Un grupo de 28 Ex presas políticas que padecieron violencia sexual en centros clandestinos de detención durante el Terrorismo de Estado (1973-1985) continúan a la espera de avances significativos respecto a la denuncia penal que realizaron en 2011. Este año, en el mes de agosto, volvieron ser citadas a declarar por diferentes episodios que involucran cien hombres, de los cuales solo uno ha sido procesado.
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Estas mujeres, sobrevivientes de la dictadura, tenían pensado presentarse este año ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), pero la instancia fue postergada por la pandemia y deberán esperar a 2021 para declarar. Así lo confirmó a AFP Flor de María Meza, abogada representante del grupo.
Relatos
Un informe reciente de AFP reúne relatos de las victimas que fueron recavados desde 2019, pero no los testimonios de los abogados que representan a los militares acusados, ya que no le respondieron al medio en cuestión.
Los relatos pertenecen a Ana Amorós, Brenda Sosa, Luz Menéndez, Ivonne Klingler y Anahít Aharonian, quienes experimentaron la tortura y la violencia cuando eran veinteanieras. En el caso de Amorós, cayó presa en 1972 y «lo primero que hicieron fue pasar una fusta sobre su cuerpo desnudo frente a un grupo de militares, antes de violarla».
«Brenda Sosa se escondía en una casa de campo en Canelones, cerca de Montevideo, cuando la vivienda fue rodeada por militares una noche de invierno en 1972. Entonces tenía 21 años y era parte de una célula de apoyo logístico al Movimiento de Liberación Nacional (MLN), los tupamaros», cuenta el informe.
Sosa contó que en aquel momento soñaba con ser parte del grupo guerrillero que integró el expresidente José Mujica porque «estaba en su auge, tenía una buena imagen, tipo Robin Hood».
«La noche de su arresto, Brenda Sosa fue trasladada al noveno cuartel de caballería, en el noreste de la capital. La sometieron a interrogatorios que incluían ahogamientos y descargas eléctricas en pezones y en genitales con un aparato que los uniformados llamaban picana».
«En una de esas interminables sesiones, la pusieron cara a cara con un compañero de su grupo guerrillero. «Lo trajeron para que presenciara cómo me torturaban, para hacerlo hablar a él».
Ana Amorós, integrante de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, agrupación armada anarquista, contó que fue detenida en un local del grupo que cuidaba con una compañera. «Estaban cenando cuando dos camiones repletos de militares se presentaron en su puerta, relata en su casa del barrio montevideano del Prado».
Recordó que comenzaron «a agarrar toda la ropa interior y a hacer bromas. Ahí me puse nerviosa». Una vez que llegó al cuartel tuvo que soportar que la desnudaran y le pasaran una fusta por todo el cuerpo. «Yo estaba con los ojos tapados, sabía que había un montón de hombres».
Días después, Gilberto Vázquez, actualmente en prisión domiciliaria, la interrogó y no conforme con la falta de respuestas de la victima, la violó. «Fue la primera vez que me violó. Yo pensaba que si eso algún día pasaba lo iba a morder, a arañar, que le iba a pegar en los genitales. Yo pensaba que uno se podía defender. No hice nada».
Ivonne Klingler era estudiante de medicina en la Universidad de la República y militaba para el Partido Comunista. Cuenta el relato que «fue fichada» durante una acción de resistencia ante el poder militar, que tuvo lugar en la facultad.
Luz Menéndez, detenida en 1978 y recluida en el centro de represión La Tablada, refirió a episodios violentos protagonizados por diferentes victimarios, entre los cuales estaba el militar Jorge Silveira quien un día la condujo a su oficina y le dijo: «No gorda, quedate tranquila que vos de acá salís viva. Yo te prometo, te garantizo que de acá vas a salir viva. Eso sí, vos que sos comunista vas a rogarle a Dios para morirte porque te vamos a hacer conocer los límites de la locura».
El informe de AFP también cuenta que luego de pasar por la tortura, las presas políticas eran trasladadas a Punta Rieles y que , en muchos casos, sus familias dudaron de ellas, por lo cual terminaron callando los abusos sexuales y sintiéndose culpables de la situación.
Brenda Sosa contó que la primera vez que su padre la visitó en la cárcel le dijo:»Los militares de mi país no torturan» y que él pensaba que ella era una prostituta.
Anahít Aharonian, exintegrante del MLN, agregó que «al término de la dictadura, en 1985, los hombres tomaron el protagonismo y convencieron a algunas mujeres de dejar atrás sus aportaciones»
«Ya está, ya vivimos, ya pasamos, no joroben más, a cerrar el capítulo», dijeron sus familias, señaló Aharonian.