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La campaña del miedo

Por Leandro Grille.

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Caras y Caretas Diario

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La rebelión campera fue el lanzamiento de la campaña electoral de la oposición, no sólo del Partido Nacional. La oposición incluye otros partidos políticos (todos menos el Frente Amplio – FA) y otros actores cuyo encuadre partidario es más difícil de precisar, aunque su ubicación ideológica es unívoca, con independencia de lo que afirmen o cómo se autoperciban. La gesta bucólica “autoconvocada” fue congregada por todo el espectro empresarial, mediático y político partidario en nombre de la rentabilidad y rápidamente devino campaña por la suplantación de partido de gobierno, mientras afloraron en su seno las contradicciones propias de las diversas realidades del mundo rural, su estratificación social y hasta los sentidos de pertenencia política de los productores inicialmente movilizados. El movimiento ya se desinfló. El Ejecutivo mostró músculo y reflejo para ofrecer soluciones concretas a los sectores del agro que atravesaban situaciones más complejas. El presidente adoptó medidas ejecutivas inmediatas, conformó una mesa de diálogo y trabajo, anunció beneficios a los sectores arroceros, hortifrutícola y lechero, y luego el gobierno en pleno siguió avanzando con iniciativas legislativas de mayor profundidad y el Senado aprobó por unanimidad el fondo de garantía del sector lechero, más de 30 millones de dólares para abordar los problemas de endeudamiento del sector. En el medio del conflicto del agronegocio, el FA festejó sus 47 años con un acto en Piriápolis al que concurrieron más de 15.000 personas, una multitud inhabitual para una celebración de aniversario, fuera de la campaña electoral y fuera de Montevideo. Semejante cantidad de gente fue la respuesta de la militancia frenteamplista a la prepotencia de algunos alzados, que en audios de WhatsApp y declaraciones públicas amenazaron con bloquear ciudades y presagiaron el advenimiento de “la noche”, curioso seudónimo de una serie de acciones desestabilizadoras planificadas para someter al presidente y a la población por hambre y sed. Los audios amenazantes siguieron. Cada vez peores, más destemplados y menos eufemísticos. Uno de los últimos se permite añorar a los muchachos de los 70, como llaman a los militares de la dictadura, y directamente convocan al golpe de Estado para cambiar el gobierno. La voz detrás del audio es de un referente del autoconvoquismo estival y no del último orejón del tarro, pero con todo carece de la gravedad de las declaraciones de los dirigentes del Partido Nacional que persisten en su intención de conducir el alzamiento agrario y lanzarlo de lleno contra el gobierno nacional, única consigna que les parece apropiada. En su discurso en el acto aniversario del FA, el presidente de la coalición, Javier Miranda, advirtió sobre los intentos desestabilizadores de la oposición y tales palabras provocaron el rechazo enfático de  dirigentes opositores, como el inefable Javier García, quien increíblemente se mostró molesto porque Miranda no le puso nombre a la acusación, haciéndose soberanamente el sota con respecto a los exabrutos de sus correligionarios que en menos de diez días repletaron el verano de una fraseología golpista extemporánea, con joyitas como “si tiene que correr sangre, que corra” o guerra civil con lanzas y ovejas desfilando por Agraciada, y otras  más elaboradas, pero no por ello menos virulentas, como Lacalle Pou decretando que el ciclo se terminó, y otro convocando a la rebelión, y De Posadas pidiendo más que una revuelta, una revolución, desde las páginas de El País, porque hay que comenzar a gobernar desde ya. El único que aprovechó la volada para desmarcarse del FA y de la oposición a la vez fue Fernando Amado, que, con justicia, aclaró que no toda la oposición es igual y que él, que mantiene enormes diferencias con el FA, ni es golpista ni se opone a todo, y de hecho ha apoyado iniciativas como el Sistema Nacional Integrado de Salud, las políticas sociales o el incremento en la inversión en educación. En el mismo texto Amado expone duras críticas sobre la gestión de las políticas, pero se nota en su declaración que lo que más molestó a Amado no es que Miranda haya denunciado a la oposición de intentos desestabilizadores, sino que los haya puesto a todos, incluyéndolo a él, en una misma bolsa de gatos en la el joven dirigente colorado no tiene ningún interés de ser incorporado. Desflecado el movimiento ruralista, con su peor cara expuesta en audio a la vez inolvidable e impresentable, la oposición, que había cifrado una expectativa desmesurada en esta revuelta, se ha quedado sin agenda y el principal partido opositor se ha sumergido en un mar de escándalos que amenaza con destruir el prestigio de buena parte de sus intendentes, acusados de contratar parientes, subirles el sueldo a las parejas, designar centenares de cargos de confianza ignorando las normas, en una miríada de chanchullos que saltan a la velocidad de las venganzas entre sectores del propio partido. Como si fuera poco, comienzan a esbozarse candidaturas en el FA. A los nombres de siempre, como Pepe o Danilo Astori, cuya imagen pública sigue siendo altísima, pese a los años de gobierno, el desgaste natural y su propia edad y exposición, se añaden nuevos nombres que suenan fuerte, como los intendentes de Canelones y de Montevideo, Yamandú Orsi y Daniel Martínez, ambos con muy alta aprobación de su gestión y, presumiblemente, con muy importante intención de voto, y la ministra high-tech Carolina Cosse, que a la notable gestión de industria y de las telecomunicaciones, le suma su condición de mujer de izquierda, con muy buena sintonía con amplios sectores del FA. Si a la gestión de gobierno, la izquierda le añade en lo que resta del período el espíritu de estos primeros días del año, unida, movilizada y alegre,  tiene nombres para ganar y hasta para renovar sin riesgos. El alzamiento rural, finalmente, le vino bien al FA porque le vino bien a los frenteamplistas observar por unos días el rostro descubierto del enemigo y escuchar de su propia voz el contenido reaccionario de sus propósitos: es que militar las diez mochilas, pero especialmente “la mochila de los salarios”, le va a costar la elección a cualquiera que se empecine en esa hoja de ruta a la que la oposición quedó totalmente pegada. Nobleza obliga: todos, menos Fernando Amado.

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