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Sociedad

Violencia de género

Lo(s) que construyen los discursos

En casos de violencia de género hay una corriente discursiva que se centra en la víctima o en hechos circunstanciales, no en el agresor. Esta disposición pone en juego mecanismos psíquicos de defensa y negación, pero también refleja y crea un modelo social.

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Caras y Caretas Diario

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Por: Sofía Pinto Román

En retórica existe una falacia llamada cum hoc ergo proper hoc. Su lógica es “si x sucedió luego de y, entonces x es consecuencia de y”. Infiere relación causal entre dos hechos entre los que existe cierta correlación, aunque correlación no implique necesariamente causalidad.

Un ejemplo para entender este mecanismo y comprobar si opera causalidad: salir de noche hace que te toque un desconocido. Si esto fuese así, cada vez que una persona sale de noche, un desconocido la tocaría. Siempre. Esto no es así, entonces no es la causa.

Esbozar estas falacias funciona como mecanismo de alejamiento. “Pasó porque en ese lugar abunda la droga, porque ella habló con un extraño, porque…”, una lista interminable de porqués que intentan negar la idea de que le puede pasar en cualquier lugar a cualquiera.

 Con las mujeres este señalamiento arbitrario se da en muchos elementos: la ropa, la hora a la que andaba en la calle, el hombre que eligió, las fotos que subía, lo que decía, lo que tomaba. La culpa es de ella, ella es, de una forma u otra, la causante del ataque que sufre.

Culpar a la víctima es la forma más cruel que toma la evasión, mandando al último cajón de la cómoda ese que nadie abre a menos que no encuentre velas un día de apagón la responsabilidad del atacante.

No es fumar marihuana, no es salir a bailar, no es tomar alcohol, no es hablar con personas extrañas la causa de que te peguen, te ataquen, abusen de vos o te maten.

La existencia de la persona violentada tampoco es una causa, porque por sí misma no desencadena nada. La causa de un ataque violento es, inexorablemente, la existencia de una persona que lo lleve a cabo.

Mariana Achugar, PhD en Estudios del discurso, explica que desde una perspectiva socioconstructivista el lenguaje no solo refleja la realidad, sino que también la construye. Por eso, afirma: “Es importante pensar cómo representamos estos acontecimientos y estos episodios de violencia, porque no solo estamos mostrando qué ocurre, sino también construyendo un horizonte de posibilidades”.

Alejarse de la situación a través del lenguaje es un acto individual, pero está profundamente atravesado por la estructura sociocultural en la que se genera.

Origen y consecuencias

A raíz del reciente caso de violencia ocurrido en Valizas, la desaparición de una adolescente de 15 años y los tres intentos de femicidio en lo que va del año, miles de personas se manifestaron en redes sociales. Algunos discursos refuerzan la idea de que aplacar la violencia depende de las potenciales víctimas, o que la causa es un hecho circunstancial, como el lugar en que ocurrió.

“Si no te cuidas vos no te va a cuidar nadie, todos sabemos que estas cosas no tienen que pasar y tenes derecho a chuparte todo sin miedo, pero no es así, es como entrar a la cruz a las 10 de la noche con un rolex de 5 palos verdes, si no controlás lo que consumís estás regalada”.

“Lamentablemente arruinaron Valizas, ya no se puede ir”.

“Si no te cuidás vos, no te va a cuidar nadie”.

“Las mujeres igual tienen que cuidarse un poco, fijarse con quién se juntan es un buen comienzo”.

“Está mal lo que pasó, pero con las fotos que subía a Instagram, qué querés”.

“¿Bajo qué efectos de qué cosa te deja en blanco? Más en un lugar poco recomendable a horas impropias”.

“Muchas veces los hombres son una mierda, pero muchas veces las mujeres se falopean con cualquier cosa se maman hasta las manijas y se encajan 14 mil pastillas!”.

Achugar afirma que nuestra experiencia está mediada por las formaciones discursivas que se construyen a nivel cultural a lo largo del tiempo. Le damos sentido a la realidad a través de marcos de interpretación; dentro de ellos asignamos roles y damos explicaciones causales a los acontecimientos.

Las maneras de educar y socializar a las mujeres, que implican el imperativo de cuidar cómo se sale al espacio público, qué tipo de actividades y vestimenta son apropiadas, así como las diferencias en los roles y formas de participación social de hombres y mujeres se van construyendo y socializando culturalmente, afirma la académica.

El psicólogo Jellal Amado asegura que en casos de violencia de género habría que ver, primero, quiénes son los que construyen los discursos centrados en la víctima o circunstancias puntuales: “Mi percepción es que la mayoría de las personas que argumentan de esa forma son varones, llegando a ser discursos reaccionarios muchas veces ante el avance de ciertos movimientos feministas y de reivindicación de los derechos de las mujeres”.

Los discursos construyen, también, el ámbito de justicia formal, que luego actúa como medidor de inocencia o culpabilidad. Alicia Castro, docente de Filosofía del Derecho, dijo en 2018 en un encuentro contra la violencia de género: “Asumimos de forma totalmente acrítica que el derecho siempre es justo. Eso nos hace ignorar algo singularmente importante que quizá no nos guste, y es que el derecho reproduce las estructuras de poder vigentes en cada sociedad, y de ese modo las consolida y las legitima con singular eficacia, utilizando su poder autoritativo y su prestigio moral. De ese modo, también consolida injusticias estructurales y tiende a perpetuarlas”.

Si no hay justicia, hay impunidad. Si no se habla de los atacantes es como si no existiesen. A las características esbozadas por Castro se suma el silencio social. Por temor a ser aislada del resto, una persona puede anular su propio pensamiento, afirmaba la politóloga alemana Elizabeth Nöelle Neumman. El comportamiento está determinado, en consecuencia, por las posiciones que se ven como dominantes, no necesariamente porque más gente las adopte, sino por el poder de quienes lo hacen. A más nivel de difusión e imposición de la postura dominante, más se silencian las voces particulares, entrando en lo que la politóloga definió como espiral del silencio.

Si la costumbre es no nombrar a los agresores, no dar información de sus vidas, pero sí compartir fotos, historia familiar y situación socioeconómica de las víctimas, los agresores desaparecen de escena. Si frente al abuso en un espacio público la pregunta más común es qué tenía puesto la mujer, no asoma en las conversaciones qué lleva a un hombre a sentir que puede actuar de esa forma con impunidad.

Cómo hablamos de los hechos puede reforzar los marcos de interpretación existentes o generar otros. Achugar afirma que en los discursos se dan diferencias ideológicas. Algunas personas mantienen el status quo, siguen usando marcos de interpretación de la realidad basados en una organización social que da más poder al hombre sobre la mujer. Los hechos, entonces, se van justificando por ser “naturales”. Esa diferencia de poder se ve en maneras de referirse a las mujeres, chistes y comentarios que se aceptan.

Existe una estructura, entonces, que valida las reacciones a la violencia de género centradas en la víctima. El marco desde el que se miran es parte de dinámicas sociales que se insertan en y reproducen esas relaciones de poder, generando predisposición a conducir el discurso en cierta dirección, la extendida y aceptada en el espacio público.

La consecuencia es a la vez causa, y la repetición crea un clima social en el que se sabe que va a haber reacciones de cuestionamiento o crítica a la víctima. Sin embargo, Achugar asegura que en los últimos años ha habido un desafío a estas normas y, ahora, existe un conflicto entre discursos que proponen distintas maneras de interpretar la realidad. Ha ganado lugar una perspectiva feminista que cuestiona las formas conservadoras, naturalizadas.

En este marco, para la académica es importante el papel de los medios de comunicación, ya que permiten introducir en el espacio público nuevos discursos que permitan interpretar la realidad desde otro lugar, cuestionando roles establecidos, marcando otras posibilidades sobre qué explicaciones son lógicas y viables en nuestra comunidad.

Defensa

Una denuncia cada 13 minutos. 45 gurisas desaparecidas entre 2017 y 2019. 24 femicidios el año pasado. 75% de las víctimas de trata son mujeres y niñas. 76,7% de las mujeres uruguayas sufrieron algún tipo de violencia basada en género.

Si una persona se expone con mucha frecuencia a una realidad negativa, puede dejar de sentir una emoción relacionada a eso, explica Amado. Este fenómeno psicológico se llama desensibilización. La exposición prolongada o permanente a la violencia termina por desensibilizar a la persona ante ella, y llega a justificar o a restarle importancia a sus acciones o las acciones de los demás. Este mecanismo, afirma, sirve para pensar cómo nos posicionamos frente a determinados hechos de violencia y cómo “hacemos la vista gorda”.

Otros fenómenos comunes alrededor de los casos de violencia son los mecanismos de defensa, “procedimientos psíquicos que ocurren a nivel inconsciente y que ‘protegen’ al yo de una amenaza interna”, afirma el psicólogo.

En los casos de violencia de género, Amado cree que lo más común es que la persona “construya” un discurso o una verdad propia” para no afrontar los motivos por los que hizo algo, por lo que algo sucedió, o para no conectar con las emociones y los sentimientos que puedan generarle angustia. Esto se conoce como racionalización.

“Podemos pensar estas realidades discursivas como un intento mediante el cual se construyen argumentos periféricos, que no resisten análisis, como ‘son casos aislados’ o ‘seguro estaba borracha’, y que quizás traten de no admitir que la violencia hacia las mujeres existe y sucede en cualquier lado”, afirma.

Frente a estos mecanismos psíquicos y sociales, Achugar aboga por la deconstrucción de las prácticas sociales y marcos interpretativos que reproducen la violencia. El cambio, asegura, requiere que todas y todos construyamos alternativas.

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