Para conmemorar el “Día Mundial del Refugiado”, que la Organización de Naciones Unidas dispone celebrar los 20 de junio, el periódico inglés The Guardian publicó este miércoles una separata con los nombres de las 34.361 personas que han muerto tratando de ingresar a Europa entre 1993 y mayo de 2018, de acuerdo a los registros de organizaciones no gubernamentales abocadas a la temática migratoria. Esta lista fatal interminable es, pese a ello, conservadora: se estima que los muertos son muchos más, pero resulta imposible determinar la cantidad y menos aun la identidad de miles de migrantes que han sido tragados por el Mediterráneo en su tentativa de atravesarlo, sin dejar rastro. En Europa la mayoría de los países se rehúsa a recibir inmigrantes que provienen de África subsahariana o de países de Medio Oriente inmersos en conflictos cruentos. Esta semana, 229 inmigrantes rescatados por el buque Aquarius en el Mediterráneo central, donde sus “pateras” naufragaron, junto a otras 400 personas recogidas por la Guardia Costera de Italia, fueron acogidos por el novel gobierno de Pedro Sánchez en España tras una travesía de ocho días durante los que fueron rechazados por Italia y Malta, que cerraron sus puertos. Pero la nota más brutal la dio el presidente de Estados Unidos, al revelarse que en el marco de la aplicación de su doctrina de tolerancia cero en la frontera sur, desde el mes de abril hasta la fecha cerca de 2.300 niños habían sido separados de sus padres y puestos a disposición del Departamento de Salud y Servicios Humanos, mientras a estos últimos los detenía la seguridad nacional y se les iniciaba una causa penal por el delito de intentar ingresar ilegalmente al territorio estadounidense. La filtración de las imágenes que muestran a niños enjaulados y los audios exasperantes de estos, separados de sus familias, conmovió dentro y fuera de Estados Unidos, provocando rechazo aun en el seno del Partido Republicano, hasta que la andanada de cuestionamientos de todo el mundo obligó a Trump a firmar una orden ejecutiva para que se detuviera la práctica de separar a los niños de sus familias. Sin embargo, el decreto de Trump no resuelve la situación de los menores que ya fueron separados y el procedimiento para reunir a las familias no está del todo claro; depende de una coordinación de varias agencias y, en muchas ocasiones, puede no ocurrir nunca: “La separación permanente sucede”, declaró a NBC News John Sandweg, exsubdirector de la Oficina de Inmigración y Aduana (ICE) durante el gobierno de Barack Obama. La solución de Trump implica encarcelar, aunque ahora juntos, a padres y niños, procedimiento que ya se ha aplicado en otros momentos en Estados Unidos. Un cuadro en el New York Times ilustra la evolución de esta práctica: durante el gobierno de Obama, en 2014, niños y adultos eran detenidos juntos, pero la aplicación de un fallo de la corte que impide que niños estén detenidos en estas condiciones más de 20 días determinó que los liberara. Con la “tolerancia cero” de Trump se comenzó a separar niños de sus padres (y los niños enjaulados), y ahora, con el decreto de esta semana, volverá el método de campos de concentración para familias enteras, aunque no queda claro cómo se compatibiliza eso con la disposición preexistente de la corte de que no se puede recluir a los niños por más de 20 días. Entre los contados gobiernos que oficialmente alzaron su voz se encuentra el de Canadá, cuyo primer ministro, Justin Troudeau, expresó: “Lo que está sucediendo en Estados Unidos está mal. No puedo imaginar lo que están atravesando esas familias. Así no es como hacemos las cosas en Canadá”. No obstante, hace pocas horas CBC News de Montreal reveló que la Agencia Canadiense de Servicio de Frontera (CBSA) detuvo el año pasado a 151 niños en instalaciones junto a sus padres, pero a otros 11 los mantuvo detenidos solos, sin acompañantes, sin poder precisar el motivo de la separación de sus cuidadores. Una investigación de la prestigiosa Universidad canadiense McGill halló que este tipo de procedimiento de reclusión deja secuelas psiquiátricas y académicas hasta mucho tiempo después de que el hecho se produce. Donald Trump hace política con el odio a los inmigrantes. Alienta ese odio, lo milita. En su país y en los otros. Usa las redes sociales para manifestar su desprecio a los inmigrantes y hasta se permite atribuir a la inmigración en Alemania un supuesto crecimiento de las tasas delictivas en ese país, desmentido por el gobierno por falso. Su crueldad, que no tiene límites, es indignante, pero no cabe cometer el error de adjudicarle a Trump una exclusividad de bestia racista que no tiene. En el primer mundo es norma rechazar a los extranjeros; es de los gobiernos y, en buena parte, de las sociedades que hasta en las urnas eligen las expresiones políticas más xenófobas para conducir sus países. Europa y Estados Unidos son territorios hostiles para los miles de personas que buscan llegar a esas tierras huyendo de la pobreza, de la persecución o de las guerras. Mantienen una posición antiinmigrante que repugna, especialmente porque Estados Unidos y los países centrales de Europa han sido naciones invasoras, colonialistas y expoliadoras, cuyas responsabilidades en las desgracias del mundo son incalculables o infinitas. Pero la xenofobia es fuerte en todas partes. No sólo en los países absolutamente ricos, también en aquellos países relativamente prósperos en relación con la procedencia del inmigrante que reciben. Eso está ocurriendo hoy mismo en Uruguay según los últimos estudios de opinión pública. Hasta ahora, la política migratoria de Donald Trump incluye la restricción de ingreso de naturales de varios países, sospechosos de terrorismo a priori, un muro que va a separar a Estados Unidos de México, la humillación de intentar obligar a México a pagarlo, la detención de las personas que ingresan desde ese país, la deportación de indocumentados, de los llamados “soñadores”, la separación de los hijos de sus padres inmigrantes en la frontera, el enjaulamiento sin importar la edad de las criaturas, ni los llantos desesperados ni la condena mundial. Es más, luego de que se conocieran las imágenes y las grabaciones, Estados Unidos se retiró del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, cuando el alto comisionado para los Derechos Humanos cuestionó a sus representantes directamente. Aunque la prensa mundial y la prensa estadounidense reflejen la indignación global con Trump (un personaje siniestro con una mente perturbada a cargo del gobierno más poderoso del mundo), sus políticas no son distintas a las de otros gobiernos que pasan por sensatos. Las de Trump apenas son más brutas, descarnadas, como si disfrutara de la ostentación de su crueldad, como si hiciera campaña de la crudeza, como si su base electoral le pidiera odio todo el día, todos los días, odio y más odio, cosas que den asco, decididos a construir una nación desde la insensibilidad y la repugnancia. El resto, sobre todo del otro lado del Atlántico, hace sustancialmente lo mismo, pero con más cuidado y menos exposición. Con otra higiene, como le gusta a Europa.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARME