Doña Marisa, como le decían en Brasil, falleció el 3 de febrero. Al final de su velatorio, todos esperaron las palabras del expresidente Lula. Él habló. Dijo que doña Marisa murió por «la canallada que hicieron con ella, la imbecilidad y la maladad». Prometió vivir para poder escuchar las disculpas de quienes difamaron a su esposa, dijo que no tenía miedo de ir preso y que quienes le acusaban deberían juntar muchas pruebas contra él. Más allá del discurso, lo que más emotivo quizá estuvo en la ilustración de este pequeño artículo. Porque a veces sobran las palabras.
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