Como resultado de dos muy pensadas planificaciones de los partidos contra Argentina y Paraguay, y pese a críticas equivocados que comentaré con detalle más adelante, Uruguay está casi clasificado para el Mundial de Rusia 2018. Mejoró desde un tercer lugar antes de Argentina y alcanzó el segundo lugar después de jugar con Paraguay en Asunción. Miro los partidos de fútbol que importan por televisión, sin sonido, desde hace años. Porque el partido que las cámaras toman y al que los comentaristas refieren no es el que me interesa. Necesito -y esto lo comparto con aquellos que saben más que periodistas y aficionados comunes- ignorar lo más posible las prioridades de las cámaras y de los comentaristas. De alguna manera, y yendo un poco más lejos, es la actualización al fútbol de lo tan temido por Nietzsche en sus conferencias sobre el porvenir de la educación luego de mediados del siglo XIX. Uno de sus principales miedos era la generalización del periodismo como modo básico de informarse y de juzgar el mundo; porque antes de eso, sólo los especialistas o las autoridades informaban y opinaban. En el presente, y más aun a futuro, la simplificación periodística, la coloración sensacionalista y el aumento de la cantidad sobre la calidad y profundidad de la información y la opinión configuran un panorama temible que internet y las redes sociales aceleran. Nietzsche tuvo razón, y esos temores, más elaborados por Georg Simmel a comienzos del siglo XX y luego por Abraham Moles, se han ido confirmando tenebrosamente. Un ejemplo muy claro, y patético, ocurrió hace unos días cuando Uruguay y Argentina empataron en Montevideo a falta de cuatro fechas para el final de las clasificatorias sudamericanas para la Copa del Mundo Rusia 2018. Luego de ese empate, los dos países mejoraron su posicionamiento en la competencia como consecuencia de ese resultado: Uruguay mantuvo su tercer lugar (que le da clasificación directa), y lo mejoró, porque antes estaba empatado en puntos con Chile y entonces lo superaba por un punto; Argentina mantenía su quinto lugar (que le da derecho a una plaza muy probable en repesca), pero lo mejoraba porque estaba un punto detrás de Chile y quedaba igual. El empate en el Centenario fue un negocio para ambos equipos, empate que estratégicamente era aconsejable dado el hecho de que, ya antes de empezar el partido, se sabía que Colombia había empatado (el segundo en la eliminatoria hasta hoy), que Chile estaba perdiendo sorpresivamente con Paraguay en Santiago, y que Perú podría ser el otro equipo -junto con Paraguay- con más chances de escalar posiciones. Sorpresivamente, en la calle, comenzó a circular una evaluación muy equivocada de ese empate, probablemente liderada por algunos poco inteligentes dotados de micrófonos y cámaras para engatusar incautos. La gente empieza a decir que Uruguay había jugado de local y sin aprovechar que tenía dos de los mejores delanteros del mundo; que el planteo era injustificadamente temeroso dadas esas presencias; que se perdía la oportunidad de ganarle a los argentinos en Montevideo y de ganar tres puntos que nos dejarían segundos en la tabla debido al empate de Colombia. No arriesgar clasificación: prioridad estratégica Defendemos, a capa y espada, para ambos equipos, la conveniencia de asegurar un empate dadas las circunstancias y en el contexto estratégico de asegurar la clasificación y no arriesgarla. Ese objetivo estratégico era mucho más importante que ganarle a Argentina y quedar segundos en la eliminatoria. En primer lugar, porque no importa ser primeros, segundos, terceros o cuartos, salvo por cuestiones honoríficas secundarias, ya que es el ranking FIFA lo que define los cabezas de grupo para Rusia 2018 y no el orden de la clasificación en la clasificatoria. En segundo lugar, porque ese objetivo pasó a ser prioritario para ambos justo antes del partido, cuando el empate de Colombia, la derrota de Chile, el triunfo de Paraguay y el probable de Perú trazaban un panorama muy distinto de lo que era antes de jugarse Venezuela-Colombia y Chile-Paraguay. Uruguay, en el caso de no perder, aseguraba fortalecer su tercer lugar para la clasificación a tres fechas del final -como vimos- y revertir una racha de resultados desfavorables, reforzar el ánimo y la seguridad defensiva. Por el contrario, en caso de derrota, sería sobrepasado por Argentina y quedaría cuarto, por diferencia de goles, sobre Chile. El empate, a Argentina, lo mejoraba en su cercanía al cuarto puesto de clasificación directa. La derrota lo podía poner fuera de la clasificación en disputa con Perú y Paraguay (que podían ganar y ganaron) y Ecuador (que podía ganar y perdió). Era más temible lo que se podía perder arriesgando un triunfo poco importante que mirar con cariño un conveniente empate; para los dos el triunfo era poco importante, el empate, favorable, y la derrota, desastrosa. Y los pensantes de ambos equipos y países (dirigentes, técnicos, jugadores) seguramente se dieron cuenta simultáneamente, en los vestuarios, y justo para cuando se viven las últimas planificaciones, arengas e instrucciones. Con esos cálculos en mente empezaron el partido; con la prioridad de evitar derrotas, secundarizar triunfos y aceptar empates. Por más ofensiva que fuera la integración de Argentina; con el fútbol de propuesta positiva de Sampaoli; con Messi, Dybala, Icardi y Di María juntos, era imposible que, cuando vieron que Uruguay duplicaba las marcas en todo el sector defensivo, quisieran arriesgar demasiado en la suma de jugadores al ataque y en la ocupación de terreno uruguayo para poder responder a la duplicación de marcas en terreno defensivo celeste. Y les dio miedo hacerlo; porque tenían claras las prioridades estratégicas y no estaban dispuestos a arriesgar un contragolpe uruguayo, con dos contraatacantes letales como Cavani y Suárez y con dos posibles jugadores con desdoble ofensivo (Nández y Rodríguez). Está claro que no fue una decisión audaz ni alegre olvidarse de que éramos locales y con dos de los mejores delanteros del mundo (aunque no era seguro el rendimiento de Suárez); pero fue una decisión inteligente, conservadora quizás, pero responsable y consciente de los altísimos costos que podría tener una derrota. Si parte de la prensa reaccionó así con un empate que mejoró nuestra posición en la tabla clasificatoria y que nos acercó una fecha más a la clasificación -impidiendo el pánico usualmente presente en todos los finales de clasificación en los años de mundiales-, qué hubiera pasado si Uruguay, intentando ganar y atacando para aprovechar a Suárez y Cavani, suelta marcas, arriesga terreno, pierde con Argentina y queda al borde del abismo justo antes de tener que visitar a Paraguay. La doble derrota nos hubiera dejado con alto riesgo de quedar fuera de la clasificación directa, moderado riesgo de repesca y temible peligro de quedarnos en casa. ¿Cuántas voces se alzarían -ahora con razón- reclamando mesura, inteligencia y responsabilidad a la hora de planificar integración del equipo, jugadores y audacia de planteo que no arriesgaran la clasificación aunque fueran un desperdicio de localía, de Suárez y Cavani, y de la oportunidad de ganarle al rival de siempre? En suma, Argentina y Uruguay, vistos los resultados de Chile, de Paraguay y de Colombia, las probabilidades de Perú y Ecuador, y lo que faltaba para el fin de las clasificatorias, decidieron, seguramente sin consultarse, de común acuerdo en un sentido común estratégico, arriesgar menos de lo que podrían: Argentina no se aventuró posicional y territorialmente para compensar la superioridad numérica en zona defensiva uruguaya por temor al contragolpe uruguayo; Uruguay no se aventuró a explotar la valía ofensiva de Suárez y Cavani porque eso no le hubiera permitido duplicar las marcas y reducir los espacios, que fueron las armas de anulación del potencial ofensivo argentino. Ambos países subordinaron la tradición de rivalidad clásica, la importancia de cada resultado, y algunas virtudes ofensivas apreciables de ambos, a la maximización de la clasificación al Mundial de Rusia. Yo creo que hicieron lo correcto, dada la importancia del fútbol en la realidad sociocultural y política de los dos países; y, por tanto, también creemos que lo nacido en el periodismo deportivo y reproducido por la opinión pública después es un error que nace de la falta de sentido de responsabilidad y de ponerse en el lugar de los decisores (dirigentes, técnicos, jugadores). Sólo pueden opinar lo contrario los ignorantes, irresponsables y majaderos que no ven ni valoran lo dicho más arriba; y dicen radicalidades de boliche, donde no importan. Los resultados de la fecha siguiente confirmaron el acierto de ese cálculo estratégico rioplatense: Uruguay, venciendo a Paraguay 2-1 en Asunción, terminó quedando segundo en la eliminatoria; y Argentina, pese a un sorpresivo empate en Buenos Aires con la eliminada Venezuela, terminó mejorando a un cuarto lugar, empatando en puntos con Perú.
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