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Sobre memorias e invenciones (*)

Por Marcia Collazo.

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“Los recuerdos no son más que los consentimientos del olvido”. Con esta frase, que se desliza entre las dos altas montañas del filosofar y del poetizar –que, como dijo Martin Heidegger, se hallan colocadas una frente a la otra–, comienza este nuevo libro de Ricardo Pallares, titulado Memorias e invenciones, realizado en colaboración y en verdadera hermandad creadora con la artista e ilustradora Raquel Barboza.

Ya de entrada, el título seduce. Por un lado, queda en entredicho su género, lo que me regocija y acicatea mi interés, puesto que hablo desde mi condición de lectora y de escritora, y no desde una formación analítico literaria que estoy lejos de poseer; cabe preguntarse, entonces, si se trata de un libro de poesía o de relatos cortos desbordantes de espíritu poético, a caballo entre la crónica, el hilo deshilachado del recuerdo y el territorio de lo fantástico, donde además se han intercalado versos, ya del autor, ya de terceros. O si se trata de desperdigados fragmentos del yo, vistos o entrevistos al pasar de las páginas, apenas alcanzados con las puntas de los dedos por quien lee. O si el libro constituye un alud de rememoraciones en las que se sumerge el lector –en cuanto intérprete, interpelado e interpelante de este vasto mundo de letra y de dibujo–.

Para Aristóteles, la invención consiste en un acto de descubrimiento. Así, como en un juego de espejos, son múltiples los territorios inexplorados en que se nos invita a incursionar, tanto como las interpretaciones que esta obra suscita en el lector. En todo caso, Ricardo Pallares deja abierta una puerta que da al misterio, a los arcanos donde nuestra propia sombra se pierde en un caleidoscopio de vivencias, de olores, de colores, de formas y de ruidos; de esperas y de desesperanzas, pero también de humor y de auténtica filosofía existencial.

No obstante, cualquiera sabe que las tierras de la memoria son oscuras, atávicas, que están plagadas de peligros. De ahí la advertencia primera del autor: como el poeta Virgilio condujo a Dante, él nos lleva de la mano hasta el brocal de ese pozo manantial en cuyo fondo acecha el peligro, “Porque lo oscuro al fondo se oye pero no se ve”. No importa si el riesgo reside en el abajo o en el arriba, en la negrura o en la luz. “En el ágora de las páginas del agua siempre habrá una viudez en blanco, un silencio provisorio”, un verso que es a la vez calmado y tenso, un rumor de recuerdo que fluye como si no existieran los finales, y que nos invita a cerrar los ojos, o mejor dicho a abrirlos a otra dimensión, en la que nos aguardan las imágenes del narrador poeta y de la artista dibujante. Capítulo aparte merece la correspondencia entre Pallares y Barboza, que oficia como una metalectura del cuerpo principal del libro, o como un contrapunto hermenéutico al que se sumará el lector, poco a poco, casi morosamente.

La obra comienza con Las infancias y las maravillas (capítulo I), o el momento de los descubrimientos primeros, casi siempre inquietantes en su aparente mansedumbre. Le sigue Variadas ocurrencias (capítulo II), en donde no faltan pinceladas que lindan con lo anecdótico de ciertos personajes, como es el caso de El Gritón o el caudillo, “personaje del foro que tiene gorguera y es algo decadente” y lleva un poncho cuyos flecos sedosos “me hacían recordar a los filamentos quemantes de las aguas vivas en la playa de Pocitos”. Continúa con Asuntos serios (capítulo III), en donde Pallares amalgama lo poético con aquello situado entre lo prosaico, lo técnico y lo absurdo, como en el magnífico relato Andando y navegando nunca se sabe el fondo, en que en medio de una sudestada se produce un intercambio de recitados entre los tripulantes de una lancha motora, que giran en torno a Don Quijote, La divina comedia y los mismísimos tangos rioplatenses. El capítulo IV se titula Fiestas de la memoria, y allí Pallares se lanza a los territorios de la exuberante fantasía creadora, como en El Riquembaker, que trata del solemne desentierro de “un espléndido coche sport negro, con cromados que volvieron a relucir después de ser lustrado”, y que se hallaba debajo de “una masa oscura donde dormían las gallinas y se amontonaba el estiércol”. Viene después Memorias con duelos (capítulo V), en que alguna narración, como 3000 balas, sacude al lector con la crudeza y la brutalidad de una ráfaga de ametralladora: “Con quince años estuvo de plantón frente a ocho cadáveres. Los habían apilado en medio del patio de la comisaría, a pleno sol. Eran los cuerpos de los militantes del Seccional 20”.

El libro se cierra con Epílogo ensoñado (capítulo VI), pleno de seres que transitan de lo mitológico a lo humorístico, como Líber el dragón, que “Llegó con alas batientes, escamas verdes, amarillas y negras” y “tomaba vasos con aguas incendiarias que producían llamas muy vistosas”. En definitiva, en la tierra de la memoria y de la invención flotan, se asoman y desaparecen personajes reales o imaginados, momentos de la vida, jirones de recuerdos trasmutados en luz, en relinchos y en traqueteo de locomotoras, en ideas, actitudes y sentimientos; hay objetos trasmutados en magia y en mito, en dolores y desencantos, e incluso toma cuerpo el horror desatado, cuando tras el allanamiento del Seccional 20, las balas eran recogidas “con palas junto a cada árbol de la vereda de enfrente”.

Estamos ante una obra poética poderosa y grave, humorística y dramática, que merece ser leída, no solamente por su calidad artística –en la que incluyo expresamente los dibujos de Raquel Barboza– sino además por su lenguaje, en constante referencia al alma y a la sabrosura de lo popular, por su gracia y su versatilidad para pasar de la ensoñación candorosa y la referencia amable a la brutalidad del miedo, instalado en el espacio, en el barrio, en la casa, en la ventana de madera que da a una azotea por donde se ha paseado la muerte en toda su ferocidad.

Memorias e invenciones es una obra que bien puede catalogarse como un mágico hallazgo, como la posibilidad de regresarnos, de la mano de la metáfora, a un universo que es de Pallares y también de todos y cada uno de sus potenciales lectores. Al llegar a la última página, no sabremos si hemos sido movidos por el huracán de la poiesis y por las significaciones que brotan de los dibujos o, además, por la necesidad de armar y desarmar nuestra propia casa de recuerdos, nuestra condición humana, nuestra alma. Eso es lo que hace la poesía; eso es lo que hace el arte, aunque algunas veces pueda parecer, como dice Pallares, “que es esquivo y no dura, que no sirve para el otro lado donde se quedan agazapadas todas las cosas”.

(*) Memoria e invenciones, de Ricardo Pallares. Ilustraciones de Raquel Barboza. Libro publicado por Editorial Antítesis, Montevideo, 2017.

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