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Editorial

Los cucos de Sanguinetti no rinden como antes

Por Alberto Grille.

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Cuando los hombres eran bárbaros

Se subían a los árboles

Y se comían a los pájaros”

Julio María Sanguinetti salió del confinamiento al que está relativamente reducido por la pandemia para disparar toda su artillería verbal contra la campaña de recolección de firmas contra la LUC.

Todos sabemos que Julio María Sanguinetti es un líder muy controvertido, concentrando odios y amores.

Lo cierto es que en su trayectoria hay cosas que criticarle, unas cuantas para condenarle, muchas para reprocharle y, según dicen quienes lo admiran, mucho para elogiarle.

Estoy hablando de quien fue dos veces presidente de la República, tiene 85 años, es abogado, periodista, gran conocedor de las leyes, la historia y el arte, diputado, senador, ministro, secretario general del Partido Colorado y principal figura de su partido.

Decían los que lo conocían bien desde muy joven que se destacaba por su inteligencia y su combatividad desde que era el diputado más bisoño de su primera legislatura. Rodney Arismendi, el recordado secretario general del Partido Comunista, me comentó que, sentado a su lado, en la Cámara de Diputados, cuando Sanguinetti tenía poco más de 20 años, le pronosticó que más temprano que tarde sería presidente.

La primera vez que fue presidente, lo fue porque aprovechó la proscripción de Wilson, de la que muy probablemente no fue inocente, la segunda, porque lo dejó colgado del estribo a su aliado Luis Lacalle Herrera, quien se sintió, vaya a saber por qué, muy traicionado.

Antes pudo haber sido presidente si la dictadura no hubiera postergado sus aspiraciones.

En los gobiernos constitucionales y liberticidas de Jorge Pacheco Areco y Juan María Bordaberry jugó un rol nefasto, redactando la Ley de Educación y votando el estado de guerra interno.

Conoció de la práctica de torturas, los orígenes y quizás los integrantes del Escuadrón de la Muerte y sus crímenes y a los autores de los asesinatos de la Seccional 20 del Partido Comunista, supo de la injerencia de la Embajada de Estados Unidos, pero se guardó de denunciarlos ni en tiempo real, ni 20 ni 30 ni 40 años después.

En democracia dio la espalda a la mayoría de los acuerdos de la Conapro y promovió la Ley de Caducidad. Impidió investigar las violaciones de los derechos humanos, convivió con algunos de los mandos de la dictadura, mantuvo jerarcas y procedimientos de la inteligencia militar, frenó cualquier intento de investigar los crímenes y averiguar sobre los desenterramientos -en ese momento muy recientes, de la operación zanahoria-, buscar a los desaparecidos y condenar a los culpables.

Inició un modelo económico neoliberal, se jactó de no haber perdido ninguna huelga, promovió la reforma de la seguridad social, el desmantelamiento del ferrocarril, intentó implementar una reforma neoliberal en la educación, se puso en la vereda de enfrente de la Universidad pública.

Más recientemente fue el promotor de una alianza de todos contra el Frente Amplio, conspiró contra sus gobiernos, participó en todas las iniciativas de los líderes de las derechas del continente contra el pensamiento y los gobiernos progresistas de América latina y hoy encabeza una cruzada restauradora que ejecuta una alianza liderada por el herrerismo bajo el liderazgo personal y excluyente de Luis Lacalle Pou.

De todas maneras, podía ser peor. Es más, hoy Sanguinetti es peor que el Sanguinetti de 35 años atrás aunque cualquiera podría afirmar, sin equivocarse, que ha perdido el pelo pero no las mañas.

Tal vez sus adeptos puedan considerar muy exitosa su carrera política. Sin embargo, nadie podrá negar que desde que él tomó las riendas del partido de Batlle hace aproximadamente sesenta años, este ha perdido más de 30% del electorado, pasando de 45% de los votantes en las elecciones de 1962 a un escaso 13% en las de 2019.

De un plumazo yo podría decir que lo único que tengo en común con Sanguinetti es no creer en Dios, ser del género humano e hincha de Peñarol.

No obstante, no puedo dejar de reconocer que durante su gobierno se crearon bases sólidas para la sustentabilidad democrática, se abrieron las puertas del Penal de Libertad, se votó la Ley de Amnistía, se convocaron los Consejos de Salarios, se iniciaron las relaciones con Cuba y China y cuando Lacalle se propuso privatizar las empresas públicas, Sanguinetti se opuso y sus votos fueron fundamentales para impedirlo.

Hoy asistimos a un Sanguinetti muy repetido en que hay que reconocer que los años no pasan en vano. Reducido a un papel de autor intelectual de la coalición gobernante, reitera una vez más la estrategia de implantar el miedo como hace 35 años. Pero como buen anciano fatuo, olvida que la gente lo conoce y ha aprendido de sus triquiñuelas y sus embustes.

Tantos años han pasado desde su lejana infancia, tantas lecturas han pasado por sus ojos, de leyes, historia, filosofía y artes, que ha olvidado una elemental fábula, atribuida a Esopo, que está en la biblioteca de todos los niños desde hace cientos de años: la del pastorcito mentiroso.

Había una vez un pastorcito que estaba en la cima de una colina cuidando su rebaño de ovejas. Aburrido y solitario, quiso hacer una broma a los aldeanos que vivían en un pueblito cercano y comenzó a gritar que venía el lobo. Los aldeanos corrieron a ayudarlo y treparon la colina tan rápido como pudieron, encontrándose con la risa del pastorcito que los había engañado. Tres días después, repitió la broma y nuevamente se burló de los vecinos que nuevamente se acercaron a ayudarlo. A las pocas semanas, el pastorcito volvió a gritar, pero esta vez era verdad que el lobo había venido por sus ovejas. Nadie corrió a ayudarlo porque creyeron que era una broma que el pastorcito repetía por tercera vez y esta vez los gritos de desesperación eran verdaderos, esta vez el lobo hizo una matanza ante los ojos aterrados del niño.

Desesperado, el pequeño pastor fue a la aldea y reprochó a los aldeanos la falta de solidaridad. Ellos le respondieron que esta vez creyeron que era otra broma.

La moraleja de esta breve fábula es que al mentiroso nadie le cree, aunque diga la verdad.

Esta alegoría sobre la credibilidad le viene como anillo al dedo a Sanguinetti.

Julio María nos viene asustando hace más de 30 años. Nos asustaba con los tanques rusos, nos decía que de ganar los comunistas, se llevarían a nuestros hijos a la Unión Soviética, nos avisaba que la izquierda iba a traer desgracias, autoritarismo y miseria. Que iba a desencadenarse la violencia, que los militares volverían a salir de los cuarteles, que con el Frente Amplio seríamos como Cuba y Venezuela, que se perdería la institucionalidad democrática, se espantarían los inversores extranjeros, que dejaríamos de ser seguros, previsibles y democráticos.

Sin embargo, ganó el Frente Amplio y alguno pensará que estamos peor y otros mejor, pero no pasó nada de lo que nos anunció este sabio de cartón con unos ojos penetrantes debajo de sus cada vez más abundantes y blancas cejas, que luce un disfraz de personaje con tapaboca, corbata y pañuelo rojo al tono, cumpliendo con toda la parafernalia del líder civil encumbrado.

Ahora nos dice que si se eliminan los 135 artículos de la LUC, será apocalíptico. Nos pronostica una “cosa seria”, dramática, irreparable, catastrófica para las instituciones, la convivencia y la democracia.

Pretende que le crean porque tiene una autoridad que se remonta al Jurásico, sin pensar siquiera que hasta hace seis meses la LUC no existía y nadie se había dado cuenta de su inevitable necesidad.

Lo único que piden los promotores del referéndum es que se firme para habilitar una consulta popular, que se permita un espacio para el debate que no se dio, para que se expongan argumentos y la ciudadanía disponga si se convalida o no la ley mediante un mecanismo constitucional de democracia directa.

Si se somete a una elección, los ciudadanos podrán decidir si la ley es buena o es mala. Si la ley es rechazada, seguiremos con las mismas leyes de antes, la educación será la que hubo y tal vez mejor, se seguirá persiguiendo a los delincuentes, capturando narcotraficantes, encarcelando asesinos. Las empresas públicas serán tan buenas como antes, confiables como siempre, tan queribles como las quiso el batllismo, que es, a saber, lo que querría Sanguinetti. Los derechos de los trabajadores seguirán inmodificados y los policías continuarán siendo respetados como lo fueron en los gobiernos frenteamplistas en que aumentaron sus ingresos y obtuvieron sus derechos sindicales. Por eso, me parece que a Sanguinetti se le fue la mano esgrimiendo un libreto reiterado que ha demostrado ser, además, falso. Si no quiere referéndum, le alcanza con no firmar, pero si quiere firmar, puede hacerlo porque no le compromete a nada. Después podrá votar o no, como todos los demás ciudadanos. Pero sin mentirnos, sin hacer terrorismo y sin tirar bolazos que ya todos conocemos y que la mayoría ya no da pelota.

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