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La covid y las decisiones humanas

Por Marcia Collazo.

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El gobierno ya decidió en materia de política sanitaria. Decidió en expresa ignorancia de las recomendaciones de la ciencia. Desatendió los dictámenes del propio grupo asesor (el GACH) que creó. Y desde que tomó esa decisión –cuyos resultados hablan a gritos- no ha hecho nada más que permanecer en su posición. Hay que reconocerle, por supuesto, método y constancia para perseverar en su papel. Sería casi admirable su férrea decisión de no ver, no escuchar y no hablar, si se tratara de un gobierno mártir, de esos que han jugado hasta su última ficha en aras del bienestar colectivo, y arrastran sobre sus espaldas todo el dolor y las angustias del pueblo.

No sé si existe o ha existido algún gobierno de ese tenor en la faz del planeta, pero es seguro que entre nosotros no lo vamos a encontrar. Cuando la tierra uruguaya tiembla en sus raíces, el gobierno permanece impávido; y si lo presionan demasiado, suelta una que otra frase demagógica, de esas que aparentan decir algo pero no dicen absolutamente nada. Por si hubiera alguna duda, eso es lo que sucedió a fines de mayo; el gobierno dispuso, como toda medida ante el descontrol de la situación de pandemia, que  hasta el 6 de junio se continuaba con la suspensión de espectáculos y cierre de oficinas públicas. Es decir que no adoptó ninguna estrategia nueva, de ninguna naturaleza, ni procedió a reducir la movilidad pública en modo alguno. Como suprema concesión, mantuvo una situación que ya existía con anterioridad. Cualquiera sabe que con idénticas prácticas se obtienen idénticos resultados. Si se desean resultados diferentes, es necesario cambiar las prácticas. Eso hasta ahora no ha sucedido.

Insólitamente, el gobierno maneja el asunto de la pandemia desde criterios netamente políticos, que a amplios (cada vez más amplios) sectores de la población les parecen no solamente incomprensibles sino además criminales. Y en esa conducta hay un no sé qué de oscuro, de innoble y de ominoso para mucha gente, incluso para votantes de la coalición, que si no salen a expresarlo a gritos es sólo por una renuencia lindante con el estupor. Mientras tanto, el gobierno ha hecho de todo para sacarse de encima cualquier amago de culpa y cargo, aun cuando el propio Presidente de la República se cansó de repetir, al principio, el sonsonete de que si algo salía mal él se hacía cargo.

Con una molestia y una impaciencia absolutamente improcedentes, que empañan su función y acaso su propia imagen, el Presidente acusó no una sino muchas veces a la población entera, de no haber ejercido adecuadamente la libertad responsable. Es un absurdo por donde se lo mire. Con esa lógica, ni existiría la ley (por ejemplo, la ley penal, que castiga delitos de personas que no se han hecho responsables de sus actos) ni tampoco existiría el gobierno (porque si todos hacemos exactamente lo correcto y lo debido, ¿para qué querríamos instituciones?). El absurdo cobra proporciones gigantescas, además, cuando se considera que quien se da el lujo de despotricar contra la gente es nada menos que nuestro primer mandatario, que está obligado a gobernar, y que hasta ahora sólo ha tomado medidas erráticas, contradictorias y claramente insuficientes.

La pandemia no es una gripecita (como dijo el inefable Bolsonaro y como sus acólitos vernáculos no cesan de repetir, entre nosotros), y frente a sus estragos naturales existe un amplio abanico de valoraciones y decisiones humanas. Y son justamente esas decisiones humanas las que pueden producir el aumento o la disminución de los casos en una sociedad, aunque nada tenga que ver la voluntad con las leyes causales de la naturaleza y con los procesos de reproducción y trasmisión viral. Porque una cosa es la conducta del virus, y otra muy distinta es la valoración que hacemos de sus estragos, así como las medidas que tomamos para minimizarlos. Dicho de otra manera: aquí hay decisiones que se toman minuto a minuto y segundo a segundo. Por ejemplo, la decisión de dejar todo como está sigue siendo una decisión. La decisión de no soltar un vintén, también sigue siendo una decisión, y hay que decirlo con todas las letras.

Uruguay es en estos momentos uno de los peores países del mundo en materia de trasmisión de Covid. Esto puede deberse a múltiples causas, pero sin duda una de tales causas es la ineficiencia y la inoperancia del gobierno, que no desea poner un peso (nos referimos a pesos de verdad y no a limosnas ocasionales y efímeras) arriba de la mesa. En un mundo regido por el dinero, sin dinero no se sale del fondo del pozo. Eso es a estas alturas otra paradoja, de entre las muchas que podríamos enumerar. Es como si, frente a la oportunidad de contratar un oneroso rescate para sobrevivir, los pasajeros del Titanic prefieran morir con todas sus joyas y sus chequeras encima. Por eso no se atiende a la ciencia. Por el contrario, el discurso científico, al llegar a la casa de gobierno, se convierte en políticas públicas que dependen de cálculos políticos y económicos.

Todos estos cálculos están pautados por una sola consigna. Defender a muerte a los malla oro y al gran capital, y poner el pulgar para abajo frente al resto de la población. Que se los coman los leones, parecen querer decir, por más que el virus no distingue por colores partidarios ni caudal en patrimonio o en cuentas bancarias. Pero un poco es cierto. Los leones de cabeza roja coronada de antenitas, suelen diseminarse más a gusto entre los más vulnerables, los que tienen que andar apretujados en los ómnibus, los que no pueden darse el lujo de mantener distancia social con sus congéneres, los que medran en ambientes húmedos y mal ventilados, los que pasan hambre si no salen a hacer el vintén cotidiano. Las advertencias del GACH en el sentido de tomar medidas más contundentes y más drásticas (el famoso blindaje de abril y otras) quedaron en la nada. Cayeron en la tierra pantanosa y pútrida de la ceguera, la soberbia, la vana demagogia que nada dice y mucho menos hace. El discurso de la ciencia está condenado a muerte, lo mismo que el destino de tantos compatriotas, porque es tamizado por los compromisos morales e ideológicos de los políticos, de sus partidos y de sus asesores. Una vez más se trata de valoraciones y decisiones humanas.

 

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