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Editorial

La entrega

Por Leandro Grille

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Caras y Caretas Diario

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El presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, le retiró el asilo diplomático a Julian Assange, que permanecía refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres desde el 19 de junio de 2012. El fundador de WikiLeaks fue detenido por los agentes de Scotland Yard dentro de la sede diplomática ecuatoriana, a la que pudieron ingresar por expresa solicitud del gobierno de Moreno.

La decisión de Lenín Moreno supone una violación flagrante del principio de no devolución consagrado en el artículo 41 de la Constitución de Ecuador, que expresamente prohíbe entregar a los asilados y una ruptura del artículo 71 de la misma carta, que dispone que ningún ciudadano ecuatoriano puede ser extraditado, toda vez que Assange posee la nacionalidad ecuatoriana desde finales de 2017.

Más allá de los aspectos jurídicos, la entrega de Assange a la Policía inglesa configura un asalto al legado del expresidente Rafael Correa y un violento gesto de sumisión frente a Estados Unidos que cristaliza la conversión absoluta de Moreno, quizá uno de los mayores fraudes políticos de la historia de América Latina porque alcanzó la presidencia mediante el sufragio de más cinco millones de personas que lo votaron convencidos de que representaba exactamente lo contrario a lo que resultó.

Moreno venía negociando con Estados Unidos la entrega de Julian Assange en el marco de una grotesca redirección de su política exterior, que incluye el abandono de Unasur, la incautación de su sede en Quito, la adhesión a Prosur y el Grupo de Lima y el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente “encargado” de Venezuela. Su política de alineamiento ostensible con la administración Trump persigue además intereses económicos, como tratamiento preferencial de la deuda y el otorgamiento de créditos por parte de organismos de créditos controlados por Estados Unidos. En diciembre de 2018, The New York Times reveló que Moreno intentaba intercambiar a Assange por concesiones económicas de Estados Unidos.

Sin embargo, la decisión de Lenín Moreno debe ser también interpretada como una represalia por la publicación de los conocidos como INA papers,  una megafiltración de correos electrónicos, conversaciones en Telegram y WhatsApp de las cuentas de Moreno y sus allegados, que vienen a probar que el presidente ecuatoriano, su esposa, su hermano y empresarios muy cercanos a él han recibido, a través de una docena de cuentas offshore, coimas millonarias en dólares de empresas como la china Sinohydro y la panameña Recorsa, como retribución por su direccionamiento de concesiones de obras públicas. Es tan abundante la cantidad de pruebas acumuladas en los INA papers, que parece inevitable que Moreno afronte gravísimas consecuencias penales en el mismo momento en que deje de ser presidente, ya sea porque la sociedad no lo reelija -cosa harto probable, puesto que su popularidad apenas alcanza 17%- o porque lo destituyan antes si continúa avanzando la investigación que ordenó la Fiscalía General.

El escandalo asociado a la revelación de estos papeles ha conmocionado al gobierno ecuatoriano, que ha apuntado a WikiLeaks y a Julian Assange como la fuente de la filtración, pese a que el sitio web ha negado estar detrás de los INA papers y, aún en ese caso, Assange no participa en su dirección editorial desde setiembre de 2018, cinco meses antes de que la filtración se produjera.

La entrega de Assange a Scotland Yard no tiene ningún sentido jurídico. La causa “original” por la que se perseguía al activista y experto en informática australiano es por unas curiosas denuncias de violación y acoso sexual en Suecia,  una de las cuales ya fue retirada y la otra prescribió. Suecia clausuró las causas en 2017 y el único reproche judicial que le queda Assange en Reino Unido es una falta menor y excarcelable por haber violado las condiciones de la fianza al haber solicitado asilo. En condiciones normales, lo único que debería hacer Assange es presentarse ante la justicia inglesa y pagar una multa para quedar en libertad ambulatoria, pero todo el mundo sabe que todas las acusaciones esconden la verdadera imputación que las subyace y que no caduca: la persecución contra Assange que protagoniza el gobierno de Estados Unidos porque no le perdona haber hecho conocer al mundo los documentos secretos del Pentágono que probaron los aberrantes crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos en Irak y Afganistán. No han sido pocos los periodistas y políticos estadounidenses que han pedido la cabeza del activista y el propio Donald Trump dijo en 2010 que había que matarlo a él y a los miembros de WikiLeaks, aunque luego pareció congraciarse con el sitio de filtraciones cuando este hizo público el archivo de correos electrónicos de Hillary Clinton en la mitad de la campaña electoral.

Además de aquellas primeras y famosas filtraciones que lanzaron a la fama a Assange y al sitio, WikiLeaks produjo Vault 7 en 2017, la filtración más grande de la historia de documentos secretos de la CIA, incluso superior a la filtración que hizo Edward Snowden de la NSA, demostrando que Estados Unidos ha desarrollado herramientas para la cibervigilancia a través de todos los dispositivos, incluyendo teléfonos, aplicaciones, programas, sistemas operativos y televisores, permitiendo que productos fabricados en Estados Unidos tengan defectos de seguridad que les permiten a ellos ingresar y espiar a todo el mundo.

Julian Assange ha hecho una contribución indiscutible para que la sociedad actual conozca el verdadero carácter imperial de Estados Unidos, las brutales violaciones a los derechos humanos  que se han llevado adelante en las guerras de Irak y Afganistán y la amenaza a la privacidad y la democracia que implica el funcionamiento de los servicios secretos estadounidenses y su tecnología de la vigilancia aplicada sobre todo el planeta. Estados Unidos lo quiere y lo quiere muerto. Hasta ahora Assange gozaba de la valiente protección de Ecuador, que había dispuesto en su momento el presidente Rafael Correa, y que lo mantenía refugiado en su embajada en Londres, pero con Correa fuera del poder y su sucesor Moreno convertido en traidor -si es que no fue siempre un topo al estilo Luis Almagro-, Assange ha sido entregado a Inglaterra, que -a no dudarlo- va a seguir a pie juntillas el guion que disponga Estados Unidos.

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