El fenómeno de las migraciones, que involucra a refugiados y desplazados, no aparenta disminuir y ya es una de las principales fuentes de preocupación prospectivas, sea como respuesta de emergencia a esas realidades, sea como fuente de planificación para evitarlas, minimizarlas o canalizarlas. Es bueno saber que aunque los que aparentemente «sufren» la llegada de esos migrantes son los países más privilegiados, son esos mismos países los principales responsables históricos de las desigualdades económicas que provocan los desplazamientos. Son esos mismos países desarrollados los que generan las guerras que terminan con avalanchas de refugiados bélicos; y son también los mayores responsables de los desplazados climáticos que crecen y crecerán en este siglo. El problema, entonces, no son los norafricanos y su frágil migración a la Europa meridional, ni los problemas económicos que sufren a nivel local. Lo que provoca esta crisis, en última instancia, es una historia de colonialismo y poscolonialismo que destruyó las localidades primigenias. A usted, lector, le queda la impresión de que son las desigualdades y desesperanzas locales las que provocan las emigraciones. Pero en realidad ellas han sido provocadas in situ por esos mismos países que ahora lucen como inocentes y angelicales sufrientes por la invasión de refugiados y desplazados. Se trata, ni más ni menos, que de la venganza histórica de los colonizados y neocolonialmente explotados. Al día de hoy, esos beneficiados tienden más a ser corporaciones económico-financieras translocales que países, alianzas de países e imperios como en el pasado. Pero los perjudicados terminan siendo las poblaciones locales. Ellos son los que sufren problemas económicos, de consecuencias bélicas o de prevenciones climáticas producto del accionar histórico hegemónico de las grandes potencias imperiales, coloniales y neocoloniales. Los agresores, sin embargo, luego sufrirán las consecuencias de sus agresiones y serán invadidos por hordas de migrantes hambrientos, de hogares y familias destruidas por las guerras, o provenientes de lugares transformados en inviables residencialmente por inundaciones, polución o concentraciones de vectores infecciosos. Es la versión económica, política, social y cultural del principio físico de acción-reacción. Si hay refugiados sirios, no pensemos tanto en Siria y en los sirios como origen, sino más bien en qué han hecho históricamente las potencias mundiales para producir esta avalancha de refugiados. Si hay migrantes africanos que inundan los países vecinos más avanzados como Grecia, Italia u otros, no pensemos tanto en la desigualdad interna que los exporta desde peores horizontes locales a mejores horizontes foráneos, sino en quiénes provocaron la desigualdad y carencias que movieron a la emigración. Finalmente, si hay desplazados por causa de cambios climáticos que anuncian o preludian inundaciones, concentraciones de vectores infecciosos o vulnerabilidad a accidentes naturales moderadamente previsibles, eso ocurrió, ocurre y ocurrirá porque las desigualdades históricamente generadas desde el exterior han colocado a los menos privilegiados coyunturalmente en los sitios en que los desastres naturales estructuralmente presentes o las catástrofes prospectivas supervinientes son más probables. Imperio, comunicaciones, transporte Estos fenómenos actuales son reacciones diferidas locales a acciones translocales anteriores que pueden manifestarse ahora de ese modo porque ha habido cambios político-culturales respecto a la evaluación de las conductas imperiales, de conquista y de explotación; y porque los progresos de los transportes y de las comunicaciones han hecho posibles las reacciones tardías de la emigración, el refugio bélico y el desplazamiento ambiental a las acciones históricamente productoras anteriores de esas conductas actuales. En primer lugar, sólo desde el siglo XIX las intenciones imperiales, con su sabida secuela de perjudicados, son consideradas como ilegítimas por la opinión pública y el orden jurídico internacionales. Antiguamente, una intencionalidad imperial era tolerada y hasta apreciada como manifestación de un orgullo e impulsos a la maximización del poder, riqueza o prestigio de una autoridad secular o sagrada. Las conductas imperiales eran legítimas y sus crueldades y consecuencias creídas como inevitables costos de conductas legítimas en sus causas y consecuencias. Que ahora veamos como negativas sus consecuencias y como perversas sus motivaciones no nos debe mover a calificar a sus actores, promotores y beneficiarios como pecaminosos retrospectivos, porque en su momento no fueron evaluados negativamente ni por sus beneficiarios ni por sus víctimas. Ellos eran temidos y admirados por sus invadidos, y éstos, depredados, esclavizados, sometidos a servidumbre y explotados. Anexar territorios, coleccionar botines de guerra, esclavizar y servilizar derrotados, acumular mujeres violables no eran acciones criticables al menos hasta el siglo XVII en nuestro imaginario eurocéntrico –ni que hablar en el universo del imaginario extraoccidental–. Agreguemos que tampoco eran conductas y motivos ilegítimos entre los invadidos, imperializados o conquistados aborígenes: los indígenas americanos, conquistados y líricamente angelizados por relatos anacrónicos ideologizados, habían conquistado lo suyo por métodos tan criticables como los usados por los ibéricos para hacerlo. En el mundo antiguo y hasta al menos el siglo XVII en el occidente imaginariamente hegemónico, imperios, conquistas, depredaciones, masacres, explotaciones y sus consecuencias a diferentes plazos fueron conductas legítimas y hasta apreciadas como honrables como superiores y dignas de alabanza. Consignemos, entonces, que buena parte de las desigualdades y problemas de migración puede tener origen en mapas geopolíticos trazados en momentos en que la vulneración de los mapas más «naturalmente establecidos» no era ilegítimo ni lo eran sus consecuencias negativas tampoco. Si seguimos la noción de Carlos Marx (deudora de la aristotélica) de «naturalidad», hasta podríamos decir que la humanidad era «naturalmente» imperial, conquistadora, depredadora, explotadora; y que también «naturalmente» evoluciona hacia una evaluación negativa de esos extremos, lo que no nos debe llevar a condenarlos en base a una evaluación anacrónica de los motivos y valores entonces consensuados diversamente a hoy día. Pero sí a saber que muchas de las negatividades ocurrentes hoy nacen de negatividades no evaluadas como tales en su momento de producción ni previsibles como tales en esas instancias. Porque si hay hoy emigraciones, refugiados y desplazados es porque los progresos de los transportes y las comunicaciones las hacen crecientemente posibles y no las hacían posibles ni previsibles antaño. Es otro efecto bumerán del desarrollo, la innovación, la ciencia y la tecnología. Migraciones económicas, refugiados bélicos y desplazados climáticos son las «venganzas reacción», posibles por los progresos en las comunicaciones, los transportes y la evolución de un imaginario que ahora condena lo que no condenó y generó las consecuencias que ahora se lamentan. Porque, por ejemplo, si hay refugiados sirios que invaden «peligrosamente» nuestras angelicales naciones es porque ya el Imperio Romano los sojuzgó y fusionó pérfidamente junto a los hebreos y palestinos en una provincia llamada «Syria-Palestina», que agrupaba peligrosamente a hebreos de Judea, Samaria y Galilea con sirios. Y todos ellos ya habían sido imperializados y sometido por muchos imperios históricos, hasta la dominación otomana que dura hasta la segunda década del siglo XX. Entonces, Francia e Inglaterra deciden que Siria se separa y se vuelve francesa, mientras la Liga árabe naciente hace de ella un importante núcleo fundacional. Eso, sus recursos naturales y su lugar geográfico de radicación y pasaje de recursos naturales estratégicos convierten a Siria en lugar geopolítico estratégico, lo que coincide con el experimento político baasista que aglutina enemigos occidentales, sauditas y suníes. Los refugiados sirios no obedecen a una causalidad local siria históricamente ubicable en el espacio-tiempo sirio, sino a una larga historia de responsabilidades extrasirias. Tampoco son básicamente responsables de sus desdichas los migrantes económicos norafricanos en Europa: hay una larga historia de culpabilidad causal de los que ahora son invadidos por los más antiguos invadidos por ellos, aunque sea cierto que a veces los que sufren la reacción no son los máximos responsables históricos por las situaciones que originan migraciones, refugiados y desplazados. Por ejemplo, Italia y Grecia reciben, por proximidad geográfica, más de lo que provocaron en los dos últimos siglos; pero al menos los romanos no pueden olvidar que fueron los primeros en anexar a norafricanos y medioorientales en la historia; fueron los primeros que los agregaron a su imperio. La justicia tarda pero llega; y calavera bien informada no chilla. Tampoco deben horrorizarse los ingleses, que edificaron su imperio en parte por medio de corsarios, piratas y bucaneros, de las precarias excursiones de africanos a Europa. En la época no eran tan criticados; hasta Artigas concedió patentes de corso. La prensa internacional se queda en el corto plazo para construir la opinión pública internacional mayoritaria; las explicaciones mejores deben tener en cuenta otros plazos, actores y procesos. Hay que informarse y no formar opinión con tanta velocidad y superficialidad. Si no tenemos tiempo de eso, desconfiemos de las primeras y veloces impresiones con grandes intereses en ocultar la historia profunda. Impongámonos una tan prudente como incómoda duda metódica.
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