Las grandes trasformaciones –en general de carácter regresivo– de las últimas décadas se han constituido en grandes desafíos para el pensamiento crítico. Verdades consideradas establecidas fueron desmentidas rotundamente, una de ellas, la idea de que la historia tenía una tendencia evolutiva de tipos de sociedad, por la cual después del capitalismo nos aguardarían el socialismo y el comunismo. Aunque no se orientara estrictamente por esa visión, había un sentimiento evolutivo de los procesos históricos. Un gran tema de los años 1970 era el fin del capitalismo, considerado ineluctable; la discusión se centraba en cómo y cuándo se daría. Otros temas –como el rol positivo del Estado, los rasgos retrógrados y conservadores de la derecha, la centralidad de la clase obrera– constituían un conjunto de referencias para el pensamiento social que se se han disuelto en el aire. La comprensión del nuevo período histórico se ha vuelto el mayor reto para el pensamiento de la izquierda. Incluso porque ese reto se planteaba bajo la influencia de un nuevo auge del liberalismo y de desprestigio del socialismo y de corrientes teóricas que siempre habían girado alrededor de ese tipo de sociedad. La vida académica se ha vuelto más burocratizada, las modas de ruptura con la izquierda y adhesión a nuevos modelos ideológicos, el aislamiento de la fuerzas de izquierda y de sus corrientes de pensamiento fueron rasgos del nuevo período, globalmente caracterizado por tendencias conservadoras. El mismo pensamiento crítico no ha dejado de sufrir las consecuencias de las grandes trasformaciones de las relaciones de poder a escala mundial. En su seno, corrientes han adherido a la idea de rechazo del Estado, en nombre de la “sociedad civil” o hasta a plantear que sería posible trasformar el mundo sin acceder al Estado, todos bajo influencia del liberalismo. Del otro lado del espectro ideológico, en el marco del pensamiento sectario, se consideraba que, como el neoliberalismo es el más alto grado del capitalismo, sólo se saldría de ese modelo hacia el socialismo. Demostraba las dificultades del pensamiento social para comprender un cambio de período hacia uno de carácter regresivo, pero que se presentaba como innovador, rechazando al Estado, al socialismo, a la política, a las soluciones colectivas, a los movimientos sociales, a los partidos, a las mismas ideologías y a la izquierda, como conservadores, superados, agotados. Un nuevo período histórico profundamente contradictorio sólo puede ser comprendido valiéndonos de la máxima de Lukacs: lo único que hay de ortodoxo en el marxismo es el método, esto es, la dialéctica. Porque ese nuevo período ha representando, a la vez, un inmenso retroceso, con el fin del socialismo y el desgaste de un conjunto de referencias progresistas, con el advenimiento de un mundo unipolar bajo hegemonía norteamericana. Pero, a la vez, esa hegemonía no trajo aparejada ni la recuperación de un ciclo de expansión económica del capitalismo ni un período de paz mundial bajo la acción del imperialismo estadounidense. La globalización del modelo neoliberal ha significado el paso a un ciclo largo recesivo del capitalismo que ya dura varias décadas y no tiene plazo para terminar. La multiplicación de focos de guerra es otro rasgo del nuevo período, lo cual, a su vez, ha permitido el surgimiento de gobiernos antineoliberales en América Latina y en el grupo Brics, a escala mundial, como contrapunto a la hegemonía de Estados Unidos y el modelo neoliberal. La comprensión contradictoria de esos factores es indispensable para que el pensamiento crítico se ponga a la altura de los desafíos presentes, especialmente en América Latina, donde ese pensamiento necesita recuperar la capacidad de análisis creativo que tuvo en el pasado para poder contribuir a la superación de los problemas que la lucha antineoliberal enfrenta. No habrá superación del neoliberalismo sin una participación activa y creativa del pensamiento crítico, en estrecha relación con la práctica política de las fuerzas del campo popular, porque se trata de desafíos nuevos, en un período histórico nuevo, que requiere no repetir las formular esquemáticas del pasado ni tampoco adherir a las formas superadas del liberalismo. No por casualidad el pensamiento crítico latinoamericano tiene en Mariategui a uno de sus fundadores, porque fue uno de los que más ha renovado el pensamiento social del continente, echando raíces en nuestra propia historia. Es hora de que el pensamiento crítico latinoamericano tome un nuevo vuelo, a partir de la comprensión de nuestra realidad específica y aprendiendo de los avances y los errores cometidos en este siglo.
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