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Los Autoconvocados y el Consejo de Ministros

Por Leandro Grille.

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Los Consejos de Ministros abiertos a la gente en el interior del país son una excelente práctica, impensable en otras latitudes, que permiten que las fuerzas vivas de la comunidad y cualquier vecino se exprese de forma directa, sin arreglo previo o cortapisas de tipo alguno, frente al presidente de la República y los integrantes del gabinete. En el contexto de estos consejos de ministros abiertos, las organizaciones sociales y vecinales pactan reuniones con los titulares de las diversas carteras, haciendo llegar reclamos e inquietudes, comprometiendo a los jerarcas a estudiar los casos y ofrecer soluciones cara a cara, sin la mediación de la burocracia ni de teléfonos descompuestos. Por su parte, los ministros y el presidente, ante la gente del lugar y la prensa, detallan las cosas que se vienen realizando, los acuerdos alcanzados, las preocupaciones recibidas en las reuniones concertadas, las medidas en estudio y los logros, problemas y desafíos de la gestión que se viene desarrollando. En suma, los consejos de ministros abiertos son una muestra palmaria de transparencia, accesibilidad y espíritu democrático ejemplar que no debe ser agradecida, en tanto es un derecho conquistado por la sociedad, pero que debe ser reconocido en su verdadera dimensión por todo lo que dice de nuestro país, de nuestra forma de gobierno y también de los gobernantes que tenemos.   Para que esta experiencia maravillosa de cercanía democrática continúe consolidándose, haciéndose cada vez más profunda y más abarcativa, no sólo es indispensable la apertura de los jerarcas que deben comparecer con humildad, interés franco y disponibilidad de tiempo, atención y recursos para ofrecer soluciones y escuchar quejas, también es fundamental la buena fe de los concurrentes, cuyas observaciones, exigencias y  opiniones tienen que ser escuchadas y tenidas en cuenta, pero que deben guardar una conducta respetuosa, civilizada, sin abandonarse a exabruptos o agravios y mucho menos a la violencia. Para que una cosa así funcione se necesita de la buena fe de los gobernantes, pero también de la buena fe de todos los integrantes de la comunidad, especialmente aquellos que concurren organizados.   En mi opinión es bastante bochornoso que un integrante del colectivo “Un solo Uruguay” le haya gritado al presidente, en pleno Consejo de Ministros abierto, “¡ponete a trabajar, guampudo”. Que otro manifestante del mismo colectivo haya tirado una bomba de estruendo dentro de la carpa donde se realizaba el Consejo, al lado del liceo de Playa Pascual, que muchos de estos “autoconvocados”, que habían ido en montón y arrancaron cantando el himno nacional, con todo derecho porque el himno es de todos, se hayan empeñado en abuchear a cada miembro del gabinete que hablaba. Ese tipo de actitudes reflejan un nivel de autoritarismo e intolerancia que agrede la sensibilidad democrática de nuestro país y que, además, conspira contra la posibilidad de que otro gobierno continúe con esta práctica tan meritoria y destacable. Quizá no en este período, porque ya sabemos que Tabaré va a seguir promoviendo estas instancias, aunque llegue el día en el que tenga que ir con un casco para protegerse de cascotazos de algún grupo de anormales, pero es harto improbable que otro presidente se anime a esta exposición frente al pueblo y cara a cara, si cualquier grupo de energúmenos, encaramados en sus razones y envalentonados por estar en grupo, son capaces de distorsionar un evento de esta naturaleza y convertirlo en un ámbito hostil y hasta peligroso.   Un párrafo aparte merece la intervención de un niño que inquirió al presidente su opinión sobre el hecho de que los que no trabajan reciben más beneficios que aquellas personas que sí lo hacen. Es una pregunta asombrosa, no sólo porque involucra una percepción completamente desajustada de lo que sucede en la realidad, sino porque denota una preocupación extravagante para la edad de la inocencia, siempre noble y menos propensa a la mezquindad. Digo esto con mucho respeto, porque todos los niños merecen respeto en sus expresiones y en su pensamiento, pero también podría haber preguntado por el nuevo código del proceso penal o sobre el atraso cambiario o sobre la mochila de los salarios o de la posibilidad de un TLC con Chile y me habría parecido igual de inducido e instrumentado por adultos que, en el paroxismo de la ausencia de gallardía, mandaron al frente a un chiquilín para decirle al presidente aquellas cosas que ellos mismos no se atrevieron.  

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