Un elemento que se ha globalizado rápidamente ha sido la crisis de la democracia. En Europa –que se enorgullecía de sus sistemas políticos– las políticas de austeridad han promovido la generalizada deslegitimación de esos sistemas, centrados en dos grandes partidos. Cuando ambos asumieron esas políticas económicas antisociales, entraron en una crisis acelerada, perdiendo votos e intensificando el desinterés por las elecciones, dado que esos dos partidos promueven políticas similares. Han empezado a surgir alternativas: por la derecha, de forma autoritaria, y por la izquierda, buscando el ensanchamiento y la renovación de las democracias.
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Hasta que la crisis de las democracias dio un salto con el brexit y con la elección de Donald Trump en EEUU. En Gran Bretaña, los dos partidos tradicionales fueron derrotados en una decisión crucial para el futuro del país, y de la misma Europa, con la decisión mayoritaria de salir de la Unión Europea. Tal resultado refleja cómo esos dos partidos no supieron entender el malestar de gran parte de la población –incluso de amplios sectores de la misma clase trabajadora– respecto a los efectos negativos de la globalización neoliberal. Los trabajadores, electores tradicionales del Partido Laborista, concentraron su voto por el brexit, en contra la decisión de ese partido, y terminaron inclinando la votación.
En EEUU no es sólo la victoria de un candidato outsider que enfrentó al Partido Demócrata, sino que también enfrentó a los grandes medios, a la dirección de su propio partido y a los formadores de opinión. El triunfo de Trump representó una derrota para los dos partidos, en lo que fue una expresión de la voluntad organizada de los estadounidenses.
Por todas partes la democracia tradicional hace agua. Los partidos tradicionales pierden aceleradamente apoyos, las personas se interesan cada vez menos por la política, votan cada vez menos, los sistemas políticos entran en crisis, ya no representan a la sociedad. Es la democracia liberal, que siempre se autodefinió como “la democracia”, la que entra en crisis, bajo el impacto de la pérdida de legitimidad de gobiernos que han asumido los proyectos antisociales del neoliberalismo y de la misma política, corrompida por el poder del dinero, que en el neoliberalismo invade a toda la sociedad, incluso a la misma política.
En América Latina, dos países que habían fortalecido sus sistemas políticos mediante gobiernos y liderazgos con legitimidad popular, como Argentina y Brasil, han retrocedido hacia gobiernos que pierden – o nunca han tenido– apoyo popular. El mismo sistema político sufre con gobiernos que han hecho promesas o han sido elegidos con programas distintos a los que ponen en práctica. El programa neoliberal de ajustes fiscales profundiza la crisis de legitimidad de los gobiernos y de los mismos sistemas políticos.
La concepción que preside al neoliberalismo, que busca transformar todo en mercancía, llegó de lleno a la política, con sus financiamientos privados, con campañas encargadas a servicios de marketing, con millonarias actividades que hacen de las campañas un despliegue de piezas publicitarias casi al estilo de cualquier producto. Por otra parte, gobiernos llenos de ejecutivos privados son cada vez más parecidos a empresas, por el personal y por la concepción que tienen esas administraciones con mentalidad de mercado.
La era neoliberal es así la era del agotamiento del sistema de las democracias liberales. Los agentes que le daban legitimidad –parlamentos con representación popular, partidos con definiciones ideológicas, sindicatos y centrales sindicales fuertes, dirigentes políticos representantes de distintos proyectos políticos, medios de comunicación como espacio relativamente diversificado de debates– se han vaciado, dejando al sistema político y a los gobiernos suspendidos en el aire. El desprestigio de la política es la consecuencia inmediata del Estado mínimo y de la centralidad del mercado.
La crisis de las democracias se ha vuelto uno de los temas que se extienden de EEUU a América Latina, pasando por Europa y por Asia. Ya no se trata de reivindicar un sistema que se ha agotado, sino de construir formas alternativas de Estado, de sistemas políticos y de representación política de todas las fuerzas sociales.