En abril, Felipe Romero, de 10 años, fue asesinado por su entrenador de fútbol, Fernando Sierra, quien luego de matar al pequeño se suicidó. El resultado de la autopsia indicó que Sierra había abusado sexualmente del niño. Valentina Walter cumplía 9 años el 12 de noviembre, día que su vecino la violó y mató; en este caso hubo un cómplice. El 20 del mismo mes, Brissa González encontró a su abusador y matador a la hora en que debía ir camino a la escuela. Obviamente, la población está indignada con estos abusos que se hicieron visibles porque, para mayor desgracia, terminaron en asesinato. Bueno es informar, ahora que la indignación está entre todos nosotros (y nosotras), que el Servicio Integral de Protección a la Infancia y a la Adolescencia contra la Violencia (Sipiav) atendió a 2.441 situaciones de abuso durante el primer semestre de 2017, contra 2.647 en todo 2016. Quiere decir que, según se prevé, la cifra de menores abusados durante este año supere a la cantidad del año anterior. Las cifras son oficiales y fueron aportadas a Caras y Caretas Portal por la coordinadora del Servicio, María Elena Mizrahi. Sin embargo, a pesar de eso, ningún político salió a pedir pena de muerte ni cadena perpetua ni castración química hasta la muerte de Brissa. De la cifra de abuso correspondiente a enero-junio de 2017, sobre 443 casos se sospecha es sexual. Mizrahi explicó que, a pesar de eso, no siempre la Justicia lo puede probar, por eso se habla de «sospecha», pero un gran número se comprueba. De acuerdo a esto, podríamos decir que hay un caso y medio de abuso detectado por día, pero los políticos (ciertos políticos, al menos) lo notaron a partir del asesinato de Brissa, a escasos 8 días del crimen cometido contra Valentina Walter. Y ahí comenzó el pedido de penas más severas contra los violadores, aunque en realidad, como vimos por las cifras, lo que motivó la indignación de los políticos, no fue la violación sino el asesinato que la hizo visible. Cadena perpetua y castración química Entre tanto pedido de endurecer penas, dos llamaron la atención: uno, el del senador nacionalista, Jorge Larrañaga, que tiene que ver con la cadena perpetua; el otro, el de su colega, la también nacionalista Verónica Alonso, que habló de castración química a los violadores sexuales de menores. Obviamente, en ambos casos se dijo de «estudiar», «debatir», «conversar» sobre esos temas, por lo que ninguno de los dos habló de «aplicar», pero, igualmente, todo sonó a un «busco votos» bastante embromado. Lo de Larrañaga es impensable sin modificar la Constitución, que en su artículo 26, bajo un «a nadie se le aplicará la pena de muerte», dice claramente: «En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí sólo para asegurar a los procesados y penados, persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito». Entonces, sería más práctico que, en vez de solicitar estudiar lo que no está, pusiera manos a la obra con proyectos que aseguren que se cumpla lo que sí ya está plasmado. La propuesta de Verónica Alonso es más efectista aún. Pedir la castración química, cuando los indicadores más optimistas de los países que la tienen, asegura que fue eficiente en un 5% de los casos, es de una inutilidad asombrosa. Tanto es así que Rusia, que la aprobó en el 2011 para quienes violaban a menores de 14 años, lo hizo tan poco convencida que la ley marca que para los reincidentes la pena será de cadena perpetua. La medida consta de inyecciones de acetato de medroxiprogesterona, una progesterona sintética (las mismas que utilizan las mujeres como método anticonceptivo) que, en el hombre, reduce la testosterona, lo que lleva a la disminución de la libido, evita la erección e imposibilita la obtención de orgasmos con la consecuente eyaculación. Químicamente perfecta, si no fuera porque la sexualidad funciona más con la cabeza que con los genitales y porque para un violador de menores, su deseo es todo lo que el/la pequeño/a significa, no el sexo. Es por eso que los resultados de su aplicación son mejores en los lugares donde la castración química es voluntaria, pero son pocos los criminales que la aceptan debido a los efectos secundarios (desarrollo de características femeninas) y la poca certeza de su no reincidencia, teniendo en cuenta que el violador sabe que su satisfacción suele estar centrada en el daño que produce a la víctima y el espacio de poder que tiene sobre ella. En el momento de consumar una violación, no es una persona sexualmente activa más, es un sujeto trastornado que se regodea con la desesperación ajena. Por otra parte, Mizrahi afirmó a Caras y Caretas Portal que también configura abuso sexual cuando se utiliza a una persona menor de edad «para material pornográfico, inclusive sin que haya contacto directo», algo para lo que no se necesita testosterona, alcanza con tener los pensamientos perturbados de un violador. Mujeres abusadoras: la necesidad de una mirada integral Lo que nos demuestran estos asesinatos es que la sociedad no hinca sus dientes en los problemas hasta que éstos no la rebasan. Así es que teniendo tantas personas menores de edad abusados, ni nos acordábamos de ellas. Fueron necesarias tres asesinatos para que todos -incluyéndome- estemos intentando poner un freno. Bueno, aquí viene un dato más: las mujeres también abusan sexualmente de menores, niñas y/o varones. ¿Qué vamos a esperar para hablar de eso? ¿Que algún hijo o hija se atreva a hablar, así nos indignamos todos? En una publicación de 2015, auspiciada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef- Uruguay), la Fiscalía General de la Nación y el Centro de Estudios Judiciales del Uruguay (CEJU), titulada ‘Abuso sexual infantil. Cuestiones relevantes para su tratamiento en la justicia’, las autoras Sandra Baita y Paula Moreno, se afirma que, a ciencia cierta, «las mujeres también pueden abusar de niños, niñas y adolescentes. Pueden ser madres, madrastras, hermanas, primas, tías, abuelas, niñeras, maestras». Pero también se sostiene que es difícil conocer el número de abusadoras porque las barreras para llegar al hecho son más importantes, «en especial si ella es la madre del niño o niña». La publicación cita a la psiquiatra Diana Elliott, quien considera que el abuso perpetrado por una mujer es un tabú por las siguientes razones: «es más amenazante: socava los sentimientos que suelen tener las personas acerca de cómo las mujeres deberían relacionarse con los niños; el abuso sexual suele ser ubicado en el contexto del poder y la agresividad sexual masculinos (se supone que las mujeres no son agresivas sexualmente, y la teoría del poder masculino solo coloca a las mujeres como abusadoras sexuales si un hombre las obligó a hacerlo. Sin embargo, las investigaciones demuestran que muchas mujeres que abusaron de niños no sufrieron coerción de nadie); suele ser difícil para la gente entender cómo una mujer abusa de un niño si no tiene pene; cuando las sobrevivientes adultas hablan de haber sido abusadas por la madre, suelen ser vistas como fantasiosas (si una mujer cuenta que fue abusada por el padre y la madre, se suele tomar como cierto el abuso por el padre, mientras que se considera que el relato sobre el abuso de la madre es producto de la fantasía o la proyección)». Citando el mismo estudio de Elliott, se afirma que las mujeres abusadoras son mayoritariamente las madres y que los abusos comienzan antes de los 5 años de edad y, suelen ser en el baño: » Las conductas sexualmente abusivas reportadas incluyeron toqueteos, sexo oral, penetración con objetos y masturbación mutua forzada». La reconocida psiquiatra argentina Irene Intebi, asegura que las mujeres abusadoras «suelen utilizar la violencia menos que los hombres, y cuando lo hacen son menos violentas». También sostiene que, si bien amenazan menos a las víctimas para que mantengan el secreto, «las conductas comienzan cuando los niños son más pequeños y se dan en contexto de cuidados y aseo, lo que hace más difícil para los niños explicar las cualidades de la conducta, y más complejo para el adulto que interroga explicar las peculiaridades de esa conducta como sexualmente abusiva». Está de más poner que los asesinatos de estas tres criaturas, Felipe, Valentina y Brissa, son terribles. Desde el recuerdo de sus caritas sonrientes en fotos que aún no son viejas, nos interpelan como sociedad. Todos estamos conmocionados. Todos sentimos que les debemos algo. Y ese algo empieza por no mirar para otro lado y encarar las situaciones que debemos encarar, antes de pensar en cadenas perpetuas, castraciones químicas o penas de muerte. Es hora de hablar en serio.
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