Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Columna destacada |

Los suburbios de Dallas y otros lugares sin turistas chinos

Por Gabriel Peveroni.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Los parques de Dallas, por lo menos el que visito diariamente en el distrito de Colleyville, parecen paisajes posapocalípticos. Todo está perfecto, inmaculado, pero no se ve a nadie. Podés caminar dos o tres kilómetros en la más absoluta soledad. No es muy diferente a las otras veces que estuve en la casa central de la corporación para la que trabajo. Siempre estuve de paso, pero esta vez todo indica que voy a estar un par de meses o más, porque lo que se instaló en todo el planeta es el miedo al coronavirus y se detuvo todo movimiento y circulación que no sea de mercancías.

Me asignaron a una casa de los suburbios, muy amplia, luminosa y con piscina al aire libre. No estoy sola. También viven acá, temporalmente, otros tres funcionarios de la empresa que fueron requeridos desde otras filiales. Estamos todos compartimentados, obligados a cumplir reglas bastante absurdas de distancia social, lo que implica que no podemos estar en la misma habitación al mismo tiempo y a efectos de trasladarnos fuera de la casa, aunque casi no lo hacemos, cada uno tiene su vehículo propio. La cocina solo puede usarse para preparar café, tomar agua o servirse frutas. Todas las comidas, incluido el desayuno, son proporcionadas por la empresa en bandejas individuales que nos trae puntualmente un servicio de delivery. La otra persona que habita la casa, en horas de la mañana, es una mexicana que se ocupa de la limpieza y el mantenimiento. Se llama Zelma. Está muy preocupada por su familia, por sus padres, que son muy mayores y viven en el DF. Le dije que no se preocupara, que si ellos cumplían con quedarse en su casa, no les iba a pasar nada. Me dijo que en un programa de la tele habían dicho que morirían 100.000 mexicanos y que la culpa la tenían los chinos, que ellos habían diseñado el virus para ganar la guerra comercial con Trump. Imposible hablar en serio en esos términos, así que le pregunté a Zelma cuántos años tienen ellos, para evitar caer en conspiraciones innecesarias. «¿Quiénes?». «Su padre y su madre». «Los dos tienen 72, se conocieron en la escuela». En ese momento vibró el teléfono celular. Un mensaje de la empresa. «Le informamos que no está cumpliendo las reglas de aislamiento». Maldito Big Data. Maldito control. «Después seguimos hablando, Zelma», le dije, y me metí en mi habitación. Es un poco demasiado.

Lo que se escuchan son voces. Muchas voces. Todo el tiempo. Es el ruido aséptico de las continuas reuniones virtuales, en la aplicación Zoom, que agenda cada uno desde su territorio. Acabo de terminar una reunión que no fue de trabajo. Estuvimos en línea con Fausto, Diego y tu amiga Lucía. ¿Te llama la atención que ella también esté en contacto conmigo? No se trata de ninguna conspiración. Es simplemente que el mundo cada vez es más pequeño y ahora -con todo esto de la pandemia- se ha reducido a la mínima expresión. Todo está conectado y paradójicamente experimentamos el aislamiento más extremo. Estamos solos. Se nos prohíbe tocarnos, circular. Ni siquiera se prohíbe. Se sugiere y lo cumplimos. Somos solos y al mismo tiempo estamos enfrentando una guerra invisible. Es raro. Es, por lo menos, polémico. Pero no creo -como vos- que todo esto sea particularmente negativo. Todo lo contrario. Y te puedo decir que en los grupos que formamos en la empresa, utilizando técnicas experimentales de prospectiva, puede leerse una clara tendencia de escenarios de futuro bastante alentadores.

No quiero aburrirte con asuntos de macroeconomía ni de ordenamiento territorial, que además no entenderás, pero puedo darte algunas claves distópicas que pueden ser de tu interés. Los paisajes urbanos se irán pareciendo a los suburbios de Dallas: sitios desiertos, asépticos, con reglas estrictas de circulación. No tengo claro si sabés de qué te hablo. Es un poco más fuerte que la vivencia de haber estado en un barrio privado de una ciudad como Montevideo. Es un par de grados más. Te sugiero que veas en YouTube el videoclip «The Suburbs», del grupo Arcade Fire. Seguro que lo conocés. Lo filmó Spike Jonze hace algunos años. Empieza con unos niños blancos aburridos que circulan en bicicleta por un barrio desierto. Después pasan cosas que parecen no tener sentido y que van cerrando una historia hiperviolenta, de microsociedad controlada y notoriamente insatisfactoria.

Una de las hipótesis que estamos manejando es el fin del turismo. Por un tiempo desaparecerá el llamado turismo depredador. Y esto solo puede ser bueno. Se disolverá por un tiempo el efecto de shoppings medievales, de hoteles y cruceros todo incluido, de turistas chinos y japoneses fotografiándolo todo. Todo será parecido a estos suburbios de Dallas.

No voy a contarte detalles de la conversación que mantuve por Zoom con Fausto, Diego y Lucía. Tu amiga italiana, al igual que yo, está un poco preocupada por vos. Te notó un poco tenso. Pero bueno, como buena romana, cuando habla de los demás está hablando de ella, así que sus palabras son más que nada autorreferenciales. Diego, por su parte, está enfrascado en escribir un nuevo guion. Está saliendo todas las mañanas a registrar imágenes. Se le metió una idea en la cabeza: discutir la idea de que este tiempo sea recordado por una foto de gente con tapabocas aplaudiendo al heroico personal de la salud. Tampoco cree que tenga que fotografiar lo privado, lo íntimo, la reducción al mínimo de los espacios. Se inclina más por la evasión y por la distorsión que genera la idea de «fin del turismo depredador».

Por último, te cuento que Fausto se sintió un poco incómodo en la conversación. Su aporte, sin embargo, fue más que satisfactorio: sostiene la teoría que el dilema vida-economía que se plantean los políticos occidentales es falso y, en todo caso, bastante macabro. En cualquiera de las dos opciones la gran perjudicada sería la clase trabajadora: por los ajustes neoliberales que se aplican en Europa y América, y sobre todo por el golpe mediático que asestó el biopoder en falsas democracias manipuladas por el Big Data. Me gusta que Fausto participe y de esa manera. Sigo insistiendo que su papel es más importante en este relato que el que en un principio imaginaste. En unos días te voy a pasar un material que sabrás aprovechar. Dice Fausto, ni más ni menos, que no nos liberaremos tan fácilmente del cadáver de la realidad.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO