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La conquista en perspectiva

Por Leonardo Borges

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“¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?”

Así describía Fray Antonio de Montesinos, obispo de Santo Domingo, la conquista, y ponía en jaque la justicia de todo aquel proceso iniciado en 1492. Un lector atento se preguntará en qué año Montesinos denunció aquello, y algún otro recordará que Montesinos sostuvo aquello en la Navidad de 1511. Menos de veinte años después de que Cristóbal Colón pisara por primera vez, para los europeos, la isla de Guanahani, este obispo y toda su comunidad (el sermón fue firmado por toda aquella comunidad) denunciaba no solo los excesos de la conquista sino la conquista en sí. Mucho más que eso, ponía en tela de juicio los derechos de los reyes cristianos en tales tierras vírgenes. Este sermón, esta denuncia llega a nuestros días de la mano de otro sacerdote que se comprometió con esa consigna y que intercedió ante el Rey mismo: Fray Bartolomé de las Casas. En su Historia de las Indias (tomo II) podemos encontrar esta pieza oratoria que marca el inicio de lo que poco se conoce y es una contienda no solo judicial o política, sino filosófica y, mucho más allá, antropológica en algunos aspectos.

Cuatro jalones fundamentales en esta lucha y sus sucesivas repercusiones en la legislación y la política de la conquista fueron: el sermón de Montesinos, las Leyes de Burgos de 1512, las Leyes Nuevas de 1542 y la controversia de Valladolid entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda.

Cada uno de estos pasos generó un debate interno, con sus puntos de vista encontrados y sus representantes dispuestos a dar sus razones. Fray Bartolomé de las Casas fue uno de los principales impulsores de los cambios y denunciante en la empresa conquistadora. Fue obispo de Chiapas, por lo que conocía de primera mano aquel mundo tan distante y desconocido para los españoles. Cada una de esas leyes intentaba organizar el nuevo mundo, ese Reino de Indias recién conquistado, al mismo tiempo que daba a los indígenas una nueva condición: la de seres humanos. Las encomiendas fueron la forma más cruel de la colonización, los corregimientos, las mitas y todas las formas de trabajo forzado. La conquista fue a todas luces cruel, perversa, violenta, como la enorme mayoría de las conquistas en la historia de la humanidad. Terrible y perversa, igualmente esta conquista logró algo que ninguna otra logró en la historia: preguntarse si aquello que hacían era legal y, mucho más, si era justo. Entre 1550 y 1551, el emperador Carlos V frenó la conquista para debatir estos temas con dos especialistas que tenían justamente dos puntos antagónicos. En medio de una de las conquistas más importantes de la historia, el rey suspende las empresas de conquista para debatir la justicia de esa misma conquista y la situación del indio. Ningún imperio en la historia lo hizo jamás. Allí, en Valladolid, se encontraron el jurista Juan Ginés de Sepúlveda y el fraile Bartolomé de las Casas, y debatieron ante la atenta mirada de un enviado del Papa y los domínicos. Los temas tratados allí sobrepasan estos caracteres, pero lo que sí es cierto es que aquello fue una verdadera muestra de lo que se denominará Humanismo. Sí, en España, en aquella España bruta y brutal (esa es la idea recurrente), existe una referencia clara al Humanismo y al Renacimiento. Los puntos que marcó Sepúlveda (un defensor de la conquista) fueron de recibo: la crueldad de los indígenas (se basaba en los relatos de sacrificios), la barbarie (concepto esencialmente clásico), pecados de fornicación y sodomía, entre otros, además de la infidelidad de esos hombres (eran infieles porque no conocían el catolicismo), obligaban a los españoles, según el jurista, a atacarlos. Las Casas rebatía cada punto de forma magistral (sin dejar de pensar que debían acercarlos a la vereda de Dios, pues no podemos hacerle pensar a un personaje por fuera de su tiempo histórico) y se convertía en una especie de antropólogo, analizando las culturas que él mismo había visto. Las Casas fue más allá y mencionó la “relatividad” del término barbarie, justamente si eran aquellos que no compartían tu religión y hablaban otro idioma (“barbarizaban”, según Aristóteles), llamó a la lucha contra los turcos otomanos. Llegó a poner en tela de juicio la justicia de la conquista y sus títulos, o los derechos de príncipes cristianos sobre aquel nuevo mundo.

Cada uno de estos puntos ha colocado a la conquista de América en un sitio por cierto sui generis con respecto a las otras. Seguramente más de uno me pensará en este momento como católico o hispanófilo, pero lejos está quien escribe de esta definición. El inconveniente con respecto a este tipo de reflexiones históricas es que todos sabemos que la conquista de América fue la peor de todas y punto. Existe una verdad absoluta en la que los españoles son la peor escoria de los tiempos y punto, no hay reflexión posible. Hay una vieja máxima que dice que no es quien vence el que escribe la historia, sino que quien escribe la historia es quien vence. De esta forma, España y la conquista quedaron en los anales de los peores crímenes de la humanidad; así quedó escrito con fuego y sangre en los libros, y cualquier atisbo de reflexión queda desacreditado por conservador y fascista. Otra posverdad en el relato histórico. ¿Acaso los ingleses, franceses, italianos, portugueses y holandeses hicieron sus conquistas de forma amable? ¿Acaso no diezmaron poblaciones enteras, esclavizaron y asesinaron a voluntad en África, Asia e inclusive también en América?

A inicio del siglo XVI comenzó a diseminarse algo que los españoles denominan Leyenda negra y que nace en Inglaterra. Se promovió en aquellos años la idea de que los españoles eran brutales, fanáticos y crueles, y que la conquista de América era su gran laboratorio. Además, se editaron los libros de De las Casas, como Brevísima relación de la destrucción de las Indias, mientras que Sepúlveda recién fue editado con su Democrates alter en el siglo XIX. Un imperio en decadencia y uno en pleno auge y crecimiento, y la historia que termina pariendo una leyenda negra. Inglaterra y Francia utilizaron esta leyenda obviamente en su beneficio político. Evidentemente, lector atento, la leyenda surge de hechos, y esos hechos existieron: asesinatos, crueldades de todo calibre, encomiendas, violaciones y un terrible enorme etcétera. ¿Pero será algo diferente a lo que sucedió en los territorios conquistados por los ingleses? África durante el Imperialismo debe ser el ejemplo más acabado de crueldad y desidia. Pero cuando la palabra conquista aparece relacionada con brutalidad, solo la conquista de América y España aparecen como los vencedores. La posverdad historiográfica y el poder generan un relato parcelado. Ningún otro imperio se preguntó sobre la legalidad de su conquista, ninguno se preguntó sobre los derechos de los naturales. ¿Serán estas razones poco importantes para la turba que en este momento toma tridentes y antorchas para apaliarme? Seguramente, pero sí lo son para quien escribe. “Verdad sin matices es casi siempre falsedad”, escribió el genial Carlos Real de Azúa, y me hace pensar.

Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo. Fray Antonio de Montesinos, 1511.

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