Ya van unas ocho veces que la izquierda llega al final de la campaña electoral con posibilidades de ganar en México; y casi gana. Le han quitado varias veces el triunfo con fraude. El Estado-partido del PRI ha sobrevivido a dos mandatos fuera de la presidencia, pero ha retornado y, aunque ha fracasado como gobierno y se ha debilitado con ello, mantiene el poder de imponer resultados a fuerza, como la elección del gobierno del estado de México lo ha demostrado. Pero el PRI ya no puede todo. Llega a estas elecciones muy desgastado por el fracaso del gobierno de Peña Nieto, que ha resucitado el destape, eligiendo un economista neoliberal típico, que ha servido al gobierno del PAN y ahora presta sus servicios al del PRI, como candidato de fuera del partido, pero absolutamente integrado en las elites empresariales: José Antonio Meade. Del otro lado del mismo campo, el PAN logró imponer al presidente del partido, Ricardo Anaya, como candidato a presidente en alianza con lo que queda del PRD (anteriormente representante de la izquierda). Son dos máquinas políticas, cada una con muchos gobernadores de provincias, con grandes bancadas parlamentarias, listos para accionar todo ese aparato de poder para disputar entre sí quién tiene mejores condiciones de enfrentarse al candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador. López Obrador se lanza a su tercera campaña presidencial, lo cual significa que ha ocupado el centro del espacio de la izquierda a lo largo de por lo menos 20 años, desde que sustituyó a Cuauhtémoc Cárdenas como candidato a la presidencia de México por el PRD, y ahora por su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena. Candidato moderado, calificado por The New York Times como más cercano a Lula que a Hugo Chávez, aunque, como todo candidato progresista, es tildado de “chavista”, “bolivariano”, por parte de la derecha. Con programa económico tradicional, coloca en el tema del combate a la corrupción el eje de su programa de gobierno. Así como en las otras ocasiones, López Obrador se ubica como primero en las encuestas. Es así la víctima privilegiada de los ataques de la derecha y de sus medios, aunque no es tan boicoteado como en otras campañas por el hecho de que es el favorito en las encuestas. Síntomas favorables a López Obrador son adhesiones de empresarios y de políticos vinculados al PRI y al PRD, que se combinan con anuncios de posibles ministerios moderados. Por ello y por la alianza con un partido fundamentalista religioso provocaron críticas dentro de la misma izquierda, pero sin mermar, hasta ahora, su favoritismo. Por otra parte, la líder indígena candidata del zapatismo, María de Jesús Patricio, conocida como Marichuy, tiene dificultades para lograr las firmas necesarias para registrar su candidatura. Esto también puede favorecer a López Obrador. Pero lo que es decisivo es la división y el debilitamiento de los dos partidos tradicionales. Fracasó Peña Nieto como alternativa renovadora del PRI. El PAN, aun aliado a lo que queda del PRD, tampoco muestra fuerza para enfrentar a López Obrador, aunque parece ser el frente que va a recibir el grueso del apoyo de la derecha mexicana, preocupada con la eventual victoria del candidato que encabeza los sondeos. Pero el principal adversario de López Obrador es el fraude, que varias veces impidió la victoria de la izquierda en las últimas décadas. El que gane, aunque no sea de izquierda, tendrá que enfrentarse a la postura de Donald Trump en contra de México, al Tratado de Libre Comercio, además del muro y la expulsión de inmigrantes. Posiblemente el próximo presidente tendrá que volcarse hacia América Latina, restableciendo alianzas, especialmente si Lula vuelve a ser presidente de Brasil. Con elecciones en México, Brasil, Colombia, Venezuela, entre otros, 2018 puede permitir que la izquierda recupere iniciativa y vuelva a fortalecerse en el continente.
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