Entre los grandes amigos de Wilson, uno se llamaba Julio Castro. Un maestro, en el sentido literal de la palabra. También en el metafórico. Este año se cumplen 80 años de la fundación de Marcha, que los encontró juntos a Wilson con 20 años y a Castro con cerca de 30, pero ambos fueron fundadores. La diferencia de edad no impidió la cercanía cuando ambos votaron la Agrupación Demócrata Social, que lideraba Carlos Quijano.
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Durante los años de dictadura Wilson se fue al exilio y Julio Castro se quedó. Hacía mucho más de lo que sabíamos. Junto a otro gran patriota, el almirante Level, hacían un trabajo muy importante. Cuando la embajada de México se transformó, a partir del 75, en el refugio más seguro para los perseguidos, ellos jugaron un papel muy especial. El recordado embajador Muñiz ya no daba abasto. Ambos acordaron con él ciertas claves. Le llamaban uno o el otro y Muñiz ya sabía dónde estaban y que les acompañaba un luchador que no podía llegar a la sede diplomática sin ser detenido. Paradigma de la resistencia y la solidaridad.
La policía se enteró, lo secuestró y lo mató de un tiro en la cabeza. Pero tardó mucho en saberse. Me tocó a mí junto al director de la WOLA rev. Joseph Eldridge, denunciar el caso ante la Ciddhh de la OEA. El gobierno uruguayo respondió que se había ido para Argentina en el vuelo 164 de Pluna. No era creíble. ¿Qué iría a hacer sin avisar a nadie? ¿Y la Indio amarilla en la que salió de su casa? (camionetas made in Uruguay de moda en la época). El libro de Pablo Méndez sobre J. Castro narra el episodio.
La versión generaba más dudas que certezas. Pero (aún no existía la Corte de DDHH) la Comisión actuaba por entonces como asesora, sin mandato vinculante. Un gran paso es que podía recibir denuncias de privados y por un caso individual dar traslado a las autoridades del país denunciado. Eso fue lo que hicimos con Eldridge. Pero claro, el sistema reposaba, al ser un organismo multilateral, en la presunción de la buena fe del Estado miembro al evacuar una denuncia.
Sin embargo, con Eldridge resolvimos insistir. Después, se supo que ese vuelo nunca había salido por mal tiempo. También luego se supo que a bordo iba un amigo de Julio y sabía, por tanto, que no estaba en el frustrado vuelo. La Ciddhh de la OEA no podía decir “no le creo”. La presidía el prestigioso jurista venezolano Andrés Aguilar. Lo visitamos y le dijimos que era mentira. Y pasó algo increíble. Leyó dos veces la respuesta uruguaya, nos miró a los ojos y nos dijo: “Les creo a ustedes”. Se confirmaba un paradigma de la mentira como modo de eludir responsabilidades en crímenes de lesa humanidad.
Pero, ¿qué se podía hacer? Formalmente, él no podía decir: “Le creo más a un exiliado de una organización de derechos humanos que a un Estado miembro. Entonces, tramamos algo muy secreto. Sin referir al caso, ni limitarse a ese día ni a esa vía de ingreso, mandó un oficio a la Dirección de Migraciones de Argentina. Pedía la lista de ingresados a su territorio en esa semana. La lista llegó: Julio Castro no estaba en ella. La Ciddhh elevó un informe al Consejo Permanente y este a la Asamblea General. El hecho terminó en que me ligué en una Asamblea de OEA un puñetazo de un tal coronel Bonifacio, seguido por el abandono de Uruguay de la reunión. Julio Castro, paradigma: primer ciudadano de América en ser reconocido como “desaparecido” por un organismo internacional.
Desde entonces Wilson nunca dejó de citarlo: el desaparecido emblemático.
Pasaron los años. Declaré en la causa judicial que se abrió para esclarecer los hechos. El juez ordenó la fotocopia de mis agendas. Acá tengo conmigo los diarios bolivianos durante una de las AG de la OEA que titula: “Uruguay debuta en la diplomacia de los puñetazos en la OEA”. No sé cuántas veces viajó el rev. Eldridge a participar de eventos reclamando por Julio Castro, paradigma de la denuncia internacional.
Cuando asumió el presidente Batlle, quizás con la mejor voluntad, creó la Comisión de la Paz. Esta concluyó que se le dejó de dar un medicamento y falleció por ese error. Se preservó el nombre del informante. Un día, en un lugar que solo yendo se puede tener una idea de lo que hablo, apareció a metros de la vía del tren en un bosque con un tiro en la cabeza. Tengo sobre mi mesa de trabajo una piedrita de la vía, una madera del árbol que plantaron en el lugar y un trozo del cemento conque le habían cubierto. Julio Castro, paradigma de que no es otra que la Justicia la que puede determinar las responsabilidades.
La semana que termina, la Junta Departamental aprobó por unanimidad una moción presentada por el Frente Amplio para homenajear a Wilson. En cambio, otra moción de homenaje en una plaza a Julio Castro no fue aprobada. El Partido Colorado se retiró de sala y la del PN votó en contra, tras una consulta a las autoridades nacionales. Siento mucha vergüenza. El mejor homenaje a Wilson es reconsiderar la votación y actuar con la grandeza que en el acierto o el error tuvo el caudillo a lo largo de su vida.