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Las múltiples caras de Sanabria

Por Alberto Grille.

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Para empezar, hay al menos dos Sanabria: Wilson y Francisco. El primero, el padre, se quitó la vida hace dos años, cuando se le informó en el hospital Sirio Libanés de San Pablo que debía ser operado de un tumor intracraneano y que las secuelas neurológicas e intelectuales de esa intervención podían ser muy graves; el otro, el hijo, huyó de la Justicia y se fue a vivir a la casa de su suegro, Jorge Serna (un colombiano que fue gerente del Conrad), en Deerefield Beach, en Boca Ratón, a escasos 50 minutos al norte de Miami.

Dos años después de la muerte de su padre, Francisco Sanabria adquirió notoriedad pública por haber fundido una casa de cambios que, escapando a los controles del Banco Central del Uruguay, cerró su puertas dejando al desnudo una serie de operativas ilegales.

En verdad, tienen poco que ver el padre y el hijo. No hablamos de que uno sea mejor o peor que el otro, que sea más ético el proceder del padre que el del hijo o que sea más defendible la trayectoria cívica o política de alguno de los dos. Para ser muy franco, políticamente ninguno de los dos Sanabria me gustaba nada. Ambos eran colorados, foristas, sanguinettistas, centroderechistas. Wilson Sanabria era, sí, mucho más importante que Francisco en el Partido Colorado. Wilson era un político colorado típico, un exponente acabado de la política tradicional, clientelístico. Era buen amigo de los amigos, mantenía esa oscura condición tan curiosa que ha dado en llamarse “tener códigos”. Era inteligente, pragmático, astuto, agradable. Cumplía su palabra empeñada, inspiraba confianza, escuchaba opiniones y respetaba divergencias. Francisco era una obra imperfecta de su padre, quien, preocupado por dejar una herencia política mucho más esquiva que su herencia económica, pretendía hacer de su hijo una copia mejorada y por demás forzada de sus talentos y habilidades. Wilson era, además, el más eficaz operador político de su líder, Julio Sanguinetti, y un caudillo muy popular en su departamento, Maldonado, en donde se concentraban algunos de los dirigentes foristas más influyentes y los ricos más ricos de Uruguay, Argentina, Paraguay y Brasil.

No soy quién para analizar su actuación política en Maldonado, que sin duda fue muy controvertida. Así como tenía 2.000 amigos fieles que lo acompañaban en todas sus peripecias, había tres o cuatro periodistas que lo fustigaban con rigurosidad y con informaciones veraces. Debido a su tenacidad, a su carácter bonachón –y, tal vez, a su billetera–, Wilson Sanabria se transformó en el dirigente más importante del Partido Colorado en Maldonado. Siempre estuvo muy cerca de los empresarios, tanto los de la construcción como los del turismo. Estuvo con y contra el intendente Enrique Antía, con y contra el dirigente colorado Pedro Bordaberry, con y contra el exintendente frenteamplista Óscar de los Santos, con y contra el diputado colorado y dirigente del partido en Maldonado Germán Cardoso.

Con Wilson Sanabria se podía llegar a acuerdos políticos, era posible tejer alianzas, acordar votos en el Parlamento, votar leyes, negar u otorgar venias, integrar comisiones. Un senador frenteamplista me dijo que en el Senado Sanabria era casi imprescindible tanto para el gobierno como para la oposición. En la actividad política, respetarse, hablar, pactar y tolerarse es una práctica habitual, porque en ella los adversarios son necesarios, porque no hay otro camino que acordar y negociar, y porque en ese ámbito se ven rostros pero no corazones. Si el diputado frenteamplista Darío Pérez se hace el distraído, es pura hipocresía: convivir con el adversario es algo hacen todos, y si pueden requerir su apoyo, mejor aún… Sobre todo en el caso de Darío, que se lleva mejor con los adversarios que con los compañeros.

Francisco es otra cosa. Wilson lo llevaba de la mano, pero Francisco se tropezaba con el andador. Semejante padre era demasiada responsabilidad para el joven e inexperto abogado.

También su historia era distinta. Wilson fue un niño pobre. Hijo de un humilde tambero, repartía leche en un carrito de madera por las calles de San Carlos. Francisco era el hijo de alguien que se había convertido, en 20 años, en una de las 120 personas más ricas de Uruguay, dueño de miles de hectáreas de campo, 800 vacas lecheras y un tambo con 250 vacas en producción, además de varias radios, dos torres inmobiliarias (una de ellas gigantesca) en Punta del Este, una alquiladora de autos de alta gama, varias propiedades inmobiliarias, tres compañías de ómnibus interdepartamentales y una casa de cambio próspera y con una decena de sucursales.

Asombrarse de ello es demasiada ingenuidad; poner el grito en el cielo como si recién nos hubiéramos enterado, también. La saga de los sorprendentes operadores con enriquecimientos inexplicables es la historia de ambos partidos tradicionales que nos gobernaron por más de 100 años, y por eso la ciudadanía los sacó pelando del gobierno por tres períodos consecutivos. Wilson Sanabria no fue el único político que hizo mucho dinero y que se benefició de las prebendas del Estado. Si él se enriqueció y acumuló millones de dólares, es difícil pensar que Sanguinetti fuera inocente. Es más, yo sospecho que en la clase política tradicional no llamaba la atención ni merecía mayor rechazo esta conducta opaca de la dirigencia forista, así como no merecieron repudio, al menos duradero, las conductas escandalosas de los dirigentes blancos durante el gobierno herrerista, ni las del propio expresidente Luis Alberto Lacalle, que esquivó el bulto aduciendo que era víctima de una “embestida baguala”.

Los vínculos económicos del Partido Colorado y Wilson Sanabria no comenzaron con Cambio Nelson. Cuando en 2002 fue procesado el expresidente del Banco Hipotecario del Uruguay Salomón Noachas y cuando cayó en desgracia el secretario de Julio Sanguinetti Ernesto Laguardia, quien luego fue procesado en 2008, Wilson Sanabria se convirtió en el principal recaudador para las campañas políticas del sanguinettismo.

La autorización para operar con Cambio Nelson fue otorgada en 1998 por el contador Humberto Capote, otro fuerte operador sanguinettista, quien posteriormente se desempeñó como contador de la casa cambiaria y hoy declarará como indagado en el juzgado de Maldonado.

En su departamento Wilson Sanabria era toda una institución. Nada sucedía en ese territorio que no condujera de alguna manera al nombre de Sanabria. Por eso, cuando Wilson Sanabria instaló un negocio tan vidrioso y proteiforme como un cambio, su poder se expandió.

Es difícil saber y aventurar, sin la información privilegiada de una investigación judicial, desde cuándo Cambio Nelson se apartó de las reglamentaciones del BCU y pasó a comportarse, sin contar con los permisos correspondientes, como una institución de intermediación financiera. Es difícil, pero no imposible, imaginar que Wilson Sanabria ya incursionaba en la toma de depósitos y en la intermediación financiera, así como en la inversión inmobiliaria, la explotación de servicios turísticos y las actividades agropecuarias relacionadas con su tambo, que tuvo una fulminante expansión en los últimos diez o 15 años. Un prestamista perjudicado por la clausura del cambio, que perdió unos cuantos cientos de miles de dólares, me decía hace unos días que a Wilson él le prestaba lo que le pidiera, sin dudarlo un instante, porque era preciso y cumplidor como un reloj.

Si bien es posible presumir que estos negocios ocurrían ya en vida de Wilson, lo cierto es que la catástrofe sucedió cuando Wilson Sanabria ya no estaba en este mundo y es Francisco el que debe responder ante los acreedores y ante la ley. Probablemente estos sucesos comprueben, una vez más, que la vida no es justa. Es probable que los negocios de la familia Sanabria que el padre desarrollaba con éxito, moviendo talento, ingenio, experiencia e influencias, naufragaran cuando debía ocuparse el hijo, inexperiente y mareadísimo por las luces de la gloria, el poder y el dinero.

Pero además de injusto, el destino resultó implacable para el joven Sanabria, al que la calesita se le fue derrumbando y al que los hechos económicos fueron conduciendo, cada vez más, al precipicio, dejando una fila de víctimas, la mayoría inocentes.

Queda para la Justicia determinar la magnitud del perjuicio causado a los damnificados por la quiebra, así como la calificación de los hechos y la responsabilidad de los protagonistas. Algunas responsabilidades civiles parecen evidentes, porque hay personas e instituciones que resultaron dañadas por el proceder de los responsables de los negocios involucrados. Las responsabilidades penales deberán evaluarse una vez conocidos los hechos por la Justicia y establecidos los alcances de la posible estafa, que podría tipificarse si se comprobara que los operadores se valían de alguna forma de engaño o estratagema para causar ese daño. Por otra parte, la posibilidad de que, además, Cambio Nelson se prestara o facilitara su operativa para el lavado de activos ubicaría la investigación en la órbita de Crimen Organizado y agravaría los delitos, facilitando incluso el pedido de extradición.

Pase lo que pase, la responsabilidad de Wilson Sanabria, ya muerto, se ubicaría solamente en la dimensión de la ética y de la política. No hay duda de que el Partido Colorado pagará un precio político fuerte si aún hay espacio para caer en las profundidades. Sanguinetti y lo poco que queda del Foro Batllista están hasta las patas, al menos en las consideraciones que pueda hacer la opinión pública. Difícilmente Bordaberry, y mucho menos Cardoso, puedan salir indemnes de toda sospecha, porque Bordaberry apareció, al menos en las últimas elecciones, muy pegado a Francisco Sanabria, y las vueltas de Cardozo lo han encontrado una y otra vez pegadito a Francisco.

Francisco Sanabria ya fue. Renunció a la Cámara de Diputados, lo expulsaron del Partido Colorado y huyó a Miami, desde donde, si es cierto que ya tiene pasaporte estadounidense, difícilmente pueda ser extraditado. La magnitud y la calificación de los delitos que presuntamente le serán imputados, así como la presunción de inocencia, no importan demasiado, porque el Partido Colorado se lo sacó de arriba con presteza.

De Wilson Sanabria quedará un mal recuerdo, y también en eso tal vez la vida sea injusta. No era un mal tipo. Era un buen amigo y un gran padre, un político burgués en el capitalismo, un “demócrata liberal” con una doble moral, un enamorado del poder que creía que en la política, como en la vida y en el tango, “el que tiene mucha plata vale mucho, mucho más”. Un republicano sin gorro frigio, que en la lucha de clases se ubicaba entre “los de arriba”.

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