A esta altura no cabe duda. Uruguay solo apuesta a Brasil en la región y para acceder al resto del mundo. Nunca es bueno jugar todos los boletos al mismo pingo. Pero resulta que el gobierno elegido como “el aliado” es el Titanic a metros del iceberg. Se hunde. Más vale que el gobierno tenga lugar en los botes. Por lo menos un salvavidas.
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El vecino todopoderoso viene mal. Esta semana entró en picada. Bolsonaro cuestionó el sistema de voto electrónico en su país. Llegó a decir que o se cambia “o no habrá elecciones”. Amenaza con un golpe de Estado. Seguramente si lo hubiera dicho Maduro o Díaz Canel, Bustillo ya habría salido a decir que es es propio de una dictadura. Pero si lo dice el teniente Bolsonaro, no.
El lunes pasado, convocó a una marcha a favor del voto impreso logrando reunir a unas 300 personas. El mismo día hubo manifestaciones que movieron decenas de miles en 400 ciudades, pidiendo la destitución del presidente. Las Fuerzas Armadas han dado señales muy claras de que no apoyarán ningún apartamiento del orden institucional. ¿Por qué seguimos apostando a él, todo a él y solamente a él?
Las encuestas dan a Lula más del 50% de la voluntad popular en la las elecciones del próximo año. A Bolsonaro, las más optimistas, apenas le dan poco más de 30%. Muchas vaticinan un voto por debajo del 20%.
Un ejemplo que deberíamos tener más en cuenta sobre la administración de nuestro relacionamiento internacional fue la asunción del presidente Castillo en Perú. Más allá de la importancia de las relaciones bilaterales con dicho país, sobre las que profundizó tanto nuestro embajador en Lima. Las ceremonias de asunción congregaron a los líderes de todo el continente.
En efecto, en la asunción de Castillo estuvieron líderes de todo el continente. EEUU que se suele hacer presentar por sus embajadores, mandó a su secretario de Educación, Miguel Cardona. Todos los países latinoamericanos mandaron a sus jefes de Estado. Menos dos: Paraguay envió al vicepresidente y Uruguay a Bustillo. Veremos por qué esto es relevante.
Primero, fue Bolsonaro; si tanto apuestan a él, que lo vean, le hablen, le pregunten. En todas las reuniones internacionales, la verdadera cocina no está donde se sirve el banquete. Es decir, antes de los discursos pomposos por micrófono y con acta, hay mucho café de pasillo, charla informal, encuentros entre los presidentes. ¡Qué oportunidad se perdió el presidente Lacalle!
Sin ir más lejos, hasta se podrían haber juntado Cuquito, Fernández y Bolsonaro. Son oportunidades que no se dan todos los días. No, a la asunción en Bolivia, Ecuador y ahora en Perú fue Bustillo. Lo digo con nombre propio, porque tuvimos de canciller a, por ejemplo, Enrique Iglesias. Sin desmerecer a nadie, Enrique se reunía con quien quería cuando quería.
Dicho esto con respeto por Bustillo, no tiene ese mismo peso. De hecho, en el CV de la página del MRE figura que fue embajador en Ecuador (2004-2005) luego lo fue en Argentina y España. Pero en Ecuador no estuvo dos años, sino dos meses. Es raro que el CV que publica el MRE no coincide con el de su página en Wikipedia, que se ajusta más a mi memoria. Es un hábil diplomático. Y amigo personal del presidente. Pero para entrar a la cocina que referimos, no basta.
¿Por qué no fue el presidente? ¿Realmente cree que solo debe viajar cuando es el protagonista? ¿Piensa que el Zoom sustituye el encuentro personal? ¿Le hicieron crear que la diplomacia es el juego de las declaraciones formales y protocolares? Qué oportunidad perdió no él, que es lo de menos. Perdió Uruguay, y es grave.
Volvamos a Bolsonaro, que es lo único que a la actual política exterior interesa. Ese contacto y el contenido y orientación los maneja en forma exclusiva Lacalle Pou. La persona tan importante para el futuro de Uruguay perderá en un año las elecciones, no tiene el respaldo de la opinión pública, de las encuestas ni de las propias Fuerzas Armadas.
Curiosamente nuestra diplomacia asimila a Bolsonaro con los militares brasileños. Pero es teniente. No llegó a más porque lo echaron. Durante un juicio de los 80 fue denunciado por un exoficial superior por su «trato agresivo» hacia sus subordinados y su «falta de lógica y racionalidad”. Y lo fueron. Qué apuesta mala.
No estaban preparados.