El poder de significar la realidad conforme a los intereses propios ha sido una de las principales fuentes de hegemonía de la clase dominante a lo largo de la historia. En las modernas sociedades de masas capitalistas, mantener la mayor parte del inmenso producto social en manos de un grupo reducido de propietarios (enriquecidos fundamentalmente en base a los bajos salarios y a la explotación del medioambiente) requiere un engranaje propagandístico afín que permanentemente relate el acontecer diario y cree discursos que no cuestionen la estructura de poder dominante. Así, en un país como Uruguay, diezmado por sucesivas crisis que han creado a lo largo de la historia reciente una estructura de pobreza crónica en una buena parte de la población, es necesario crear un relato que explique al trabajador medio por qué tiene que lidiar con la pobreza en su vida cotidiana, por qué tiene que esquivar cuerpos de personas sin techo en la vereda, por qué le molestan en su día a día pidiéndole monedas en la calle y por qué sufre más robos que sus familiares o amigos que viven en los países llamados “países desarrollados”. Aquí entran los medios de comunicación de masas, los grandes relatores del acontecer cotidiano. En sus manos está explicar las causas de esta realidad compleja. De su actividad depende que la mayoría de los uruguayos busque a los responsables de esta situación en Carrasco o en Marconi (o, más bien, en los innumerables Marconis que tiene Montevideo). En sus páginas, los medios pueden retratar el andamiaje de dominación y acumulación desigual de la riqueza en el que se sustentan las sociedades de mercado modernas y se relega permanentemente a miles de personas a la exclusión social, o crear discursos basados en el individualismo por los cuales se responsabilice a cada cual de su situación. Medios como El País, que mantienen un histórico matrimonio con la clase dominante y acaparadora de Uruguay, apuestan por este último relato y crean, mediante sus noticias y editoriales, un imaginario social dedicado a restar al Estado su capacidad redistributiva de la riqueza. En sintonía con los intereses de la clase social que lo avala, los mensajes de El País tienden a denostar todo indicio de política social del gobierno, en aras de reducir la intervención social a la mera caridad. “No se puede confundir el IVA del 22% con la Teletón; o el Mides con el Movimiento Tacurú. En un caso hay obligación de pagar, en los otros hay una oportunidad de ayudar. Esto último es solidaridad, lo primero su caricatura”, reza el editorial del 27 de mayo de 2016. En este tipo de mensajes, recurrentes en este rotativo, se hace patente una apología de la limosna como forma de gestión de la pobreza. Usando el IVA como ejemplo (el impuesto más injusto que existe, precisamente porque no tiene en cuenta las diferencias de renta), en contraposición con la limosna, el medio rechaza toda forma de gravamen en base a su carácter obligatorio. Así se defiende que los grandes propietarios deben tener la libertad de devolver a la sociedad lo que ellos consideren en forma de caridad. Nadie tiene derecho a obligarlos a retribuir a la comunidad de la que extraen su riqueza. Deshaciendo mitos Para Juan Pablo Labat, director nacional de Evaluación y Monitoreo del Mides, “los editoriales del diario El País son una apelación permanente a la cantidad de impuestos que paga una parte de la sociedad para tener un contrapunto de políticas que están mal orientadas porque no tienen resultados”. En este tipo de mensajes opera una carga ideológica que pone de manifiesto que en la sociedad hay dos tipos de persona: un sector productivo que paga impuestos y que debería ser retribuido con bienes públicos, y otro pasivo que no aporta y que encima es beneficiario de las políticas mal focalizadas del Estado, sostenidas a su vez con los aportes de los primeros. Esto ya de entrada es un relato que parte de premisas inciertas. Lo cierto es que la mayor parte del gasto público que se revierte en la sociedad se emplea en los mismos contribuyentes, que son quienes acceden a los mejores bienes públicos y a la mejor protección social. “En nuestra sociedad, la apropiación de los bienes públicos se da en mayor medida por quienes pagan impuestos”, expresó Labat en diálogo con Caras y Caretas. El gasto destinado a la protección social de los estratos más bajos de la población es mucho menor que el que se destina a los sectores que están en la parte contributiva de la sociedad. Además, proporcionalmente, los estratos bajos no pagan menos impuestos que los altos, ya que el IVA, el principal impuesto de recaudación, lo paga el conjunto de la población independientemente de su nivel de ingreso. Sin embargo, las mejores prestaciones sociales provistas por el Estado no las disfrutan precisamente los estratos bajos. Esto incluye cuestiones como la salud y la educación, ya que, incluso en sus formas privadas, de las que disfrutan esencialmente las capas medias y altas de la sociedad, son fuertemente subsidiadas a partir de los impuestos que paga toda la población. “Las poblaciones de los estratos más bajos trabajan la misma cantidad de horas que el resto de los segmentos de la sociedad y, lamentablemente, por problemas derivados de una fragmentación social consolidada durante 40 o 50 años de liberalismo económico y deslocalización empresarial, acceden a servicios públicos y a bienes de peor calidad que producen bajos resultados. Además, son mucho mas vulnerables a las trampas de la miseria y a la reproducción intergeneracional de pobreza que los estratos medios y medios-altos”, señaló Labat. “Por ello, la intervención del Estado debe encaminarse a la corrección de las políticas publicas para tratar de redistribuir un poco más el gasto hacia los que menos acceden debido a su condición social, de forma que no sean estigmatizados como parásitos que viven de lo que producen los demás”, agregó. Sin embargo, en base a la cosmovisión dominante, instituciones como el Mides son constantemente atacadas en base a distorsiones de datos, descontextualizaciones y demás artimañas de la manipulación. En el imaginario derechista, al Mides se lo responsabiliza del trasvase de recursos que se realiza de los sectores considerados productivos de la sociedad a los considerados improductivos. Sin embargo, las políticas del Mides apenas llegan a uno o dos por ciento del gasto público. Sus capacidades reales se encuentran muy limitadas como para poder incidir realmente en la iniquidad del país. “Con todos los programas asistenciales que se te pueda ocurrir que existen en todos los dispositivos del Estado, no llegamos a tres o cuatro por ciento del gasto”, expresó Labat. Campaña contra el Mides El jerarca del Mides identificó varios centenares de notas que El País publica semanalmente desde los últimos años en las que se difunden informaciones imprecisas que contribuyen a asentar el imaginario neoliberal, favorable a la acaparación desigual de la riqueza. Para él, en el principal rotativo uruguayo se realiza todo un conjunto de desplazamientos de sentido y enfoque a la hora de valorar acciones del Mides. “Aspectos que deberían entenderse en términos de un objetivo de programa se valoran como el programa en su totalidad. Elementos concretos que integran una intervención determinada se evalúan como una política pública. Entonces, en los artículos de El País suele ocurrir que mediante una frase del texto, basada en un dato aislado, construyen toda una fundamentación que opaca la realidad conjunta del programa social”. Por ejemplo, si el Mides indica que el programa Uruguay Trabaja tiene una inserción laboral de diez por ciento, se abren dos posibles lecturas. “Uno puede leer en esto que la iniciativa tiene ese porcentaje de éxito conforme a un propósito que para las ciencias sociales supone un auténtico reto por su elevada dificultad, o puede leer que 90 por ciento de la población de ese programa aún no trabaja y que, por tanto, es un fracaso. Para Labat, el segundo caso ejemplifica el modus operandi habitual de El País, y en este no se tienen en cuenta las múltiples aristas que forman la problemática social que se está tratando. “No es razonable pensar que una persona que lleva desempleada más de dos años o que nunca estuvo insertada en el mercado laboral logre adquirir todas las capacidades necesarias para lograr un empleo estable tras haber trabajado en forma protegida durante un período de nueve meses”, señaló. A eso se le puede agregar otro desplazamiento de sentido, al afirmar que a partir de este resultado las políticas laborales del gobierno son un fracaso. En ese caso, en base a un resultado mal interpretado, se hace pasar un programa que representa entre uno y tres por ciento de la inversión en política laboral como la totalidad de este tipo de políticas. “Esto es una construcción sesgada, porque no ayuda a que los uruguayos entiendan que este programa precisa apoyos en otros ámbitos paralelos, en los que hay que hacer inversión social para que esa tasa de empleo formal mejore. Por ejemplo, asegurar que después de pasar por Uruguay Trabaja el individuo pueda pasar por un emprendimiento productivo que sea acompañado, o que pueda formar una cooperativa de trabajo y acceder a otro tipo de capacitaciones en Inefop [Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional], en la UTU o en otros”. Esto esconde una intencionalidad ideológica, cuyas raíces están en el individualismo liberal por el cual el “Estado debería tener como preocupación fundamental, no la distribución del ingreso, sino la devolución al contribuyente de sus recursos en bienes públicos” (El País, 06/04/2016). Para El País, “no es la igualdad un fin valioso, porque la justicia es dar a cada uno según sus diferencias, que las hay y muchas, y, por tanto, este valor consiste en tratar de modo desigual lo que de suyo es diferente”. Esta cosmovisión eminentemente clasista produce posteriormente titulares altamente discriminatorios, como “Denuncian invasión ‘zombie’ en Avenida Italia y Comercio”, apoyado por el subtítulo “Éxodo de malvivientes tras la instalación de cámaras en 8 de Octubre” (El País, 07/04/2016). Este tipo de expresiones alimentan una cosmovisión en la que se deshumaniza a los colectivos excluidos del orden social y se les atribuyen cualidades que insinúan cierto carácter subhumano. En este tipo de artículos, escritos en base a testimonios aislados no comprobables, se tiende a sobrerrepresentar patrones sociales que no son comunes en aras de estigmatizar al colectivo más carenciado e incómodo de la sociedad. El problema es que alimentar esta forma de entender el mundo únicamente conduce al apoyo de políticas basadas en la desigualdad, que continuarán arrojando a más generaciones a la marginalidad.
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