El problema por excelencia para el gobierno de Estados Unidos (EEUU) y las elites de la derecha latinoamericana es cómo borrar del mapa los remanentes de más de una década de conquistas logradas por los movimientos progresistas latinoamericanos. Para ello han pergeñado la estrategia de los “golpes blandos”, que se diferencian del terror generalizado que desplegaron a lo largo de América Latina, fundamentalmente en la década de los 70. El repliegue del modelo golpista tradicional Contrariamente a lo que se suele pensar, esta sucesión de “golpes blandos”, no responde a las oscilaciones de los mercados, a los ciclos económicos o políticos, a la reacción de elites locales desconectadas de estrategias globales o a las disconformidades de sectores sociales. Sin duda, esos elementos coadyuvan a la perpetración de esos golpes -y de hecho se pueden activar para propiciarlos-, pero no los explican en sí mismos. En definitiva, los mismos son parte de un plan que tiene sus antecedentes y sus doctrinarios. El principal de estos es Gene Sharp, filósofo y político estadounidense, presidente de la Institución Albert Einstein (AEI, por su sigla en inglés) y autor del ensayo De la dictadura a la democracia (1993), en el que describe 198 métodos posibles para derribar gobiernos mediante “golpes blandos”. En resumen, el plan general puede diseñarse en cinco grandes pasos, que en su variante ortodoxa se aplicaron -sin éxito- en el intento de derrocar al chavismo en Venezuela. Con variantes, el mismo plan se aplicó en Honduras (2009), Paraguay (2012) y Brasil (2016), y de manera parcial y fallida en Ecuador (2010) y Bolivia (2010). La aplicación de las teorías de Sharp es consecuencia del agotamiento del modelo tradicional de golpe de Estado, ejecutado por las fuerzas armadas en complicidad con los grupos dominantes locales y el gobierno de EEUU. En el siglo XX, hubo un total de 325 golpes de Estado exitosos, sin contar con los intentos y las intervenciones directas de EEUU. Pero en un principio todos ellos fueron focalizados en determinados países. Recién en los 70 esa maquinaria golpista adquiere carácter continental y características de genocidio, con la puesta en acción de operativas como el Plan Cóndor. Esa política de tierra arrasada llevó al desprestigio de los militares. Además de ello, en algunos casos, a las masacres internas sucedieron las políticas expansionistas, tal como la que llevó a la guerra de las Malvinas, en la que los dictadores argentinos se volvieron contra sus mandantes. A la luz de esas experiencias, el monopolio del golpismo que ejercían los militares comienza a ser restringido, tendiendo a redireccionar su accionar, dejando en manos de guardias nacionales la represión interna. Por añadidura, con el fin de la “guerra sucia” y particularmente con el final de la Guerra Fría, las dictaduras militares en el continente comienzan a replegarse, dando lugar gobiernos democráticos que inician una deriva institucional que habilitará los “golpes blandos”, incorporando a las constituciones institutos como el impeachment o la moción de censura. Pero en todos los casos se trata de otorgar potestades golpistas al Poder Judicial o al Legislativo, prescindiendo del recurso a las fuerzas armadas, al que sólo se apelaría en última instancia. Sharp ya había señalado que “la naturaleza de la guerra en el siglo XXI ha cambiado […] Nosotros combatimos con armas psicológicas, sociales, económicas y políticas”. La “primavera democrática” y la impunidad Fue una “primavera democrática” que duraría más de una década. El normal funcionamiento de las instituciones se rehabilitó, los partidos se alternaban en el gobierno. Quedaba una tarea pendiente, que era la de asegurar la impunidad a las fuerzas armadas luego de las atrocidades cometidas en los 70. Se recurrió entonces a las amnistías, a las leyes de punto final, a los retiros voluntarios. En todo caso, se tomaron algunas medidas ejemplarizantes con pequeños grupos de represores particularmente comprometidos. Salvo en Argentina, donde las leyes de punto final impuestas por los presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Menem fueron derogadas por Néstor Kirchner y donde la presión de familiares, activistas sociales y la actuación ejemplar de algunos jueces y fiscales impidieron que la impunidad se consolidara como en el resto del continente, el plan funcionó a la perfección. Parecía que la pesadilla quedaba atrás. El fallido golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez de abril de 2002, auspiciado por EEUU, las cámaras empresariales y una fracción del Ejército, marcaría un punto de inflexión y demostraría cuánto había de ilusorio en esa “primavera”. Se trató de un golpe a la vieja usanza, pero en el que comenzaron a incorporarse ingredientes de la visión de Sharp. Las cinco etapas de los “golpes blandos” En el siglo XXI, los golpes de Estado de Honduras, Paraguay y Brasil fueron dados con el nuevo formato “constitucional” del “golpe blando”. Según en anticipador ensayo de Sharp, los “golpes suaves” se desarrollarían en cinco etapas. La primera consiste en llevar a cabo acciones para promocionar un clima de malestar, como “denuncias de corrupción y promoción de intrigas”. En la segunda etapa, la desestabilización tendría por eje los derechos humanos y la libertad de prensa (paradójicamente, agitada por quienes monopolizan los medios de comunicación), así como la acusación de “totalitarismo” al gobierno que se pretende derribar. En la tercera etapa se incorporarían las demandas políticas y sociales, planteadas en la forma de manifestaciones y protestas violentas. La cuarta etapa incluye operaciones de guerra psicológica y desestabilización, procurando debilitar la gobernabilidad. En la quinta, ya la ofensiva estaría directamente dirigida al derrocamiento del presidente, manteniendo la presión en la calle, procurando el aislamiento internacional del país y allanando el terreno para la intervención militar y eventualmente la intervención externa. Precisamente este formato ortodoxo fue el que aplicó la oposición venezolana -que había aprendido de la experiencia- luego de la muerte del presidente Hugo Chávez. Antecedentes de la nueva doctrina La aplicación de la estrategia de los “golpes blandos” concebida por Sharp fue aplicada por primera vez en la entonces República Socialista de Birmania, donde el investigador actuaba como agregado militar de la Embajada de EEUU, hasta lograr que en 1988 el gobierno del presidente Ne Win fuera derrocado por una dictadura militar (que cambió el nombre del país a Myanmar). Más adelante, el trabajo de Sharp y el AEI (en estrecha connivencia con la CIA) fue decisivo para derrocar al gobierno serbio de Slodoban Milósevic. Pero la doctrina de Sharp fue particularmente utilizada por el AEI y la CIA para el derrocamiento de Saddam Hussein y posteriormente para gestar la llamada “primavera árabe”. La estrategia del AEI (adoptada por la CIA en sus manuales operacionales) invierte la relación entre los gobiernos legítimamente electos y los movimientos golpistas. En lugar de mostrar la cara belicosa a la que recurría el golpismo tradicional, se trata de deslegitimar al gobierno en cuestión victimizándose. Según palabras del propio Gene Sharp en su libro La lucha política noviolenta, “La falta de aceptación de la autoridad del gobernante disminuye la disposición de obedecer si no se le reconoce la autoridad; la obediencia será un acto consciente en lugar de habitual, por lo tanto, la obediencia se puede negar. Si se le niega la obediencia al gobernante, el derecho de gobernar, entonces no hay consenso de grupo, que es lo que se requiere para hacer posible su gobierno. La pérdida de autoridad pone en marcha la desintegración del poder del gobernante. Su poder disminuye en la medida en que se niega su autoridad”. De allí a la consumación del golpe de Estado hay un solo paso. La “no violencia” del neoterrorismo Es preciso no confundir esa desobediencia civil con el pacifismo de Mahatma Gandhi o de Henry Thoreau, a los que Sharp menciona como sus mentores. La política “noviolenta” de Sharp es de amplio espectro: incluye sabotajes, asesinatos selectivos, desinformación, infiltración en todos los estamentos de la sociedad y la política, uso activo de la contrainteligencia. Pero toda esa parafernalia responde a una estricta lógica. De acuerdo al autor chileno Marcos Roitman, “hoy, los manuales para los golpes de Estado y los procesos desestabilizadores no se enfocan exclusivamente a las fuerzas armadas. Los golpes de Estado constitucionales requieren la participación de muchos agentes sincronizados golpeando al unísono […] Aislar al gobierno, restarle apoyos, minar la autoridad, servirse de la sedición y buscar el enfrentamiento. En definitiva, garantizar el éxito del golpe blando mediante la política de desgaste y aislamiento internacional. Acusaciones de corrupción, malversación de fondos, tráfico de influencias, violencia, inseguridad ciudadana, desabastecimiento, inflación, caos, todo suma para reclamar la ‘vuelta a la normalidad’. Es decir, restablecer la constitución bajo las pautas de un golpe blando”. Esto implica también una inversión de los papeles en la que los medios de prensa y las agencias de inteligencia tienen un rol fundamental. En la instrumentación de los golpes de Estado tradicionales, los grupos paramilitares y los escuadrones de la muerte precedían al golpismo; hoy lo suceden. En Honduras, por ejemplo, en marzo de 2017 y a menos de ocho años del golpe de Estado que derrocó a Zelaya, eran 69 los periodistas asesinados o desaparecidos. Lo propio ha sucedido con centenares de activistas sociales. La técnica del golpe de Estado en todas sus vertientes Pero más allá de sus variantes, podemos concluir con Roitman en que “la técnica del golpe de Estado genera y produce violencia, en todas sus vertientes: blando, suave, constitucional o militar. En ocasiones, las clases dominantes harán uso de una estrategia, en otras se abocarán a frenar los avances democrático populares. Las fuerzas golpistas, forman parte del complejo militar, industrial y financiero, hoy construido sobre la militarización del poder, el miedo y el control absoluto de la población. La guerra es global, sus hacedores no renunciarán al control de las materias primas y al aumento sus beneficios económicos. En América Latina, la historia demuestra la recurrencia del golpe de Estado y, lamentablemente, su vitalidad, convirtiéndose en la opción por excelencia de las clases dominantes para frenar el avance democrático y la justicia social”.
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El “presupuesto negro” de EEUU para Inteligencia
52.600 millones de dólares dedicados al espionaje El presupuesto que las 16 agencias de espionaje de EEUU destinan a labores de inteligencia y lucha contra el terrorismo fue de 52.600 millones de dólares en el año fiscal 2013, según revelan nuevos documentos filtrados por Edward Snowden. La información fue publicada por The Washington Post, agregando que es la primera vez que la opinión pública tiene acceso con tanto detalle a los gastos, recursos y evaluaciones internas de la inteligencia estadounidense. La principal beneficiaria de los fondos es la CIA, con 14.700 millones de dólares, seguida por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), con 10.500 millones de dólares. El periódico agrega que los departamentos de Inteligencia de EEUU emplean a 107.035 funcionarios. La revelación generó una sensación negativa en la población, en la medida que esa suma se resta a los programas de salud y educación, sujetos a una fuerte reducción presupuestaria. El incremento del presupuesto destinado a tareas de espionaje se justifica, en buena medida, por el añadido que se hace a las dotaciones militares convencionales de tecnología sofisticada idónea para las tareas preparatorias de los “golpes blandos”.