Aunque al lector le parezca mentira, pocas cosas me resultan más penosas, al observar el panorama político, que el comportamiento de los dirigentes blancos. En verdad el que me da una mezcla de pena y desilusión es Larrañaga, ‘Pompita’ me da una mixtura de lástima y de vergüenza, aunque al fin y al cabo su comportamiento no hace más que confirmar una certeza. Ver las caras de felicidad de ‘Pompita’ y Larrañaga ante la sonrisa siniestra de Sanguinetti (que, reitero, embromó a todo lo que tuvo cerca, desde Jorge Batlle a Wilson, pasando por Seregni, los propios milicos, Batalla, Lacalle Herrera y todo lo que no sean él y familia, incluyendo al Partido Colorado, al que entregó en las elecciones de 1989), me hace pensar que definitivamente la actual conducción del Partido de Oribe, Saravia, Leandro Gómez, Herrera y Wilson perdió definitivamente el rumbo. Nunca nadie pudo esperar nada políticamente bueno de Luis Lacalle Pou, cuya vida ha sobrevolado en Carrasco y La Tahona sin demostrar más que una rara habilidad por hamacarse entre las olas sobre una tabla de surf. Por eso no sorprende su sonrisa ingenua y hasta cierto punto bobalicona esa tarde en que se encontró con Sanguinetti. Nada que ver con la descripción que hace de él Luis Alberto Heber, en que destacando su inteligencia, su astucia, su empuje juvenil, su carácter, su templanza, su audacia y su talento político poco menos que lo hace de la misma estatura de estadista que Winston Churchill. Pero de Jorge Larrañaga yo sigo esperando otra cosa. Creo que soy amigo de él, en realidad su amistad me honra, lo estimo, creo en su buena fe, en su honestidad y en su patriotismo, pienso que quiere lo mejor para su país que es también el mío, pero hoy me parece que está reverendamente equivocado. Además, comparto con el historiador Gerardo Caetano, que el Uruguay –como todo país- necesita un sistema de partidos fuertes y que disputen por la excelencia en la oferta de sus propuestas de gobierno para funcionar . Ojalá Uruguay tuviera un gran sistema de partidos que permitiera alternancias y alianzas no traumáticas, sin perjuicio de mi corazón frenteamplista y la esperanza en que la izquierda sea capaz de ofrecer las mejores alternativas para que el país y sus habitantes progresen y sean cada vez más prósperos y felices. Pero no me equivoco si digo que por el camino que vamos, vamos mal, y como dice Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Los caminos del Guapo En particular me interesa la trayectoria del hoy senador Jorge Larrañaga, que reivindica un wilsonismo más bien declarativo (no le he escuchado últimamente, nada cercano a las propuestas económicas y sociales del caudillo blanco), y cuya barra -llena de buenas personas- cultiva un estilo bienintencionado para el Uruguay, y que sería un buen ‘socio’ para compartir propuestas e intenciones en un gobierno alternativo o en un gobierno frenteamplista sin mayorías parlamentarias. En los últimos meses, Larrañaga ha apostado su destino político a “la lucha por la seguridad”, proponiendo una reforma constitucional que como puntos polémicos tiene la participación de las Fuerzas Armadas en tareas policiales, la formación de una nueva Guardia Nacional, y la posibilidad de que se entre en los domicilios en la noche. Larrañaga derrapa hacia la derecha en busca de votos blancos que, al menos, alcancen para ganarle a Pompita la elección interna. Más allá o más acá de estas ideas, a la que ha jugado al parecer su propuesta para 2019, y de su énfasis en la seguridad, hay dos temas a tener en cuenta al observar el comportamiento de este gran protagonista de la vida política nacional desde la restauración de la democracia en 1984, que ha sido varias veces candidato de su Partido Nacional y que puede volver a serlo, cosa que no me disgustaría, porque siempre apuesto a lo que creo lo mejor. La primera es que seguramente esa apuesta a la “seguridad pública” debe entenderse como una necesidad coyuntural de aumentar su presencia pública y partidaria (ya dijo Oscar Bottinelli que muchas veces en política se golpea a un presunto adversario -el Frente Amplio- para pegarle en verdad al adversario interno, en este caso Pompita), en momentos en que lo han abandonado compañeros intendentes de siempre como Sergio Botana, Adriana Peña, Eber da Rosa y Enrique Antía, que se perfila como nuevo candidato desafiante, anuncio que se hará después de finalizado el campeonato mundial. También lo abandonó Verónica Alonso, pero ella aún tiene que demostrar cuánto peso tendrá en la política y si se puso la vara tan alta que le resultará bastante difícil saltar. En fin, como decía el ‘Sordo’ González, “carreras son carreras”. Si analizamos las alianzas blancas de Larrañaga hay que concluir que está más solo que el uno. Ahora bien, si esa voltereta al pachequismo le alcanza para ganar y para restarle votos de la derecha a Pompita está por verse. Si lo logra, habrá que sacarse el sombrero. Lo segundo y más grave, es que esa apuesta haya opacado o borrado toda otra propuesta de carácter económico o social. Lo único que hay es una crítica genérica a la gestión del Frente Amplio que nadie mejor que él sabe que es incorrecta e inmerecida. Pero digamos entonces que del antiguo Larrañaga, y de wilsonismo, nada. Ni propuestas a favor de los sectores más vulnerables de la sociedad ni para fortalecer el sector público al servicio de la economía del país, como siempre lo entendió, lo dijo, lo escribió y lo practicó Wilson. Estos son para él tiempos de mucha tensión y de mucha bronca, sobre todo cuando, la pituquería de Pompita sigue consiguiendo adeptos en un partido en el que muchos dirigentes prefieren cargos antes que ideas y que ven en Pompita un seguro ganador en su partido y un posible ganado en las elecciones nacionales . Ojalá pronto el Guapo vuelva a lo que fue siempre, y lo más cerca que pueda de lo que fue el verdadero wilsonismo (que Pompita prohibió nombrar en sus dominios), y pueda ver quiénes son sus verdaderos enemigos y cuáles sus potenciales compadres en los grandes desafíos que aguardan al pueblo uruguayo. Sanguinetti, el peor de todos Si hay un enemigo que tiene no ya el Partido Nacional y el Frente Amplio, sino el futuro de el país, es Julio María Sanguinetti, actual candidato desafiante, según la manija que dan El País, El Observador y Búsqueda. Para comenzar este apartado, digamos que el Dr. Sanguinetti, que fue el candidato de los militares que ‘triunfó’ en las elecciones tuteladas y altamente viciadas de 1984, se dio el lujo de negar la existencia de espionaje en democracia. Según Montevideo Portal, el expresidente dijo que “ninguna operación ocurrió fuera de la ley y señaló que los servicios de inteligencia pueden recoger información pública (…), que tampoco sabe a qué aluden los documentos que estudia la Comisión Investigadora sobre espionaje en democracia y que en ningún momento ordenó una operación de ese tipo”. Tal vez sea cierto que no las ordenó, pero que leyó los informes diarios de inteligencia, los leyó. Es más, tengo entendido que durante el gobierno de Jorge Batlle los servicios se los llevaba a él, a su propio domicilio, porque Batlle no quería leerlos, porque no quería enterarse justamente de aquellos insumos de inteligencia que no provenían de medios públicos sino que se originaban en fuentes que hoy se califican de espionaje. Algunos -me han dicho quien los vio- se parecían más a un programa de Intrusos que a un informe de inteligencia. Si me preguntan quién me lo dijo, puedo responder que yo también tengo mis servicios para saber lo que lee Julio María mientras desayunaba con Marta en su casa de Punta Carretas. Dijo Sanguinetti que: “Nadie ordenó ningún espionaje sobre ninguna actividad de tipo política, sindical o social. Lo saben todos los jerarcas de todas las instituciones”. Así nomás. Sin embargo, según informa El País, los integrantes de la Comisión Investigadora piensan que el ex y ahora candidato puede tener información valiosa para la investigación. El diputado Gerardo Núñez declaró a El País que “una de las posibilidades es denunciar a Sanguinetti, hay que delimitar bien las responsabilidades y escucharlo”. Justamente la documentación del archivo Berrutti corresponde al primer período de gobierno de Sanguinetti. También según El País, el ex director de Inteligencia Policial Máximo Costa Rocha declaró que “era de interés del gobierno de Sanguinetti todo lo del voto verde” y la fiscal Mirtha Guianze”, sostuvo que “el expresidente la cambió de destino cuando supo que favorecía la derogación en 1989 de la ley de Caducidad y con eso afectó su carrera”. Además, en un informe de UTE el el organismo prueba espionaje militar en la Empresa Pública en el referido período. Así va el mundo, mientras el dos veces expresidente, de 82 ajados años, anda con viento en la camiseta prometiendo un gobierno de coalición con los blancos para luego de 2019 y repitiendo que «los gobiernos de coalición (con el Partido Nacional) son posibles en Uruguay, pese a que herreristas y batllistas somos muy distintos”, con lo cual recuerda para su interna su conocido desprecio por los blancos a los que traicionó una y otra vez, particularmente a Wilson y a Lacalle Herrera al que casi manda a la cárcel gracias a la campaña de las revistas sanguinettistas Tres y Posdata. El argumento central de su patriada es que el ajuste que se viene necesita de blancos y colorados unidos. Para lograrlo intenta incendiar la pradera, afirmando que “el próximo gobierno va a heredar una situación muy difícil” y que habrá que hacer cosas que necesitarán de un gran respaldo político. La verdad es que fuera de la imaginación de Sanguinetti y de su propósito fiero de ajustar en beneficio de los más poderosos y en perjuicio de los más sensibles y vulnerables, no hay datos que digan que esto es así. Sanguinetti nos miente sin pudor. El país lleva 15 años de crecimiento ininterrumpido (instancia sin parangón en nuestra historia) con redistribución de la riqueza, exhibe un gran nivel de reservas, y una gran fortaleza institucional y financiera, un déficit fiscal de 3,5% y ostenta las mejores calificaciones de las agencias así como elogios del FMI y del Banco Mundial. Tras su primer gobierno, donde tuvo todo el apoyo patriótico del Frente Amplio y del Partido Nacional para restaurar la economía del país, Sanguinetti entregó un país al borde de la hiperinflación, con el Banco Central y demás instituciones públicas vaciadas y un déficit fiscal del 8%, según denunciaron públicamente Ramón Díaz y su propio presidente del Banco Central, contador Ricardo Pascale. Hay que leer los discursos del recién electo Lacalle Herrera de aquella época. Le entregaron un país deshecho. Y tras su segundo gobierno, donde se negó a devaluar luego de que lo hicieran Brasil y Argentina, le pasó a Jorge Batlle (al que “le arrancó el brazo” en 1989, prefiriendo que ganara Lacalle para poder volver al poder), una bomba que estalló en la Crisis de 2002, historia que hemos contado y documentado hasta el cansancio, y lo volveremos a hacer todas las veces que sea necesario. Este es el gran estadista que les ofrece ayuda a los blancos y que dice que el país tiene por delante tiempos difíciles. No los tendrá, porque ellos no volverán. También criticó la gestión de la pobreza por el Frente Amplio, ocultando que los gobiernos frenteamplistas tienen los mejores indicadores, muy lejanos de aquellos de los gobiernos colorados en que los niños comían pasto. Por eso, Larrañaga y mis amigos blancos que son muchos: dejen de ver a Sanguinetti como un salvador que le conceda altura de estadista a Pompita y perspectiva de triunfo al Partido Nacional. No transiten un camino plagado de trampas y busquen sus propios caminos de progreso. En esa senda, y en el recuerdo de Seregni y Wilson, nos vamos a encontrar por un Uruguay mejor.
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