El 6 de julio de 2016, Jorge Gandini publicó en la red social Twitter una foto de una ruta destruida, intransitable, con un camión volcado en el medio. El diputado blanco acompañó la imagen con el texto “Disculpe la molestia. Rossi trabajando para ud. Ruta 20, en Río Negro, hoy”. La noticia era falsa. La foto no había sido tomada ni ese día ni en una ruta de nuestro país, sino en Rio Grande do Sul, Brasil, en abril de 2015. Poco tiempo después la dirigente nacionalista, exministra de Trabajo del gobierno de Lacalle, ministra de la Corte Electoral, y suplente en el senado de Jorge Larrañaga, Ana Lía Piñeyrúa, incurrió en la misma irresponsabilidad y difundió en redes sociales una fotografía en blanco y negro que mostraba a un joven Tabaré Vázquez participando de la asunción de Juan María Bordaberry. La foto era trucada: un cuidadoso montaje donde se había colocado al presidente de la República en un lugar donde no había estado. Más cerca en el tiempo, el diputado Amorín Batlle, del Partido Colorado, que aspira a llegar algún día a la primera magistratura, compartió en Twitter la foto de un formulario de “solicitud de subsidio trans” con el logo del Mides y un texto lleno de sarcasmo e indignación. Otra truchada. Foto falsa como moneda de tres pesos. Otro colorado, el exdiputado por Salto, Leonardo Vinci, difundió una foto del expresidente de ALUR, Leonardo de León, donde se lo mostraba en un avión privado de la empresa con una botella de Chivas Regal de 18 años de añejamiento. Luego se probó que la foto había sido manipulada y la botella de la bebida de alta gama introducida por montaje. Este año el diputado colorado Germán Cardoso posteó en Twitter una foto mostrando una multitud de gente impresionante y escribió: “¡Una marea de gente de trabajo!!!” , atribuyendo la multitud que se observaba en el registro a la concentración ruralista en Senta Bernardina, Durazno. Otra vez la imagen no se correspondía con la realidad; eran una foto capturada durante el legendario concierto de Woodstock en agosto de 1969. En los últimos días, la diputada Graciela Bianchi difundió imágenes de una guía de educación sexual española afirmando que se utilizaba en la educación pública uruguaya. La foto escandalizó a mucha gente que creyó la atribución y rápidamente se viralizó, aunque fue desmentida por las autoridades de la educación. Hasta acá he reseñado algunos ejemplos de la utilización de noticias falsas en redes sociales para manipular la opinión pública en nuestro país, pero la práctica se extiende mucho más allá de la difusión de fotos trucadas o registros ciertos pero que corresponden a otros países y otras circunstancias que en nada tienen que ver con los hechos que se pretenden comunicar. Si a esto se le añade la distribución de información falsa por cadenas de whatsapp y la proliferación de infundios en cuentas de redes sociales que no pertenecen a personas públicas ni políticos, pero que también alcanzan un alto grado de difusión, la contaminación informativa llega a niveles asombrosos y cada día resulta más claro que responden a una lógica articulada que dista del error involuntario o la casualidad infeliz: es una estrategia y, muy probablemente, es ‘la’ estrategia principal en la disputa por el poder. Las noticias falsas o ‘fake news’, como se las conoce en los países anglosajones, no son solo mentiras distribuidas para engañar a la gente. Tienen la particularidad de la verosimilitud para el público que las consume. Por eso tienen un efecto que se proyecta más allá del tiempo en el que circulan, y resisten los desmentidos y la comprobación de su falsedad. Lo que se difunde no es una mentira cualquiera ni grotesca, es la mentira que se quiere creer en los sectores de la sociedad que participan de los supuestos necesarios para darla por válida. Es una mentira que sintoniza con un prejuicio, es una prueba falsa de una hipótesis que ya está consolidada en parte de la ciudadanía. Por eso, para provocar impacto, no importa tanto si está bien construida o es verificable: lo importante es que dialogue y se alimente de un conjunto de nociones que le preceden como ideología o como dogma. Me atrevo a afirmar que la campaña electoral que se viene en Uruguay va a estar plagada de artefactos como estos. Y además tengo mis serias dudas de que estemos preparados para una campaña de estas características. Seguramente, además, no correrán solamente fotomontajes y registros apócrifos destinados a perjudicar, fundamentalmente al gobierno, sino también noticias truchas construidas para favorecer la posición política de candidatos asesorados por expertos de las puestas en escena. Así no será raro que se vean políticos saludando multitudes inexistentes, o haciendo visitas a lugares a los que no fueron, conversando ‘casualmente’ con supuestos vecinos que finalmente es gente contratada o tocando timbres en hogares con los que previamente ya se había alcanzado algún tipo de acuerdo, pero por supuesto sin advertir la falsedad intrínseca de la escena. Para campaña de este tipo las redes sociales son un instrumento muy poderoso. En ellas con dinero se puede hacer desastres. Hay agencias enteras que se dedican a manipular a la gente difundiendo mentiras desde perfiles falsos, hostigando a los que piensan de determinada manera con un ejército de trolls, y replicando infamias con robots. Ahora mismo en Inglaterra se investiga el rol que han tenido compañías de este tipo en cientos de campañas electorales alrededor del planeta, incluso en los países más poderosos del mundo. Pero las redes no son el único vehículo. Los medios tradicionales también cuentan en la ejecución de esta estrategia. Observemos lo que ha pasado en las últimas semanas con el escándalo de los audios en las elecciones de la Asociación Uruguaya de Fútbol y la difusión de la noticia falsa de que las conversaciones grabadas entre el empresario Alcántara y el expresidente de AUF Wilmar Valdez ‘salpicaban’ con gravísimas acusaciones al hijo del presidente Vázquez, a las autoridades del ministro de Interior y, en general, al gobierno nacional. La falsa especie que había comenzando a propagarse mediante cadenas de whatsapp y rumores en redes sociales, terminaron escalando a la tapa de medios de prensa convencionales, programas de radio y pantallas de televisión, hasta que fue desmentida por los propios protagonistas de los audios y hasta las empresas involucradas en los chanchullos aludidos, que negaron tener nada que ver con Javier Vázquez, hijo del presidente. En poco más de un año serán las elecciones nacionales y la derecha se apresta a disputar el gobierno. En toda América Latina se ha venido demostrando que la campaña sucia es prácticamente la tónica dominante y que sobran los medios para ensuciar y, si algo falta, sin escrúpulos. El Frente Amplio debería advertir de esta tendencia, porque en pocos meses la va a sufrir en carne propia en proporciones nunca antes vistas. Cuando se trata de episodios relativamente aislados, como el tuit de Bianchi difudiendo la guía sexual española como si fuera de acá, o Pedro Bordaberry ejemplificando los problemas de seguridad con un robo de figuritas del Mundial, sin darse cuenta que el robo se produjo en Argentina, puede que el desmentido, la respuesta y hasta la tomadura de pelo sea suficiente, pero cuando se generalicen, cuando sea cosa de todos de los días y por todos los medios, cuando las ‘fake news’ sean cada vez más complejas y operen sobre supuestos que están en el imaginario de un montón de gente, entonces ya no va a resultar tan sencillo aplicar una política de reducción de daños, porque vamos a estar todo el tiempo corriendo de atrás, bailando la música que te imponen quién sabe desde qué búnker de campaña, agencia de publicidad, o megaempresas internacionales especializadas en la manipulación del humor social con arreglo a fines políticos precisos. Ya Goebbels se quedó viejo. Ya no es una mentira repetidas mil veces. Son miles de mentiras distribuidas por goteo, desde cientos de puntos imposibles de identificar con el único propósito de hacer daño a un objetivo concreto. El ‘duranbarbismo’ es mucho más sofisticado. Si Hitler hubiese conocido a Duran Barba o a los CEO de Cambridge Analytica, Goebbels habría ido al seguro de paro.
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