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Sociedad

HORACIO TATO LÓPEZ

La injusticia ancestral

La mirada crítica y tierna a la vez de un cronista de su tiempo. Su visión de las atrocidades que se cometen en el mundo, la barbarie y la exclusión, la democracia y la libertad, la xenofobia, el racismo, la explotación, el poder, vivir apasionadamente, sus libros, las charlas, las adicciones, las organizaciones sociales, los desaparecidos, la memoria, el camino y la recompensa. Tiempo de reflexión en territorio de ideas.

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TEXTOS ALFREDO PERCOVICH

PRODUCCIÓN VIVIANA RUMBO

Tato es Horacio y es leyenda viviente que vuelve a las canchas cada tanto cuando padres y abuelos lo invocan ante hijos y nietos en sus recuerdos nobles, anacrónicos y apasionados de retazos fantásticos de sus vidas. Tato es el escritor que marcó a Michael Jordan y el basquetbolista retirado que toma notas y estudia los pueblos ancestrales de esta tierra y de los distintos -tan distintos- rincones del mundo por los que su curiosidad feroz e insaciable lo ha llevado. También es el que a fines de 2019, y en el marco de la campaña «Imágenes del Silencio», abrazó emocionado el recuerdo de Winston Mazzuchi Frantchez, un periodista mercedario que fue detenido junto a Nebio Melo Cuesta -el hijo de Luisa- en el año 1976 en Buenos Aires y que aún permanece desaparecido.

 

Alguna vez dijiste que escribir te había ayudado a pensar y repensar la vida y el mundo en que vivimos. ¿Te imaginabas que tu trabajo como escritor además podía ser un camino para mejorar vidas?

El objetivo de Lo no dicho sobre las adicciones y La charla es poner sobre la mesa el tema de la adicción, desarrollar qué es y cómo funciona esa enfermedad que afecta todas las áreas de la persona que la padece, incluido su entorno. La adicción genera un impacto social y económico enorme que no está cuantificado. Y sí, me hace mucho bien cuando en la calle me paran y me dicen algo como «tu libro ayudó para que mi familia entendiera qué me pasa». Me hace mucho bien. En cuanto a otros libros La vereda del destino, el primero de todos, es un intento por homenajear a ciertas figuras que impactan positivamente en mi vida, que son parte de mí, y también contar mi versión sobre ciertos hechos que en su momento, por el vértigo de la carrera profesional, nunca había ahondado. También era importante contar cómo fue ser joven durante la dictadura, el periplo colectivo para salir de ella, y rescatar algo de la historia familiar para aquellos que la van a continuar, aparte de homenajear a mi abuela y mi primo. Me hace bien cuando me dicen «Ah, mirá cómo fueron las cosas». En cuanto a Almas de vagar y Muzungu Blues, son diarios de viaje. El objetivo de ellos es mostrar la riqueza de bajarte por un tiempo de la máquina y peregrinar por el mundo tratando de entender por qué las cosas son como son en los lugares por donde pasas, y también encontrarte con tu vocecita interior que, alejado del personaje que construiste y su entorno, sostiene y no para de susurrar. Pero Muzungu Blues por sobre todas las cosas es un homenaje a mi padre. Y sí, me gusta cuando alguien me dice que arrancó con la mochila o que pasó por tal lado que leyó en el libro o que viajando iba leyendo uno de ellos. En El camino es la recompensa, el libro del maestro Tabárez, el objetivo es mostrar la construcción del ser humano que con su obra en el fútbol, la disciplina deportiva que nos hace vibrar a los uruguayos, logró resultados inesperados y desde su lugar -me consta que sin pretenderlo- se inició una transferencia hacia infinidad de áreas de cómo desarrollar un proyecto competitivo y humanizante. Más allá de los libros, lo cierto es que escribir -escribir por escribir y no para publicar- es una actividad que, como vos decís, ayuda a pensar y repensar, a reflexionar, pero por sobre todo a conectar contigo mismo, a tomar distancia del vértigo y la inmediatez con que vimos, y permitirnos ir hacia una introspección. Por eso cada vez que tengo la oportunidad la recomiendo.

 

No pretendo ingresar en el territorio de la solemnidad, pero ¿se puede considerar como una especie de legado de tu parte a las nuevas generaciones tu trabajo literario?

En El camino es la recompensa, sí. La obra de Tabárez, más allá de ocasionales resultados deportivos, antes o después va a ser motivo de estudio, de análisis.

 

¿Eres de los que piensa que cuando el maestro Tabárez no esté más, volverá todo a la lógica del ganar como sea, pasarle por arriba a la ética y todo lo que asociamos a otras épocas?

Últimamente me siento cómodo no involucrándome en situaciones hipotéticas, en cambio sí lo hago casi obsesivamente con la realidad, y esta me dice que la obra del maestro pudo quedar trunca previo a Sudáfrica 2010, ya que había dirigentes que manejaron cambiar al entrenador. Y que uno de los motivos de estudio y de análisis de su legado va a ser cómo elaborar semejante funcionalidad a partir de una disfuncionalidad endémica como la de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Y además  sostenerla en el tiempo.

 

La semana pasada se conocieron cifras oficiales que señalan que en Uruguay hay 13.077 personas privadas de libertad. Los datos revelan que los que están en las cárceles son cada vez más jóvenes, pobres, analfabetos y con usos problemáticos de drogas. ¿Qué piensas de esto?

Si bien con 21 años ya era un hombre, también era joven y estuve preso. Sobre esto escribí en La vereda del destino. Pasé diez días en un penal psiquiátrico junto a gente que había cometido crímenes y con doctores que me daban psicofármacos en la boca que nuca tragué. Sé -y no porque lo estudié- que sin una buena contención familiar y social es un milagro reconstruir la vida luego de ese tipo de episodios, incluso teniendo esa red social es muy complejo. Si no invertimos en formar personas que puedan ayudar a estos chicos, si no les damos condiciones de vida mientras están presos, una formación para cuando salgan y tratamos los problemas de consumo, van a quedar pegados a ese mundo. Y las familias involucradas, que tienen que hacerse cargo del chico, van a continuar pariendo carne de cárcel. Este tema -que corremos de atrás- en mi escala de valores es prioritario.

 

En 2014 escribiste una columna («Eso que tanto bien nos hace») en la que señalabas  que, en nuestro país, a muchos al nacer «la vida los muerde en el cuello y ya no los suelta más» y allí hablaste de las inequidades ya desde el nacimiento. Como sociedad, ¿no supimos, no pudimos, no quisimos cambiar esta realidad?

Sí, hay seres que nacen en cuna de lata, cartón, vino, ignorancia, resentimiento, postergación, corriéndola de atrás y que van a tener que ganarle varias veces a la vida para salir adelante  porque eso de «querer es poder» es falso; algunos tienen tantos «querer» como sea necesario y otros van a tener que ganar más de una vez para obtener un lugar. No supimos, no pudimos y hasta cierto punto sí quisimos cambiar la realidad de esas familias, pero llegó un momento que la exacerbada inseguridad nos hizo priorizar el sentirnos protegidos y, entonces, la comprensión y la solidaridad ya no fueron tales. No me quiero hacer el pibe de mundo que humilla de local, pero por el básquet viví en varios países y luego anduve con la mochila por otros donde la violencia social llega a límites impensados para nosotros, porque Uruguay no es un lugar inseguro, y  alcanza ir a Buenos Aires para sentirlo. Ni hablar de San Pablo, Río, entre otras ciudades. Lo cierto es que tenemos un problema de injusticia social establecido y hay que darle el lugar de importancia que se merece. Hablamos de seres humanos que nacen con su potencial estrangulado.

 

Hace no tanto tiempo se instaló en el debate público el concepto de la «apariencia delictiva» y hubo quienes señalaron que era una forma de sentenciar mediante la estigmatización a cierta parte de los jóvenes, con determinado tipo de gorrita y tatuajes, siempre desde el prejuicio. ¿Qué piensas? ¿Existe esta mirada estigmatizadora?

Sí, existe. Me gusta andar con ropa deportiva que la uso hasta que ya no da más. A veces ando con gorrita de béisbol y me causa gracia cuando alguien cruza la calle cuando me ven venir. Pero yo mismo levanto atención cuando alguien así o no tan así camina a mis espaldas. Andar atento es preciso, siempre lo fue y no va a dejar de serlo. Ahora creerte eso de la «apariencia delictiva» seguro que te lleva a que te afane un loco en una moto lustrada y con un casco negro brillante. La apariencia delictiva es un intento por estratificar la sociedad que en los últimos 15 años ganó en integración.

 

¿Crees que para una parte de la sociedad hay miles de jóvenes que son «descartables» porque «no tienen arreglo» y es mejor que se maten entre ellos en las cárceles? ¿Piensas que hay gente que celebra cuando ve en policiales de la TV que algún pibe chorro fue «abatido en el proceso de un atraco»?

Debe haber, pero en Uruguay es muy poquita. No está entre nosotros el clasismo brasileño o el de las elites de otros países latinoamericanos donde aún late el desprecio por los descendientes de nativos, negros esclavos, gente empobrecida, sectores que mantienen viva y saludable esa visión de personas superiores que el resto. Al final de cuentas, las monarquías europeas están ahí tan vigentes como siempre, con su poder político y económico.

 

Hay rebrotes de expresiones discriminadoras, clasistas y xenófobas que están ganando terreno en este continente y en Europa también.

Nueva Zelanda y Alemania han hecho un reconocimiento, una evaluación y restauración histórica de sus genocidios y dislates imperiales. Inglaterra, Francia, España, Portugal, Japón, Holanda, Bélgica, por ejemplo, no. Nunca hubo un mea culpa de sus políticas imperiales y clasistas desarrolladas y mantenidas en el tiempo, de los incontables genocidios a pueblos originarios que dio en propiedad riquezas que hasta el día de hoy explotan. Esto sin tocar el tema de la Segunda Guerra Mundial, las matanzas de la corona británica en India y un etcétera interminable. Una vergüenza para la humanidad. Esto es parte de la vigente prehistoria humana, en la que la regla es que como soy más fuerte que vos, hago lo que quiero con vos. Irak, Siria, Libia, Afganistán, al día de hoy y por iniciativa de Estados Unidos, no son guerras, son campos de exterminio, mientras en la mesa del poder negocian cuál pozo de petróleo se lo queda esta o aquella corporación. Es lógico que surjan estos brotes y que democráticamente se elijan  presidentes, legisladores o senadores con discursos clasistas, racistas. Antes que Europa persiguiera a los judíos, gitanos, negros, antes de la Segunda Guerra Mundial, ya habían perseguido y masacrado infinidad de pueblos en otras partes, eso no era nada nuevo. La política imperial europea desarrollada por siglos se basaba en el racismo, en la superioridad de los blancos sobre el resto, y en África continúa vivita y coleando. El trato a los inmigrantes africanos es humanamente desesperanzador. De esto hablo todo el tiempo en Muzungu Blues. En Latinoamérica lo veo diferente, se trata más de defender las aventuras militares durante la dictadura, que es lo que pasa entre nosotros con Manini Ríos o el rechazo a los llamados gobiernos progresistas.

 

¿Qué piensas cuando lees los ataques a Madres y Familiares, los pronunciamientos de integrantes de los sectores militaristas del partido Cabildo Abierto sobre la búsqueda de los desaparecidos y la construcción de la memoria?

Pienso que si bien hubo una fuerza militar que accionó, fue una política de Estado de la dictadura la que promovió y sostuvo los encarcelamientos, torturas, asesinatos o  desapariciones de ciudadanos por el simple hecho de estar sindicalizados, por ser de uno u otro partido, en síntesis, por ser actores sociales a los que quisieron erradicar. Y defender eso es atentar contra la justicia democrática. El objetivo del Plan Cóndor era deshacerse o pauperizar a la gente que trabajaba por una sociedad independiente, justa, buscando ampliar derechos para la ciudadanía. Como uruguayo de estos tiempos, mi objetivo no es solamente el juicio de los brazos ejecutores y cómplices, sino el juicio a la política desplegada por la dictadura. El lugar histórico de Madres y Familiares lo veo como el de quienes nunca dejaron de apostar a la justicia y de intentar construir un país digno.

 

Tu testimonio en Imágenes del silencio para muchas personas fue conmovedor, tal vez por tus propios silencios.

Bueno, sí. Que me hayan hecho partícipe de Imágenes del silencio me hizo sentir agradecido y cuando lo fui a poner en palabras, no pude. Algunos místicos afirman que un silencio puede decir más que mil palabras y lo comparto. En estos tiempos me emociono mucho y a veces preciso unos instantes para recomponerme, pero esto me sucede desde un lugar de gratitud.

 

Hace unos días se cumplió un nuevo aniversario del Río de Libertad, aquellos tiempos «en que nos atrevíamos a desafiar a los poderosos», como escribiste hace unos años, y 40 años del NO. ¿Sientes que ahora no nos atrevemos a desafiar a los poderosos?

En aquellos tiempos, los ciudadanos de nuestro país y en gran parte del mundo ponían en riesgo su seguridad y la de su familia tan solo por llevar un papelito hasta una dirección de alguien. Éramos un mundo politizado, la gente se jugaba a su manera por un mundo mejor. Pero eso mismo empezó a cambiar en casa con la vuelta a la democracia en el 85, y hoy nuestra sociedad, luego del colapso de 2002 y con la mejora en el poder adquisitivo durante diez o más años, se ha volcado al consumo. Estamos confortablemente adormecidos, nos hemos igualado al resto del planeta, sin embargo, y esto no pasa en todos lados, el movimiento sindical, las organizaciones y movimientos sociales por la agenda de derechos están más fuertes y activos que nunca. Y eso es por un lado contradictorio con lo que acabo de decir y al mismo tiempo reconfortante, esperanzador, muy valioso. Grupos de personas organizadas y en la calle fueron, son y serán esperanzadores.

 

En uno de tus libros y en tu fantástico homenaje de la semana pasada, «La maradonia», que publicaste en tu página web, comparaste a Maradona con Mozart, Van Gogh y con el Cid Campeador. Como contemporáneo y deportista, ¿te removió tu vida la muerte de Diego?

Que Diego viviera tantos años en carrera, en consumo, me sorprendía; la verdad que se la bancaba. No puedo decir que removió mi vida, sí me incomodaba lo que leía sobre él y cómo no se separaba al artista del enfermo. Mientras Diego le ganaba la batalla a la adicción, no solo desplegaba su arte exquisito y único, sino que usaba esa voz que tiene el deportista que es referente y él la usó con lucidez, valientemente, poniéndose en la línea de fuego de la FIFA y otros megapoderosos, sin medir consecuencias. Si logras separar a Diego de su enfermedad, hay un protagonista muy valioso, pero, como enfermo, hizo lo que hacen todos: cualquier desastre dañando su entorno en forma egocéntricamente radical y, por supuesto, autodestructiva. Nada nuevo bajo el sol. Los desastres de Diego los harías vos, yo, cualquiera, si fuéramos adictos, y eso incluye golpes, abusos y todo el combo. El adicto rompe su propia escala de valores. Reflexiona durante cinco minutos qué es romper tu escala de valores. Y por si fuera poco, a los adictos, cuando se alejan por un tiempo del consumo y recuperan algo del sano juicio, la culpa los desangra, y si no reciben la ayuda exacta, volverán a consumir y así será hacia adelante.

 

Se van las horas y no hablamos de básquet. ¿Eres consciente de que para la historia y para muchas generaciones, eres una leyenda?

Las leyendas son historias, personajes, que se narran en forma fantástica, limando bordes, comprimiendo años, destacando esto sobre aquello y haciendo a un lado lo que pueda opacar el brillo. Pensarme como leyenda me da un buen rush momentáneo que me deja con la resaca del reconocimiento exterior que no evalúo como propio. Pensar en el día de la partida -que en una época lo hacía seguido y ya no- me lleva a valorar el presente momento a momento, que es único e irrepetible, y eso pone la vida en un lugar de desapego, de aceptación, en un lugar agradable. Sea lo que sea, único e irrepetible es tremendo, ¿no? Por tanto, no veo por qué yo tendría que ser recordado como algo especial. En el universo doméstico del básquet es posible que mi nombre quede picando, como hoy sucede con Óscar Moglia, Omar Arrestia, José Barizo, Germán Haller, el Fefo Ruiz o Hebert Núñez, pero nada más. Pero lo cierto es que no pienso cómo voy a ser a recordado, no veo por qué lo vaya a ser, pero si así fuera, quisiera serlo como el que nunca dudó que su vida debía tener como norte su pasión. La persona que reconoce tener una pasión y la posterga pone su vida entre paréntesis hasta que lo asuma. Y eso sí que es pecar.

 

La respuesta pendiente
Tato sostiene que la matanza de Salsipuedes «es un buen ejemplo de cómo la falta de memoria, verdad y justicia cosecha con el paso del tiempo una visión deformada, no solamente de los hechos, sino de la existencia. Este desinterés y apatía colectivos por los seres humanos nacidos de esta tierra nos niega la posibilidad de comprender lo que sucede con otros pueblos originarios, cuando el progreso continúa correteando nativos para hacerse de sus tierras. No hay forma de interpretar y solidarizarnos con esas injusticias porque el tema no está en nuestra matriz. No existe en nuestro colectivo algo llamado nativos, pueblos originarios, aborígenes o primeras naciones. Salsipuedes es una de las infinitas manifestaciones de la prehistórica ley del más fuerte. Por ella se rigen el machismo, el racismo, el maltrato a niños y ancianos, las minorías poderosas que deciden por mayorías empobrecidas, el despojo que cometen países militarizados que inventan guerras para hacerse de los recursos naturales», aunque puntualiza que «más que guerras son campos de exterminio, como en Irak o Libia». Como una forma aproximada de ínfima reparación histórica con nuestros pueblos originarios, en el marco de Montevideo Decide, López presentó un proyecto para cambiarle el nombre al parque Rivera y denominarlo parque Nación Charrúa. La iniciativa fue aprobada por vecinos y vecinas de manera abrumadora con un 87% de votos positivos. Sin embargo, hasta el momento, nada ha cambiado. Rivera conserva su privilegiada supremacía en el nomenclátor de Montevideo y de Uruguay, acumulando plazas, avenidas, parques, escuelas y hasta un departamento. Al respecto, López dice que «la injusticia es ancestral» y que «lo endémico» es la falta total de reconocimiento sobre esta realidad.

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