Este artículo tiene y no tiene que ver con este final anunciado (pese a que nos empeñábamos en no creer); este final anunciado del proceso contra Lula, que el sábado pasó su primera noche en prisión. Desde que arremetieron en contra de Dilma, desde que decenas de miles manifestaron en la calle en su contra, sin que ella o el Partido de los Trabajadores (PT) pudiesen replicar esas manifestaciones con otras que las duplicasen, el proceso que procuraba la destrucción política de la presidenta tenía objetivos de mucho mayor alcance. La destitución de la mandataria, la asunción del poder por un corrupto que asegurase la destrucción del PT y la liquidación de los avances sociales y logrados en la década. ¿Es un fenómeno particular de Brasil? Por supuesto que no; luego de una década larga en la cual predominaron los gobiernos progresistas, la ola neoliberal avanza con ímpetu renovado. No se trata únicamente de restaurar la política económica volviendo al Estado ausente de las cuestiones económicas que las dejaba en manos del dios Mercado. El objetivo es más ambicioso, se trataba y se trata de restaurar el poder de los económicamente poderosos. Por eso me ha parecido siempre insuficiente la denominación de “neoliberales”. Es insuficiente para señalar los objetivos, consistentes con su manera de ver el mundo, se trata de instaurar, o reinstaurar a los poderosos en el gobierno. Para que lo utilicen en su provecho y para que se aprovechen de él para mantener la casa en orden. Hace alrededor de dos siglos y poco, una serie no vista anteriormente de cambios en la manera de producir creó una situación nueva y con ella una sociedad nueva. La Revolución Industrial volvió obsoleta a la clase gobernante tradicional; la vieja aristocracia, cada vez más rancia y encerrada en sí misma, ya no podía conducir a los Estados surgidos de tales avances tecnológicos. En cambio, la burguesía, robustecida por las transformaciones que había desencadenado, se sentía maniatada por las regulaciones y tradiciones del antiguo régimen. Con más o menos violencia quitó del ejercicio efectivo del poder a la aristocracia. En Francia le cortó la cabeza al rey; en Inglaterra lo soslayó a una condición representativa. Incluso, en la medida que la realeza consentía, la engrandeció: después de conquistar medio mundo, la transformó en emperatriz de la India. Simplifico: el proceso fue mucho más complejo y con resultado variopinto, pero en general la burguesía asumió el poder y dio comienzo la etapa “republicana”. El principio era que los gobiernos eran electos por “el pueblo” (algo que podía o no ser universal) y que existía una división del poder en tres: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El ideal, expresado por Lincoln en su célebre Oración de Gettysburg era: “Un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. Estaremos de acuerdo en que ese ideal, utópico, programático, nunca se cumplió enteramente. Pero era una especie de lugar común: pretendemos, aspiramos, proclamamos ser eso. Esos Estados eran funcionales a la emergencia de un nuevo modo de producir y a las necesidades de la nueva clase que había ocupado el centro de la escena; la democracia, basada en la elección popular y con una división de poderes que aseguraba, con pesos y contrapesos que nadie sobrepasara los límites, estaba bien así. En los países centrales, y haciendo omisión de que había excluidos, había democracia y estaba bien así. En el mundo colonial y dependiente las cosas podrían ser diferentes. De hecho, lo eran, pero ¿a quién le importaba lo que pasaba en el Congo, en China o en Argentina. El algún momento llegarían a ser “democracias estables”. Mientras tanto, a nadie interesaba, ya que esas regiones no importaban más que por lo que se les extraía. Todo cambia, todo cambia y cambia cambiando. Algunos países periféricos alcanzaron un cierto estatuto de estabilidad democrática. En tanto, en la periferia cercana, en el Imperio ruso había tomado el poder no ya una fuerza burguesa, sino una que actuaba en nombre del proletariado y emprendía la gigantesca tarea de crear un Estado nuevo. La historia tiene eso, es asincrónica. Es el tormento de quienes la tienen que enseñar; crean y manejan períodos valiéndose de las características predominantes, pero siempre hay adelantos y supervivencias. Y, de pronto, es en esos adelantos o supervivencias donde las cosas saltan. Particularmente nosotros, los uruguayos, tenemos dificultades para apreciar la situación de nuestros vecinos y ni que hablar de países lejanos de África o Asia. Somos tan chiquitos y parejos, tuvimos un proceso tan particular, que tendemos a creer que la realidad de los otros es comparable. En nuestro país hasta en el último rincón el Estado está presente. Hay comisaría, escuela, juzgado, luz, teléfonos, médico, quiniela, comunicación facilitada por caminos y carreteras y partidos políticos integrados nacionalmente. ¿Recuerdan que Menem sigue siendo dueño de su provincia? En Brasil el presidente puede tener más de 50% de los votos, pero únicamente tendrá un quinto de los legisladores. Para aprobar leyes necesita alianzas y compras. Hay 23 partidos en el legislativo y el traspaso de legisladores de una bancada a otra es común. Amén de que existen bancadas o bloques políticos que actúan con independencia del partido por el cual fueron electos. A Dilma la derribaron “las tres B”: los pentecostales que Biblia en mano encabezan la bancada, los ganaderos que han colonizado el Pantanal y desforestan impunemente para que su boi paste sin importarles el daño ambiental y, por último, los caciques locales que se valen de capangas para imponer a bala su dominio. Biblia, boi y bala. ¡Que Lula esté vivo parece un milagro o una prudente reserva por si algo sale mal! La única institución presente en la totalidad del territorio son las Fuerzas Armadas, que viven y conviven con el sistema. Por eso, el proceso de eliminación del poder del PT es para destruir sus avances y moldear a la sociedad de acuerdo a los requerimientos del capital financiero, que es el gobierno real del mundo, y eso requiere el apoyo militar. La gente podrá estar confundida, incluso es lógico que esté escandalizada con las revelaciones del mensalão, de Petrobras y de Odebrecht. Y la izquierda, desolada por la pequeña porción de verdad que salpica a sus referentes. Lula ha sido condenado sin pruebas, sobre la base de la “convicción” de los jueces, pero algunos lo fueron con pruebas y esto ha sido un trago amargo. Amargo y desmovilizante. Pero la derecha no convence. No tiene ni tendrá partidarios. Pero sí, puede tener “resignados”, desmovilizados por las campañas mediáticas que hacen de lo posible un hecho incontrovertible. Desorganizados políticamente y teniendo que enfrentar una ofensiva en lo laboral que les quita derechos y salario. Ni el PT ni las fuerzas democráticas pudieron levantar una resistencia popular que impidiese la prisión de Lula. Pero el gobierno de derecha que está y el siguiente no podrán apoyarse en el consentimiento popular. Entonces, resurge el poder militar. Replegado luego de más de veinte años, ahora será el sostén y el director de los títeres políticos que aparenten gobernar. Lo más grave de este proceso brasileño acerca del cual me he extendido demasiado, es que obedece a una situación de base que es general. Entre el año en que nací y este que estoy escribiendo sucedió otra revolución productiva; ya no domina el capital fabril, sino el financiero. Ya los Estados nacionales no son el ámbito necesario para el desarrollo del capitalismo inicial, sino el estorbo para el capital financiero que exige economías globalizadas. En realidad, y de ahí el título, el Estado, para sobrevivir a este nuevo poder, no tiene más remedio que subordinarse a las necesidades globales y al nuevo ordenamiento de la economía mundial que necesita el capital financiero. El Estado, nacido de la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII ya no era funcional a las necesidades del nuevo superpoder del capital financiero transnacional y, para sobrevivir, tiene que transformarse. Estamos viviendo su metamorfosis. Será oligárquico, duro y apoyado en los dos pilares básicos: el “convencimiento”, y para eso están los medios formadores de opinión y la “imposición”, y para eso está la fuerza, policial o militar, pero, como nunca, es válido el lema que Chile puso en su escudo: “Por la razón o la fuerza”. Cuentan con lo necesario, con los medios formadores de opinión y con todo el arsenal tecnológico que les permite saber de nosotros más que los que nosotros mismos conocemos. Uno lo grande con lo chiquitito: Facebook le facilitó a Trump 50 millones de perfiles de usuarios que permitieron su manipulación. Un joven, sospechando que su novia lo traicionaba, le regaló un celular con un dispositivo que permitía rastrearla. Sucedió en Maldonado y el despechado la emprendió a machetazos con el gavilán que le birlaba la percanta. ¡Todo lo facilita la tecnología!
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