Zonceando con la radio, me tropiezo, con sorpresa, con la voz de Alfredo cantando ‘Mire Amigo’. Con aquella voz joven, vibrante de indignación y coraje, cantando lo que sentía profundamente: “No venga con esas cosas de las cuestiones”.
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Por un momento volvieron a mí a los años 60 y la rebeldía que nos iba creciendo por dentro en la medida que blancos y colorados se sucedían en el gobierno para que las cosas fueran de mal en peor, pero proclamando que lo hacían por nuestro bien.
Veo a la oposición aprontarse y relamerse. Se les hace pan comido ganarnos las elecciones y eso los envalentona. Cada cual tira piedras y basura y todos confían en quedarse con la piel del oso. Primero hay que cazarlo, señores.
Los veo aprontarse y animarse mutuamente, nos han robado un peón, estamos sin mayoría propia, sin tanto viento a favor y con una cuenta de errores que les da esperanza. Recalco, de errores, no de actos de corrupción. Los que hubo los sancionamos y espero que mantengamos el criterio para sancionar a quien utilizó un auto oficial del Poder Ejecutivo para concurrir a un velorio particular.
Y no me vengan con esas cosas, los autos oficiales son para actos oficiales y quienes los tienen asignados lo saben. No me importa el acto particular, privado, de asistir a un entierro cuasi clandestino. Sí me importaría que hubiese ido portando el uniforme que le pagó el pueblo. A mí nadie me pagó el traje nunca. Y me importa que haya utilizado el auto oficial. Posiblemente, además, en horas de servicio y sin pedir autorización.
Recuerdo cuánto censuramos que el entonces presidente del Consejo Nacional de Gobierno, Andrés Martínez Trueba, hubiese presentado a su hija en el matrimonio religioso vistiendo la banda presidencial.
Como padre, como ciudadano, se es libre de hacer todo lo que la ley no prohíba. Ocupando un cargo público y ostentando las insignias del mismo, o utilizando vehículo oficial, es otra cosa.
¡Todos lo sabemos! Y nadie puede hacerse el distraído.
Me permito citar a la Primera Junta de Gobierno cundo destituyó a su presidente, don Cornelio Saavedra, a quien en un banquete de su regimiento coronaron como postulándolo a ocupar el trono de las Provincias Unidas: “Ni ebrio, ni dormido”.
Lo que no se puede, no se puede.
Hay mojadas de oreja que no se pueden pasar por alto, a menos que quieras tolerarlas y complicarte en el asunto.
Así que, mire, amigo, lo que hizo debe ser sancionado. Y para ello deberemos tener en cuenta su rango y la dignidad que ocupa.
Punto, por aquí, pero es un punto de inflexión. Conmigo o en el velorio.
Otra cosa que me revienta es la indignada reacción de las cámaras empresariales ante la suba de las tarifas públicas. ¡Pues han tomado el papel de defensores del pueblo y claman contra el aumento! Que es un “tarifazo”, que aumentará la inflación, que es para hacer caja, que se les vuelve prohibitiva la carestía y dejarán gente en la calle y cosas así.
Mire, amigo, ustedes se constituyeron en un nuevo “Comité del vintén” porque se sienten capaces de derrocar al Frente Amplio del gobierno. Porque quieren conducir el proceso, ya que no tienen demasiada confianza en los políticos con los que cuentan. No sé si sacaron cuentas de cómo les están yendo las cosas a Macri y a Temer.
Bueno, compañero, adelante, me gustaría verlo. ¡No se vayan a quedar con el antojo, es malo para la salud!
No me vengan con lágrimas de cocodrilo, que llora mientras traga. A ustedes les ha ido muy bien, mucho mejor que a los trabajadores por los dicen estar preocupados. Las ganancias de los sectores más ricos de la sociedad nunca fueron tan grandes y superan ampliamente los modestos avances salariales de los trabajadores. Y bien que se callaron cuando la desocupación andaba bastante arriba del 10% en épocas de blancos y colorados. Yo me acuerdo clarito de lo contento que estaba el presidente Sanguinetti un año en que la desocupación bajó a un solo dígito. Yo también me alegré, por supuesto.
No me explico por qué nuestro ministro de Economía se preocupa tanto por explicar “que no es un tarifazo”, que no supera los índices de suba del IPC. Cree, por ventura, el economista Astori que se trata de un asunto técnico y que le darán la razón en cuanto se comparen subas con IPC.
Es un asunto político y, como tal, debemos tratarlo. En primer lugar, porque defendemos y defenderemos a los entes del Estado. Ahora y siempre. Garantizan nuestra soberanía en áreas importantes de la economía y los mantendremos en el Estado. Así voto el pueblo, así lo proclamó el Frente Amplio desde su nacimiento y así será. Les guste o no les guste a los señores empresarios que preferirían verlos en manos de las multinacionales. Porque, si los enajenásemos, no serían ellos los compradores. No les da el naipe, lo único que puede pasar es que los adquiera una o varias multinacionales. O no recuerdan que lo dijo el general Moratorio cuando la dictadura se planteó vender Antel.
La creación de los entes obedecía a la visión batllista y blanca independiente que coincidían en que eran necesarios por varias razones. La primera, porque tenían que existir como herramienta de servicio público y desarrollo nacional y había que evitar que las ganancias se fueran a Inglaterra. La segunda, que no había capitales nacionales con el dinero y la vocación de tomar esa responsabilidad. Siempre estuvieron en la chiquita, la segura y el corto plazo. Y cuando acumulaban un tanto, lo sacaban del país. Como lo siguen haciendo. Y la tercera, señores, lean los discursos parlamentarios, la tercera era que debían contribuir a la caja del gobierno. Lo dijo el joven Luis Batlle Berres, diputado informante de la ley de creación de Ancap.
Ustedes, queridos capitalistas nacionales, ni son patriotas ni tienen espíritu benefactor. Y mucho menos capital y audacia para grandes emprendimientos en nuestro país.
Y con esto voy a la terrorífica amenaza de que si suben las tarifas, a lo mejor robotizan su producción y despiden gente.
No les creo ni un poquito.
El día que sea negocio, lo harán sin que les tiemble la mano. Si no lo hacen ahora, es porque es caro y los ataría al know how de quienes les vendan la tecnología. El costo de las tarifas y el costo de los salarios no son los ingredientes principales de la ecuación del valor de su producción.
Por algo se llenan la boca con el reclamo de la productividad, pero nadie dice “aquí están mis números”. Nadie pone sobre la mesa, con sincero ánimo de discutir para encontrar las mejores soluciones, los números de su empresa.
Porque no quieren, porque sienten que se destaparían muchas cositas si todos los números se ponen sobre la mesa y porque, en muchos casos, ni saben al centésimo cuáles son sus costos. Saben que están ganando y consultan más al contable que al ingeniero.
Ah, la última, para que se dejen de amolar. No les he visto derramar una lágrima por los damnificados del tornado de Dolores ni por las víctimas de los temporales de Maldonado, Rocha y Cerro Largo. Así como no los veo preocupados por la sangría que significa el déficit espantoso de la Caja Militar. Son 400 millones de dólares anuales que el Estado debe gastar en sostener a la única caja que no se ha reformado.
Sacan cuentas de la cantidad de escuelas y hospitales que se habrían podido hacer con las tremendas pérdidas de Ancap, pero el ente se está recuperando. En cambio, la Caja Militar es un barril sin fondo.
Por lo menos podrían acompañarme en el deseo de que busquemos una solución que no lesione derechos, pero arregle para el futuro.
Es que confían en que las armas las paga el pueblo, pero, cuando apuntan, es a favor de los ricos.