“Neymaravilha” fue lo que escribió en redes sociales, como saludo para el cumpleaños de la estrella del fútbol, su gran ídolo de la infancia, Robinho, exjugador de Santos y también del Milan y del Real Madrid. Y sí, así es. Es más fácil decirlo hoy, después de sus históricos partidos con la camiseta del Barcelona contra el PSG y con la verdeamarela contra Uruguay, en el Centenario, pero hace tiempo que lo viene demostrando. Paso a explicar por qué es el mejor jugador del mundo, sucesor del trono del argentino Lionel Messi.
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Hay un enorme error, muy extendido, que reclama títulos mundiales para evaluar a grandes jugadores. En un juego deportivo con 11 actores, colectivo, la obtención de los principales y competitivos torneos están mucho más allá de lo que uno solo de esos actores haga. Es como si Zlatan Ibrahimovic no estuviera entre los grandes de hoy y de siempre porque no se clasificó a mundiales con Suecia. Absurdo. Se puede ser mediocre y campeón en un gran equipo de grandes figuras, y también un genio insuficiente para campeonar con un equipo mediocre. Además, en el caso de Neymar, siempre hay tiempo para completar con títulos mundiales los nacionales y sudamericanos ya obtenidos con Santos, los españoles y europeos con el Barcelona, y los olímpicos con Brasil, que no son poca cosa a los 24 años de edad.
Es muy difícil establecer los criterios de comparación que permitan juzgar a los grandes de la historia del fútbol. Me inclino por considerar, antes que nada, las capacidades y habilidades técnicas –al fin de cuentas, lo más específico de cada deporte–, pero las capacidades físico-atléticas deben sumarse a las técnicas: el manejo de la pelota y del cuerpo. Importa además la fortaleza anímica: su aptitud para enfrentar adversidades en el score, así como las críticas del público y de la prensa, los golpes de los adversarios impotentes, las insuficiencias de los árbitros para proteger a los más hábiles. Pues bien, Neymar tiene todo eso y en una dosis nunca vista hasta ahora; es más completo y excelso que ningún otro en todos esos rubros juntos.
Los más grandes: de Scarone a Zico
Una selecta lista está integrada por futbolistas que han cambiado el juego con sus revolucionarias innovaciones. En la década de 1920, el uruguayo Héctor Scarone marcó la primera revolución: fue el artífice de la fusión del fútbol tipo escocés de Juan Piendibene, con el fútbol tipo inglés de Pedro Petrone, fusión genial que explicó buena parte de la trayectoria de la generación de oro celeste 1923-1935. Scarone se crio y nutrió con su hermano Carlos, Piendibene y Romano en la línea escocesa de Harley; era muy apto para la construcción paciente con pases cortos característica del fútbol de 1912. Pero en 1924, las pocas imágenes conservadas y los testimonios lo revelan como un genial número 8 capaz de meter un pase de zurda a la punta derecha, perfilándose para adentro, mirando para el medio. O metiendo una cortada para el explosivo artillero Petrone.
El capitán y goleador mundial italiano de los mundiales de 1934 y 1938, Giuseppe Meazza, dijo que nunca había visto un jugador igual, cuando como juvenil asistió a la temporada de Scarone en el Inter de Milán. “Maguito, el mejor de todos”, le decía el vasco José Pedro Cea. Scarone fue el mayor responsable del cambio de ritmo que lanzaba a Santos Urdinarán y a Petrone con profundidad inglesa, luego de haber construido pacientemente a la escocesa; dormirla y concentrar gente hasta meter las estocadas. Bien podría decirse que Héctor Scarone fue el primer gran jugador de la era internacional global; antes sólo hubo genios continentales, o locales, más legendarios que objetivamente comparables.
Si el equipo húngaro de los 50 revolucionó el fútbol colectivo, no hubo en él nadie tan revolucionario como lo fue Scarone antes, o como serán otros después. Jószef Bozsik, Ferenc Puskás, Sándor Kocsis fueron grandiosos pero no cualitativamente diferentes, sino cuantitativamente mejores. Lo mismo sucedió con la Holanda de los 70, táctica y colectiva, con un Johann Cruyff que casi da la talla; o con el Brasil de los 60 y 70, con un Pelé superdotado técnica y físicamente pero nada revolucionario tácticamente.
La segunda revolución se produjo en los años 50 y tiene nombre y apellido: Alfredo di Stéfano. Inicialmente veloz goleador, “la saeta rubia” se dio cuenta y tuvo el panorama y el aliento como para jugar por toda la cancha, marcando, pasando, asistiendo, goleando. Aquí en Montevideo, en un amistoso en una cancha barrosa, en la mitad del segundo tiempo salvó un gol de Nacional en su área, acompañó el contrataque y estrelló su tiro en los dos palos de Nacional, ante el asombro de la tribuna por ese despliegue.
Franz Beckenbauer, conductor del equipo alemán en los años 70, de algún modo es un jugador ‘total’, como Di Stéfano; así lo serán décadas más tarde Ruud Gullit, Kaká, y ahora Luka Modric. Otro candidato al mejor de todos los tiempos es Diego Maradona: gran competidor al título, por carisma y garra, pero con muchas carencias de juego aéreo y muy zurdo, lo que lo obligaba a proezas y contorsiones que ambidiestros como Gullit, Kaká, Modric o Neymar resolverían con mayor facilidad y eficacia. Y muy lagunero, inconstante; jugó al mejor nivel de la historia muy pocas veces. El rendimiento promedio de Messi o Zico fue muy superior.
Y ya que lo nombramos, Zico viene a ocupar el lugar del tercer revolucionario en la historia del fútbol. El chanfle con caída, el cabezazo saliendo al primer palo desde el segundo, el desmarque picando hacia atrás cuando lo encimaban; dos piernas y perfiles, juego aéreo, pique, desmarque, asistencias: otra revolución, en este caso táctico-técnica.
El caso Neymar
Al linaje de superdotados Pelé-Maradona-Messi se agrega Neymar, con la exuberancia física de Pelé, tan mágico como Messi o Maradona con la pelota en los pies. Pero su repertorio técnico es superior e insuperable hasta hoy.
Es absolutamente ambidiestro: conduce con las dos piernas, patea con las dos (de voleo, colocando, rastrero o picándola), puede ser definidor, desbordar o asistir de forma genial o cambiar de frente para los dos lados, arrancar de atrás o por los laterales. Su pique es brutal, pero su paso en carrera mantiene el pique en distancia, ejemplarmente elástico. Y, ojo, que frena de modo increíble, muscular o con ayuda de los más variados recursos de pisadas y cambios de pierna, inverosímiles desde el punto de vista de la aerodinámica y la biomecánica. Tiene una salida lateral, por ejemplo, con quiebre de cadera sorprendente, imposible de acompañar.
Su flexibilidad y agilidad se suman increíblemente a su pique y zancada; es casi imposible quitarle la pelota, hay que hacerle una marca de tres (uno lo toma, otro lo espera en escalera, otro lo cierra por adentro), lo que abre espacios para otros; en Barcelona han resuelto que él, abierto, cree espacios para Luis Suárez y Messi. Será sacrificado como actor de desbordes, asistencias y acumulación de jugadores; los goles los harán otros, salvo cuando hay que ponerse el equipo al hombro, cuando los cracks mayores no pueden. Es intimidante por su variedad, por su profundidad y verticalidad perennes, por su hambre permanente, porque te puede dejar en ridículo, tan ágil como para esquivar las patadas, tan vivo como para ‘fabricar’ faltas, como Suárez, porque no se achica, muy malandro y con mucho campito.
Puede todo: fabricar penales y hacerlos, fabricar fouls y hacerlos, desbordar, patear con las dos, cambiar de frente, lo que sea, y sin avisar con el perfil, con una prodigiosa flexibilidad y agilidad que nace de una cintura de samba y un repertorio técnico insuperable en la historia del fútbol. Y no se achica: pese a no ser particularmente fuerte, arriesga mucho en el mano a mano y enfrenta a jugadores más fuertes, tantas veces decididos a todo para pararlo o castigarlo. Más le dan y más quiere, más deja en ridículo, más fabrica fouls además de los que sufre, más humilla técnicamente.
Es sin duda el jugador más hábil de la historia; esta capacidad, unida a su velocidad, agilidad y resistencia e impulsión, y sumada, a su vez, a su personalidad audaz, corajuda y rebelde, lo hace, para mí, el mejor jugador de la historia, aun por llegar a su madurez y esperando, para que esto se le reconozca, la decadencia y el retiro de Messi, para lo que faltan unos años. Además, es muy espectacular y sus lujos son tan variados como indescifrables, pero nunca serán sólo adornos o burlas, siempre serán útiles y realizables (para él). Felicidades, Neymaravilla; para un deportista y futbolero, no sé si hay placer mayor que verte jugar.