De golpe el cielo se oscureció y el viento comenzó a soplar de manera inusitada. Todos nos apartamos de la ventana. Lo primero fue llamar a la gente del entorno, para ver si todo estaba bien, luego algunos intentamos comunicarnos con el Inumet, cuya línea daba ocupada. Sabíamos que todo pasaría, a pesar de no saber qué era lo que tenía que pasar. Habían pronosticado una alerta amarilla, pero las porquerías que se veían volar desde este viejo segundo piso, con una altura digna de un tercero de construcción moderna, nos decía que el color de la advertencia no era el correcto. Igual, el portal de la otrora Dirección Nacional de Meteorología seguía luciendo un Uruguay amarillo que, a esa altura, daba rabia. Varios minutos después de la tormenta, las tonalidades cambiaron, pero para entonces los árboles ya estaban en el piso o arriba de algún auto. ¿Qué había sucedido? ¿Un temporal, un tornado, una tromba? La denominación era lo de menos, pero todos necesitábamos ponerle un nombre a aquello de lo que nos habíamos salvado. Tres millones de meteorólgos Es difícil descifrar lo que empeoró fue la situación, si es un cambio en el clima (clima es el resultado del estudio continuo del estado del tiempo por un período de 30 años) o es la sensación que tenemos producto de la comunicación constante a través de internet. Ahora todo se amplifica más: ante cualquier evento llegan fotos, comentarios y entrevistas, no sólo locales sino internacionales. Lo cierto es que un día sí y a los pocos también, tenemos un temporal pronto para arrancar los árboles de cuajo o para terminar con nuestros vidrios. Si no es en Dolores, es en San Carlos, o en Pan de Azúcar, o en Montevideo. Claro que si sólo apelamos a nuestra memoria, por ahí aparece el famoso temporal de agosto de 2005 o, yendo más atrás, el de Migues, en el año 2001, que también hizo estragos. Ocurrido el hecho, se dan distintas situaciones, de las que nombraré dos: por un lado, somos tres millones de meteorólogos; por otro, nos sentimos un tanto caídos en desgracia por esa impresión de que no somos capaces de predecir nada, que la tecnología avanza, pero los uruguayos estamos estancados sin lograr pronosticar nada. Vemos cómo se preparan los países caribeños para los huracanes tales o cuales, y a nosotros cualquier vientito nos da vuelta. Luego vienen las quejas y el Inumet siempre tiene la respuesta justa: en este caso, que se equivocaron y en lugar de poner que los vientos eran de 40 km por hora pusieron de 440, y por eso nadie le dio corte, o que se olvidaron de cambiar el color del mapita y quedó amarillo por error, cuando ya sabían que debía ser naranja. Esos dos equivocaciones, que la directora del Inumet Madelaine Renom, catalogó de “errores humanos”, nos da la pauta de que no hay quien supervise los pronósticos que suben a la web y que no se repasa lo que se va a publicar. Quizá hubiera sido mejor que, sucedido el desastre, nos hubieran dicho la verdad: que carecemos de radares meteorológicos (radar Doppler), lo que permitiría que el evento se pudiera predecir con 15 minutos de anterioridad, por eso se suele utilizar con un sistema de sirenas que alerta a la población. Sin lugar a dudas, eso es más efectivo que lo que se hace en Uruguay, que es publicar un informe especial de lo que ya ocurrió, el cual culmina diciendo: “Es importante informar a la población que se mantenga actualizada con los informes meteorológicos que se irán actualizando si la situación lo amerita”. Y todo parece una gran tomadura de pelo.
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