Todos los sondeos de opinión pública ubican al Partido Nacional (PN) como la principal fuerza de oposición. Es el gran retador que tiene el Frente Amplio (FA) por delante, el único con posibilidades de arrebatarle el cuarto gobierno consecutivo, siempre y cuando consiga llegar a una segunda vuelta en la que deberían unirse todos, por derecha y por izquierda. A la luz de su potencialidad, es sorprendente la pasión por inmolarse de los jóvenes blancos. Y además completamente al pedo, en asuntos que no tienen ninguna chance de prosperar. No hace mucho leíamos las asombrosas declaraciones del joven diputado nacionalista y pastor de la iglesia Misión Vida para las Naciones, Álvaro Dastugue, llamando a revisar toda las leyes de la agenda de derechos, como la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario o la legalización de la marihuana. Un poco más acá, el lanzado Juan Ramírez Saravia, hijo del exministro del Interior y excandidato Juan Andrés Ramírez, líder de la agrupación Orejanos y pretendido precandidato a la presidencia, decidió usar Twitter como un bonzo usaría un bidón de nafta. Primero, saliendo a protestar por un acto en conmemoración de la primera manifestación reivindicativa de los derechos de la comunidad LGBT en la junta departamental, luego saliendo al cruce de Fabiana Goyeneche, desafiándola a debatir con frases increíble como que era flojita y “sabés que te pico”. En fin, ya desde ahí no daba para hacer escombros, porque él mismo, en su afán de trascender –descuento que no tiene en su personalidad real ni un fragmento de la violencia misógina que trasunta en los dichos su personalidad virtual–, se había encargado de derrumbarse y barrerse, algo de lo que quizá todavía no se dio cuenta, puesto su inexperiencia, pero que muy difícilmente revirtiera. Porque si ya no había sido suficiente para liquidar “de pique” cualquier aspiración política seria, el 28 de junio, Día del Orgullo LGBT en todo el mundo, usa Twitter para jactarse orgulloso de su triple condición de casado, heterosexual y creyente, pidiendo homenaje con sarcasmo. ¿Puede un político ser tan zapallo? ¿Creer que se va a granjear el apoyo popular arremetiendo contra una parte de la sociedad que ha sido objeto de discriminación a lo largo de la historia? Parece loco. Pero ahí están estos casos del diputado evangélico Dastugue y Ramírez Saravia, dos ejemplares de la renovación blanca. Pequeña tipología de los dichos: en política hay discursos que parten aguas, suman adhesiones y rechazos, polarizan. Hay otros discursos que de tan correctos y salomónicos da la sensación de que quieren ponerse de todos los lados a la misma vez, y finalmente no suman nada porque a los tibios los vomita Dios. Hay discursos que se ubican del lado de la noción social mayoritaria, por absurda que sea, y si eso es eventual y auténtico, es una suerte para el que lo pronuncia, pero si es sistemático, seguramente el autor es un demagogo. Hay discursos que persuaden multitudes. Quien los pronuncie tiene pasta de líder, de caudillo, de conductor. Hay discursos que no dicen nada, que son una tecnología del ocultamiento. Son, de lejos, los más peligrosos. Pero finalmente hay discursos que no pueden sumar nada. Sólo restan. Si son hechos luego de estudio, preparación y “coacheo”, entonces el que lo profiere entendió todo mal. Si son hechos desde algún rincón de la honestidad, son sincericidios y tienen la virtud de que pueden salvar a la sociedad de ser liderados por un perverso porque muestran la hilacha. Los partidos tradicionales, obligados a la renovación, exponen dirigentes sin calle, sin olfato, sin empatía social. No sólo son muchachos conservadores. Son personajes sin filtro, que no saben dónde ubicar el eje de su prédica. La política económica les cuesta mucho, porque los resultados son incontestables y no es una cancha para cualquiera. La corrupción es un territorio obsesivo, sobrevisitado por medios y políticos porque, aunque no tengan nada concreto, están convencidos de que en la instalación de una sensación colectiva de que en la política son todos chorros es donde hay paño para sacar ventajas. Eso ha venido sucediendo así en el resto de la región, y después no va a importar si se prueba alguna de las múltiples sospechas. Como bien dice la investigación científica citada por WikiLeaks esta semana, el impacto social de la información falsa es imposible de revertir en su totalidad, porque sigue operando incluso después de que se prueba que es todo mentira. Y en un escenario de suspicacia generalizada, sale perdiendo el que gobierna, aunque los verdaderos desfalcos probados vengan de las trincheras opositoras. En suma, la economía y el programa no es un territorio fácil para polemizar con el gobierno. La presunta corrupción y la inseguridad es una cantinela con muchos fanáticos, así que no es el ámbito más adecuado para diferenciarse. ¿Qué le queda a los nuevos blancos y colorados que quieren abrirse camino a los codazos? Les queda la imaginación. La astucia que tengan para colarse en la agenda con algún hallazgo, con ingenio o con inteligencia. Y ahí los vemos. Entre desesperados porque los viejos carcamanes no les dan vida dentro de su partido, los medios no les dan pelota, y el mundo y la vida parecen girar para el otro lado, salen como desquiciados a llamar la atención con barrabasadas que pueden incluir hacer la bandera en una parada, reclamar un día del orgullo heterosexual o pedir la derogación de las leyes de la agenda de derechos. Cualquier monedita sirve por el beneficio de un poquito de fama. Cualquier trole viene bien. Se baten por el milagro de existir sin una sola idea que los reivindique, sin una sola propuesta que ofrecer.
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