El XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) debía ser su momento de gloria, la consagración de la estrella emergente que desde entonces brillaría con luz propia en el firmamento de la nomenklatura comunista. Todo estaba preparado para que los 2.287 delegados en representación de los casi 90 millones de afiliados lo ungieran como uno de los siete miembros del nuevo Comité Permanente del Buró Político. A partir del 18 de octubre, fecha de inauguración del acontecimiento político más importante de China, Sun Zhengcai sería a pleno título uno de los siete “intocables”, como se les conoce a cada uno de los miembros del máximo organismo de dirección comunista por el extraordinario poder que detentan. Por sus antecedentes (el ministro más joven de la historia de la República Popular), por su posición actual (miembro del Buró y secretario del Partido de la megalópolis del Chongqing), por los resultados de su gestión (bajo su conducción en los último cinco años fue la ciudad que más creció en el mundo), Sun era, para todos, el gran candidato a ser uno de los siete miembros del Comité Permanente del Buró Político. Para muchos, por méritos propios y también por su edad (53 años), era considerado un probable sucesor de Xi Jinping como secretario general del partido y presidente de la república dentro de cinco años. Sin embargo, 20 días antes del inicio del cónclave del partido más grande e influyente del planeta, en lugar de ocupar un asiento en la Sexta Esfera del Cielo que Dante reservaba a los buenos gobernantes, Sun pasará el resto de sus días en el Octavo Círculo del infierno, el destino de los corruptos según la Divina Comedia. Efectivamente, la semana pasada la Comisión Central de Disciplina, el tribunal de la inquisición comunista, comunicó oficialmente la expulsión de Sun de las filas del partido por una serie de delitos que incluye aceptar sobornos, nepotismo, traicionar los principios del Partido, la búsqueda de “lujos, ostentación y privilegios”, filtrar información confidencial, aceptar una “enorme cantidad de dinero y obsequios” e intercambiar “poder por sexo en su vida” entre otros. Sun es la más ilustre de las víctimas, pero no la única de la campaña anticorrupción del presidente Xi Jinping, cuya cruzada por restituirles al partido y al Estado la moral y la disciplina en la administración de la cosa pública ha sido su objetivo estratégico desde que llegara al poder en 2012 Son más de 1.200.000 los funcionarios locales de nivel inferior y medio y centenares los dirigentes estatales y partidarios de alto rango que corrieron la misma suerte de Sun, a confirmación de que las “presas” de la gran cacería partidaria son tanto los “tigres” como las “moscas”, como los definió Xi para ejemplificar el alcance masivo e indiscriminado de su cruzada. El diario oficialista Global Times, en su edición en inglés, publicó un editorial elogiando la medida, “que ha dejado claro que cada persona es igual ante la disciplina del partido y las leyes y que nadie goza de ningún privilegio. Aquellos que se consideran privilegiados están destinados a pagar un alto precio”, advirtió el texto. A diferencia de lo que ocurre en muchas democracias occidentales, para el régimen chino, la corrupción es un tumor que, de no extirparlo de raíz, su metástasis alcanzará a todos los órganos y estamentos del Estado y conducirá inevitablemente, como ninguna otra causa, a la implosión del modelo de partido único. El hecho de que la expulsión se haya decretado pocos días antes del congreso despierta dudas sobre las verdaderas intenciones de la sanción. Para el Wall Street Journal, “el momento de la expulsión de Sun quiere ser un mensaje de Xi de que no confiará ni promocionará a ningún funcionario cuya lealtad hacia él esté en duda […] La idea es intimidar a los funcionarios y delegados del Congreso para que sigan los deseos de Xi y voten a favor de sus propuestas”, añadió el editorial. Los sostenedores de que la medida sea parte del juego de poderes del opaco mundo de la política china recuerdan que Bo Xilao, el predecesor de Sun al frente de la ciudad de Chongqing y contrafigura de Xi Jinping, también cayó en desgracia a la vigilia del anterior congreso partidario y luego juzgado y condenado a cadena perpetua por soborno, malversación de fondos y abuso de poder. El congreso del omnipresente (¿omnipotente?) PCCh define la estrategia del “Partido-Estado” para los próximos cinco años. En reuniones ampliadas o restringidas, es Xi Jinping quien tiene la última palabra en la elección de los principales dirigentes del partido y del Estado que tendrán la responsabilidad de implementar las tácticas políticas. Según The Economist, entre enero de 2016 y mayo de este año, Xi, el dirigente que acumuló más poder desde los tiempos de Mao, reemplazó a 20 de los 31 secretarios provinciales del PCCh y a 27 gobernadores. A excepción de Xi (64 años) y el primer ministro Li Keqiang (63 años), los otros cinco miembros del Comité Permanente -el sancta santorum del poder comunista- deberán dejar sus cargos por haber llegado al límite de edad (68 años) que impone la jubilación “oficiosa” del partido, entre ellos, Wang Qishang, el secretario de la Comisión de Disciplina, el Torquemada o Gran Hermano de la campaña anticorrupción. Para muchos analistas, una medida del poder de “Super Xi “ estará en mantenerlo en su cargo por otros cinco años más para completar la limpieza dentro del partido y, por qué no, purgar a los rivales políticos del presidente. No hay dudas de que el Congreso confirmará a Xi como secretario general del partido para el próximo quinquenio cuando, tenga lugar el XX Congreso; tampoco de que “los hombres del presidente” serán promovidos a los más altos cargos partidarios. La duda es si Xi, rompiendo una tradición decenal, en el año 2022 logrará un tercer mandato, que lo convertiría en el hombre más poderoso de la historia de China. Para develarla habrá que esperar otros cinco años.
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