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La senadora transgénero

Por Leandro Grille.

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Esta semana asumió como senadora la doctora Michelle Suárez Bértora. Con su ingreso a la cámara alta, Michelle se convirtió en la primera política transgénero que ha obtenido un cargo electivo de representación nacional en América Latina y la cuarta en el mundo, por detrás de la neozelandesa Georgina Beyer -Partido Laborista-, la italiana Vladi Luxuria -Refundación Comunista- y la polaca Anna Grodzka. En la actualidad, sólo Anna y Michelle son legisladoras. Michelle pertenece al Partido Comunista del Uruguay (PCU) y Anna al Movimiento Palikot de Polonia, formación de izquierda cuyo programa recoge muchas cosas que ya se han logrado en Uruguay: terminar con la educación religiosa en las escuelas públicas, eliminar las subvenciones públicas a las religiones, legalizar el aborto libre, dispensar gratuitamente preservativos, legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y legalizar el cannabis. En el planeta hay otras políticas trans que han logrado alcanzar posiciones electivas importantes, pero ninguna tan encumbrada como un escaño en la Cámara de Senadores. Se cuentan entre ellas una regidora de Guanajuato en México, una diputada a la Asamblea Municipal de una localidad en Cuba, una concejala en Valparaíso, un concejal en Tokio y otra concejala en un distrito de París. Al acontecimiento histórico del ingreso al Senado de una exponente y militante de la comunidad LGBT hay que añadirle que la senadora se encuentra entre las más preparadas para ese cargo. Hay que destacar que Michelle fue la primera abogada trans de la historia de la Universidad de la República, reconocida en el título con el nombre que se corresponde con su identidad, y que tiene más experiencia legislativa que muchos parlamentarios con una trayectoria más consolidada. Es que la doctora Suárez Bértora tuvo una participación destacadísima en la elaboración de la moderna legislación civil que reconoce el matrimonio igualitario, es coautora del proyecto de ley que regula acciones afirmativas destinadas a las personas transgénero y ha sido asesora jurídica del influyente colectivo Ovejas Negras, cuya labor a favor de la inclusión y el respeto a la diversidad sexual es reconocida de forma unánime. La llegada de Michelle al Senado, además de un logro personal para ella y un logro político para el  PCU y el Frente Amplio, debe ser motivo de orgullo nacional, más allá de banderías. Es una demostración de lo mucho que ha venido avanzando Uruguay en esta década larga de gobiernos progresistas en el reconocimiento de los derechos de colectivos e individuales. Una sociedad que consigue incorporar su diversidad identitaria en los sitiales de representación es verdaderamente más democrática, sin perjuicio de que la democracia real es inconquistable en contexto de desigualdad y la desigualdad sigue siendo palpable en muchos planos, incluyendo la desigualdad de género, la racial y, por supuesto, la primera de las desigualdades: la económica. Por el momento, Michelle Suárez está llamada a actuar por un período acotado de tiempo en su carácter de legisladora suplente del exintendente canario Marcos Carámbula. Sin embargo, con el ingreso a cámara, y dado lo extraordinario de su caso y la posibilidad real de instalar algunos temas en la agenda legislativa, es bien probable que concite la mirada de los medios y de la gente, seguramente con muy buen impacto, porque es una mujer inteligente, joven, que declara bien, que tiene idoneidad para legislar y que tiene una valentía muy por encima de la media. El Frente Amplio debería aprovechar la oportunidad y prestarle mucha atención al desempeño de Michelle, no como una curiosidad o una extravagancia, sino por sus condiciones notables para la política. Michelle Suárez es una persona que en la adolescencia no tenía ni idea de si iba a lograr vivir y ser lo que ella sentía ser; que se enfrentó al estigma, a la discriminación, a la persecución; que logró transitar y llevar a término una carrera universitaria pese a las múltiples muestras de hostilidad que debió bancarse en la vida; que consiguió que la Universidad le reconociera su identidad en el título; que corredactó una de las leyes más innovadoras en materia civil; que se hizo activista, escritora, militante política y senadora por el PCU con apenas 33 años. Es, desde una perspectiva casi darwinista, una completa triunfadora que puede decir con justicia que nadie le regaló nada, porque además nadie le podía regalar lo más importante: el coraje para enfrentarse a los atavismos intolerantes de la sociedad. He leído, por supuesto, comentarios en redes sociales propios de gente que está atrapada en  un abismo de imbecilidad del cual no pueden salir. Asustados por el ascenso político de la doctora Suárez Bértora, vomitan un odio entrañable que no puede ser encasillado en categorías tan específicas como homofobia o transfobia. Mejor les quedaría un diagnóstico de “otrofobia” o de “todofobia” porque son individuos que se sienten vulnerados por todo lo que desafía su esquema de normalidad aceptable, que es un cubo cortado con hacha constituyendo los márgenes de la inteligencia. Me imagino que Michelle no les dará trascendencia individual, pero la izquierda haría mal si no denuncia la persistencia de la intolerancia. Porque es un combate que hay continuar dando en el terreno de la cultura y del pensamiento. Hay que combatir cualquier muestra de fascismo social, no dejar pasar una, escandalizarnos ante cualquier agravio, así provenga de un encumbrado o de un cuatro de copas. Pero, además, si los insultantes son dirigentes políticos, o personajes públicos, hay que ser más feroz en la denuncia y en el debate, porque sólo así la sociedad impone un costo a la discriminación. De otro modo, aunque no se comparta, se mantiene la discriminación  como una conducta natural, el irrespeto como una práctica colectiva de manifestación individual. Han cambiado un montón de cosas en estos 12 años. Hemos dado cuenta de muchas de ellas y, por cierto, también de muchas permanencias y flaquezas. Pero en términos de respeto a la diversidad y derechos de las personas de la comunidad LGBT, Uruguay ha dado pasos inocultables y, esperemos, irreversibles.

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