Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Anacronismos y vicios de jurar la bandera

Jurar o no jurar, esa es la cuestión

Por Leonardo Borges.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

El pabellón patrio flamea orgulloso en la mañana del 19 de junio. La expectativa se hace presente en los liceos públicos y privados de todo el país. Muy temprano, alumnos pertenecientes a primer año liceal se colocan en fila mirando hacia adelante. Así, como un batallón militar, sin hablar, estáticos, con la solemnidad del caso. Ellos se preparan para jurar fidelidad a la bandera nacional, al pabellón patrio. Y después de aquel acto, por la fuerza de las palabras, se convierten en uruguayos de verdad. Seguramente quien lee estas palabras estará en este momento negando con la cabeza. ¿Cuál es entonces la función de este acto?

La jura de bandera se repite en las instituciones del país desde 1940, fecha en la que fue promulgada dentro de la Ley de Instrucción Militar. Una ley todavía vigente, a pesar de que solamente se cumplen dos de sus artículos. Estoicos han sobrevivido al paso del tiempo. Tal vez la ley en sí misma sea anacrónica, se haya convertido en un cascarón vacío, pero no dos de sus artículos. Los anacronismos y los vicios de la jura aparecen incesantemente en un país que sueña con ser tolerante, a pesar de que cuando uno toca determinados fibras, determinados temas, como los concernientes a los símbolos patrios, un velo de alquitrán cubre al mensajero.

1. Uno de los anacronismos más claros de este acto comienza justamente un 19 de junio de 1764, fecha en la que nacía José Artigas, líder de la Revolución Oriental. Un hecho bélico que se llevó adelante entre 1811 y 1820 y que culminó con la derrota de las fuerzas artiguistas a manos de los lusobrasileños y con la posterior ocupación de la Banda Oriental. Primeramente, vale decir que la revolución fue oriental y no uruguaya, precisamente por que el gentilicio no existía, Artigas jamás lo utilizó pues ni siquiera lo conocía (más allá de la denominación de un río). Por tanto, hablamos de la orientalidad, pero ser oriental no tiene sentido sin las demás provincias del Virreinato del Río de la Plata. Así lo sostenía el mismo José Artigas, quien nos habla de la independencia de una región, no de una nación, concepto que todavía no estaba claro en aquellos protagonistas. La Gaceta de Buenos Aires, en 1815, publicó una reveladora definición de nación, que en cualquier caso, nada tiene que ver con la actual definición: “Una nación no es más que la reunión de muchos pueblos y provincias sujetos a un mismo poder central”.

Aquellos hombres buscaban como norte la antigua unión virreinal modificada políticamente en pro de la soberanía particular de los pueblos. Buenos Aires centralista y la otra opción, la artiguista, inicialmente confederal.

Más que anacrónico sería hablar de la relación entre Uruguay como realidad política independiente y las ideas artiguistas. Las circunstancias fueron, tal vez, las que generaron los países, las balcanizaciones caprichosas posteriores. Más que atinada la afirmación del historiador argentino Tulio Halperin Donghi: “La revolución destruyó lo que debía ser el premio de los vencedores”.

Otro punto sería el de la relación entre el orientalismo y el nacimiento de la nación uruguaya. Vale decir que la misma nación oriental, con los preceptos modernos que este concepto trae consigo, no existe. Las mentalidades del nuevo mundo navegan entre el derecho hispano y el indiano. Sus preceptos, más que individualistas (ciudadanía), son corporativos (de comunidad, cabildo y provincia). Y su concepto de nación es más un conjunto de pueblos, villas y ciudades bajo un mismo mando que un concepto abstracto unificador (con aditamentos étnicos y, sobre todo, históricos). Primeramente, la “nación” tiene tras de sí una historia común que da identidad, mas los pueblos son una comunidad presente. La historia de la Banda Oriental es la que comparte con las demás partes del todo, del virreinato. De esta manera veremos a Artigas hablando constantemente de los americanos del sur.

Dentro de la unidad, también hay cierta fragmentación en pequeñas unidades comunitarias, ciudades, pueblos, villas, caseríos, pero, además, en regiones más o menos compactas, como la Banda Oriental o Entre Ríos. En una instancia, porteños y orientales son iguales, españoles americanos, platenses. A veces se diferencian, pero no por una cuestión de nacionalidades ni por aditamentos étnicos. Ni siquiera existe el término y ni siquiera hay una preocupación por la diferenciación étnica o histórica.

Argentina, no como Estado nación moderno, sino como representación del virreinato, es el norte que siguen los revolucionarios. Incluso después de Artigas (quien supo traducirlo en su pensar), en los orientales yacía aquella concepción. Leonardo Olivera, Eugenio Garzón, F.J. Muñoz, entre otros, se llamaban a sí mismos como “argentinos”, sin desmedro de su orientalidad. ¿Cómo explicar entonces la proclama de Fructuoso Rivera, “la Gran Nación Argentina de que sois parte”, o el título con que se proclamaron Lavalleja y Rivera en 1825, “jefes de las tropas de la Patria en la Banda Oriental”? ¿Cuál es entonces esa patria? ¿Las provincias del Plata? Pero ni el concepto que manejan de patria puede ser tomado desde una concepción moderna ni esto va en desmedro de la Banda Oriental como comunidad. Como tampoco la declaración de Joaquín Suárez, quien, siendo gobernador provisorio, el 1° de noviembre de 1826 decía: “La Provincia Oriental ha pertenecido siempre de derecho a la República Argentina […]”. Y, nuevamente, el 17 de abril, pero de 1827: “Orientales, jamás desmerecisteis pertenecer a la República que os ha salvado”.

Otro tema de orden cronológico. La revolución se da entre 1811 y 1820 y la independencia uruguaya, entre 1825 y 1830. Al momento de la independencia, Artigas estaba en Paraguay, no quiso volver y murió en tierra guaraní. ¿Por qué? Un gran signo de interrogación y muchas hipótesis.

Fueron sus exlugartenientes quienes habrían de marcar los caminos de la patria desde entonces. ¿El artiguismo había triunfado en 1825 y 1830? El ideario artiguista está relacionado con ideas corporativas de unión, confederación, soberanía (dentro de la lógica aglutinadora), comercio interprovincial, más un desarrollo común. ¿Son esas las ideas que triunfan en la revolución del 25 o en la constitución del 30? Sólo hay que echarle un vistazo a las declaraciones de Rivera, Lavalleja u Oribe después de 1820. Son lapidarias para el caudillo, dado que era políticamente incorrecto ser artiguista en 1825. Aquello no era una continuación al proceso gestado en febrero de 1811.

Comencemos por el principio: Manuel Oribe fue el primero de los caudillos que luego hicieron historia al separarse de Artigas. Ya para 1817, justifica su retirada aduciendo no querer “servir a las órdenes de un tirano que, vencedor, reduciría el país a la más feroz barbarie y, vencido, lo abandonaría al extranjero”. Es extremadamente elocuente en sus dichos y vislumbra un futuro de abandono.

Por otro lado está Juan Antonio Lavalleja, quien peleara en filas del artiguismo mucho más tiempo y con más convicción que el primero. Fue este pilar fundamental de la revolución de 1825, que, a la postre, llevó a este territorio a la independencia. Lavalleja, luego de la derrota de las fuerzas artiguistas, prosiguió con su levantamiento en contra de los invasores. ¿El espíritu artiguista guiaba sus acciones? Esta es una cuestión que ha quitado el sueño a más de un historiador y que ha sido abordado desde varias aristas. Pero podríamos hurgar en el mismo Lavalleja y preguntarle qué pensaba él mismo de tal afirmación. Nos apoya la contestación del caudillo a Carlos María de Alvear, fechada el 18 de julio de 1826. En dicha carta, Lavalleja responde al porteño ante la comparación que hiciera este de su persona con la de Artigas: “El general que suscribe no puede menos que tomar como un agravio personal un parangón que lo degrada”. Contundentes las declaraciones del caudillo, quien se encontraba en medio de la guerra contra Brasil. Es así que uno de los lugartenientes subordinado del artiguismo trata de desligarse de la figura de Artigas.

Por último, uno de los lugartenientes más cercanos al caudillo, Fructuoso Rivera; el segundo en importancia, amén de los resultados que consiguió luego del exilio de Artigas. En los momentos de la derrota del artiguismo en junio de 1820, se refería a él, justamente ante Francisco Ramírez, de esta manera: “[..] Para que el restablecimiento del comercio tan deseado no sea turbado en lo sucesivo, es necesario disolver las fuerzas del general Artigas, principio de donde emanarán los bienes generales y particulares de todas las provincias, al mismo tiempo que será salvada la humanidad de su más sanguinario perseguidor. Los monumentos de su ferocidad existen en todo este territorio”.

Por último, hablar del mayor anacronismo, el que hace que juremos una bandera con un diseño totalmente diferente a cualquier bandera que tuvo relación con Artigas. En resumen, los anacronismos del 19 de junio como fecha de jura de la bandera rompen los ojos. Desde la misma bandera, las fechas y el desconocimiento de las ideas de Artigas y su relación con Uruguay.

2. Ley de Instrucción Militar, 20/VII/1940, Art. 28: “Todo ciudadano natural o legal está obligado a prestar juramento de fidelidad a la Bandera Nacional en acto público y solemne. La Universidad y la Enseñanza Secundaria así como todos los institutos privados de enseñanza secundaria y profesional dispondrán que en sus respectivos locales los alumnos presten ese juramento en idénticas condiciones. El Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social no expedirá títulos profesionales o técnicos sin que el interesado acredite en forma el cumplimiento de esa obligación”. (Subrayado nuestro).

No sólo es un acto obligatorio (público y solemne) del que nadie puede escapar, sino que el no acatamiento del mismo trabará el posterior desempeño en el sistema educativo y en el mundo laboral. Vale decir que se obliga a un menor de edad, o sea a un individuo que tiene la ciudadanía suspendida, que está en cuidado de quien detente su patria potestad. Entonces se le debería preguntar a este mayor sobre lo que jura o deja de jurar el niño. Pero es algo tácito y no se pregunta, sólo se lleva a cabo esta práctica. Pero más aun. Si ese niño no tiene potestad para firmar un contrato o aparecer como titular de un bien, elegir ni ser elegido, este niño no tiene derechos políticos como mayor. Entonces ¿por qué tiene una obligación política? Buscando las raíces del juramento, nos encontramos con el senador herrerista Eduardo Víctor Haedo, quien agregó al proyecto original esta jura de bandera, pues no estaba en el proyecto inicial. Pero más que elocuentes las palabras del miembro informante del senado, José Williman, quien ante una discusión no muy importante en aquella sesión del 1º de julio de 1940, responde al senador Vázquez Varela, de manera contundente: “No, señor senador Vázquez Varela. El segundo inciso dice ‘que es sus respectivos locales los alumnos presten juramento’. ¿Cuál es el juramento? Aquel a que se refiere el primer inciso, que dice: ‘Todo ciudadano natural o legal está obligado a prestar juramento de fidelidad a la Bandera Nacional en acto público y solemne’. De manera que los que no son ciudadanos no están incluidos en el segundo inciso”. Claro y contundente el senador informante en el espíritu de la ley, por el que no estaba el juramento pensado para menores, sino para mayores de 18 años (reservistas).

Además de esto, se le obliga a un menor a jurar algo que no entiende. Una abstracción tan grande como los conceptos de patria o, más aun, nación. Entonces es ilegal hacer jurar a un menor y deja de tener validez cierta este tipo de actos. Por ejemplo, si a un niño en el medio del juramento se le ocurre decir “no, no juro”, no va preso al INAU, y más allá de algún rezongo (si lo escuchan), esto no traerá mayores consecuencias inmediatas.

3. Pero volvamos al acto. La jura, en sí, es un acto de tipo militar. Las filas de jóvenes, las banderas y el grito al unísono son rasgos que bien parecerían un desfile de los fascistas italianos en la época de Mussolini. Cualquier desfile o muestra de poder fascista se llevaba adelante de esta manera. Es más, dicho régimen basa su poder en un sistema de creencias nacionalistas al extremo, que tienen su típico ejemplo en el amor a los símbolos.

Dos temas vale plantear. Esta ley nace en 1940, durante la presidencia del general Alfredo Baldomir (había sido presentada en tiempos de Gabriel Terra por el general Alfredo Campos), en medio de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, la Ley de Instrucción Militar Obligatoria nace en medio del hecho bélico más importante del siglo XX. Sería entendible (con salvedades) apelar al nacionalismo en época de guerra, en la que el mundo vive una situación extrema. ¿Pero qué tan entendible es hoy, qué tan eficaz y a qué responde?

Hoy día es muy fácil hablar del nazismo o el fascismo con la perspectiva del tiempo y los resultados. Pero ¿qué significaba ser fascista en 1938? Esa es una pregunta que quizás nos pueda llevar a entender algunas posturas nacionalistas de aquellos protagonistas. Dicha ley nace en el gobierno de Baldomir, quien intentaba diferenciarse de su cuñado Gabriel Terra. Pero la Asamblea General que votó la ley contaba con diputados terristas y herreristas en su mayoría (pensemos en la abstención de batllistas y nacionalistas independientes); el Senado, bajo el sistema del “medio y medio”, estaba compuesto por 15 terristas y 15 herreristas.

Ahora bien, estos dos personajes, Terra y Herrera, líderes de sus sectores, demuestran un pensamiento especial dentro del mundo de entreguerras. Quizás eso pueda explicar ese tenor nacionalista excesivo de la jura de fidelidad. Primeramente, un hombre como Herrera, nacionalista antiimperialista, con una posición estratégica neutral con respecto a la guerra. Por otro, ¿cuál será la relación entre los terristas y el fascismo? Podemos plantearlo en dos vertientes. Su ideología por un lado y su relación de hecho con los regímenes.

Primero. Para el 7 de febrero de 1933, Terra organizó un “marcha hacia Montevideo”, al igual que el Duce la organizó hacia Roma. La ruptura de Uruguay con la URSS denota un marco derechista del gobierno terrista; el Código Penal, basado en el italiano, instituía delitos contra la seguridad del Estado. En 1933 Terra elogió a los camisas negras del Duce. Los logros económicos de la Italia fascista deslumbraron a un Terra que hablaba de la “admirable Italia fascista” en su diario El Pueblo, el 27 de mayo de 1935. Sobre el siguiente punto, decir que uno de los pilares fundamentales de la política exterior del terrismo fue la simpatía a los regímenes totalitarios de Alemania e Italia. Primeramente, la recolección de fondos del ministro italiano en Uruguay, Mazzolini, en la colonia italiana para financiar la invasión a Abisinia (hoy Etiopía). Tras la condena de la Sociedad de Naciones, la actitud de Uruguay fue tibia ante la invasión. Por último, los convenios comerciales con la Alemania nazi en 1933, que favorecieron la construcción de la represa hidroeléctrica del río Negro. Más que claro. En 1938 Adolf Hitler condecoró con el Águila de Oro a los ministros uruguayos de Obras Públicas, Martín Echegoyen, y de Relaciones Exteriores, José Espalter. Pensemos entonces que antes de la guerra, e incluso en los primeros tiempos (en los que el eje comenzó triunfando), simpatizar con los regímenes no significaba lo mismo que hoy, con las cartas jugadas y los crímenes bien claros. Además, los éxitos económicos de estos avivaban la llama. Y el nacionalismo y el amor a los símbolos eran moneda corriente en dichos gobiernos. El período entreguerras, como bien lo plantea Eric Hobsbawm, se basaba en el nacionalismo y la casi neurótica apelación a los símbolos. Escribe el historiador británico en su Historia del siglo XX: “Agitar una bandera nacional era una forma de adquirir legitimidad y popularidad”.

En resumen, los anacronismos de la jura de la bandera rompen los ojos, en una sociedad que se ciega en su ideal democrático y tolerante, pero que lleva adelante un acto cuasi fascista, ahistórico y sostenido en parámetros oxidados y de otros tiempos.

La fecha, la bandera que se jura en ese día, la ilegalidad de obligar a jurar a un menor, obstaculizarle su futuro desarrollo; haber sido promulgada en una instancia extrema de guerra (que hoy ya no existe) y ser una práctica anacrónica, ultranacionalista, de amor a símbolos, a trozos de tela, a los que debemos respetar, pero no endiosar.

Básicamente, ¿necesitamos hoy, siglo XXI, jurar un trozo de tela para ser uruguayos? Creo que esta es una pregunta que debemos hacernos de aquí en adelante para saber quiénes fuimos y, más que nada, quiénes queremos ser.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO