y posteriormente se comentó que podían ser ellos”. El juez militar le pregunta a boca de jarro por el Gral. Seregni, que es el objetivo principal, el plato fuerte, pero Engler vuelve a escurrir el bulto: “En la Dirección Central se planteó el tema de un contacto con una alta autoridad del Frente Amplio y se resolvió en la Dirección que debíamos ir Rosencof y yo”. Agrega que la reunión se realizó poco tiempo antes de las elecciones, en la época en que se realizaron todos estos contactos. Pero al momento de tener que individualizar a los participantes, responde que “a la autoridad del Frente Amplio no le vi la cara”. El interrogador le repregunta cómo sabe entonces que se trataba de una autoridad del Frente Amplio si no la pudo ver. Engler responde abrigado por la lógica aristotélica: “Porque en el contacto se especificaba que la persona que concurriría sería una autoridad del Frente que iría a plantear problemas de importancia”. La descripción que hace de la reunión es de antología: “Recuerdo que entramos y había una habitación en penumbra donde nos recibió una persona que nos invitó a pasar. Me llamó la atención lo poco iluminado del ambiente, que se ve que estaba previsto para no distinguir bien a las personas. Al ver esto yo mantuve una actitud en consonancia y traté de no mirarlo. La reunión no fue cordial y, más que una discusión, la persona trató de imponer en forma imperativa sus puntos de vista. Al salir con Rosencof comentamos el tono poco cordial y áspero de la reunión y hablamos sobre la posibilidad de que esa persona fuera el Gral. Seregni, ya que su actitud fue de no mostrar la cara. Recuerdo que en la Dirección se comentó fundamentalmente la actitud poco cordial de esa autoridad del Frente Amplio con nosotros”. El 8 de enero de 1974 el juez militar de Instrucción dispone constituir despacho en el Penal de Libertad (Establecimiento Militar de Reclusión Nº 1), para tomarle declaración –nuevamente sin abogado y en calidad de testigo– al preso Donato Marrero. Marrero es lacónico. Admite haber ido con Rosencof a una casa “que supongo era la del Gral. Seregni”, porque “yo fui compartimentado, es decir que no sabía a qué lugar iba”. Recuerda que el hecho tuvo lugar unos meses antes de las elecciones, en 1971, pero no tiene claro si se trataba de una casa o de un apartamento, en la zona de la Facultad de Arquitectura. Sobre la reunión en sí misma, Marrero expresa que fue una reunión corta. Además –argumenta– “estamos en el año 1974, la reunión fue en 1971, por lo que muchos detalles no los recuerdo, pero al general le interesaba conocer nuestra opinión sobre el acto electoral. Además marcó las diferencias que él tenía con los tupamaros. Para él, la más marcada, que todo acto fuera de la Constitución era ilegal y que por lo tanto debía condenarse”. También recuerda que se trató el problema de la doble militancia: “Él planteó de que con eso se perjudicaba al Frente Amplio y que si se perjudicaba al Frente Amplio, nos iba a considerar sus enemigos”. En lo concerniente a la reunión con Zelmar Michelini, Marrero la sitúa también antes de las elecciones de 1971, cuando “tratamos más o menos los mismos temas que con el general Seregni; la reunión se hizo en una casa que no puedo precisar el lugar”. Por último, el 9 de enero de 1974 el juzgado constituye despacho en la sede del Regimiento de Caballería Nº 8, en Melo, para recibirle declaración a Rosencof. Este admite haberse reunido con Seregni, una vez junto con Engler y otra junto con Marrero, a mediados de 1971. “La citación” –dice– “la recibimos en Punta Carretas, por correspondencia que manteníamos con la Organización desde Punta Carretas”. A Rosencof también lo traiciona la memoria –como a los demás– porque cree que “el local al cual concurrimos estaba en los alrededores y próximo al Club Defensor en Pocitos, no pudiendo precisar si era una casa o un apartamento”. Insólitamente, el juez no sabe qué más preguntar y se limita a indicarle al rehén que “prosiga con su relato”. Entonces Rosencof prosigue, en la misma línea exculpatoria de sus compañeros: “El Gral. Seregni manifestó su preocupación de que el accionar de las organizaciones clandestinas pudiera perturbar el proceso electoral. Le manifestamos que entendíamos que dichas organizaciones operaban con sentido político y que sabíamos que el MLN, en particular, de ninguna manera tenía intención de perturbar el proceso. Comentó el Gral. Seregni que sería una buena contribución a la pacificación si la Organización que tenía recluido al embajador inglés decidía liberarlo. Comentamos que podría ser una contribución interesante”. Ese comentario, expresado casi en tercera persona y en condición de analista político, se explica de inmediato porque Rosencof añade que, si bien él concurría por el MLN, “debo precisar que en ningún momento precisamos nuestra condición de tales durante las reuniones”. Agrega que “nunca quedamos en volver […] incluso tengo idea de que en una oportunidad el MLN quiso establecer entrevista con el Gral. Seregni y no obtuvo respuesta”. Previsiblemente, el Cnel. Silva Ledesma desea saber más detalles, pero se queda con las ganas. El detenido le manifiesta que “dado el tiempo transcurrido, no recuerdo ningún detalle especial, y prácticamente hemos mantenido entrevistas con todos los sectores políticos, con integrantes, por lo que es imposible recordar detalles de lugares”. El juez militar quiere averiguar acerca de la entrevista con el “exsenador Zelmar Michelini”. Obtiene como respuesta que con él se encararon temas en torno a la situación política del país y a las elecciones en general. Con Arismendi y Jaime Pérez los temas versaron sobre la situación política del país y “las diferencias violentas que al nivel de frente de masas se daban entre los militantes del Partido Comunista y los denominados de la “tendencia” (26 de Marzo, anarquistas, nacionalistas, etc.)”. Los rehenes han jugado al gato y al ratón, pero a diferencia de los cuentos infantiles, esta vez el torneo lo ganaron los ratones y no el felino. Desde el punto de vista jurídico estas declaraciones no poseen ninguna eficacia probatoria, ni contra Seregni ni contra nadie. Martínez Moreno lo denuncia sin remilgos: “Los ‘testigos’ iniciales de cargo, en función de cuyos dichos se procesó a Seregni, están presos, estaban ya presos desde antes y sometidos a condiciones de máxima seguridad en distintos cuarteles del interior de Uruguay. Figuran en la categoría de lo que se conoce como ‘rehenes’ y las razones alegadas para mantenerlos confinados en el aislamiento total y ferozmente cruel inciden sobre el punto mítico de la seguridad del Estado. Hasta ellos llegó un juez militar, elegido a esos fines no se sabe por quién, y los interrogó. Con sus dichos no cotejados y contradictorios se edificó la base de un primer cargo. Lo importante aquí no es lo que hayan dicho, sino cómo lo hayan dicho, en qué condiciones de trato y con cuál posible etapa ulterior de verificación. ‘Con ninguna’, respondió categóricamente ese juez, ante el reclamo de los abogados de Seregni: no podía traérseles al juzgado a fin de que la defensa los repreguntase por virtud de las mencionadas razones de seguridad; no podían ser entrevistados en sus prisiones por lo mismo; Seregni no podía ser confrontado a ellos porque, además, un general de la nación no podía ser paseado por celdas ajenas”. Es que, en puridad, todos son presos maltratados hasta el cansancio, declaran sin presencia de sus defensores, no pueden ser careados. Son, al fin y al cabo, meros “rehenes”, cuyo peculiar calificativo –otra vez la semejanza– hace evocar al concepto de “vida sin valor de vida”, acuñado en su época por el nazismo.
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