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A un mes de la asunción de Trump

«El más autoritario desde Andrew Jackson»

La globalización parece haber encontrado sus primeros grandes escollos en los extremismos europeos de derecha y en el triunfo de Donald Trump. El paradigma parece imbatible, pero ya se sabe que la historia da sorpresas, y a veces no de las buenas. Dani Rodrik, Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Carlota Pérez y otros pensadores han dado sus opiniones, tanto sobre el proceso como sobre este avatar. Sobre el mismo y sus eventuales consecuencias, Caras y Caretas consultó al doctor (Universidad de París) José Manuel Quijano, especialista en finanzas, sistemas financieros y crisis de deuda.

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Por Carlos Luppi

¿La globalización ha tenido efecto negativo sobre la economía de Estados Unidos? ¿Por qué Trump se retira de los acuerdos Transpacífico y Transatlántico?

Estados Unidos [EEUU] y sus empresas han sido los principales artífices de la globalización. Y, en verdad, desde que se paralizaron las negociaciones en la OMC, porque la mayoría de sus miembros resistieron las propuestas de EEUU –acompañado por la Unión Europea (UE) y Japón– referidas a los “temas nuevos” (servicios, compras gubernamentales, propiedad intelectual, inversiones), tomaron impulso los acuerdos plurilaterales o bilaterales.

Los dos últimos intentos, más ambiciosos, han sido el Transpacífico (TPP) y el Transatlántico (TTIP). He aquí el “nuevo orden” que fijaba las pautas de una regulación global y que parecía marchar a paso forzado. Para quienes definen la hegemonía como la capacidad para establecer las normas del sistema internacional, los dos tratados eran el punto culminante del “Nuevo Orden” impulsado por EEUU. El Transpacífico encontró resistencias en China (el excluido) y el Transatlántico en la UE.

¿Entonces podemos suponer que, con o sin Trump, estos acuerdos no hubieran prosperado?

Son dos casos diferentes. El TPP hubiera prosperado, aun con oposición de China, que ha promovido su propio esquema de integración en Asia. Pero el TTIP muy probablemente no. La UE. estaba ofuscada con EEUU.

“Las negociaciones con EEUU han fracasado de hecho porque no podemos capitular como europeos ante las demandas americanas”, sentenció Sigmar Gabriel, vicecanciller alemán. La postura francesa no era más favorable.

“Francia va a pedir formalmente a sus socios europeos a finales de setiembre [2016] el fin “puro, simple y definitivo” de las negociaciones con EEUU para lograr un acuerdo de inversiones y libre comercio, anunció el secretario de Estado de Comercio Exterior, Matthias Fekl. “Tiene que haber un parón claro, limpio y terminante”, subrayó Fekl en una entrevista en la que justificó esta posición porque desde el comienzo esas conversaciones transatlánticas se han llevado a cabo “con opacidad” y han generado “mucha desconfianza y miedo”, según La Vanguardia, Barcelona, del 8 de agosto de 2016.

Tómese en cuenta que mientras estas conversaciones se dirigían al naufragio, la UE y Canadá concluían exitosamente, antes de que terminara 2016, un acuerdo de inversiones y libre comercio.

¿Qué cabe esperar para la economía de EEUU con la nueva política de Trump?

Si nos atenemos a lo que Trump dijo, practicará el proteccionismo comercial, acaso inspirado en Alexander Hamilton, y alentará la reindustrialización de su país, procurando que las empresas de EEUU no inviertan afuera, deslocalizando empleos. Ya ha presionado a Ford y a algunas otras empresas. Es un cambio muy drástico respecto a sus sucesores.

Al igual que los proteccionismos tradicionales, el propósito es reservar el mercado interno para la expansión de sus industrias, pero el del nuevo gobierno de EEUU persigue también otros objetivos. En particular que China y Rusia, que sustituyen importaciones –la primera a gran ritmo–, tropiecen con más dificultades para succionar conocimientos en la principal fábrica de innovación tecnológica del mundo. ¿Significa el fin del libre comercio? Es dudoso. Lo que Trump ha dicho es algo diferente: “Voy a emitir una notificación de intenciones para retirar el TPP, un desastre potencial para nuestro país. En su lugar negociaremos acuerdos comerciales bilaterales justos que devuelvan los empleos industriales a América”. Y antes había dicho que “los tratados de libre comercio que firmó EEUU están quitando el empleo a los estadounidenses”. Esas parecen ser las intenciones. Falta por ver con quién firmará esos acuerdos y en qué términos.

¿Es un proyecto viable reindustrializar EEUU?

EEUU es un país industrializado aunque en retroceso. Puede quizá enlentecer la desindustrialización. Pero los predecesores de Trump firmaron acuerdos inconvenientes para el empleo en EEUU, porque la deslocalización había empezado bastante antes, en muy buena medida porque los costos en otros destinos eran inferiores. Y no hay evidencia de que esta situación se pueda revertir con desplantes estridentes, amenazas o decretos. En varias industrias, como la automotriz, que tanto preocupa a Trump, la tendencia no es hacia generar empleos, sino hacia la robotización.

¿Hay un conflicto en ciernes con China? En su opinión, ¿cómo puede evolucionar ese conflicto?

El problema más serio parece estar planteado con China. Trump empezó por el intento de reconocer las “dos Chinas”, modificando la política inaugurada por Nixon a comienzos de los años 70, pero luego retrocedió. Y está el déficit comercial y el endeudamiento de EEUU con la potencia asiática.

Quizá el punto de referencia para entender un posible escenario futuro sea el acuerdo del hotel Plaza de setiembre de 1985, por el cual cinco países (3 europeos, Japón y EEUU) acordaron devaluar el dólar en relación al marco alemán y al yen japonés como remedio al persistente déficit de EEUU. La revaluación del yen –el dólar cayó frente al yen 50% en los dos años siguientes–, la “contención voluntaria de exportaciones” japonesas y una tibia apertura del mercado japonés contribuyeron a descomprimir la situación. También a detener el empuje japonés en la economía mundial.

Las sucesivas rondas de negociaciones entre EEUU y China no han tenido, desde el enfoque de Washington, el resultado esperado respecto a la revalorización del yuan. La apertura del mercado chino a las manufacturas y servicios estadounidenses se estima insuficiente y, simultáneamente, cada sector o empresa de punta que se origina en –y se expande desde– EEUU tropieza con una empresa espejo que a velocidad de rayo impulsan los chinos. Es evidente que hay un conflicto en ciernes. Bannon, el hombre de Trump, vaticina una guerra en los próximos años según Der Spiegel del 6 de febrero, y la “solución japonesa” no parece tan sencilla de aplicar en el caso de China.

¿Podemos esperar una guerra monetaria en los próximos meses o años?

Si uno se fija en las declaraciones, quizá sí. El principal asesor de Trump en comercio exterior, Peter Navarro, ha declarado que “Alemania está utilizando un euro altamente devaluado para explotar a EEUU y a sus propios socios” en The Wall Street Journal. Coincidiendo con Navarro, el presidente Trump tuiteó: “Juegan a las devaluaciones competitivas mientras los demás nos quedamos mirándolos como imbéciles”. Trump también ha dicho que un dólar fuerte tiene “enormes desventajas” para EEUU.

Trump se propone reducir la tributación de las empresas desde 35% a 15% de las utilidades. También aseguró que suprimirá el seguro nacional de salud conocido como “Obamacare”. ¿Qué impacto tendrán estas medidas sobre la economía y la sociedad estadounidenses?

La tendencia hacia una mayor desigualdad continuará, y la reducción de impuestos a los más ricos sólo la incrementará. Si se toma el caso de los graduados universitarios, los salarios que perciben han caído desde el año 2000. Si se desagrega la información, los salarios han aumentado ligeramente para los hombres, pero la causa de la caída se debe al salario de las mujeres, que se han hundido, produciendo una caída general; y al 10% que se ubicaba en el rango de los peor pagados, en el cual también el descenso es significativo. Estos protagonizaron la mayor caída de los salarios entre 1979 y 2013.

No hay evidencia alguna de que la teoría del “derrame” funcione. El 1% continuará acaparando riqueza. En 1965, un CEO estadounidense ganaba 20 veces lo que un trabajador obtenía. Para 2013, en promedio, el número fue 296 veces. Al mismo tiempo, los beneficios para la salud se han reducido y el “Obamacare” estaba orientado a corregir esta situación. Si tomamos el caso de los graduados de la escuela secundaria en el año 2000, 67% tenía algún tipo de beneficio, pero en 2011 el porcentaje había bajado a 50%. En los graduados universitarios, entre los mismos años, los porcentajes se redujeron de 84% a 67%. Obama impulsó un seguro de salud para frenar o mitigar este deterioro. Y Trump, que se sepa, no dispone de algún plan alternativo para contenerlo. Las cifras provienen de R.W. Johnson: Trump: algunos números, London Review of Books, noviembre de 2016.

¿Cómo ha afectado a los asalariados de EEUU la globalización? El triunfo de Trump se atribuye a los asalariados blancos que perciben su situación estancada o empeorando. ¿Hay evidencia de esto?

Las principales consecuencias parecen estar asociadas al sector manufacturero. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1970 la productividad aumentó 97% y los salarios reales 91%. Pero desde 1970 hasta 2015 –que es el período asociado a la globalización– la productividad aumentó 73% y el salario real 11%, según la misma fuente.

Trump argumentó que esto se debía a los indocumentados.

Sí. Trump argumentó que esto fue causado por la inmigración ilegal sin restricciones, pero los 11 millones de inmigrantes no autorizados en EEUU sólo forman parte de la gran masa de trabajadores no sindicalizados que compiten por empleos, en la mayoría de los casos, de mala calidad. Suelen ser los empleos que los estadounidenses de nacimiento no desean asumir.

También ha culpado al Tlcan o Nafta de alentar la deslocalización de puestos de trabajo hacia México. Pero hay que tomar en cuenta que el traslado de las empresas desde EEUU hacia México –y hacia China, Indonesia, Centroamérica, etc.– se inició antes del Tlcan, y su causa principal se encuentra en las diferencias de costos. El Tlcan no hizo otra cosa que regular lo que estaba ocurriendo en los hechos.

¿Usted cree que lo que está ocurriendo en EEUU podría ser una de las manifestaciones del fascismo que se extiende? ¿El fascismo está de regreso?

Bueno, un trabajo de Enzo Traverso, si bien complejiza el punto, empieza precisamente así: “El fascismo está de regreso”. Se titula ‘Espectros del fascismo. Pensar las derechas radicales en el siglo XXI’ y fue publicado en la revista Herramienta, Argentina, el 6 de setiembre pasado. Y un conocido y moderado intelectual mexicano, Enrique Krauze, colaborador durante años de Octavio Paz, publicó un artículo que comienza diciendo: “Un fascista ha llegado a la Casa Blanca; nadie sabe cuánta sangre, sudor y lágrimas acarreará su demencial ascenso” [ver ‘El desengaño americano’ del 7 de febrero en El País de Madrid]. No deberíamos tomar el tema a la ligera.

¿Muchos o algunos de los rasgos típicos del fascismo se podrían detectar también en Trump y algunos de sus principales colaboradores?

Sí. Creo que sí. Umberto Eco, en su conocido trabajo Sociología crítica, El fascismo eterno, de 2013, señaló que el “fascismo eterno”, como él lo llama, tiene ciertas características típicas, a saber: el culto de la tradición; el rechazo al modernismo; el culto a la acción por la acción; el rechazo al pensamiento crítico; el miedo a la diferencia; la convocatoria a las clases medias frustradas; el nacionalismo; la xenofobia; la obsesión por el complot; la envidia y miedo al “enemigo”; el antipacifismo y la convocatoria a la guerra; el desprecio por los débiles (elitismo); la exaltación del heroísmo y el culto a la muerte; una transferencia de la voluntad de poder; el machismo; las armas; las cuestiones sexuales; el populismo; la oposición a los gobiernos parlamentarios y al parlamento, al que acusa de no representar la voz del pueblo; y empleo de “neolenguaje”, con sintaxis elemental y léxico pobre. Y agrega Eco: “Debemos estar preparados para identificar otras formas de ‘neolenguaje’, incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality show”.

La xenofobia ordinaria se expresa más bien a través de la violencia simbólica de eslóganes, declaraciones impactantes, imágenes vulgares, lugares comunes y racistas. Y Trump es el hombre del reality show que divulga, apoya y alimenta esta xenofobia. Los hermanos mexicanos lo están experimentando todos los días en carne propia.

Desde que Eco publicó su caracterización se ha intentado explorar si algunos gobiernos o movimientos de Europa Central cumplen con esos requisitos. Más recientemente el ejercicio se trasladó a Trump y a sus principales asesores, sobre todo Steve Bannon. Algunas de las características sin duda se cumplen, pero otras quizá no.

¿Cuáles se cumplen? ¿Hay algún referente nacional o internacional en quien Trump se inspira?

La xenofobia, el miedo a la diferencia, el desprecio y el destrato a los débiles, el cultivo de la frustración de los sectores medios, el populismo, etc. En cuanto a referentes, a diferencia de Hitler o Mussolini, que habían sido lectores asiduos –en su juventud, como Hitler, o a lo largo de su vida, como Mussolini–, no hay evidencia de que Trump haya tenido hábitos de lectura. No obstante, diversos autores sostienen que la inspiración podría encontrarse en el expresidente Andrew Jackson, un hombre agresivo y enfrentado al sistema político de su época.

Fue Bannon, la eminencia gris, el que dijo que el discurso de investidura de Trump había sido muy “jacksoniano”. Y un profesor de Gobierno de Harvard, Steven Levinsky, dijo por BBC Mundo en febrero pasado: “Andrew Jackson se hizo su fama como alguien que enfrenta a la intriga de la política tradicional. Como presidente, Trump es claramente la figura más autoritaria que asciende a la presidencia en más de un siglo. Puede ser la más autoritaria desde Andrew Jackson, a comienzos del siglo XIX”.

Los artículos en esta dirección abundan. Pero todos se olvidan de mencionar que Jackson, un expansionista, inició el ascenso del “spoil system” o sistema de botín. Invadió la Florida por su cuenta y riesgo siendo general y, ya en la presidencia, preparó el terreno para que estallara la “rebelión de Texas” (1835), y ese enorme territorio se declarara independiente de México en 1836, independencia que Jackson se apresuró a reconocer. La anexión de Texas a EEUU se produjo en 1845.

Si esa es su inspiración, no deberíamos esperar nada bueno.

Sí, no deberíamos esperar nada bueno, pero se podría argumentar, sin embargo, que con respecto al nazifascismo, el contexto es diferente. El nazismo fue en parte una respuesta a la revolución bolchevique, y el comunismo en la URSS y Europa Central se derrumbó hace 25 años. Surge la “amenaza” china, pero con características muy distintas: una potencia emergente que no procura, al menos de momento, extender su modelo y que compite, con mucho éxito, en el área de la producción de bienes y servicios. Y también la amenaza del terrorismo islámico con capacidad de atemorizar y quizá desestabilizar, pero sin ninguna incidencia relevante en el área productiva –salvo como perturbador– ni como modelo a imitar.

La buena noticia es que la democracia en EEUU, si bien debilitada y en proceso de pérdida de prestigio –Trump contribuye sin duda ello– no tiene el descrédito de la República Weimar ni una historia de apenas tres lustros, como cuando Hitler se hizo con el poder. Aun resentidos, los contrapesos entre los poderes existen en EEUU y operan como “ente regulador”.

No alcanza con que el presidente Trump sea un “fascista que ha llegado a la Casa Blanca”; necesita el contexto y la fuerza para doblegar y, al menos de momento, esos requisitos no parecen aún evidentes.

La mala noticia es que Trump no cree en las reglas del juego democrático. Acepta los resultados electorales sólo si él gana; cuando un juez rechaza su iniciativa, le vaticina que será responsable de la catástrofe que sobrevenga. Es un hombre ajeno al sistema político, al cual desprecia.

No es fácil predecir qué dinámica tomarán el gobierno de Trump y sus colaboradores. Los más pesimistas recuerdan que en 1933 nadie daba tres cobres por quien parecía un payaso histérico que amenazaba a medio mundo. Pero, fascista o no, con contexto o sin él, Trump casi con seguridad provocará sangre y lágrimas.

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