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Los juegos intencionales sobre lo real

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Las polémicas abiertas respecto a las gestiones y comportamientos personales de Lula, de Nicolás Maduro y de otros tantos personajes públicos mueven a reflexiones filosóficas porque cuestionan los contenidos normales de las palabras ‘verdad’ y ‘realidad’. ¿Delinquió o no Lula sobre el polémico apartamento paulista? ¿Cuál es la realidad? ¿Qué responsabilidad le cabe a la administración Maduro por el mal momento económico de Venezuela? ¿Cuál relato de los que circulan es verdadero? La polarización creciente y paulatina de opiniones y posicionamientos sobre esos y tantos otros temas deja a la mayoría de la opinión pública mundial (y también local) el sabor amargo de que es muy difícil saber ‘qué pasó’ o ‘quién tiene razón’. La explicación a todo esto es muy engorrosa y no es mi intención condenar al lector a internarse en tan incómodos como apasionantes vericuetos, cuando ‘realidad’ -por ejemplo- es una palabra que designa objetos materiales y sensorialmente accesibles, pero que no aplica en otras realidades y significados, mientras que la palabra ‘verdad’ aplica bien dentro de contenidos de lógica formal. A esto se agrega que el realismo ontológico y el burdo verificacionismo son naturalmente desarrollados y sostenidos por la gente común, ni más ni menos que esa gran mayoría que absorbe noticias y comentarios en el mundo, lo que (nos) hace difícil entender tanta diferencia entre opiniones y juicios sobre un mismo hecho o personaje. ¿Cómo puede ser que alguien sea ángel para algunos y demonio para otros? ¿Culpable o inocente? Se puede hacer acuerdo en que hay grupos de gente que sostienen distintos valores y quien es un ángel para uno (por ejemplo, el goleador propio) puede ser un demonio para el rival. Esto mismo sucede cuando están en juego diversidades religiosas o políticas. Pero hay muchos temas, situaciones y personajes que parecen reclamar ‘verdad’ y ‘realidad’. ¿Cómo podemos adquirir armas mínimas para sobrevivir en este panorama, que empeora a medida que circulan más noticias y que todas están sometidas a semejantes procesos de polarización? Porque aunque todos sepan que cada uno intenta llevar las aguas para su molino y que todo resulta según el cristal con que se mira, en la cotidiana aparece cierta desorientación que ayuda a candidatos con un discurso simple, fuerte y confrontativo, como es el caso de Bolsonaro, beneficiario directo de la caída político/judicial de Lula en Brasil.   Lula: interpretaciones no tan puras Uno de los jueces del tribunal de apelaciones que aumentó la pena a Lula respecto de la sentencia de primera instancia comenzó su alocución sentando algunos principios generales de interpretación de la sentencia que vendría. En efecto, empezó diciendo dos cosas: uno, que los tribunales sólo deciden sobre ‘hechos’; y dos, que no importa la persona involucrada, sino el hecho ocurrido. Hubo profusas declaraciones contrarias a esos jueces que negaban que la persona involucrada no hubiera influido en las decisiones, ya que el juicio se habría acelerado mucho, postergando otros que tenían prioridad temporal, para poder inhabilitar a Lula como candidato; y que aumentaban la pena en función de su investidura presidencial. También se argumentó que el ‘hecho’ no era tan claro ni tan grave. Como vemos, y como siempre, una extrema polarización. Llama poderosamente la atención que el juez al que hacemos referencia haya sentado premisas tan frágiles en un juicio que era altamente sospechoso de parcial y en contra de Lula. ¿Se estaban curando en salud? ¿Estaban queriendo descartar a priori críticas que sobrevendrían a su fallo? Hurguemos un poco en esa ‘cura en salud’ del juez brasileño. Dijo que los jueces sólo se ocupan del esclarecimiento de ‘hechos’. Ni filosófica ni jurídicamente es así. No hay hechos puros. Todos los hechos son interpretables e interpretados. Si hay una ley que describe un tipo penal, una figura delictiva, hay hechos que pueden resolverse como abarcados o no por esa ley, lo que obliga al menos a dos tipos de interpretación: la de la letra de la ley para abarcar o no esos hechos (es cuando se piensa cómo caratular el expediente para la prosecución del proceso); y la de los hechos mismos para poder incluirlos o no en determinada ley que tipifica ilícitos. Es claro que hay casos que surgen como claros, tanto en la interpretación del texto como de los hechos; pero muchas veces ese vínculo no es tan claro y puede ser objeto de mucho debate (y hasta de cambios, como cuando se cambia la carátula del proceso). Pero, en cualquier caso, siempre hay diverso grado de interpretación sobre hechos y nunca sólo hechos. Cada vez que pienso, pienso peor de esa declaración previa del juez: porque parecía que estaba queriendo ocultar una interpretación muy severa de los hechos y de la conducta de Lula (no sólo ‘hechos’) y de su investidura como agravante para la sentencia. Y eso, más allá o más acá del error filosófico cometido de expresar que en una conducta social, el derecho actúa sobre hechos puros; y del sospechoso prurito de manifestar que la persona no importaba sino el hecho cometido, cuando en realidad buena parte de la argumentación para aumentarle la pena a Lula se basó en la responsabilidad especial y el carácter de ‘modelo’ de su actuación pública (aunque pueda decirse que no es por ser Lula, sino presidente).   El otro lado del mostrador También se cometen excesos de parcialidad desde los defensores de Lula, que pueden desorientar a quien cándida y lealmente quisiera informarse para opinar. En efecto, el ‘lulismo’ no es convincente cuando enfrenta la parcialidad de la oposición y de los tribunales judiciales mediante el recurso de denunciar esa parcialidad. Porque, aun aceptada esa parcialidad de los tribunales y de sus voceros periodísticos, quedan en pie los hechos interpretados como ilícitos y merecedores de pena, aunque también pueda ser discutida la pena tan alta (12 años y un mes) por esa irregularidad en la transacción y mejoras en el apartamento. Pasa lo mismo que con Maduro, cuando se advierte que toda la realidad venezolana no puede reducirse al complot contra él. Lo más fuerte de la argumentación jurídica contra Lula es la falta de pago completa del bien y de las mejoras sobre él -documentadas-; y eso no se borra con las afirmaciones de parcialidad de los tribunales. En todo caso, es la dimensión de la pena lo discutible (la creo excesiva) y ni hablar de la figura lavado de dinero. Una discusión más fina merecerían las faltas de pago parciales, no necesariamente dolosas, sino argüibles como simplemente desprolijas en un hombre superocupado al que se le podían aceptar en confianza ciertos atrasos. Hay que comparar el monto de lo problemático en Lula y el monto de las corrupciones por las que otros presidentes, incluso sudamericanos, han sido procesados; y con el monto de lo involucrado en todo el Lava Jato y Odebrecht, por sólo mencionar grandes asuntos de corrupción de epicentro brasileño; una mera gota en el océano.   El acecho judicial Aunque sea cierto que es mucho más fácil advertirlo que hacerlo, y más aun con el paso del tiempo, la izquierda no debe perder de vista que estará permanentemente acechada para poder judicializar las diferencias políticas, y que cualquier pequeño error, olvido, negligencia, pueden ser amplificados judicial y mediáticamente, como se ve en el caso Lula. También debe cuidarse de los advenedizos: noveles fanáticos que alcahuetean y rinden pleitesías y servicios a líderes de egos y agendas hinchadas. Esos noveles advenedizos, que se juntan a la fuerza política cuando ya se obtuvo el poder, deben ser sospechados como más buscadores del poder y de sus beneficios que entusiastas por el triunfo de una causa. Si son sujetos muy jóvenes que se integran al trabajo político, vaya y pase; pero esos jóvenes y maduros, súbitamente entusiastas ideológicos o personales del caudillo, deben ser mantenidos con las manos lejos de la lata.

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