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La nueva sociabilidad

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Lo que llamamos ‘nueva sociabilidad indirecta, no presencial y tecnológicamente mediada’ es nada más que la exasperación de una tendencia histórica muy larga, que sólo se ha acelerado y acumulado a un grado en que la cantidad se ha convertido en cualidad: los pasos hacia eso han dado finalmente lugar a un cambio cualitativo, cultural, social, comunicacional, casi civilizatorio. Mensajeros como el trágico de Maratón, chasques, palomas, correo terrestre, luego marítimo, luego aéreo, telégrafo, fotografía, cine, radio, televisión, otros soportes diversos (reglas de cálculo, calculadoras, celulares, tablets), fax, Internet (MSN, WhatsApp), van constituyendo modalidades de creciente no presencialidad, indirección y tecnologización de la comunicación y transportes. El momento en que la acumulación de estos momentos llega a sentirse y constituirse como un modo de sociabilidad diferente ha llegado, lo que no debería impedir ver que las tendencias estaban a su favor, y que no son una perversión generacional abrupta, sino la mera explosión perceptible e influyente en la interacción cotidiana múltiple, de una tendencia sólida y de larga duración, científico-tecnológica y comercial. En la columna anterior, última del año 2017, nos referíamos a la incidencia de las pantallas móviles tecnológicamente equipadas y la modificación que han provocado en los padrones de sociabilidad. Profundizamos lo expuesto, para en esta primera columna de 2018 poder seguir pensando sobre cómo funcionan, cuando están juntos, como todavía sucede -por ejemplo, en las fiestas tradicionales- distintos tipos de sociabilidad.   ¿Socialidad degradada? Descartamos la afirmación, tan común, de que la concentración de cada vez más aspectos de la vida en el stock de datos e imágenes del celular-computadora-fotógrafo-filmador está dañando la sociabilidad y despojándola rápidamente de ‘humanidad’. Lo que realmente está haciendo esta práctica es cambiar aceleradamente una sociabilidad presencial por una no presencial, de características desagradables para los formados en una sociabilidad presencial porque, en muchos y cada vez más casos, se prefiere el diálogo o consulta a través del celular que la conversación con quienes están parados, sentados o junto a ellos. Pero que a unos les parezca desagradable, inhumana o irrespetuosa, esa nueva sociabilidad no presencial y tecnológicamente mediada no quiere decir que lo ‘sea’. En efecto, a alguien que tiene todos los datos y los contactos de su vida familiar, doméstica, laboral y hasta de información cotidiana y ocio en un celular, no se le puede pasar por la cabeza dialogar con alguien que es probablemente tanto menos necesario, útil, o meramente divertido que lo que puede obtenerse leyendo, oyendo, escribiendo, hablando o intercambiando datos. Todo esto puede reducirse a una cuestión de probabilidades esperables; con la diversidad creciente de funciones que los aparatos desempeñan es cada vez menos probable que alguien presencialmente a nuestro lado, a distancia de intercambiar directamente palabras, gestos, imágenes o sonidos, sea preferido para dialogar en lugar de usar el celular, que nos debería proporcionar una mayor probabilidad mediatizada diferencial de interés. No hay entonces una sociabilidad degradada, sino una nueva y diferente sociabilidad, que le parece explicablemente degradada a aquellos neorrománticos del contacto multisensorial directo como ideal de sociabilidad.   Ni menos sociables ni irrespetuosos La nueva sociabilidad no excluye la reunión presencial y directa, como puede comprobarse en ‘fiestas tradicionales’ como las de fin de año. Se mantiene el ritual de la reunión, pero munidos de celulares, aceptando que en cualquier momento cualquiera se ‘ausente’ consultando su celular, y teniéndolos como personajes siempre. Debe entenderse que el neorromanticismo presencial directo fue producto de una sociedad que no disponía de los instrumentos que poseen los de una nueva sociabilidad indirecta, mediata, tecnomaquinalmente equipada para almacenar e intercambiar datos multisensoriales. No se le falta el respeto, entonces, a quien está en nuestra presencia y que es cuasi ignorado en desmedro de las exigencias y tentaciones de nuestro celular; aceptaríamos con naturalidad que ese otro a quien ni nos dirigimos, pese a estar a nuestro lado -a veces hasta conocido, amigo o familiar-, no nos prestara la menor atención y sí a su celular. Ya estamos habituados a que cualquier escena de reunión multigeneracional nos puede mostrar a un bando de adultos conversando o intentando hacerlo, y a los jóvenes, adolescentes o niños ignorándolos en beneficio de sus celulares: y es lógico, el ‘mundo’ de los más nuevos, su sociabilidad y sus fuentes de diversión están en su celular; el ‘mundo’ de los adultos, su sociabilidad y sus fuentes de diversión no están -quizás aún no- en sus celulares. ¿Cuántos contactos, noticias, se pierde un adolescente que le preste atención a una repetida anécdota del tío, de dudosa veracidad, por cierto? La nueva sociabilidad se fagocitará en breve a la antigua, porque a medida que se vuelvan adultas las nuevas generaciones, las reuniones serán territorio para que cada uno ignore a quienes están con él o ella y se concentren en sus celulares, quizá con breves interrupciones para ordenarle al mozo o similar, o comentar algo sobresaliente que hay en sus celulares. Sin embargo, sería un error pensar que los adultos son más sociables que los nuevos porque intercambian entre ellos cuando están juntos, mientras que los nuevos prefieren intercambiar con otros por medio de sus celulares. Si tomamos ‘sociabilidad’ como el número de contactos con otros que se mantiene, sin dudas que los nuevos son mucho más sociables: basta ver sus páginas de Facebook, Twitter o Instagram para comprobar la cantidad de personas, grupos, situaciones y mensajes con las que se intercambia, tanto mayor que las personas, grupos, situaciones y mensajes que conectan a los adultos. Podrá decirse que todo ese fárrago es efímero, furtivo y frívolo y que impide intercambios más profundos en calidad por culpa quizás de esa misma cantidad urgente e histérica. Puede ser, pero me permito dudar de que las largas e innecesarias telefoneadas adultas de chusmeríos, conventillos, rumores y malediciencias sean más profundas que los más breves y abundantes intercambios por las redes sociales. De modo que la nueva sociabilidad es más abundante cuantitativamente y no necesariamente menos densa o profunda que la antigua. La impresión de no respeto, lejanía y ausencia que la nueva sociabilidad no presencial indirecta provoca entre los pertenecientes a la antigua sociabilidad presencial directa es meramente un problema intergeneracional de diferencias de sensibilidad, costumbres, equipamientos y pobre comprensión del otro. No tiene asidero objetivo, racional.   Cuando se juntan generaciones diferentes En fiestas como las de fin de año se reúnen dos o tres generaciones. Cuando se juntan solo dos, es posible que opere un conflicto de sociabilidades, porque una tenderá a ser más del estilo de la ‘nueva’ y la otra más del tipo tradicional. Pero no será grave, porque si las dos son adultas, la más nueva no será tan radical en su novedad como para no adaptarse a la sociabilidad de los más viejos (al fin de cuentas se formaron en esa sociabilidad aunque hayan cambiado después). Si son generaciones más nuevas, tenderán, en este caso, a adoptar los trazos de las más nuevas, porque estas poseerán elementos que permitirán un padrón de sociabilidad más fácil, con soportes más modernos como insumos de la interacción (fotos de viajes, mascotas, niños pequeños, incidencias socializables). Las más interesantes son las reuniones de sesentones como generación más vieja, treintones largos como generación intermedia, y adolescentes como generación más nueva, en especial cuando se busca música de fondo. El choque civilizatorio y sociocultural será entre la generación más antigua y la más nueva; el modus operandi será decidido por la generación intermedia, hija de la más antigua y paterna respecto de la más nueva. En estos casos, tiende a perder la generación más antigua, porque la intermedia tenderá a plegarse a la más nueva; en parte porque la juvenilización del gusto y las maneras hace que los treintones quieran parecer más adolescentes que adultos maduros, y en parte porque los modos de búsqueda virtual que poseen en sus aparatos los de la generación más nueva hacen más fácilmente hallable y potentemente audible los temas musicales de la generación más nueva.

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