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Editorial

La amenaza es real y es inminente

Por Leandro Grille.

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Es difícil saber cuánta gente compró en nuestro país la estrategia de la libertad responsable, ese rezo liberal que promocionó el presidente como un producto de exportación para mantener a raya la pandemia. En el mundo, nadie. Apenas un grupo de medios opositores argentinos lo utilizó para hacer campaña, a la que nuestro presidente, haciendo gala de una imprudencia proverbial, se prestó con gusto. Para el beneplácito de esa caterva peculiar de terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos, ultrafachos y neoliberales que componen la nueva derecha del otro lado del charco, Lacalle Pou desfiló por los programas argentinos difundiendo su curiosa teoría de que no imponer medidas restrictivas de la movilidad social era la clave para explicar por qué en Uruguay no crecía el número de casos. Pero, nuevamente, en el mundo nadie le dio pelota.

Ahora bien, hace unas cuantas semanas la curva de contagios adquirió la famosa forma exponencial que predicen los modelos epidemiológicos, bien conocidos por la ciencia y brutalmente confirmados alrededor del mundo durante este año dramático. El 17 de noviembre se superó la barrera de los 100 casos. Habían pasado 249 días entre esa fecha y el viernes 13 de marzo, cuando se detectaron los primeros 4. Tan solo 11 días después, el 28 de noviembre, se cruzó la barrera de los 200 casos diarios, y apenas 8 días después, el 6 de diciembre, se cruzó la barrera de los 300 casos. En el medio, el martes 1º de diciembre, el gobierno dispuso una serie de medidas con la intención de contener el avance de la ola que lo había tomado completamente por sorpresa. Las medidas anunciadas incluían la suspensión de las actividades deportivas en espacios cerrados, cierre de gimnasios, y cierre de restaurantes y bares a partir de las 12 de la noche. Con esas medidas, el presidente auguró un retorno a la situación previa a que se disparara la curva y se comprometió a evaluar nuevamente el próximo viernes 18 de diciembre, 17 días después de la puesta en marcha de las medidas.

En este momento, el presidente enfrenta una serie de problemas para tomar medidas más restrictivas si su paquete del martes 1º no tiene los resultados esperados. El primero es ideológico: el 15 de noviembre, dos días antes de que se cruzara la barrera de los 100 casos diarios, pero cuando ya era evidente que había un crecimiento sostenido del número de contagios, Lacalle Pou afirmó que el gobierno ni siquiera evaluaba dar marcha atrás en su estrategia de apertura total. Esa declaración destemplada refleja su pensamiento, pero además refleja el interés de los sectores económicos que lo apoyan y es un componente central en la estrategia de ajuste. Él sabe que si la situación sanitaria obligara a tomar medidas, claramente el Estado debería volcar recursos para ayudar a la gente y a las empresas pequeñas y medianas, algo a lo que se ha mostrado especialmente renuente durante todo el año, más allá del aumento sustantivo de la pobreza, el aumento del desempleo y la caída general del salario real. Esto último no hay que atribuírselo a la covid-19, sino a su política económica, que tiene en la reducción del salario una meta central y que no tiene ninguna vocación de gravar a los sectores más ricos, como están ensayando varios países, como forma de quitar presión sobre la economía y sobre la mayoría de la población.

El segundo problema que enfrenta es psicológico: todo el dique que se dio este año sobre la maravilla de su estrategia liberal se vuelve contra él. Escupió para arriba demasiado y ahora observa cómo se precipita sobre nosotros la situación que vivieron otros países. Este problema sería menor en personas menos vanidosas, pero no para un hombre que hace un culto de la jactancia, que necesita permanentemente ostentar su poder y masajear su ego, al punto de ponerse una gorra que dice “presidente” o viajar disfrazado de Top-Gun en un avión de guerra.

Ahora bien, el problema mayor no lo enfrenta el presidente, sino la sociedad. Con esta curva de contagios, que duplica el número de nuevos casos cada pocos días, en no mucho tiempo la presión sobre el sistema de salud se convierte en insostenible. Ya no solo estaremos hablando de una mayor cantidad de enfermos, sino de una cierta imposibilidad de atenderlos a todos, sobre todo si requieren terapia intensiva. Ese escenario está ahí, a la vuelta de la esquina: lo saben los médicos, lo saben los científicos, lo sabe el ministro de Salud y lo sabe el presidente. Hasta que no haya vacuna, no hay ninguna solución mágica para frenar una epidemia desatada que crece exponencialmente: en determinado punto hay que tomar medidas y deben ser drásticas y deben ser pronto, antes de que se nos vaya completamente de las manos.

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