Poco antes de que se cumplan 100 años de la Revolución de Octubre y del nacimiento de la Unión Soviética, murió uno de sus más enconados y tenaces adversarios. Zbigniew Zbig Brzezinski (Varsovia, 1928-Virginia, 2017), que acaba de fallecer a los 89 años, fue una de las personalidades que desde la semipenumbra, gracias a sus habilidades y cumpliendo mandatos claros, modelaron secretamente el mundo, como Klemens von Metternich, John Ponsomby o Vernon Walters. Eso es lo que afirmó el reconocido periodista e investigador Carl Bernstein (que junto con Bob Woodward fueron los investigadores del affaire Watergate, que costó la presidencia a Richard Nixon) en el documentado y apasionante libro Su Santidad. Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo (Doubleday, 1996, 582 páginas), escrita junto con el vaticanólogo italiano Marco Politi. Allí se documenta que el exconsejero de Seguridad Nacional del presidente James Carter (1977-1981) –fundador de la Comisión Trilateral (piloteada por David Rockefeller), doctor en Ciencias Políticas por Harvard, y autor de numerosos libros de gran resonancia (entre los que destacan El gran fracaso, La era tecnotrónica, El juego estratégico, El dilema de Estados Unidos: dominación global o liderazgo global, El tablero mundial, y otros)– fue agente fundamental para lograr la elección de su compatriota, el cardenal Karol Wojtyla como papa (hoy, San Juan Pablo II, 1978-2005). Luego, con la confianza del presidente Ronald Reagan (1981-1989), en la concertación de esfuerzos entre el Vaticano, Estados Unidos y diversos actores políticos polacos, principalmente el sindicato Solidaridad, fue determinante para que Polonia fuera punta de lanza en el rápido proceso que precipitó la implosión de la URSS, aprovechando debilidades intrínsecas, entre 1989 y 1991. Su múltiple condición de académico, geoestratega y funcionario calificado, ferviente anticomunista y fervoroso católico, así como el mencionado apoyo de Carter y Reagan, del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) William Casey, del general Vernon Walters (entonces Embajador Itinerante de los Estados Unidos, siempre cumpliendo las “misiones discretas” con las que tituló su autobiografía), le permitieron ser cabeza del plan que derribó a la URSS. Un anticomunista nato El 20 de enero de 1977 asumió la presidencia de EEUU el demócrata James Jimmy Carter, de quien siempre se señaló que llegó al poder llevado por la Comisión Trilateral, organización fundada en 1973 por David Rockefeller y que tenía por objetivo estimular la cooperación entre Estados Unidos, Europa y Japón a nivel de altos funcionarios políticos, empresarios y grandes corporaciones, y que nació estrechamente vinculada al Council on Foreign Relations y al grupo Bilderberg, otros dos centros de poder global. El primer director general de la Comisión Trilateral fue Zbigniew Brzezinki, nacido en Varsovia, hijo de un diplomático destinado en Alemania, donde presenció el ascenso nazi, y en la Unión Sovietica entre 1935 y 1938, hasta que la invasión de los nazis a Polonia en 1939 los obligó a emigrar a Canadá. Brzezinski cursó el bachillerato y se graduó en Montreal. Emigrado a Estados Unidos, se doctoró en 1953 en Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard. Su tesis titulada La Revolución Soviética y las purgas fue, previsiblemente, sobre la URSS y la relación entre laRevolución de Octubre,Lenin y Stalin. Trabajó como profesor en Harvard y obtuvo la ciudadanía estadounidense en 1958. Fichado como demócrata, viajó a Nueva York para desempeñarse como profesor de Asuntos Soviéticos en la Universidad de Columbia. Por esos años fue incorporado al poderoso Council on Foreign Relations (CFR) y fue consejero en política exterior en las campañas presidenciales de John F. Kennedy y Lyndon Johnson. Fue un gran defensor de la Guerra de Vietnam (señalada como la causa del asesinato de JFK por su oposición a la misma) y en 1966 ingresó al Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado. A principios de los 70 advirtió en un artículo en la revista Foreign Affairs sobre los riesgos de declive del poder estadounidense y de una recomposición de hegemonías planetarias, lo que exigía la implementación de una nueva política en Washington. El banquero David Rockefeller lo contrató para ayudarlo a fundar una megaorganización –como mencionamos previamente– que estimulara la cooperación entre EEUU, Europa y Japón, que fue la Comisión Trilateral, de la que Brzezinski sería su primer director general, y en la que también trabajó su rival y amigo, el geoestratega republicano Henry Kissinger (Alemania, 1923), también doctorado en Harvard, académico y escritor, partidario de la Guerra de Vietnam y acusado de ser el ideólogo del Plan Cóndor y de genocidio y artífice de la perdurable alianza entre EEUU y China Popular desde 1974. A finales de 1975, la Comisión Trilateral lo recomendó al entonces mandatario Jimmy Carter. Tras la victoria electoral, el presidente Carter lo nombró consejero de Seguridad Nacional, fijando como principal objetivo de la nueva estrategia en la materia un enfoque basado en el respeto los derechos humanos, que en América Latina se tradujo en apoyo a los partidos que luchaban contra las dictaduras de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, y en Eurasia en el compromiso con los Estados no soviéticos de Europa Oriental, el apoyo a los disidentes soviéticos, aumentando la tensión con la URSS. Brzezinski, de carácter autoritario y apoyado por la Trilateral, enfocó sus esfuerzos en apoyar a los disidentes de estados como Alemania Oriental y, sobre todo, Polonia, su patria, a la que consideraba vital en el juego de debilitar a la URSS. Logró que el primer viaje del presidente Carter fuera a Polonia y que ubicara a la Iglesia Católica polaca como interlocutora con la oposición anticomunista, sobre todo en los sindicatos. Dicen Berstein y Politi en el libro Su Santidad…: “Fue el presidente Jimmy Carter el primero en intentar un contacto con el Vaticano más allá de la cordialidad diplomática. Carter envió a su consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, a la ascensión de Karol Wojtyla al trono de San Pedro. Brzezinski, polaco como el papa, había conocido a Wojtyla en Harvard, cuando era profesor universitario, y el segundo, arzobispo de Cracovia. Para las autoridades polacas, Brzezinski no sólo había representado a su gobierno en Roma, sino que había manipulado el cónclave para que el cardenal polaco fuera designado sucesor de Juan Pablo I”. Wojtyła fue papa desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte en 2005. Fue canonizado en 2014, junto con Juan XXIII, en el pontificado del papa Francisco. Ronald Reagan: la santa alianza en marcha Los autores señalan que la colaboración entre Washington y el Vaticano se profundizó unos meses antes de la asunción de Ronald Reagan. El 2 de junio de 1979 Juan Pablo II realizó su primera visita a Polonia. “Regresaba a su país como un conquistador”. Dicen Bernstein y Politi que “la visita del papa confirmó que la Iglesia en Polonia había alcanzado una condición sin precedente en cualquier otro país socialista. Durante mil años, la Iglesia se había mantenido como la encarnación de la independencia de Polonia a través de guerras, masacres, divisiones, persecuciones y conquistas. Líderes enojados del Politburó en Moscú simplemente no podían entender que la Iglesia Católica de Polonia no fuera una mera pieza de la maquinaria estatal, igual que la Iglesia Ortodoxa rusa. En Rusia, la Iglesia era tolerada a regañadientes por el gobierno y estaba completamente supeditada al poder del partido. En Polonia era el poder”. “A fines de 1980, Brzezinski hizo saber a Wojtyla que EEUU estaba dispuesto a apoyar con dinero, equipo y logística las actividades de Solidaridad. El sindicato había sido reconocido por el gobierno polaco luego de la huelga de agosto de 1980 en los astilleros de Gdansk, y su presencia era fuente de enormes tensiones entre Varsovia y Moscú. Lech Walesa, líder de Solidaridad, firmó los acuerdos de Gdansk con una pluma con la imagen de Juan Pablo II. Pero la Iglesia, cuya intervención ya era bastante obvia, estaba preocupada en tratar de impedir una intervención soviética en Polonia […] Wojtyla buscó un balance delicado: cómo proteger a los trabajadores y mantener a los soviéticos a raya, evitando un baño de sangre que temía sobre cualquier otra consecuencia; lograr que las autoridades polacas negociaran de buena fe con Solidaridad; y evitar que el sindicato se sobrepasara en sus demandas y provocaciones”. Escriben Bernstein y Politi: “En la primera semana de diciembre de 1980, Brzezinski telefoneó al papa para advertirle de la amenaza de una inminente invasión soviética a Polonia. Hablando en polaco, esbozó el nivel del vasto agrupamiento militar que tenía lugar en las fronteras polacas. El papa quedó estupefacto y preguntó qué tan confiable era su información. Sin entrar en detalles, Brzezinski dijo que había información de inteligencia de satélites y fuentes de Europa del Este. Pidió al papa usar a sus obispos para conseguir que los gobiernos de países de Europa Occidental con grandes poblaciones católicas apoyaran un ultimátum amenazando a los soviéticos con aislamiento económico, político y cultural si intervenían en Polonia. El papa consintió sin titubear un instante. Desde entonces se estableció una línea directa de comunicación telefónica entre Brzezinski y el papa”. Tras la desdichada incursión de Carter contra Irán para rescatar a los rehenes, Ronald Reagan fue electo presidente de EEUU y asumió el 20 de enero de 1981. Mantuvo a Brzezinski en un cargo en la Casa Blanca y en el equipo de enlace con la santa sede. El contacto estaba a cargo del director de la CIA, William Casey, y del exsubdirector de la agencia y embajador itinerante, Gral. Vernon Walters, “quienes eran católicos devotos que iban a misa todos los días”, en contacto diario con Zbig. Brzezinski transmitió a Reagan su tesis de que la URSS atravesaba un momento de aguda crisis económica a causa de errores en la planificación centralizada y que “había llegado la hora de terminar con la farsa del enfrentamiento entre dos superpotencias cuando la URSS realmente no lo era”. Escribió esta teoría en su libro El gran fracaso. Nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX, que en 1988 fue saludado por un editorial del doctor Ramón Díaz. Según Zbig, la ficción de la igualdad y del “equilibrio del terror” había sido alimentada por los complejos militares industriales de ambos países, pero ya era hora de darle un golpe de gracia a la URSS, atacándola desde la periferia, en particular desde Polonia y Alemania Oriental. En esa estrategia, la Iglesia Católica desempeñaba un rol principal. “La relación histórica, enraizada en una creencia antimarxista, que creció entre Estados Unidos y el Vaticano, entre una superpotencia temporal y otra espiritual, ofrecía la posibilidad de grandes recompensas para ambas partes, especialmente en lo que tocaba a Polonia y a Centroamérica, que era el interés de Reagan”, afirma el libro. El libro Su Santidad… afirma que “el gobierno de Reagan se lanzó a la tarea de sacar a Polonia de la órbita soviética. El presidente estaba particularmente interesado en ayudar a Lech Walesa y a Solidaridad y, para lograr eso, la ayuda del papa era determinante”. “En la primavera de 1981, Walters, Casey y William Clark (el nuevo consejero de Seguridad Nacional) iban frecuentemente a la residencia del nuncio apostólico en Washington, el arzobispo Pio Laghi, para desayunar y hacer consultas; Laghi entraba a la Casa Blanca por la ‘puerta trasera’ para participar en reuniones con Casey, Clark y después con el presidente. Brzezinski articulaba los contactos […] Walters y Casey regresaron muchas veces al despacho del Wojtyla entre 1981 y 1987. En el curso de esas reuniones, el papa y los representantes del gobierno estadounidense idearon las maneras de derrumbar el bloque socialista e impedir el avance de movimientos izquierdistas en América Latina”. Hubo otro hecho significativo en la particular relación: el intento de asesinato del que fue objeto el pontífice, el 13 de mayo de 1981, en la Plaza de San Pedro. “Casualmente, el presidente Reagan había sido herido en un ataque similar algunas semanas antes. Ambos hombres, que ya compartían muchas cosas, ahora tenían una más en común: sus agresores habían fallado por milímetros en sus respectivos intentos. Y tanto Reagan como Wojtyla se convencieron de que la salvación milagrosa de uno y otro fue cosa divina: ‘Mire cómo las fuerzas del mal se cruzaron en nuestro camino y la providencia intervino’, dijo Reagan a Wojtyla en una visita al Vaticano, en 1982. El papa asintió”. Según el libro, “a través de Brzezinski, Walters y Casey, el papa fue beneficiario de muchos de los secretos mejor guardados de Estados Unidos, así como de análisis políticos sofisticados: información de satélites, de agentes de inteligencia, de grabaciones, de discusiones sobre política en la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Entre 1981 y 1988, el general Walters vio al Papa con intervalos de meses, informando a Wojtyla de casi todos los aspectos de la política estadounidense y proporcionándole estimaciones de inteligencia –militar, política y económica– en todos y cada uno de los temas de interés para el Vaticano. El abanico de temas discutidos por Walters y el papa, como lo revelan los cables clasificados que envió a la Casa Blanca y el Departamento de Estado después de cada visita, era de verdad amplio: Polonia, Centroamérica, terrorismo, la política interna de Chile, el poderío militar chino, la Teología de la Liberación, Argentina, la salud de Leonid Brejnev (‘Creemos que está un poco chiflado’, dijo Walters al papa en 1982), las ambiciones nucleares paquistaníes, niveles de fuerza convencional en Europa, disidencia en Ucrania, negociaciones en Medio Oriente, violencia en Sri Lanka, armamento nuclear estadounidense y soviético, equipos de guerra submarinos, Lituania, armas químicas, la ‘nueva tecnología soviética’, Libia, Líbano, la hambruna africana, la política exterior del gobierno francés, por nombrar sólo una fracción de los más de 75 temas mencionados en cables clasificados”. Las actividades conjuntas estuvieron centradas en los países de la periferia de la URSS, particularmente Polonia y Alemania Oriental, y en Nicaragua y Chile en América Latina. El proceso de desgaste y los fracasos económicos dieron resultado y el 9 de noviembre de 1989 la caída del Muro de Berlín marcó el inicio de una debacle que culminó en la implosión de la URSS en diciembre de 1991. Zbigniew Brzezinski había cumplido su misión. Como su rival, Kissinger, nació en Europa y vivió a su manera “el sueño americano”. Continuó hasta el final escribiendo y dando conferencias. Como dijo Borges, “la historia que empieza en la sombra, termina en la sombra”.
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