La selección uruguaya sub 20 ganó la serie, salió campeona en el Sudamericano de la categoría y se clasificó entre los cuatro que disputarán el Mundial 2017 en Corea del Sur. Limpiamente, sin mayores sobresaltos, perdiendo un solo partido de los disputados, con muchos puntos conseguidos, buen superávit de goles, ganando su plaza dos fechas antes del fin del torneo y siendo favorito para obtener el título antes de la fecha final.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Nos interesa focalizar, con motivo de esa pequeña hazaña, algunos aspectos que merecen destaque: uno, el pequeño Uruguay bate a rivales a los que no debería vencer; dos, supera la máxima dificultad de torneos en los que se juega todos contra todos; tres, supera también la dificultad de la altura de Quito; cuatro, muestra, más que nada, plantel y rendimiento colectivo; cinco, exhibe algunas figuras interesantes para el futuro.
Otra vez, el David celeste
Nosotros y el mundo nos hemos acostumbrado a pensar que Uruguay puede perfectamente vencer en partidos y torneos a Argentina, a Brasil y a otros países con mucha más población joven, infraestructura deportiva, contribuciones gubernamentales y otras ventajas. La leyenda fundacional de la civilización grecorromana y judeocristiana de David, pequeño pero valiente e inteligente que derrota inesperadamente al gigante Goliat, encarna muy bien en los futbolistas uruguayos, por lo menos simbólicamente, ya que no fue nunca cierto que los celestes fueran físicamente pequeños respecto de los otros, aunque corrieran con muchas desventajas.
Venció a Brasil tan épicamente como tantas otras veces. Goleó a Argentina. Venció al local Ecuador en su medioambiente montañoso andino. ¿Por qué eso ha sucedido tantas veces en la historia del fútbol sudamericano? ¿Cómo ha hecho Uruguay, durante cien años ya, para poder alistar equipos y planteles que puedan jugar equilibradamente frente a países mucho mayores y con ventajas para obtener más cantidad y también calidad de jugadores? No basta con que casi todos hayan jugado fútbol en sus infancias, porque eso también sucede en Argentina y Brasil. Tampoco hay más inversión, ni entrenamiento infantil, ni organización institucional del deporte que en otros lados; quizá hasta haya menos. No basta con la vivencia cultural, que también se comparte con Brasil y Argentina, en esa identificación identitaria con el fútbol. Es posible que no pese tanto en ellos como en nosotros, pero esa diferencia no debería ser suficiente para compensar otras tantas desventajas enumeradas.
¿Qué misterios encierran la producción y la productividad del fútbol uruguayo? La historia se sigue repitiendo y ya no sorprende lo sorpresivo que es el nivel futbolístico uruguayo, aunque no nos conformen el manejo de la pelota y otros rubros débiles y repetidamente frágiles. Y convengamos que el Campeonato Uruguayo probablemente sea uno de los menos atractivos del mundo, con malos estadios, pobres y amarillentos (en mejoría, nobleza obliga), poco público en desteñidas tribunas, muy escasos goles y equipos poco promocionados. Pero los que visten la celeste no juegan ese torneo, o lo juegan sólo de muy jóvenes hasta su emigración, o al regreso, para el reposo del guerrero, cuando ya no tienen que vestirla.
Jugar contra todos
Uruguay, que tiene una idiosincrasia de David, un poco de Lazarillo de Tormes y de pícaro, vivo, con atracción por la proeza y desgano por las fáciles y que pueden avergonzarnos, se desempeña históricamente mejor en los partidos a ‘todo o nada’, intensivamente vividos, y peor en las series eliminatorias y clasificatorias extensas, con muchos partidos que no son atractivos ni épicos por sí mismos. Por eso nos resultan tan difíciles las clasificatorias a los Mundiales y tan pasibles de épica las finales y definiciones por eliminación.
En el caso de este Sudamericano que acaba de terminar, tanto la serie como las finales fueron de todos contra todos, lo que menos nos conviene tradicionalmente. Sin embargo, se ganó claramente la serie y también las finales, contrariando la historia y sumando más posibilidades para Uruguay, ahora quizá menos ansioso y menos internamente obligado a morder a los grandes y a aflojar, sin miedo al fracaso contra los teóricamente más débiles. Hay, y se nota, mayor racionalidad, acostumbramiento al trabajo, a la remuneración que se logra en todos los instantes y no sólo con la obtención de los máximos objetivos y de las hazañas. Creo que el proceso Tabárez y de todas las juveniles ha revolucionado a la celeste en este profundo sentido psicosocial, y a sus actores principales; casi que pomposamente diríamos que ha afectado positivamente el ‘carácter deportivo nacional’. Recordemos que en las actuales Eliminatorias de mayores, y no creo que por pura casualidad, Uruguay está primero y parece –luego de mucho tiempo– libre de los repechajes infartantes que nos depararon otros Mundiales.
La altura de Quito
Debe tenerse en cuenta que, en principio, a casi todos los países les costó jugar en Quito por su altura, no tanto a Bolivia y Colombia, o en este caso a Venezuela, que se preparó seis meses para eso. A Uruguay, incluso, le pesa un poco más la altura porque su juego se basa más que otros en el despliegue físico: por la intensidad de la presión en la marca, por la verticalidad de pelotazos que obligan a fundidores piques, por la abundancia del juego aéreo que obliga a grandes esfuerzos y, fundamentalmente, porque se retiene menos la pelota, en parte por insuficiencia de manejo, en parte por ansiedad y tradición de verticalidad.
Pese a estas previsiones, el ritmo se mantuvo durante todo el torneo. Los tres cambios reglamentarios posibles fueron suficientes, salvo el caso de Rodrigo Amaral, siempre cargado de peso e insuficientemente preparado, haga lo que haga y hagan con él.
Plantel y rendimiento colectivo
He oído con gran sorpresa afirmaciones de que, tal como sucedería en los equipos de Tabárez y como lógico corolario de su impronta, los equipos juveniles basan su rendimiento en los esfuerzos individuales, a falta de rendimiento colectivo. Cuesta creer en ceguera semejante, cuando todo el mundo ha elogiado la solidez y solidaridad colectivas de los equipos de Tabárez, característica típica de sus equipos de todas las épocas y en todos los países en que dirigió, parte central, además, de sus convicciones morales y ‘filosóficas’.
Desde hace diez años, los equipos celestes enciman la marca y no esperan con la bañadera, como ocurría durante los años 70 y 80. Aprietan más atrás o más adelante según el rival y las necesidades estratégicas, pero con protagonismo en el trámite, aunque no en el manejo de la pelota; este es siempre un déficit uruguayo, debido a carencias de técnica y a una tradición de verticalidad basada en buenos lanzadores y atacantes de punta peleadores y veloces.
Si hay algo que caracterizó el funcionamiento uruguayo de la sub 20 fue la marca del tipo ‘pitbull’ que ejecutaron los tres volantes netos: Carlos Benavídez, Rodrigo Bentancur, Facundo Waller, contribuyendo Marcelo Sarachi y Agustín Canobbio cuando estuvieron, o Santiago Viera en el partido final. El recorrido de Benavídez y de Waller fue asombroso por su continuidad e intensidad en la altura de Quito. Bentancur reguló y descansó más, aun corriendo mucho y hasta llegando ocasionalmente al ataque (erró más de un gol).
El equipo uruguayo fue un equipo serio, ‘pesado’, corredor, compacto, sin fisuras entre las líneas, al parecer bastante trabajado y con convicción sobre ese funcionamiento. Basado en un biotipo alto y de piernas largas, pero liviano, con mucha pierna para correr y para marcar, con laterales que ‘fueron’ mucho y delanteros netos con juego aéreo y picadores (Nicolás Schiappacasse, Joaquín Ardaiz); los creadores-bisagra, mitad delanteros, mitad mediapuntas, fueron Nicolás de la Cruz y Amaral, los capitanes del equipo, los mejores ejecutores de faltas y lanzadores.
Pese a que podrían jerarquizarse figuras de mayores o menores méritos individuales en algunos momentos, partidos o en el torneo en su globalidad, el gran responsable de la exitosa actuación es el rendimiento colectivo, con mucha entereza anímica y, al parecer, gran convicción en la interpretación de un libreto, por lo demás, bien adaptado a las virtudes y fragilidades de los jugadores.
Algunas figuras de interés futuro
Gran destaque del arquero Mele, no tanto por sus intervenciones, que no fueron tantas, sino precisamente porque es muy difícil intervenir bien cuando se lo hace infrecuentemente, y más con la pelota más viva en la altura. Nunca pareció frío ni distraído. Dio la seguridad que un arquero debe dar a sus defensores y compañeros en general, ya desde juvenil.
Quizá la figura más completa y redonda del equipo haya sido el zaguero central derecho Agustín Rogel, un back en la mejor tradición uruguaya, liviano pese a su altura (tipo Atilio Ancheta y Diego Godín, digamos). Habla, saca de arriba, va a cabecear ofensivamente, encima lejos cuando conviene ‘apretar’, cierra el lateral derecho con mucha convicción y puede cruzar a la izquierda: es un zaguero completo, serio, amargo, concentrado, de gran futuro. Gran posible recambio para la selección mayor.
El lateral izquierdo Mathías Olivera pareció muy completo también: saltó con profundidad al ataque, pero no dejó de marcar bien su zona, de cerrar oportunamente adentro y de contribuir con su altura al juego aéreo.
Las ‘picadoras de carne’ del medio, ubicuas, no mostraron gestos de cansancio y fueron a todas, con un funcionamiento aceitado, metiendo pierna y mucho recorrido, en especial Benavídez y Waller, dos panzers. Bentancur mostró algunas pequeñas lagunas, pero subió con mucho peligro, para acercarse a la definición por arriba y por abajo, y conectarse con la llegada ofensiva: jugador maduro, formado, que parece algo displicente debido a una riqueza técnica algo inusual para esa posición en la cancha. No lo voy a descubrir cuando ya es casi titular en Boca Juniors.
Fue muy bueno el rendimiento de Canobbio, que cuando entró significó siempre una transfusión de sangre cuando la intensidad del rendimiento de Amaral disminuía. Pese a las indudables condiciones técnicas de este último, y a los quilos que perdió, de todos modos siente la falta de ritmo. Todavía trota y se mueve como un veterano, arrastrando pesos que lo cargan para su movilidad y lo hacen gastar más energía que a los demás y llevan a que sea sustituido prematuramente. Tiemblo por su futuro una vez que termine su crecimiento anatómico y su tendencia a cargarse de peso pueda notarse más.
De la Cruz y Schiappacasse mostraron fulgores y ausencias. Ardaiz ligó en sus momentos de ingreso. Todos mostraron muchas condiciones como para consolidarse cuando sean adultos, aunque en este aspecto la vida propone tantas sorpresas que no deben arriesgarse pronósticos precoces.
Muy satisfactorio todo, y promisorio.