Por Javier Zeballos Los salares de la Puna y el Altiplano andino se encuentran en el suroeste de Bolivia (Uyuni), el noroeste argentino (Salta, Jujuy y Catamarca) y en el noreste de Chile (Atacama). A esta región se la denomina el triángulo del litio porque acapara las mayores reservas mundiales. Se calcula que posee entre 70% y 85% de las reservas conocidas, aunque no hay que olvidar que no siempre significa que se las pueda extraer o sean totalmente operativas. De hecho, hoy el mayor productor de litio es Australia, aunque lo obtiene de roca con un proceso minero tradicional y más costoso. Entre los años 2008 y 2011, por razones de trabajo, me tocó estar en varios salares de la puna argentina y el altiplano boliviano, vinculado a la producción de litio. Las partículas de este metal en las baterías de mi teléfono móvil seguramente habían realizado un azaroso viaje por decenas de miles de kilómetros, desde la profundidad de esos salares milenarios hasta algún país en las antípodas (China, Corea del Sur, Japón) para integrarse como un componente vital de ese y otros dispositivos (cámaras de fotos, tabletas, laptops) que viajaron de regreso para ser comercializadas en nuestros países. El litio no es un mineral escaso en la corteza terrestre y se encuentra también en rocas. Fue descubierto en Suecia en 1817 por Johan Arfvedson en una mina de petalita. A diferencia de la extracción explotando grandes masas rocosas, la succión de las salmueras de estos salares y los procesos evoporíticos de concentración son hoy mucho más eficientes y, sobre todo, más económicos. De ahí la importancia estratégica que han adquirido los salares en estos tres países sudamericanos. La pregunta es: ¿estratégico para quién? En la historia del litio se fue avanzando en su conocimiento y utilización para diversos usos industriales. En 1923, la empresa alemana Metallgesellschaft AG comenzó a producir litio mediante la electrólisis del cloruro de litio y cloruro de potasio fundidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, aparte de algunos usos medicinales, fue un metal utilizado en las fabricaciones militares por su liviano peso, sobre todo mediante aleaciones en la fabricación de aviones de alta tecnología o en submarinos. Algunos científicos afirman que fue usado en la bomba de hidrógeno. Todo esto lo rodeó del mayor secreto. Lo curioso es que por las presiones de Estados Unidos (EEUU) algunos países declaraban al litio como estratégico aunque no lo explotaran en lo más mínimo ni desarrollaran investigación y conocimiento. En plena Guerra Fría, el objetivo no era otro que asegurar que tales reservas fueran accesibles sólo al imperio norteamericano. Por esa época, aparte de sus secretos usos militares en plena carrera armamentista, el otro potencial estaba puesto en su posible uso en cohetes para ganar la carrera espacial. Otro deseo añorado era la producción de energía nuclear, algo que aún se viene investigando, no por medio de la fisión (que genera residuos tóxicos radioactivos), sino a través de la fusión, cuyo subproducto sería sólo el helio, un gas inerte. Por si alguien cree que tales prácticas de EEUU son algo del pasado, hay que saber que en algunos otros puntos del planeta se han descubierto posibles reservas de litio también en salares. Uno de ellos, aunque sería minoritario, es Colombia, en las salinas marinas de Manaure, sobre el mar Caribe y muy cercana a la frontera con Venezuela, junto al lago Maracaibo. Otro punto es una posible gran reserva de litio en Afganistán. Cualquier coincidencia con la puntería del intervencionismo estadounidense no es casualidad. EEUU extraía el litio en su propio territorio, de las salinas de California y Nevada, aunque esas reservas estaban en línea para el poco uso que tenía antes del boom de la tecnología de los dispositivos electrónicos masivos. El gran productor de litio es Australia, aunque lo obtiene por el minado de rocas. Tal vez por ello los capitales australianos estén tan involucrados en la extracción de litio en Argentina o representen, en los últimos 20 años, un aliado en las aventuras belicistas estadounidenses. Por si faltaba algo en tiempos de Donald Trump, según un informe publicado en El Economista por León A. Martínez, “las empresas mineras situadas en Sonora, México (Bacanora Minerals y Rare Earth Minerals), firmaron un contrato de poveeduría de litio con la fábrica de Tesla”, al tiempo que la mayor reserva de litio para el Servicio Geológico de EEUU sigue siendo el salar de Uyuni en Bolivia. Resta saber si acaso volverá a repetirse la historia de la maldición de los recursos naturales o si podrá ser por fin una bendición para los pueblos. ¿Qué es el litio? Según la definición científica de Wikipedia, el litio, que en griego quiere decir “piedrecita”, es un elemento químico de símbolo Li y número atómico 3. En su forma pura es un metal blando, de color blanco plata y es el más liviano. Entre las propiedades físicas más notables están su alta capacidad calorífica, alta conductividad térmica, baja viscosidad, muy baja densidad y un potencial electroquímico muy alto. También es necesario recordar que es muy inflamable y puede explotar cuando se expone al aire y especialmente al agua. Es corrosivo y se debe evitar el contacto con la piel. ¿Es el litio un combustible que aporta energía? Hace casi cinco décadas, un estudiante de química argentino, nacido en Jujuy, llamado Daniel Galli, concurrió a un seminario de termodinámica en Buenos Aires, donde estudiaba. Allí recibió la pregunta de un viejo profesor que le inquirió sobre cuál creía que sería la energía del futuro. El estudiante Galli meditaba sobre la energía solar, la eólica o la nuclear, hasta que el profesor le espetó que la energía del futuro sería el ahorro de energía. Aquel Daniel Galli desde hace muchos años es profesor titular de la cátedra de Termodinámica de la Universidad Nacional de Jujuy (UNJU), tras obtener el título de licenciado en Química por la Universidad de Buenos Aires a inicios de los años 70. Además, es doctor en Filosofía por la Macquire University de Sídney, Australia. Lleva décadas de trabajo en minería en la puna del noroeste argentino y del altiplano boliviano, es uno de los mayores especialistas en los salares y ha dirigido importantes proyectos de litio. A la pregunta sobre si el litio es un combustible, Galli contesta que no. “No es un reemplazo de los combustibles, sino que permite ahorrarlos. Al ser el elemento más electropositivo de la Tabla Periódica, tiene una gran capacidad de captar electrones, por eso sus baterías tienen la propiedad de acumular una altísima cantidad de energía en una masa pequeña”, explica. Por si le faltara algo, Galli recuerda que el litio es reciclable, aunque hoy no se recupera porque el costo-beneficio no alcanza a ser viable y las inversiones están atraídas hacia las ganancias de producción ante la ventana de oportunidad de su creciente demanda, más allá de que ese mismo aumento de producción incidirá en su estabilización o incluso en su posible baja dependiendo de la dinámica de esa relación entre oferta y demanda. La guerra del litio Si bien los salares se vienen estudiando con mayor intensidad desde los años 70 del siglo pasado, a inicios del siglo XXI se volvieron un factor estratégico atrayendo el interés ya no de las potencias militares, sino de los grandes capitales del mundo desarrollado. En la primera década se desató una guerra sorda, no sólo comercial, sino también geopolítica. Tuvo como protagonistas a las grandes empresas automotrices, sobre todo las asiáticas Toyota, Nissan-Mitsubishi (en alianza con la francesa Renault) Hyundai-Kia, entre otras, que comenzaron a disputarse la seguridad de sus suministros de litio para los próximos 25 años y planificar el futuro de los autos eléctricos. A la vez, empresas de la tecnología informática como Apple, Samsung, Sony, HP o la china Lenovo lo hacían con horizontes muchos más cercanos, producto del boom de los teléfonos inteligentes, las cámaras digitales, las tabletas y notebooks que necesitaban cada vez mejores, livianas y más pequeñas baterías, y habían dejado casi en la prehistoria a las revolucionarias primeras pilas de litio que presentó la compañía Sony en 1991. A esa carrera por los suministros vitales para sus inmensos negocios globales, hay que sumar a Tesla y su impacto en el mercado de los autos eléctricos. Para tener una idea, un vehículo Tesla Model S usa más litio en sus baterías que más de 10.000 smartphones. A eso se le sumaban todo tipo de alianzas y fusiones de capitales en un esquema financiero internacional que suele propagar las bondades de la inversión extranjera directa en la extracción de recursos naturales no renovables entendidos como commodities, a la vez que disputan un fuerte control sobre toda la cadena logística de su transporte, procesado y distribución de productos a escala mundial mediante el incentivo del consumo y la infaltable obsolescencia programada. Para no faltar a la cita, los grandes fondos de pensión también se interesaron en un mineral -carbonato de litio- cuyo precio internacional por tonelada pasó de US$ 1.760 en el año 1999 a US$ 13.375 en 2018. A eso se le debe sumar el tardío interés, pero cada vez más fuerte, de los grandes capitales petroleros que apuestan a los autos híbridos. Por si faltara algo, “aparte de los dispositivos, también se necesita litio para fabricar baterías que puedan ser usadas para almacenar energía proveniente de fuentes renovables, como la solar o eólica”, como explica Ernesto Calvo, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigador del Conicet en declaraciones al portal iprofesional de Argentina. “Podríamos pensar en armar kits para dotar de energía a poblaciones y establecimientos de zonas rurales aislados de las redes eléctricas. Hay informes que demuestran que la electrificación rural es un mercado muy grande, ya que sólo en América Latina hay 30 millones de personas alejadas de las redes eléctricas”, agregó. Los dilemas de Chile, Argentina y Bolivia Los países del triángulo de litio corren una carrera de obstáculos en el desarrollo de sus capacidades, no dejando de competir entre ellos, a menudo mediante una guerra de declaraciones que, aparte de elementos chauvinistas, demuestra poderosos intereses empresariales en juego mezclados con un fuerte componente ideológico y político, no exentos de contradicciones a la interna de cada país. A nivel de países, Australia lidera la producción y venta con 40% de la participación en el mercado del litio, mientras que Chile es el segundo, con 36%. Más atrás aparecen Argentina (14%) y China (8%), un actor que crece en consumo y producción propia a la vez que comienza a ser un jugador fuerte como inversor en los salares sudamericanos. A nivel de empresas, tres grandes compañías extranjeras hoy son las mayores productoras del litio extraído de los salares andinos: la estadounidense Albermarle, controlada por Rockwood Lithium, que posee 33% del mercado; la chilena Sociedad Química Minera (SQM), cuyo propietario es el yerno de Pinochet y al que el dictador le otorgó durante su régimen una concesión de extracción de litio, que produce cerca de 25%; y la también estadounidense FMC Corporation, con 12%, la empresa con mayor historia en el litio, que tuvo que irse de Bolivia y se instaló en el Salar del Hombre Muerto, en Catamarca, Argentina. Chile fue el primero en explotar el litio en el desierto de Atacama y eso le ha dado una infraestructura acumulada que lo ubica como el segundo productor mundial y el primero de los tres países de Sudamérica con mayor producción actual. A tal punto el auge del litio ha renacido en Chile que uno de los principales productores de litio chileno, SQM, cruzó la cordillera y firmó un joint venture con Lithium Americas Corp. para explotar el proyecto Cauchari-Olaroz en la provincia de Jujuy. Es que Argentina es el país que en los últimos años ha aprobado más proyectos de exploración y ha otorgado más concesiones de salares a empresas extranjeras. Con el objetivo de atraer inversiones, el presidente Mauricio Macri eliminó controles cambiarios y de capital así como un impuesto a la exportación de minerales. El gobierno argentino realizó grandes conferencias internacionales respaldado por la Banca Rothschild, como informó en marzo de 2017 el portal Kontrainfo: “Primero fue la cumbre del 8 de marzo en Buenos Aires, organizada por el periódico The Economist (propiedad de la Banca Rothschild), realizada en el Alvear Palace Hotel, cuyos dos temas más importantes de este encuentro fueron la explotación petrolera de Vaca Muerta en Neuquén y el litio en Salta y Jujuy”. El portal también detallaba la importancia del litio para el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, el mismo que mantiene presa a la líder social y política Milagro Sala y reprime al movimiento popular. En noviembre de 2016 Morales organizó el III Congreso Internacional del Litio, que se realizó por primera vez en la Argentina. A su vez, en la segunda quincena de marzo de 2017, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y el secretario de Minería, Daniel Meilan, viajaron a Londres para iniciar las tratativas de la entrega del litio. Para el 20 de marzo, Clarín titulaba: ‘Litio, oro y plata, las estrellas de un road show de inversiones en Londres’; e informaba que Dujovne y Meilan se habían reunido con “empresarios mineros y banqueros”. Y un ejemplo de tanta euforia es la gigantesca multinacional minera Río Tinto, que huyó de Argentina en 2012 tras vender a Orocobre Ltd. la mina de borato Tincalayu, en Salta, la de mayor extracción en América del Sur. Con el nuevo gobierno argentino, Río Tinto volvió por sus fueros y el el 23 de marzo de 2017, tres días después de la cumbre en Londres, el gobierno nacional anunció que invertiría US$ 160 millones en la extracción de litio. Río Tinto tiene sus bases en Gran Bretaña, Australia y Canadá, fue fundada en 1873 y es propiedad de la Banca Rothschild. El único actor estatal que ha desafiado este poder es Bolivia. El gobierno de Evo Morales dio impulso a la industrialización nacional como parte de los planes para diversificar producciones y modernizar el país y busca producir, para el último trimestre de 2018, alrededor de 50.000 toneladas de carbonato de litio. Para ello construyó primero una planta piloto ubicada en el salar de Uyuni, la que fue ampliando en su capacidad industrial. Sin embargo, Bolivia no las tiene todas consigo porque las salmueras del salar de Uyuni contienen una alta cantidad de magnesio y eso encarece los costos para su separación, lo que ha retrasado el proceso iniciado en 2008. Pero lo que distingue a Bolivia no sólo es la defensa de la acción estatal de propiedad pública, más allá de posibles asociaciones con empresas privadas, sino su resistencia a las multinacionales que jugaron fuerte para explotar el salar más grande del continente, y mantuvo la exigencia en que se desarrolle en el país la fabricación de baterías, algo que está en fase de producción aún incipiente mediante la asociación con una empresa china. Si la fiebre del litio alcanza a poner en producción todo este flujo de capitales, no exentos de las especulaciones habituales en la industria minera, algunos especialistas afirman que 2018 será el último año de déficit de litio por lo que podría haber “excedente” a partir de 2019, lo que impactaría en los precios. No obstante, para otros analistas, el crecimiento de la demanda continuará al alza por las nuevas necesidades y la feroz disputa por asegurarse los suministros para para los próximos años. Los dilemas del litio en América Latina El debate sobre el litio en Chile ha sido muy fuerte porque Pinochet entregó la concesión del mineral sólo a dos empresas privadas, la de su yerno antes mencionada y a otra estadounidense. Pero la derecha no es homogénea y tiene diferentes intereses, por lo que algunos argumentan que se debe abrir la entrada a nuevas empresas privadas, sobre todo extranjeras, y no mantener solamente la concesión a las dos existentes, que se dividen el mercado y por años no apostaron a la innovación. A la vez, desde la izquierda se vuelve a hablar del rol del Estado, sobre la necesidad de generar cadenas de valor mediante la producción en el país de distintas fases industriales que generen empleo y mayor valor agregado. En Bolivia, el gobierno de izquierda tiene muy clara su posición, aunque son varios los que alertan sobre el retraso que eso le habría generado a la producción de litio boliviano, que en un momento de altísimos precios, aún no produce grandes volúmenes. Al inaugurar en 2016 la planta experimental de fabricación de baterías a cargo de una empresa china, Evo Morales dijo ese día que “si tenemos la reserva más grande de litio en Bolivia, ¿por qué no tener la industria más grande de litio en Bolivia? Esa debe ser nuestra meta y está en nuestras manos”. Sin embargo, desde Chile, algunos son muy críticos del proyecto boliviano, como sostuvo Juan Carlos Zuleta, un analista de la economía del litio boliviano que participó de la Comisión Nacional del Litio de Chile. “El proyecto piloto de litio arrancó en mayo de 2008 y no ha logrado resultados tangibles y efectivos. Paralelamente ha contratado “llave en mano” a una firma china para la instalación de la planta experimental de baterías de iones de litio que hasta la fecha utiliza todos sus insumos importados”. El único aporte local es el carbonato de litio extraído del salar. Jaime Aleé coincide con Zuleta y llega incluso a tildar la iniciativa de Morales como “una locura muy latinoamericana y muy estúpida” porque la inversión para pasar de la extracción a la producción de baterías implica cientos de millones de dólares. “Hoy esas fábricas están en China. El que Chile produzca la materia prima no significa que tenga ventajas para producir baterías”, afirma. El error, según esta concepción, radica en confundir cadena de valor con valor agregado y no tomar en cuenta las escalas de los mercados. Por su parte, en Argentina, el gobierno de Macri se alinea con las posiciones más ultraliberales y no se interesa por la generación de cadenas de valor con mayor industrialización nacional, aunque en Jujuy se ha instalado una pequeña fábrica de baterías. El 11 de junio de 2015, la expresidenta Bachelet formó la Comisión Nacional del Litio, que se propuso determinar qué plan estratégico tendría el litio para el país. El reciente triunfo de Sebastián Piñera, quien fuera socio en el negocio del litio junto al yerno de Pinochet (en los papeles sólo hasta 2008), se supone que apuntará a la mayor producción, pero precisamente por sus vínculos con una de las empresas históricas que ha manejado el litio en Chile, y en la que revisten aún notorios dirigentes pinochetistas en sus cargos directivos, como el exministro Ernesto Buchi, tal vez se mantengan viejos proteccionismos y cotos con nombre y apellido. Según un informe de la Universidad de Chile elaborado por Ana Rodríguez y Simón Boric, que exponía las posiciones en debate, el director del Centro de Innovación del Litio, Jaime Aleé, afirmaba que “el litio es clave para la industria de las baterías a nivel mundial, pero no lo es para el país en términos industriales”. Por el contrario, para Leopoldo Soto, doctor en Física, investigador en Física de Plasmas y Fusión Nuclear y secretario de la Sociedad Chilena de Física, defiende que las potencialidades del litio debieran implicar que la propiedad sea estatal, encargando su explotación a través de Codelco o alguna nueva entidad estatal con estos fines. “Hay personas que opinan que el litio debe liberalizarse al sector privado y que el Estado debe invertir en investigación y desarrollo para agregarle valor y poder sacarle mayor precio en el más corto plazo posible. ¿Qué sentido tendría agregarle valor a algo que no sería nuestro? La idea de que el Estado invierta en investigación y desarrollo sólo tiene sentido si el Estado es su dueño”, afirmó Soto. Esta posición coincide con las de la senadora Isabel Allende, quien viene asegurando hace tiempo que sería un gran error si el mineral dejara de ser estratégico, expresando que “deberíamos ser más proactivos. Es absurdo que hoy día lo exportemos como carbonato de litio sin agregarle nada. Para eso necesitamos un Estado que esté más relacionado con sus universidades para que nos puedan aportar y ayudar en el desarrollo investigativo”. Por su parte, el exsubsecretario de Minería en el gobierno de Bachelet, Ignacio Moreno, defendió durante su gestión, sin mucho éxito, que un asunto relevante en la discusión es cómo lograr consolidar una industria en torno al litio que permita a Chile “generar encadenamientos productivos que sean positivos, empleo, investigación, capital especializado, exportación de tecnología. Es un desafío de política industrial más que de extracción minera”. Como convidado de piedra a la discusión aflora el tan minimizado, y a menudo tergiversado, tema de los impactos ambientales de la extracción de las salmueras, sobre todo en lo referido al necesario equilibrio hidrológico en las zonas de operación en los salares. Los otros son, en estas tierras tan deshabitadas, los intereses de la comunidades aborígenes que las habitan, a quienes no hay que idealizar de ninguna manera, pero que sin duda son los seres más arraigados a ese ecosistema y para los que nunca jamás regresa ni la más mínima riqueza que de sus entrañas se extraen.
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