Si bien es artificial tomar un solo año -en este caso el momento del balance de 2017- para analizar cualquier tema que no sea episódico o puntual, lo que sí puede hacerse es ver qué pasó durante ese lapso con esos grandes temas que en realidad ya venían matrizados desde antes y que seguirán siendo importantes y vigentes en el futuro próximo. Los grandes temas a los que nos referiremos, eso sí es preocupante, aguzaron su importancia durante este año y dejan entrever el nefasto papel de la prensa y de las redes sociales como melodrama contemporáneo que destruye el debate de ideas y fomenta la alienación. ¿Es el fin de la política tal como la conocemos? El tinglado mediático En una época no tan lejana la gente sólo se preocupaba y opinaba sobre su realidad inmediata (el ‘mundo al alcance’, de Alfred Schutz). Los progresos técnicos de los transportes y comunicaciones, sumados a la era de las conquistas y del capitalismo territorialmente depredador mercantil, mueven y posibilitan la necesidad estratégica de conocer y evaluar las realidades mediatamente accedidas y las geográficamente lejanas. A esto se suma que la especialización de todas las áreas del conocimiento agrega otra necesidad de mediación a las anteriores. Así surge una nueva actividad humana: la prensa, inicialmente motivada por las demandas de la gente por conocer las realidades fuera de su alcance sensorial inmediato y por acceder a alguna forma simplificada de los nuevos conocimientos cada vez más especializados. El verdadero origen de la prensa está en esa doble mediación, demanda curiosa o necesitada de llegada a lo sensorialmente inaccesible inmediato y a lo novedoso científico tecnológico. Este tan comprensible origen de la prensa y del periodismo seguirá una perversa evolución que los transformará en la peor catástrofe sociocultural de la historia. En primer lugar, porque sufre un doble proceso de depravación: se comercializa y se politiza; esto hace que se tienda cada vez más a lucrar que a mediar, por lo que la noticia es cada vez menos lo que ocurrió en la realidad que lo que es potencialmente vendible como tal, con el resultado de que lo que la gente cree que ocurrió es en realidad lo que interesa noticiar de lo que ocurrió. Pero como no conviene que se sepa que la noticia no es la realidad simplemente ocurrida, sino la que interesa vender, se sigue sustentando la intolerable ficción de que la prensa ‘sólo da la realidad tal como ocurre’, doble flagrante falsedad comercial. El resultado progresivo es la construcción social de una realidad que es, en realidad, no más que la parte de ella que les conviene comercialmente comunicar como si fuera tal. Esto empeora aun más cuando a la selección comercial de lo que es real se le agrega la inyección de sentido políticamente funcional a la selección comercial, interés que, o bien se impone al interés comercial, o bien le agrega sentido a la realidad comercialmente preseleccionada. La imposición progresiva de la definición mediatizada de lo que es real sobre su definición inmediata y la imposición paulatina del sentido a priori a partir de la editoriales políticas terminan definiendo la realidad individual y colectiva, desde el ‘qué ocurrió’ o qué fue lo importante, hasta el ‘qué significa lo que ocurrió’: doble naturalización de una selección y conformación arbitrarias de la realidad desde un mix político comercial de intencionalidad. Estamos ante una nueva etapa de la humanidad: la de la conformación mediática y sociopolítica de la realidad, que se consolidará culturalmente luego. Dada su importancia en las mediaciones; los periodistas desbordan su rol y funciones de mera mediatización y se vuelven ‘conformadores de opinión’, contribuyendo a la sustitución de su función de mediación entre público y especialistas por una de mediadores puros, sin preocupación por la relación público-especialistas, que pasa a no preocupar y hasta a aburrir a la gente. Los mediadores, surgidos y formados para mediar, se autonomizan de ese rol y constituyen la realidad desde la selección comercial-política ya vista, pero también a partir de su ignorancia fatuamente inflada desde su popularidad como mediadores, que ahora pasa por opinión seudosabia. Baste ver cómo los conductores de programas de mediación periodística usurpan el lugar de los especialistas ‘invitados’ mediante el uso de poderes comunicacionales de cesión y retiro de la palabra, ampliación y acortamiento de su uso, intervenciones, amenazas de corte y tandas. También los mediadores escriben tanto o más que los especialistas, generando así una ‘opinión pública’ y un ‘sentido común’, político-comercial y mediáticamente constituidos, sin que la gente pueda ni quiera saberlo o admitirlo. Judicialización de la política La desmesurada y creciente importancia de la prensa, no sólo en las mediaciones originalmente constitutivas de ella, sino en la conformación comercial-política de la realidad, provoca que el debate político real vaya cediendo el paso a la crónica política, construida según el modelo del ‘melodrama popular’, con actores involuntarios cooptados mediáticamente para discursos vendibles, convertidos en noticias comercial-políticamente justificables, melodramáticas. Este recorte, en parte comercial, en parte político, en parte de reproducción del estatus del periodista, en parte de conversión de toda la actividad seria en materia prima de melodramas de rating, explica por qué progresivamente el universo político se va construyendo como un vasto melodrama, con actores encarnando el bien o el mal y con guiones que apuntan a desenlaces de intriga. Es infinitamente más fácil mercadear a un político desde un construido melodrama en el que asumirá algún papel melodramático, de santo o villano, que desde alguna complicada construcción cognitiva que resuma su supuesto pensamiento. Aquí es donde entra a jugar el papel de catarsis melodramática de la actividad judicial mediáticamente usada. Judicialmente, hay dos momentos melodramáticos interesantes para el vulgo: o bien la detención o la sospecha, al inicio, o bien la condena o absolución, al final. La instancia mediática más rendidora es la inicial de sospecha o aprehensión, no sólo por su novedad o espectacularidad intrínsecas, sino también porque está preñada de condena, momento final de interés. Pero la instalación de la sospecha no es sólo rendidora por preñada de condena, sino porque permite al público proyectar sus resentimientos, envidias, odios, bajo la forma de la condena moral. Una sospecha de crimen o corrupción no sólo funciona como inicio de una estigmatización político social, sino también como modo de atribución de un papel de héroe o villano a alguien en el melodrama popular instalado mediáticamente. Y este melodrama será de vastas consecuencias electorales, desde que es mucho más fácil inclinar voluntades a partir de hechos y dichos de contenido moral que a partir de complejas elaboraciones sobre planes, programas y opiniones sobre temas especializados de gobierno, difícil de usar como evaluadores de candidatos por la gente, que ignora casi todo de casi todos los temas. Es más fácil intentar construir ‘buenos’ perseguidos o víctimas, o bien construir ‘malos’ o victimarios; la seducción emocional es más económica que la persuasión cognitiva como materia prima de marketing electoral. La focalización en lo judicial asegura patente de ‘seriedad y gravedad’ a la sustancia del melodrama; nadie entiende nada de la acusación, de la defensa o del proceso, pero se registra el melodrama de la sospecha moral, el riesgo de la condena, el estigma de la mediatización, la oportunidad para la proyección como virtuosa de prejuicios morales o socioculturales, convertibles de argumento electoral. En ese mundo hipermediatizado por la metástasis periodística, el melodrama electoral pasa crecientemente por la mediatización de la materia prima judicial. Fácil es percibir que las noticias sobre corrupción o sospechas de ella son un obvio foco de noticias melodramatizables con potencial electoral. No es sólo una intencionalidad política de la derecha en lucha político electoral; ambas partes lo intentarán, pero la derecha tiene más medios mediáticos para explotar el tema e instaurarlo. Los intereses comerciales y políticos del sistema de medios de comunicación coinciden más con el intento derechista que con el izquierdista; allí tiene ventajas relativas; y también la hegemonía en la agenda de noticias que desencadena la opinión desde las editoriales. Y también desde el rumor común, cada vez más consolidador, de la hegemonía mediática a través de las desastrosas redes sociales, la catástrofe posterior a la de la prensa. Némesis de la política y de la democracia Sin tiempo para desarrollarlo en esta columna, pero con pocas palabras para buenos entendedores, podemos vislumbrar y temer el fin de la política como vaivén de conocimientos y opiniones racional y cognitivamente elaborados. Tiende a desaparecer el debate de ideas reflexivo y estudioso, barrido por el chisporroteo de dimes y diretes, de ‘se dice’ y de rumores ‘posta’. La opinión pública y el sentido común jamás estuvieron más colonizados y heterónomos en la historia. Nunca hubo más alienación global. Nunca se le dio tanta amplificación y legitimidad a la ignorancia que cuando se construye ‘sentido común’ y ‘opinión pública’ desde sondeos que la construyen más que detectarla, desde micrófonos callejeros, mensajes y llamadas a audiciones. Nunca la democracia trasunta menos la opinión de un ‘demos’ distinto del establishment. Nunca la soberanía popular fue más inespecífica. Nunca la democracia fue más trucha y alienada. Nunca aseguró tanto que los chanchos votasen a Cattivelli; lo harán cada vez de modo más masivo, entusiasta y ofendidos si su opinión soberana no se sigue. La alienación y la ignorancia al poder serán el resultado de la hipertrofia de la mediación comunicacional por la prensa, némesis de la política y democracia clásicas. Punto para Fukuyama.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARME