¿Qué pasaría si en lugar de los descuentos habituales para comprar ropa y tantas otras cosas de consumo diario de las personas tratáramos de pensar grandes mesas donde se pueda liquidar ideas? ¿Qué pasaría si en la mesa de la fortuna pudieran darse espacios de polémicas y, como en las grandes tiendas, la gente se abalanzara sobre temas a discutir? ¿Qué pasaría si los templos de las compras se usaran para performances artísticas en las que las personas se disputaran un poema, una experiencia escénica o un ritual musical? ¿Qué pasaría si el capitalismo nos diera una mano?
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Sólo una. No le estamos pidiendo que se vaya, que nos deje de succionar en la noche la sangre como un vampiro; ya sabemos que lo hace, lo hará y lo seguirá haciendo (todos los tiempos verbales). Ya lo sabemos, ya maduramos, ya sabemos que la revolución fracasó, que la gente no quiere la revolución porque el Levi’s, la Coca-Cola y el confort nos pueden y nos pudieron. Ya sabemos que el debate sobre el bien y el buen vivir nos ha ganado. Ya lo sabemos. No somos más el Che Guevara, que sólo se quedó impreso en las camisetas de los mismos tipos que veranean en Ibiza y que posiblemente se drogan para soñar que podrían haber sido mejores. Ya lo sabemos.
Sabemos todas esas cosas porque la cultura del saber nos ha ganado el tiempo y la forma del saber. Porque saber se ha convertido en una acumulación de cosas, como se acumulan las cosas inservibles que el capitalismo nos ha impuesto. Saber solamente en relación a las corporaciones educativas, a los conglomerados ajenos sobre qué es el saber, qué se debe saber, para qué se debe saber y cuándo se debe saber algo. ¿Sabemos en realidad?
Eso también lo sabemos, o al menos lo hemos aprendido con la experiencia del fracaso. Nada mejor para entender algo que hundirse hasta el final y morder el polvo todas las noches sin luna. No se trata del romanticismo para que acune nuestras dudas. No.
Son cosas que se saben porque casi se nace sabiéndolas, ¿o hay algún respiro para no saberlas? Creo que respiro no hay. Debe de haber pausas y muchos silencios frente a tantas preguntas. Pero no quisiera abrirme ni expandir la mirada, porque se abre el cuadro y se rompe el marco. Seamos tradicionales y usemos la imagen en la escala permitida para el ojo entrenado. Seamos cautos y aceptemos la derrota.
Ya sabemos que perdimos una de las batallas más duras que ha dado el ser humano. Aceptar la derrota es la primera forma de ganar. Ya lo sabemos también.
Entonces, ¿por qué no nos arremangamos, nos bajamos un poquito más los pantalones y pedimos? Le pedimos al capitalismo que nos ceda uno de sus templos de consumo. Que nos ceda sólo una vez por mes, con sus marcas millonarias, un espacio para “liquidar arte”. Que nos reciba en sus santuarios y podamos usarnos mutuamente. Sólo esa limosna pedimos. Sin donaciones, ni subsidios, ni responsabilidad social, ni nada de eso. Unirnos lisa y llanamente a la luz del día, cada uno en su miseria, mostrando la verdad de la necesidad.
Sólo una mano te estamos pidiendo. No un abandono, ni vamos a detallar más mentiras ni acuerdos falsos, ni vamos a perder tiempo redactando tratados que nadie va a cumplir, ni a votar izquierdas que nunca lo serán.
Entonces vamos a cambiar de táctica, vamos a ser frontales y a decirnos que estamos juntos en este mundo, que nos pongamos de acuerdo en algunas cosas, que a todos nos beneficia.
Dialoguemos, o quizá no, quizá no sea el término también tan manoseado y poco aplicado desde lo conceptual y lo concreto. Quizá sea mejor ser honestos y poner las cosas sobre la mesa, no la de liquidación que nombro al principio, sino la mesa de las negociaciones.
Porque convengamos: el capitalismo ya no es sexy. Ya no es esa rubia voluptuosa que nos espera para darnos felicidad, ni ese empresario poderoso adinerado, frío, distante (que supuestamente enloquece a las mujeres), lleno de traumas de la infancia, al que nosotras (con el dulce amor femenino) curaremos.
No me erotizás, capitalismo. Sos viejo, aburrido, caduco, cobarde, mentiroso, tenés que medicarte todo el tiempo, ni la terapia te salva. Creador de los grande males, depredador de sistemas de felicidad y de los sueños simples, ¿a quién vas a seducir?
Los estereotipos se derrumban a pasos agigantados, los bloques construidos con el apoyo de las campañas comienzan un deterioro que va desde lo orgánico hasta lo edilicio, desde lo ideológico hasta lo estético, desde lo afectivo hasta lo erótico. ya no sos sexy. Ya no quiero acostarme contigo, levantarme contigo. Ya no nos mentirán más con esperanzas tramposas, con ideas sólo a largo plazo, ya no vendrán de a poco a robarnos. Ya no. Ya no nos engañarán con publicidades y películas al servicio de los conceptos ordenados donde los que escriben definen dónde está el bien y dónde está el mal.
Ya no sos sexy. Ya no te salvarán las grandes liquidaciones, ya no servirán de nada las piernas depiladas hasta el final de las piernas, con las nalgas doradas y las pieles terciopelo sin edad.
Ya no nos erotiza la dureza de las cirugías para pensar la belleza. Sos feo y se viene la era contraria al monstruo que has creado.
Por eso sólo tenés que darnos una mano.