Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Multiculturalismo, inmigración y concepto de nación en el fútbol

Por Rafael Bayce.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Todo el deporte mundial, pero muy especialmente el fútbol, ha venido integrando a deportistas de etnias diferentes, así como a los inmigrantes, sus descendientes, los ‘oriundos’ y luego los nacionalizados o los que eligieron nacionalidad deportiva pudiendo escoger entre varias. El fenómeno, que es claramente percibido aún por observadores neófitos, está vinculado a consideraciones sobre la evolución poblacional, y por ende en el deporte, relativas al racismo y a la diferencia con la que se sienten culturas y nacionalidades superpuestas según la generación de pertenencia de los deportistas, al ajuste cultural variable a la cultura original o a la posteriormente adquirida, al grado de oportunidad de ascenso social que la inversión personal en el deporte parezca prometer con cierto realismo prospectivo, entre otros temas interesantes de analizar. Los negros en el fútbol uruguayo La aparición de afrodescendientes en el fútbol de élite está claramente vinculada a tres factores: a la independencia tardía de la mayoría de los países africanos a lo largo del siglo XX; a la abolición en fecha variable de la esclavitud, en su mayoría durante el siglo XIX, en naciones occidentales que así fueron permitiendo la competencia de descendientes de africanos con vistas a eventos internacionales; al aumento, con el desarrollo de comunicaciones, transportes y efecto de demostración de mejores niveles de vida, de la emigración e inmigración internacional, además de la intranacional rural-urbana. Uruguay fue, muy honrosamente, el primer país que presentó jugadores negros como representantes de sus élites deportivas en el ámbito interno, en el Sudamericano y en los Juegos Olímpicos. En efecto, el reconocimiento de deportistas afroamericanos jugando fútbol interno data de 1912. Hasta ese entonces, la prensa, cuando enumeraba los nombres de los jugadores que reseñaba le ponía N.N. al que era era negro. Así ocurrió con Juan Delgado, luego famoso jugador de Peñarol y de la celeste, el que le puso mango a la pelota -según Piendibene- por su propiedad para jugar. Delgado fue objeto de una protesta por parte de la delegación chilena en el primer Sudamericano de 1916, ya que junto a Isabelino Gradín fueron acusados de africanos mistificados como uruguayos, protesta desestimada y con final feliz, ya que Gradín fue goleador y estrella del torneo. Así como Estados Unidos presenta célebres campeones y recordmen mundiales afrodescendientes desde los Olímpicos de 1936 (especialmente Jesse Owens en las barbas de Hitler) ya antes Uruguay había presentado al mundo a la Maravilla negra José Leandro Andrade, no sólo gran y estético jugador, sino exótico sex symbol de los Juegos Olímpicos en Colombes, Francia, en 1924. Los jugadores negros abundarán luego en el fútbol, no sólo en selecciones uruguayas; también en Brasil desde 1934.   El fenómeno brasileño La historia de la negritud futbolística en Brasil es extremadamente interesante. El máximo ídolo inicial brasileño data de la década del 10: Artur Friedenreich, maravilloso jugador mulato que, pese a su origen alemán, debía plancharse el cabello y empolvarse la cara para poder ser admitido como jugador, aunque debió soportar tremendas palizas que le dejaron secuelas, ya que los jugadores negros podían ser golpeados sin que los árbitros lo sancionaran. En 1919, le dio un título sudamericano a Brasil con un gol muy admirado en alargue ante Uruguay en Río. En 1925 asombró a Europa en la gira del Paulistano (ex São Paulo) donde fue llamado ‘príncipe del fútbol’. Los negros fueron abundando en el fútbol brasileño, pero chocaron con un piso racista, muy brasileño, que atribuyó la falta de triunfos en 1950 y 1954 a la presencia de negros y mulatos en el plantel, acusados de inadaptación a la vida de hoteles y viajes y a la falta de temple anímico por su complejo de inferioridad. Así las cosas, el equipo luego campeón en 1958 comenzó el torneo con un equipo ‘blanco’, salvo Didí, mulato semidiós admisible como excepción racial. Pero el técnico, el gordo Feola, se las arregló hábil y riesgosamente para ir levantando prejuicios hasta ser campeón; en el segundo partido ante Inglaterra ya saca a un blanco, Dida, 10 de Flamengo, e incluye a Vavá; contra la URSS pone a Pelé y a Garrincha, que también había sido vetado por su coeficiente intelectual; contra Gales continúa la revuelta racial sustituyendo a Dino por Zito, y en la final completa la obra incorporando a Djalma Santos como lateral derecho. Inmigración, colonias, movilidad y nación En el fútbol actual se han venido integrando no sólo afrodescendientes, sino también inmigrantes que proceden desde diversos ángulos demográficos. Está el caso, en algunos países europeos, de la integración de jugadores provenientes de excolonias, importados por sus excelencias futbolísticas; baste mencionar, y sólo en Portugal, a Cristiano Ronaldo, natural de la isla de Madeira, y antes, a Eusebio, de Mozambique. Equipos ingleses, franceses, holandeses, italianos, españoles y belgas comienzan a lucir, en sus clubes y selecciones, jugadores con una apariencia y color de piel muy distante del estereotipo mundialmente consensuado a su respecto como fenotipo nacional. Existen los jugadores, no ya importados naturales de excolonias, sino hijos de inmigrantes de una o más generaciones de ingreso al país al que luego irían a representar. Casos conocidos en el fútbol internacional, pero con presencia en el fútbol de máximo nivel reciente y en el mundial de Rusia en particular: Zidane, Umtiti, Mbappé, Trezeguet, Lukaku, Company, Sterling. Más recientemente, Alemania y Rusia se suman al lote. El caso más interesante es el de la adopción de la nueva nacionalidad por los hijos de inmigrantes o jugadores que adquirieron una nueva para su porvenir deportivo. Por ejemplo, el caso ya mencionado de Zinedine Zidane; es hijo de argelinos, nación que sufrió un hipercruento conflicto con Francia, pero, nacido en Marsella, fue campeón mundial con Francia y festejó como tal pese a su complejo ancestro, además de admirar a Enzo Francescoli (al punto de bautizar con su nombre a uno de sus hijos) y elogiar sin límite a Fabián O’Neill. Aquí, como en los casos de Umtiti y Mbappé (Dembélé también), deben consustanciarse con su nueva nacionalidad, y ello no significa para nada una traición nacional y cultural a su identidad ancestral. En efecto, a medida que pasa el tiempo desde su inmigración, los nuevos ciudadanos hijos de inmigrantes no sólo están más sometidos a la cultura de adopción y menos a la de origen, sino que lo necesitan para su integración y su movilidad socioeconómica futura. En el caso de la membresía a clubes y hasta a selecciones del país de adopción, esa integración novedosa y necesaria se ve reforzada por el calor del público masivo y por el espíritu de cuerpo moldeado a partir de las concentraciones, viajes, partidos; y la multiplicación mediática de todo ello. Por todo eso, son muy explicables, tanto el coreo frenético de los goles como el beso de camisetas. Llaman la atención excepciones que tienen su propia historia explicativa, como el campeón mundial francés Griezmann sin gritar su triunfo frente a Uruguay, o envolverse en esa bandera para declarar; como el argentino Trezeguet, haciendo lo mismo con la bandera argentina al obtener el título también con Francia en 1998; como Mesut Özil, hace 12 años titular alemán, cuya ascendencia turca lo movió a visitar al premier Erdogan en hecho que fue criticado como injerencia electoral y provocó su queja racista y su renuncia futura a la selección germana. Está también el caso de jugadores que, por avatares de sus ascendientes, o de reglamentaciones naturales diversas, adoptan una nacionalidad a los efectos de su actividad internacional en selecciones nacionales, cuando podría ser otra su decisión; baste el ejemplo de Diego Costa, natural brasileño pero con una trayectoria tan extensa en España que, para el mundial de 2014, podía escoger entre Brasil y España, haciéndolo por España, quizás por mejores chances de jugar allí. Un caso opuesto, el de Messi, que, argentino y rosarino, fue llevado a jugar precozmente por Argentina, aun sin estar jugando ahí, porque esa presencia internacional evitaba que en el futuro pudiera negar su nacionalidad original y adoptar una nueva, como Costa. Otro caso histórico digno de mención es el de los ‘oriundos’ que nutrieron el fútbol internacional desde mediados de los 50, hasta la nueva reglamentación a la que recién nos referimos: es la que permitió que Ghiggia y Schiaffino jugaran por Italia, y Di Stéfano por España, todo al final de la década del 50 y principios de los 60. Un caso especialmente dramático fue la actuación del argentino peñarolense Juan Eduardo Hohberg en el mundial de Suiza, cuando jugó por Uruguay; su agónico empate en la semifinal ante Hungría le provocó un paro cardíaco milagrosamente salvado por una inexplicablemente presente coramina administrada por el kinesiólogo; y entró de nuevo, sin que nadie pudiera detenerlo, recién resucitado, a la cancha, hasta el fin del partido y del alargue. No tuvo la misma suerte el mayor goleador argentino de Nacional, Atilio García, con la celeste en los años 40; la reglamentación de entonces sólo le permitió jugar amistosos por Uruguay.  

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO