Textos: Alfredo Percovich
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Producción: Viviana Rumbo
Vivian habló de básquetbol, machismo, familia, derechos humanos, hambre, dolor y justicia. Es la antítesis más distante de todos los mundos de la frivolidad.
Nació en un barrio donde el lujo fue un albur, con el corazón porfiada y decididamente mirando al sur. Rodeada de hermanos, pelotas y redes, creció peleándole a la vida cada baldosa y cada pisada entre madera y tablón, de juegos y vida al sol. Latido de vereda, gastó suelas y pantalones cortitos correteando entre leyendas, mitos, futuros murguistas y pasados basquetbolistas del Paysandú de su alma y del Urreta del barrio de la adolescencia. Hincha de Buitres y Vela, de cumbia y rocanrol. Ama con fuerza de madre de confianza indestructible, que amorosamente acompaña cada logro, cada palabra y cada avance de su hijo Mathías.
No tuvo problemas en expulsar a toda una tribuna del estadio Juan Francisco Canil, aquella jornada en la que unos cuantos la insultaban por algún fallo discutido. Afuera y calladitos, los sacó y siguió arbitrando con total normalidad un simple partido de básquetbol de formativas que marcaría a fuego su historia y explicitó cual es su visión de los límites que pueden ser admitidos en una cancha, ciertamente más difusos, menos visibles, culturalmente vinculados a la lógica del poder, la turba y las presiones externas.
¿Todo lo que te rodea tiene semblante de barrio?
Sí, es así. Nací en La Blanqueada, mi papá era funcionario de OSE, mi mamá ama de casa, re luchadores los dos, de una constancia fenomenal. Somos seis hermanos que nos criamos viéndolos salir adelante a puro esfuerzo cotidiano. Eso nos marcó. Tuvimos una preciosa infancia. Recuerdo salir de la escuela o el liceo, dejar las cosas y salir volando al Club Paysandú. Por eso el básquetbol está en mi vida desde mi infancia, con mis hermanos, mis hermanas, practicábamos y si podíamos nos pasábamos todo el día en el club.
Hay mucha gente que no recuerda haber tenido una infancia feliz.
Yo sí, felizmente la tuve. Familia grande, abrazos y risas. Mi casa era la casa del pueblo (risas), siempre había un amigo, nunca estábamos solos, no hubo en todos esos años un almuerzo o una cena de los ocho solos, siempre había algún amigo nuestro. A mis padres eso les encantaba. Ahora con los años, mi papá ya no está, falleció, pero cuando nos juntamos en familia lo recordamos y hablamos de eso. Si nos habrá marcado que aún hoy mantengo mis amigas que conocí cuando tenía cuatro o cinco años. Nos vemos poco, pero nos queremos como si fuera el primer día y cada vez que nos encontramos sentimos que todo está en su lugar, como intacto.
Hasta hace poco trabajaste en una panadería.
Si, también trabajé en una fábrica textil durante seis años y después en dos panaderías. Atendía público, limpiaba, hacía la caja, de todo. La última fue especial porque se trataba de una panadería sin elaboración, era una sucursal y yo la única empleada. Me pasaba todo el día sola. Fue una linda experiencia, todo un aprendizaje.
¿Te costó ser madre y árbitro?
Sí claro, porque los tiempos nunca alcanzan y al principio no teníamos locomoción. Me acuerdo que tenía que llevar a Mathías a lo de mi madre los viernes porque los fines de semana trabajaba y arbitraba. Entonces se lo dejaba los viernes y lo pasaba a buscar el domingo a la noche. Fueron momentos difíciles y ahí me di cuenta que no podía hacer todo. Después cuando salí de la panadería recibimos el diagnóstico de Mathías y su discapacidad intelectual, con retraso en el desarrollo global y TEA. No es mucho, tiene aproximadamente dos años de retraso y eso nos implicó que lo lleváramos a muchos especialistas, con apoyo de la mutualista y el BPS que colabora con profesionales de fonoaudiología y psicomotricidad.
¿Educación pública o privada?
Va a la escuela México. Por suerte hace dos años lo cambiamos a la escuela pública donde obtuvimos una excelente inclusión, que en el colegio privado no ocurrió. Acá en la escuela pública fue fenomenal la disposición, la capacitación de las maestras, hasta la directora se capacitó para tener un mejor contacto con el niño. Fue y es algo realmente fenomenal, conmovedor. Ahora le hicieron una evaluación para poder empezar también una escuela especial, una educación compartida entre escuela especial y común. Estamos terminando la evaluación y con los informes podrán brindarle mejores herramientas en el futuro. Si aprende a leer, a escribir en determinado momento, será cuando él pueda madurar esa parte. Yo creo que cuando pueda leer y escribir se le van a abrir un montón de puertas.
¿Hemos evolucionado o seguimos siendo discriminadores con las niñas y los niños con discapacidad?
Cuesta. Te das cuenta que con sus pares niños y niñas la inclusión es fenomenal, pero los adultos a veces son el problema. Es un cambio de cabeza el que nos falta, nada más. Mathías juega al baby fútbol en el Club Villa Española. Fui, planteé su situación y no hubo ningún problema. La presidenta del fútbol infantil es la entrenadora, colabora con todos. Ella desde el arranque me dijo que no les interesaba competir y ganar. Cuando me habló en esos términos, supe que ese era el lugar para nosotros. Y no nos equivocamos. También jugó al básquetbol en el Club Yale y allí tampoco competían. Estaba muy copado, pero la verdad es que le tira el fútbol.
Hace un tiempo le presentamos a la Unión de Jueces Oficiales de Basketball (Ujobb) un proyecto para desarrollar una colonia de vacaciones y felizmente eso se aprobó. Van muchísimos niños y niñas. Es una obra para el barrio, en el predio del Club Buceo, que vino a cubrir una necesidad. Yo trabajo ahí y además de Mathías tengo otros dos niños con discapacidad que concurren a las actividades. Y el relacionamiento entre los niños es fenomenal. Pensemos además que la pandemia les condicionó su vida y tuvieron menos contacto con sus pares. Pero la inclusión entre ellos se dio y se da de manera natural. Eso es muy notorio y distinto a los mayores.
¿Cuál es tu rol allí, en la Colonia de Vacaciones de la Ujobb?
En términos generales, soy medio encargada del proyecto. Me ocupo desde la captación de los niños, hablar con los padres, con los profes, la que vincula y explica a las familias lo que estamos haciendo, y en cierta medida, se puede decir que soy la que hace la publicidad.
Nos enfocamos mucho en el deporte, en la práctica de básquetbol, fútbol, handball, también hay actividades de expresión corporal y teatro, entre otras. Es un proyecto lindo, los padres están contentos y muy comprometidos, vienen y colaboran, ayudan en todo lo que se necesita, mis colegas ni hablar y los niños vienen con una alegría enorme. Es muy emocionante.
¿Por qué elegiste ser árbitro sabiendo que te iban a insultar de los cuatro costados de todas las canchas e incluso más por ser mujer?
Dicho así, suena tremendo. Yo practicaba básquetbol desde chica. Me encantaba. A los doce años ya tenía la altura que tengo ahora. Imaginate, era horrible eso para una adolescente. Pero bueno, entre que me gustaba el básquetbol y me ayudaba la altura, me decidí a practicar. Claro que en esa época el básquetbol femenino no estaba muy desarrollado ni teníamos muchas oportunidades. Hasta que un día una amiga me preguntó por qué no estudiaba para ser árbitro ya que me gustaba tanto. Y la verdad es que siempre había querido aprenderme el reglamento por lo que tenía dos chances: o estudiaba para ser entrenadora o árbitro, y así fue que opté.
No me respondiste lo de los insultos.
Es que hago un ejercicio interno que me permite no escuchar las puteadas (risas). A veces hay algunas que te hieren y trato de identificar a la persona. Si los lográs identificar y los mirás, no te dicen nada. Pero si les das la espalda te vuelven a insultar. Que me griten “andá a lavar los platos” no me afecta en lo más mínimo. Me encanta lavar los platos, soy maniática del orden. Pero tengo compañeros de terna que han parado partidos cuando me gritaron ese tipo de cosas. Y hasta han respondido diciendo que mejor que siga en la cancha porque no sé agarrar ni una escoba. Los compañeros a veces te defienden desde el humor y eso descoloca a los que te insultan. Pero cuando los insultos son hirientes de verdad, por supuesto que te duele. Pero a las mujeres nos dicen muchas cosas violentas no solamente en las canchas sino en muchos otros ámbitos.
¿Eras la mejor de la clase?
No, para nada, todo lo contrario. En el arbitraje, era la peor de mi generación y estuve a punto de quedar afuera. Como soy muy constante y quería mejorar, puse todo de mí y lo logré. Al principio era muy estricta. Llegué a sacar a una tribuna entera en la cancha de Malvín en partido con Verdirrojo. Los niños estaban desbordados y vi que nadie se calmaba. Señalé y dije, de acá para allá, se van. Y se fueron todos. Con el tiempo quedó como una marca en mi carrera el día que eché a una tribuna. Es parte de la leyenda. Y ese partido en que los niños que se quedaron sin la tribuna con sus hinchas, lo ganaron. Eso en parte explica por qué me decidí dedicarme a esto.
¿Podés vivir del arbitraje?
No, no se pude vivir de eso. Tenemos épocas buenas cuando se juega la Liga, pero con el Metro o las formativas no te alcanza. Es un ingreso, pero no da para vivir. Y en la pandemia se nos complicó a todos porque quedamos excluidos. Algunos meses no tuvimos ningún ingreso. Son tiempos difíciles. Mi esposo (Diego Ortiz) también es árbitro y además es instructor en una academia de conductores. Por suerte, trabajó mucho en la pandemia y fue quien apuntaló los ingresos de la familia. Desde que tenemos el diagnóstico de Mathías preferí quedarme en casa a apoyarlo y completar con el básquetbol el ingreso familiar. Por eso te comentaba que la pandemia nos afectó en distintos planos porque además de lo económico durante casi tres meses nos quedamos sin terapia. Hubo video llamadas y alternativas pero eso no alcanza. Por eso valoro y destaco tanto el rol de la escuela pública que insisto, ha sido y es fenomenal. La escuela pública es un orgullo de este país. La maestra de mi hijo, venía a casa a traernos la tarea para la semana. Ella hacía de todo, escribía, pegaba, recortaba, y todo con mucho amor y compromiso. Cada lunes a las 5 de la tarde ella llegaba, tocaba el timbre y nos traía todo. Lo recuerdo y me emociono. Pura nobleza la de esa maestra. ¿Cómo no voy a ser la defensora número uno de la escuela pública?
¿No sentís que se los está dejando un poco solos a los maestros?
Sí, claramente. En este caso, ella asumió distintos roles. Y eso seguro lo hicieron todas las maestras de las escuelas públicas. Actualizarse, conocer la plataforma, planificar, corregir, explicar los procesos de higiene y desinfección, destinar muchísimas más horas que las que les pagan, todo eso no me lo contó nadie, yo lo vi, lo viví y lo comprobé.
¿Cómo ves la situación actual del país?
Lo veo mal. Tengo una olla popular frente a casa, en el club Victoria. Diariamente se preparan y entregan unas 200 comidas para unas 60 familias. El contexto de la pandemia preocupa por los aspectos sanitarios, los cuidados, en eso estamos todos de acuerdo. Nosotros nos cuidamos muchísimo en nuestro entorno, con la familia, la Colonia de Vacaciones y en el básquetbol. Pero la gente no la está pasando bien. Acá lo ves. Y las ollas las mantenemos entre todos. Acá se comparte lo que cada uno puede aportar. Es realmente conmovedor ver el trabajo que se hace en las ollas en los barrios y tienen una organización muy importante. Está todo anotado, y cada uno sabe qué tiene que hacer y cómo colaborar. Acá vienen los vecinos y traen lo que pueden y eso te llena de orgullo. Vivimos momentos difíciles, hay gente que la está pasando muy mal pero tenemos la otra cara, la de la solidaridad de la gente que es brutal.
¿Sos feminista?
Soy feminista, soy revolucionaria. En mi ámbito falta mucho aún por cambiar. Sé que un error de un hombre impacta o pesa cien veces menos que el que comete una mujer. Sé que a veces eso lo evalúan tal vez para no exponernos. Pero más allá de esto, nosotras nos fuimos ganando nuestro espacio, tenemos mucha confianza, tomamos nuestras decisiones y en mi caso, generalmente tengo buenas devoluciones de mis actuaciones. En cierta medida, siento que soy una más para mis compañeros.
¿El básquetbol femenino es moda o llegó para quedarse?
Hay un compromiso brutal de todas. Antes quizás se lo tomaban más distendido. Salían, si coincidía una práctica con un asado de amigas, se iban a ese cumpleaños. Eso ya fue. Ahora están todas supercomprometidas. Además, nos hablaron mucho que somos figuras públicas y eso te genera una responsabilidad como para cuidarte más, no exponerte, no salir y tomar alcohol, evitar todo lo que te pueda jugar en contra.
Estás arbitrando a grandes jugadores que serán recordados por generaciones futuras, Mazzarino, García Morales, entre otros. ¿Viste jugar al Tato López?
Sí, claro que vi al Tato, es mi ídolo. Leo sus libros, escucho todas sus columnas. Él deslumbra, habla y tiene un poder que te atrapa. Es mi ídolo desde chica.
¿Alguno de los actuales llega a ocupar ese lugar de ídolo?
Lo que sucede es que como tengo contacto en la cancha, yo arbitrando y ellos jugando, por ahora eso no me pasa. Tal vez dentro de unos años te diga que sí, pero ahora no. Con el Tato yo era niña y tengo grabada en mi memoria su figura en la cancha y era imponente. También recuerdo algunos momentos muy impactantes de Marcelo Capalbo allá por 1995, cuando yo era adolescente. Tremendo jugador.
¿Qué sentiste cuando recibiste la noticia del fallecimiento de Javier Espíndola?
Fue horrible, la peor noticia que podíamos escuchar. Con mi esposo le teníamos mucho aprecio, un tipo correctísimo. En lo personal, el único trato que tuve fue desde el arbitraje y él como entrenador. Alguna vez charlé afuera de la cancha porque él siempre iba a ver al Paysandú porque creo tenía un sobrino jugando.
Tanto Espíndola como Tato López fueron protagonistas de la Campaña Imágenes del Silencio por los desaparecidos. ¿Viste sus fotos abrazando carteles de compatriotas desaparecidos?
Sí, muy impactante, potente, eriza mucho. Es muy movilizador. Vengo de una familia de lucha, mi padre fue sindicalista y militante de causas de izquierda y derechos humanos. Yo no soy de concurrir a muchas marchas pero siempre participo a mi manera cada 20 de mayo en silencio. Este 8 de marzo, con todos los recaudos necesarios por la pandemia, hicimos una recorrida por acá, Jacinto Vera y La Blanqueada, con un grupo importante de mujeres y terminamos en la placita del Club Urreta donde se leyó la proclama. Cantamos, celebramos y participamos de manera muy intensa. Por otra parte, esta semana teníamos previsto desarrollar una jornada de deporte y feminismo en la plaza N° 1 de la Aduana, pero la tuvimos que suspender y postergar debido a las medidas que resolvió el gobierno esta semana. Es síntesis, creo que la participación es importante, cada una lo hace como puede y a su manera, pero es importante que nos juntemos y que marquemos presencia.